La nueva institucionalidad surgida del 20D será inestable, sí. Tan inestable e insegura como nuestras vidas

“Todo en el aire. Situación ingobernable. Inestabilidad. Incertidumbre. ¡Lío general!…
Joder, parece que están hablando de mi vida”, me dice un amigo al ver
las portadas de periódico tras el 20D. Y así, como sin querer, clava la
mejor imagen de lo que ha pasado en España: que la inestabilidad de
nuestras vidas ha llegado también a la política. Y ya era hora.
Durante la campaña, oí muchas veces una frase atribuida a Adolfo
Suárez, y que en su momento pretendía resumir el espíritu de la
Transición: “hacer normal en las instituciones lo que ya es normal en la
calle”. Dicha hoy, se refería a la llegada de los partidos emergentes.
El propio Albert Rivera la ha repetido mucho, y también se la he oído a
Pablo Iglesias.
Y eso es lo que ha ocurrido este domingo: lo que es
normal en la calle, va a ser también normal en las instituciones. Y lo
normal, para una mayoría de ciudadanos, es eso: la incertidumbre. La
ingobernabilidad de nuestras vidas. La precariedad. La falta de
seguridad. No saber qué será de ti el año que viene. O el mes que viene.
Aunque viene de más lejos, la crisis ha supuesto un derrumbe de
certezas a todos los niveles. El suelo tembló y ya no ha vuelto a ser
firme. Sobre todo para los más jóvenes (pero no solo ellos), la
inseguridad marca nuestras vidas a todos los niveles. Precariedad
laboral, discontinuidad de ingresos, incertidumbre sobre el futuro,
cambio permanente, desconfianza. Reinvéntate una y otra vez. Camina por
el filo. Pierde pie. Cae y levántate. Vuelve a empezar. Redecora tu
vida.
Si nuestros padres y abuelos podían apostar
cómo serían sus vidas a veinte o treinta años vista, hoy pocos se
jugarían un café sobre qué estarán haciendo el año que viene. Hay quien
lo ve por el lado positivo: vivir muchas vidas frente a la aburrida
previsibilidad de antaño; ser tu propio jefe aunque no haya sueldo ni
beneficio; ser joven para siempre, precariamente joven. Para otros,
muchos, el lado gris: no saber si el próximo mes pagarás el alquiler,
temer que llegue septiembre con los gastos escolares, dudar que queden
pensiones cuando seas viejo.
Hace tiempo que vivimos a
la intemperie, atrás quedaron las certezas, las zonas seguras. Por eso
no está mal que los gobernantes, los partidos, los diputados,
experimenten esa misma intemperie. Nosotros lo llamamos precariedad;
ellos, ingobernabilidad, inestabilidad. Lo que no era lógico es que las
instituciones siguiesen tan plácidas, con sus mayorías y consensos,
mientras las calles eran un terremoto, flojo pero interminable.
Los nuevos partidos, con su patada al tablero, han “normalizado” las
instituciones, porque la normalidad se dio la vuelta hace tiempo. Puede
que, por un tiempo, el precio de la pluralidad y el cambio sea una
temporada de seísmos. No sé si es este el miedo que iba a cambiar de
bando, pero al menos es una pérdida de la vieja seguridad. Que ahora
ellos también sientan incertidumbre. Que arriesguen. Que fracasen y
tengan que empezar de nuevo. Que no encuentren suelo firme. Que se
reinventen y redecoren.
Bienvenidos al mundo real.
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Isaac Rosa, lo has clavao. Tal cual. Una reflexión redonda. Gracias!
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