Si no puedes acelerar tus tiempos
la única opción pasa por ralentizar la realidad. Ganar tiempo es hacer
política. Querer no es poder. Poder es tener tiempo para querer. Ganar
tiempo es ganar poder. No lo digo yo, lo afirma el Código Mariano y
tiene razón. Como sucedió en diciembre Rajoy está interpretando mejor la
situación.
Sólo podía
esperar. Si hubiera tomado la iniciativa para formar gobierno al día
siguiente de las elecciones, Ciudadanos se había hecho fuerte en el
veto, los socialistas se verían en la obligación de arrearle a él y no a
su secretario general, que es lo que les pone, y en Podemos nos
asustarían cada noche con el fantasma de la Gran Coalición.
Necesitaba ganar tiempo para macerar a
los hipotéticos socios. Sumirlos en ese desconcierto que siempre crea
la inactividad mariana para que se debilitaran revolviéndose unos contra
otros. Objetivo más que conseguido. Tanto se han peleado entre sí que
media España ya tiene muy claro que, si vamos a otras elecciones, el
único que no tiene la culpa es Rajoy.
Si en diciembre Rajoy sabía que no le iban a dejar gobernar pero
tampoco serían capaces de ponerse de acuerdo para hacerlo ellos, hoy
sabe que el sol caerá sobre nuestras cabezas antes de que Podemos y PSOE
se pongan de acuerdo. No hay alternativa a la presidencia de Rajoy y no
la habrá porque ninguno parece haber aprendido.
En Podemos “sólo” han necesitado dos semanas para reconocer que la
nefasta gestión de la pasada legislatura y su estúpida estrategia de no
negociación con los socialistas y Ciudadanos ya había desmovilizado a
sus electores antes del 26J. Los socialistas aún no se han enterado de
que su insufrible y cansina división interna les ha llevado y les
mantendrá en los peores resultados de su historia.
La izquierda en España siempre vota cambio, aquel que se pueda hacer y
aquel posible en cada momento; siempre castiga a quien lo impide o lo
bloquea. Por supuesto unos y otros están demasiado ocupados peleándose
entre sí como para interiorizar la lección y ponerse a armar un gobierno
alternativo y sólo posible sobre la base de los trece millones de votos
que sumaría un tripartito.
Con Ciudadanos la cosa estaba aún más clara. Solo había que aplicarle
el arma más letal de buen ligón de discoteca que fue Rajoy: ya te
llamaré. Desde entonces Albert Rivera no vive, no duerme y no come a
menos de un metro del teléfono. Ya le ha mandado su número en todos los
formatos y soportes posibles, el veto a Rajoy ya es mero invento de la
prensa y la palabra cambio ha quedado reservada para pedir suelto para
la máquina. Los naranjas se antojan una presa tan fácil que debe dar
hasta algo de pena cazarlos.
Podemos vive una especie de crisis adolescente que le lleva a
preguntarse si son héroes de la Resistence o soldados del ejército de su
Graciosa Majestad, los socialistas se dividen y subdividen una y otra
vez en torno a la capital cuestión de dejar gobernar a Rajoy con o sin
derecho a roce y Rivera desmiente hoy la condición innegociable que puso
ayer para sentarse a negociar. Permanezcan atentos a sus pantallas.
Podrán seguir cómodamente en directo cómo Mariano Rajoy llega a
presidente sin apenas desgastarse en el intento, sin disparar una bala
mientras sus adversarios se funden hasta la extenuación… o no… pero casi
seguro que sí.
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