domingo, 17 de julio de 2016

Regenerar la memoria colectiva es un deber

JAY ALLEN (Público)

Recuperamos la entrevista que 'News Chronicle' publicó el 29 de julio de 1936


 ha investigado nada" 


Ó. Sainz de la MAZA / A. Campos

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Cada vez está más claro: un pueblo que olvida o esconde su historia, está auto-condenado a repetirla. Conviene no olvidar los pormenores que nos atascan  en el callejón sin salida de un rencor histórico enquistado por falta de transparencia, de honestidad institucional, de temores infundados sin asumir y torpeza política, que adjudica a la inteligencia colectiva la incapacidad particular de unos patéticos y deficientes gestores de una historia que no les pertenece en exclusiva, porque es de todas y de todos.


No podremos jamás conseguir una democracia real y auténtica mientras no se  consiga hacer limpieza en el inconsciente colectivo. Sólo una sociedad liberada de sus fantasmas, capaz de abrir los armarios del pasado y de ventilar y desinfectar los pensamientos, los discursos y las mentiras del ayer, de deshacerse  de viejos argumentarios apolillados y deformes, puede ser libre para asumir un presente regenerado y regenerador y dejar a las generaciones siguientes un futuro digno y sano. 

Como primera pista del entrenamiento, valga una reflexión nacida de esa frase del general Franco, hace 80 años: "Triunfaré cueste lo que cueste". Da escalofríos ese proclamar un fin personal y propio que justifica todos los medios. No dice, "triunfaremos", "cambiaremos las cosas que se hacen mal", "mejoraremos la sociedad". No. 'Triunfaré'. Yo. El imperio de "la parola io", que cantaba el inefable Gaber, 'ese dulce monosílabo inocente, es fatal como una inundación, en la lógica del mundo occidental."

El personaje no tiene ideales, no muestra un interés que supere el de su ego. En ningún momento se ha parado a pensar y mucho menos a sentir, cuáles son las necesidades de la ciudadanía; ni siquiera supone que exista una ciudadanía digna de tenerse en cuenta como tal. Para un militar cuadriculado y obsesionado por conquistar y "tomar objetivos" sin más trascendencia que colgarse  medallas, lo que no sea vencer enemigos, no tiene el menor valor. 
Esa actitud se siente aún actualmente con demasiada frecuencia entre los políticos 'profesionales', que no deberían existir como tales sino como servidores temporales del bien comúm. "Vamos a ganar","venceremos al enemigo", "ellos son los malos, nosotros los buenos", "hay que derrotarlos como sea", etc...Es casi imposible encontrar un discurso realmente democrático y enfocado al bien general y como en los viejos tiempos, está consagrado por el contrario, "al bien del general", o sea, al interés de un partido que deberá vencer y humillar a los demás para poder trepar al lpoder como "diosmanda", que por lo visto es lo que quiere el rebaño más fácil de convencer y asustar por los intereses de los pastores.


Se diría que estamos atascados en la misma historia que no se quiso  reparar ni aclarar  hace cuarenta años, por un supuesto miedo al populacho vengativo...en fin. Qué vergüenza da esto. Comprobar la precariedad cognitiva del paisanaje de una. Esa soledad colectiva del desamparo sin conciencia en  que vegetan aún unos cuantos millones de españoles que no han conocido ni estudiado la historia de las desgracias encadenadas de nuestros avatares.

Y así seguimos: cambiando las caras y la apariencia de las propuestas, pero en el fondo chapoteando en el mismo barrizal de 1936, 46, 56, 66 y lo que siguió hasta hoy sin que se haya cambiado la materia prima de la bazofia fósil. Si no fuese así, hoy  sería impensable un Rajoy en disfunciones permanentes, un pp gobernando ya siete meses sin aprobación del Congreso y en descarada rebeldía contra la Constitución, okupando la Moncloa sin que la policía venga a echarlo por ilegal, ilícito e ilegítimo, como los antiguos hijos bastardos, pero en mucho peor. Aquellos bastardos eran víctimas inocentes de una sociedad  ramplona amoral, meapilas, perversa e hipócrita, en cambio, los bastardos de hoy son cínicos, perversos e hipócritas y la sociedad su víctima, tal vez no tan inocente por lo cómplice, masoquista y ciega voluntaria.

