PENSADORES DEL 21
Juan Arnau: “Vivimos en un mundo devastado por la codicia”
El astrofísico y filósofo valenciano propone la “filosofía de la atención, la creatividad y la empatía” frente al mecanicismo y frente a un mundo “a merced de energías oscuras”
“Sufrimos
una demencia incurable y degenerativa, pasamos de una cosa a otra con
la velocidad del sueño. Pero hay signos que advierten que es posible
revertir la situación”
Juan Arnau. Manual de filosofía portátil
CRISTINA S. BARBARROJA (Público)
MADRID.- De niño miraba las estrellas
que iluminaban la montaña turolense de Rubielos de Mora subido al tejado
de la casa en la que pasaba los veranos. Aquel cielo nocturno guió una
vida de mil vueltas y le enseñó que en el Universo no todo está escrito,
“no es un sudoku con una única solución”, y que “la filosofía es algo
que ocurre en la vida” y no lo contrario, como plantean muchos de sus
colegas. Rebelde del pensamiento y disidente de la cotidianidad, Juan Arnau
(Valencia, 1968) es, sobre todo, un hombre hecho de percepciones; de
las miles acumuladas en una vida errante —“poco convencional”, dice él—
entre Europa, Asia, África y América.
Cuenta que viene de una familia de arquitectos “en la que había una regla no escrita por la que había que estudiar algo muy difícil”. A sus hermanos les dio por la ingeniería. A Juan, aquel manto estrellado de Teruel le condujo a la Astrofísica que, sin embargo, le enseñó su primera lección filosófica: que “el cuento que se cuenta a sí misma la ciencia, con sus héroes y su narrativa, es un cuento falso que contradice la experiencia humana, que nos muestra un universo frío, desafecto y a merced de fuerzas ciegas . Yo creo que lo que mueve el Universo es la percepción y la conciencia”.
Lector temprano de Dostoievski, Stendhal o Tomas Mann, no había terminado la carrera cuando se enroló como marinero, encargado de la vela de proa, en una reconstrucción de la Pinta. Cuando volvió a pisar tierra firme marchó a África. De vuelta en Madrid trabajó como guionista y del encuentro con otra estrella, el cineasta Víctor Erice, obtuvo un pasaje para estudiar cine en la India. En Benarés, marcó su rumbo —casi definitivo— el sanscritista catalán Oscar Pujol. “Nos veíamos casi todas las semanas y con él fue creciendo mi interés en el pensamiento indio y su visión del cosmos, muy distinta a la de la ciencia moderna”.
Cuenta que viene de una familia de arquitectos “en la que había una regla no escrita por la que había que estudiar algo muy difícil”. A sus hermanos les dio por la ingeniería. A Juan, aquel manto estrellado de Teruel le condujo a la Astrofísica que, sin embargo, le enseñó su primera lección filosófica: que “el cuento que se cuenta a sí misma la ciencia, con sus héroes y su narrativa, es un cuento falso que contradice la experiencia humana, que nos muestra un universo frío, desafecto y a merced de fuerzas ciegas . Yo creo que lo que mueve el Universo es la percepción y la conciencia”.
Lector temprano de Dostoievski, Stendhal o Tomas Mann, no había terminado la carrera cuando se enroló como marinero, encargado de la vela de proa, en una reconstrucción de la Pinta. Cuando volvió a pisar tierra firme marchó a África. De vuelta en Madrid trabajó como guionista y del encuentro con otra estrella, el cineasta Víctor Erice, obtuvo un pasaje para estudiar cine en la India. En Benarés, marcó su rumbo —casi definitivo— el sanscritista catalán Oscar Pujol. “Nos veíamos casi todas las semanas y con él fue creciendo mi interés en el pensamiento indio y su visión del cosmos, muy distinta a la de la ciencia moderna”.
“Los males del mundo son fruto de la codicia y las pasiones humanas que ponen a la religión como pretexto”
Tanto creció, que la siguiente parada de Juan fue el
prestigioso Colegio de Mexico donde se doctoró pero no en Astrofísica,
como tenía previsto, sino en Filosofía budista. Después de quince años
de investigación, se puede decir que Arnau es hoy uno de los grandes
expertos de Filosofía Sánscrita de nuestro país, autor, entre otras, de
las ediciones críticas, traducidas directamente del sánscrito, de los
tratados filosóficos de Nāgārjuna, precursor del budismo zen, y del
texto sagrado hinduista Bhagavad-gītā.
