Han dado entidad a la palabra del año: refugiados, dicen que es.
Cuando debería ser: cuchillas, impotencia, fronteras, represión,
desinterés, fascismo
El privilegio de escribir un artículo en el día
final del año se parece mucho, en los nervios que me provoca, a terminar
un capítulo en un libro -de ficción o no-, ignorando qué voy a
introducir en las páginas siguientes. Pero en un libro mando yo.
En la realidad, por desgracia, disponemos de un control mínimo. Mínimo
en los acontecimientos, máximo -deberíamos- en la lucidez con que los
examinamos.
Lúcidamente, por lo tanto, me cuesta acabar el año con
grandes esperanzas, salvo aquella que consiste en pretender continuar
con la fuerza necesaria para mantener mi lucidez sin resultar más herida
de la cuenta. Y eso es mucho esperanzar, verdaderamente.
Me gustaría desearos lo más imposible de todo. Y es que los mediocres
que han tomado las riendas del asunto -de todo el asunto, mirad por
donde queráis- fueran deshojándose rápidamente, dejando paso a la
grandeza. Grandeza de miras, grandeza de espíritu, grandeza de ideas,
grandeza de palabra, grandeza de bolsillo y grandeza de contrición,
transparencia y generosidad.
Es lo más que os puedo
desear. Grandeza, de tal modo que nuestro propio ser abandone tras de
sí, como un deshecho, las mezquindades que hemos vivido en los últimos
tiempos, que nos han empequeñecido; para que dejemos de empujar siempre
hacia arriba la roca que, en un momento u otro, resbala sobre su propio
sebo y se precipita sobre nosotros. Esa rutina inmunda.
He conocido anuarios más felices, recuerdo cuando trabajaba en la otra
vida y me pedían que desarrollara éste u otro tema, con destino al
anuario de fin de año del grupo. Lo consideraba un peaje, una de esas
tareas tontas que hay que realizar para hacer méritos y que a lo mejor
te manden allá y más allá, o acá y más acá, en donde ocurre lo que
existe. Era en otra encarnación, ya digo. Solían adjudicarme
acontecimientos frívolos, o hollywoodienses. Cosas.
En la vida de la que ahora disfruto observo el año que termina, la roca
de Sísifo que nos circunvala, sin anuarios que rellenar pero con una
desesperación perfectamente descriptible. 2015, qué año tan ingrato. Con
la consolidación de la desigualdad -la Gran Desigualdad, por fin
entronizada por mediocres de todo pelo-, y en esta definición podéis
incluir a nuestros desiguales del entorno, a los países que son pisados
por los poderosos, a los inmigrantes, a los refugiados. Podéis incluir
también, entre los poderosos, a esos nuevos verdugos que, disfrazados de
defensores de la fe, propician la degollina de inocentes pera
entronizarse como dominadores, y disfrutar de su parte del sangriento
pastel.
Han dado entidad a la palabra del año:
refugiados, dicen que es. Cuando debería ser: cuchillas, impotencia,
fronteras, represión, desinterés, fascismo. Sobre todo, fascismo. El
fascismo que viene, o que ya está aquí, más o menos camuflado.
Impotencia, inutilidad, ineficacia: palabras también al alza, o
deberían.
Pero con la esperanza de la lucidez y la
ilusión del encuentro entre nosotros cierro este año, y el primer día
iré a cumplir con mi vieja costumbre, ver el mar, y ante el Mediterráneo
lloraré por sus, por nuestros muertos.
Brindemos por todos los nuestros.
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Maruja Torres, hermana del corazón, trabajadora de la conciencia...Comparto al 100% lo que escribes en este día, y lo confirmo con un nudo en el alma, otro en la garganta, lágrimas empujando por derramarse en el silencio y con la fiera y serena certeza de que entre todas y todos los medianamente despiertas y despiertos, acabaremos por conseguir el objetivo que llevamos tanto tiempo entre manos: la grandeza de miras hecha realidades personales y colectivas, que ambas son inseparables. Es imposible crecer y madurar socialmente si en paralelo no lo hacemos individualmente. Ya lo sé. No es fácil. Pero tampoco imposible si se quiere y se trabaja a fondo por conseguirlo.
Ánimo, luz, fuerza y gozo. Porque sin el gozo íntimo y sereno del empeño justo y posible, eso que llaman utopía -no porque sea imposible sino porque aún está por hacer y por ello aún "no tiene lugar" - no se puede dar una en el clavo de la realización.
La Vida va por otro lado. Por el de la lucidez. Por el de la bondad inteligente, donde siempre acaba por triunfar el Maestro del Corazón, sin el que el cerebro no funciona. Se puede vivir vegetando con encefalograma plano (solo hay que mirar lo que gobierna el mundo para comprenderlo), pero nunca con el corazón en paro.
Feliz , feliz año 2016 a todas y a todos y muy especialmente a los que
creen haber perdido una batalla que no es verdad, sino ficción para
obligarnos a aceptar una derrota que no existe en la realidad sino solo
en las palabras, en los ninguneos, retruécanos, falacias, crueldades y disparates de la mentira
oficial.

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