Tampoco sería posible, sin el abismo de los miedos caciquiles inoculados al mogollón ciudadanil, que tuviésemos un Estado supuestamente democrático en el que no se ha  podido, en casi cuatro décadas elegir claramente y sin chantajes, el modelo de Estado con el que gestionarnos con honestidad y coherencia democrática. Y ahí nos ha quedado el "ron cacique", envasado en un trono y en una corona de pícaros egregios, gorrones vividores, impuestos y amañados por el mismo dictador que nos amenazó y cumplió su amenaza: "Lo dejo todo atado y bien atado", con el responso inicial del suplicio compartido: " "En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado." Eso decía el parte de guerra, fechado en el cuartel general del auto-proclamado "generalisimo"a todo ego terminator, en Burgos el 1 de abril de 1939,  que nos hicieron aprender de memoria en la escuela franquista, entre 'caralsol' y brazos en alto o agitando banderitas al paso del coche blindado y cerrado a cal y canto, el 'francomóvil' del tirano, al que, como en Bienvenido Mr.Marshall no vimos jamás de cerca, solo en el cine o en las portadas del ABC, del Ya,  de Pueblo o del 7Fechas.  

Ahí, en esa frase que encabeza la noticia del periódico, estaba inscrito el único interés de aquel sociópata, que arrasando ciudades, pueblos y tierras con un sadismo demencial, liquidando enemigos, que, según él, eran la mitad de su propio país y prolongando innecesariamente, durante tres años interminables, un conflicto sin sentido, entre gentes hambrientas, empobrecidas, engañadas, aterrorizadas, masacradas y carentes de todo.

Según dijo varias veces aquel inquisidor diabólico, su objetivo real no era tanto la derrota momentánea, sino provocar tal matanza escarmentadora, que le dejase el campo libre para hacer su santa voluntad sin impedimentos por los siglos de los siglos. Por ese poder, absoluto por la gracia del dios de los infiernos, -el mismísimo Mordor- le acogían bajo palio, como al santísimo sacramento, en las iglesias católicas de las Españas, ya convertidas en una granja, grande en atrocidades y  libre de cualquier tentación liberadora.
Por esa razón durante más de treinta años, en casa de mis padres y en muchas otras, que eran de derechas, para saber qué pasaba de verdad en España se escuchaba cada noche Radio Pirenaica, la BBC y Radio París, en sus emisiones de noticias en español. El diario de las 2'30 del medio día y el de las 10 de la noche nadie se los creía, a pesar de sus fanfarrias patrióticas, o seguramente por eso mismo. Como el NO.DO forzoso de los domingos en el cine infantil y de mayores, que para el lavado de cerebro no hay edades, e incluso la infancia es boccato di cardinale. Ni siquiera los adeptos a la suprema causa, como los falangistas y sindicalistas verticales más devotos, daban por fiable la información cuyos ecos flotaban con sordina en el silencio enrarecido sobre temas sociales, laborales, institucionales y mucho menos políticos, que eso era ya tabú. Es más, el simple uso de la palabra "política" estaba muy mal visto. Era casi un insulto, a la misma altura de "comunista" o "individuo", que también se las traía en bote con la semiótica aborigen. Y el término "social" se aplicaba solamente a las obras de caridad sui generis y a las puestas de largo de las chicas de familias distinguidas y con pasta para permitirse festejos y bailes de honor en el Casino. Un primor de mundo. Y eso que a mí me tocó vivir  el lado menos cruel de aquel drama terrible.

A pesar de mis tristes privilegios por origen familiar, no pude jamás entender por qué el resto de humanidad que no habitaba en la docena de chalets nuevecitos y elegantes, de la Ronda de la Mata, en aquella Ciudad Real tan surrealista, iban en alpargatas hasta cuando nevaba o helaba, o sin abrigo y sin paraguas cuando llovía,ni  por qué venía cada día de la semana a la verja del jardín el pobre adjudicado a la familia y le dábamos la comida, el pan y el postre,  mientras él o ella, nos besaban las manos. Muchas veces una emoción tan elemental y limpia como el llanto imprevisto, me hacía llorar con un nudo recorriendo mi cuerpecillo de cuatro o cinco años, ante aquellas caras sin edad, secas y tristes, que se volvían humanas al sonreír ante la comida y la proximidad de seres humanos que les reconocían y les llamaban por sus nombres de pila, tal vez solo por cumplir las normas de una caridad ortopédica impuesta, pero imprescindible como banco de alimentos en una época de privaciones miserables para pobres y de estraperlo no menos miserable, aunque a  precio de oro, para ricos. Aún ahora al recordarles me envuelve  la misma conmoción de entonces. Fueron mis primeros maestros de la realidad extra-familiar. Los que me hicieron preguntarme algo más allá de la sustancia intangible de los Reyes Magos de Oriente o el significado de "los misterios del rosario" que mi abuela repasaba en silencio cada tarde,  sentada en su butaca de cara a la ventana del patio, mientras la luz iba menguando y los pájaros con sus danzas y trinos rituales, se despedían del último sol entre las enredaderas y la palmera central, que presidía la escena, desde su altura, como una falangista vegetal, impasible el ademán, y cargada de dátiles incomestibles que iban cayendo a la tierra del alcorque, por dios, por la patria y el rey, como cantaba el himno de los requetés refrito con el 'caralsol' y el himno nacional. Casi ná.