“¿Mi religión? Se puede decir que, en algunos aspectos, tengo una visión muy budista del mundo. Y muy samkhya, una tradición fascinante. Pero no soy practicante. Me interesan y respeto todas las religiones; no soy de los que cree que todos los males del mundo tienen que ver con las guerras religiosas; más bien creo que son fruto de la codicia y las pasiones humanas que ponen a la religión como pretexto”.
Lo que sí practica con vehemencia Juan Arnau es lo que propone en el Manual de filosofía portátil, premio de la Crítica Literaria Valenciana: “No mirar el río de la filosofía, sino bañarse en él”. Contra “la reclusión del pensamiento”, el pensador se mete en la piel de un personaje —el portátil— que remonta las aguas de la filosofía desde Lévi-Strauss hasta Heráclito pasando por Kant o Tomás de Aquino. Y, a través de sus anécdotas, transmite la profundidad de 19 filósofos que se situaron al margen de las instituciones. “Porque la filosofía —justifica Arnau— tiene que ser una inteligencia de la vida; si no sirve para la vida, si no ayuda a vivir, la filosofía no sirve para nada”.
Se rebela “el portátil” contra el academicismo “que lleva a la uniformización del pensamiento. Casi todos los académicos piensan igual, son como un ejército: hay unas ideas que aceptar y si no lo haces estás fuera. Es lamentable pero es así. En el mundo académico pesan más los intereses que las razones”. Y su denuncia se extiende al castigo de las Humanidades por parte de las instituciones del Estado: “La gente quiere saber más, quiere aprender, pero la filosofía no le está dando lo que necesita”.
“¿Mi religión? Se puede decir que, en algunos aspectos, tengo una visión muy budista del mundo. Y muy samkhya, una tradición fascinante. Pero no soy practicante. Me interesan y respeto todas las religiones; no soy de los que cree que todos los males del mundo tienen que ver con las guerras religiosas; más bien creo que son fruto de la codicia y las pasiones humanas que ponen a la religión como pretexto”.
Lo que sí practica con vehemencia Juan Arnau es lo que propone en el Manual de filosofía portátil, premio de la Crítica Literaria Valenciana: “No mirar el río de la filosofía, sino bañarse en él”. Contra “la reclusión del pensamiento”, el pensador se mete en la piel de un personaje —el portátil— que remonta las aguas de la filosofía desde Lévi-Strauss hasta Heráclito pasando por Kant o Tomás de Aquino. Y, a través de sus anécdotas, transmite la profundidad de 19 filósofos que se situaron al margen de las instituciones. “Porque la filosofía —justifica Arnau— tiene que ser una inteligencia de la vida; si no sirve para la vida, si no ayuda a vivir, la filosofía no sirve para nada”.
Se rebela “el portátil” contra el academicismo “que lleva a la uniformización del pensamiento. Casi todos los académicos piensan igual, son como un ejército: hay unas ideas que aceptar y si no lo haces estás fuera. Es lamentable pero es así. En el mundo académico pesan más los intereses que las razones”. Y su denuncia se extiende al castigo de las Humanidades por parte de las instituciones del Estado: “La gente quiere saber más, quiere aprender, pero la filosofía no le está dando lo que necesita”.
Tras doctorarse en Méjico, su espíritu aventurero –y
probablemente la ausencia de oportunidades patrias- llevaron a Arnau a
Estados Unidos. Se instaló durante seis años en la Universidad de
Michigan, donde investigaba sobre la Cultura asiática mientras impartía
clases de Literatura y Cine español y latinoamericano. Después le atrapó
el teclado. Tiene quince ensayos que, a día de hoy —como diría aquel—
se cierran con La invención de la libertad.
De nuevo a contracorriente, o más rebelde que nunca, la última reivindicación del valenciano es una filosofía de la percepción, la atención y la empatía frente al mecanicismo que proclama que “el hombre es una marioneta biológica” y que “confunde la mente con el cerebro”. O lo que es lo mismo: la esperanza frente a “la filosofía quejumbrosa, del lamento”, que comenzó a imponerse en el s. XVIII.
“Vivimos en un mundo devastado por la codicia que ha desatado el poscapitalismo. Y no es sólo una codicia material. Las energías espirituales son las que mueven el mundo. Ahora estamos a merced de energías oscuras, pero es posible no dejarse arrastrar por ellas. Se trata de cultivar la atención, la empatía, la cultura mental, sin entrar al juego del comprar, de la tecnología que, como en una guerra de trincheras, poco a poco va conquistando porcentajes más grandes de tu vigilia”. Y concluye su mensaje optimista citando a su admirado Agustín Andreu: “En la historia siempre se fracasa; en la vida no”.
De nuevo a contracorriente, o más rebelde que nunca, la última reivindicación del valenciano es una filosofía de la percepción, la atención y la empatía frente al mecanicismo que proclama que “el hombre es una marioneta biológica” y que “confunde la mente con el cerebro”. O lo que es lo mismo: la esperanza frente a “la filosofía quejumbrosa, del lamento”, que comenzó a imponerse en el s. XVIII.
“Vivimos en un mundo devastado por la codicia que ha desatado el poscapitalismo. Y no es sólo una codicia material. Las energías espirituales son las que mueven el mundo. Ahora estamos a merced de energías oscuras, pero es posible no dejarse arrastrar por ellas. Se trata de cultivar la atención, la empatía, la cultura mental, sin entrar al juego del comprar, de la tecnología que, como en una guerra de trincheras, poco a poco va conquistando porcentajes más grandes de tu vigilia”. Y concluye su mensaje optimista citando a su admirado Agustín Andreu: “En la historia siempre se fracasa; en la vida no”.
“Las energías espirituales son las que mueven el mundo. Ahora estamos a merced de energías oscuras”
Modesto dice que no es un intelectual. Pero desde la
consciencia, transformadora del Universo como la consciencia del resto, ,
se atreve con pequeñeces como la política patria: “Veo muchos egos, demasiadas vanidades. Uno no puede de dejar cierta repugnancia por la clase política cuando ve como se comporta.
Creo que hay una ecuación falsa que vincula al que mejor habla o al que
mejor debate con el mejor gobernante. Es falso. Y pienso en un hombre
de campo segoviano que, seguramente, administraría mejor que el más
hábil de los retóricos de la Universidad”.
Porque cree Arnau —a quien el último gobierno socialista trajo desde Míchigan al CSIC y a quien la crisis y los recortes en Ciencia dejaron sin su contrato Ramón y Cajal de investigación— que “cuando los políticos han sido intelectuales ha sido un desastre. Un político tiene que ser alguien con sentido común, con sentido de la justicia social, empatía, inteligencia y con conocimiento de lo que es la historia de los pueblos. El mundo nunca empieza de cero”, dice. “Tiene que haber transformaciones graduales en una dirección u otra. Las revoluciones no conducen a nada”.
La suya ha sido cambiar una vida errante, que sigue echando de menos, por otra más convencional, y un pensamiento siempre a contracorriente por otro —define Arnau— “más radical, más disparatado”. Es un sedentario con mujer y dos críos, profesor de antropología en la Universidad Europea de Valencia. Dice que le gusta meditar mientras camina. Y ya no tanto mirar el azul estrellado del cielo, como un verde más al alcance de la vista. En su filosofía de la percepción termina con una recomendación contra la devastación: “La percepción de los árboles… ¡Es fundamental para la salud!”, exclama con una sonrisa.
Porque cree Arnau —a quien el último gobierno socialista trajo desde Míchigan al CSIC y a quien la crisis y los recortes en Ciencia dejaron sin su contrato Ramón y Cajal de investigación— que “cuando los políticos han sido intelectuales ha sido un desastre. Un político tiene que ser alguien con sentido común, con sentido de la justicia social, empatía, inteligencia y con conocimiento de lo que es la historia de los pueblos. El mundo nunca empieza de cero”, dice. “Tiene que haber transformaciones graduales en una dirección u otra. Las revoluciones no conducen a nada”.
La suya ha sido cambiar una vida errante, que sigue echando de menos, por otra más convencional, y un pensamiento siempre a contracorriente por otro —define Arnau— “más radical, más disparatado”. Es un sedentario con mujer y dos críos, profesor de antropología en la Universidad Europea de Valencia. Dice que le gusta meditar mientras camina. Y ya no tanto mirar el azul estrellado del cielo, como un verde más al alcance de la vista. En su filosofía de la percepción termina con una recomendación contra la devastación: “La percepción de los árboles… ¡Es fundamental para la salud!”, exclama con una sonrisa.
“Cualquier viajero tenaz sabe que el nomadismo exacerbado endurece el corazón y agrava la soledad”
Juan Arnau. Manual de filosofía portátil
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