Menudo cacao mental llevábamos las chiquillas y chiquillos de por entonces, que osábamos preguntarnos para nuestros adentros tantas cosas rarísimas y escribir imprudentemente el resultado de aquellas intrigantes  investigaciones, con los titubeos de las primeras caligrafías a medio garabatear...¡Qué saga la nuestra! Si la llegan a pillar Wagner o Strauss se quedan a cuadritos y montan una tetralogía épico-flamenca, en plan Merimée.
 Menos mal que la cosa quedó en casa, que el horno europeo entonces no estaba para bollos celtibéricos ni para nada, que todos andaban  a tutiplén con el plan Marshall, del que a nosotros solo nos llegaba a las escuelas leche en polvo, mantequilla y tacos de un queso parecido al gouda pero en versión yanky, gracias a ello, seguramente, se nos fue el riesgo del raquitismo y nos subió el colesterol a base de bien, si se tiene en cuenta que en el menú habitual del Españilandia, en aquellos tiempos abundaban el tocino, en los estofados de alubias y la panceta en el cocido, el chorizo y el magro en las lentejas y los torreznos con huevos fritos en la cena. Si mi generación ha resistido todo aquello sin perecer y a nuestras madres embutiéndonos todo el contingente salvaje de triglicéridos, alegando que no sabíamos lo que era pasar hambre como en la guerra, la verdad es que estar aquí y ahora, resulta casi un milagro de Lourdes o de Garabandal.

Por toda esta historia, por la injusticia que pululaba a mi alrededor, por las conversaciones que los mayores creían que no entendía, por las penas de muerte que escuché contar hasta por la radio, por la dureza y las justificaciones inhumanas que veía en los adultos como lo más natural  durante tantos años y situaciones, que según mi familia no deberían ser motivo de interés para una niña buena, dócil y obediente; ayudada por mi obsesión lectora y transgresora sottovoce, -que me hacía devorar, durante las siestas de los mayores, sus libros para mí prohibidos-, en mi interior se fue fraguando una rebeldía empática y cada vez más sim-pática, literalmente, llena de amor, que en vez de aplacarse con los años, ha ido in crescendo y que, tanto queriendo como sin querer, he transmitido a mis hijos y nietos. Y sin poder evitarlo, al entorno en que he vivido. No siempre propicio ni comprensivo con ese compromiso personal que me mueve y nunca me deja en la indiferencia del mal común.
Así llegó mi primer relato a los siete años. Mis primeros poemas clandestinos y todo lo demás. Golpe a golpe y verso a verso. Como mi pobre España heredada -y a veces, tan insoportable-, que ahora renueva, tras 80 años de diversas penitencias auto-flageladoras, sus votos perpetuos con lo más incomprensible de sí misma.

Nunca más esas palabras y actitudes del dictador, repetidas otra vez por lo peor de cada casa. Nunca más querer vencer a nadie si no se trata de los egos polivalentes y transversales, que tanto daño siguen haciendo, como si la rueda del tiempo tuviese freno y marcha atrás, igual que aquellos cuatro ddespendolados corazones de Jardiel Poncela. Nunca más vivir de rentas y letanías ideológicas dando la espalda a la realidad cotidiana del codo con codo en el nosotros. Nunca más un pueblo de toros ni de bueyes, Miguel Hernández, y mira que te quiero, poetazo. 
Que solo nos baste con ser humanos de verdad y sin trampas. Para poder convertir en bendición todas las maldiciones de una historia impresentable y desgraciada que nunca más debería repetirse con tanta frivolidad como ignorancia.
Ains! 


Verdad, justicia y reparación para los leales a la República. 

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