por Miguel Urbán
En Grecia se sigue escribiendo la historia de Europa. Los
acontecimientos se precipitan tras la firma del tercer rescate, que más
que un memorándum es el humillante armisticio de una guerra económica en
la que el pueblo griego sigue siendo la principal víctima. El
presidente de gobierno Tsipras ha decidido convocar elecciones antes de
realizar el congreso de Syriza imponiendo el acuerdo con la Troika sin
un debate a fondo en las filas de su propio partido, como demuestra la
dimisión de Tasos Koronakis, secretario general de Syriza. De esta
forma, Tsipras está propiciando de forma indirecta una de las mayores
victorias de la Troika: la ruptura del proyecto de Syriza como la
principal fuerza anti-austeridad en Europa.
No siempre los nuestros o nuestras aciertan. No siempre tenemos que
estar conformes con lo que hagan los amigos. Podemos perder una batalla y
tenemos derecho a equivocarnos, pero no podemos claudicar y aceptar la
gestión de un programa y unas medidas que sólo pueden perjudicar a
nuestro pueblo e imposibilitar a largo plazo la política que defendemos.
Como decía Manolo Monereo en un reciente artículo: “para conseguir que
el sujeto popular sea no sólo vencido, sino derrotado, es necesario
cooptar a sus jefes, a sus dirigentes. Con ello se bloquea la esperanza,
se promueve el pesimismo y se demuestra que, al final, todos son
iguales, todos tienen un precio y que no hay alternativa a lo existente.
La organización planificada de la resignación”. La claudicación de
Tsipras puede generar a corto y medio plazo, en cuanto se empiecen a
conocer y padecer las consecuencias de lo firmado, la desmoralización no
sólo del pueblo griego, al que se le traslada un mensaje que no se
puede, sino también un pésimo precedente para cualquier otro pueblo que
decidiese desafiar el poder establecido en el marco de esta Unión
Europea.
La estrategia de Tsipras se ha demostrado a la postre equivocada e
incompleta. Negociar con un monstruo como la Troika no puede abordarse
sólo con grandes discursos, grandes propuestas técnicamente realizables y
una apelación a una democracia que, en la práctica, es un lenguaje
alejado de la tecnocracia autoritaria de los que dirigen esa cosa
llamada Unión Europea. Hay una frase de Yanis Varoufakis que resume a la
perfección la actitud de la Troika durante las negociaciones: “Su
único objetivo era humillarnos”. Se convocaba al gobierno griego a una
auténtica prueba de fuerza expresada en términos de economía política.
El verdadero objetivo no era llegar a un acuerdo satisfactorio para
ambas partes sino doblegar a la primera fuerza anti-austeridad que
alcanzaba el gobierno en un país europeo. Ante esta situación, una
estrategia de diplomacia sólo podía aspirar a modificar comas en
condiciones establecidas de antemano.
La sabia consigna de Syriza “ningún sacrificio por el euro” advertía
que la prioridad era combatir las políticas de austeridad, y aunque no
formase parte del programa la salida del euro, aceptar y responder a las
consecuencias de una reacción de la contraparte. Se volvió en contra,
como un boomerang, el confundir el europeismo griego con la sumisión al
euro. Con un Referéndum como principal arma de negociación, Tsipras
dilapidó toda la fuerza democrática de su pueblo, al no materializarla
en decisiones y planes concretos. Ejercer la democracia exigía aplicar
el mandato de su pueblo, expresado tanto en el programa de emergencia
social de la formación -que señalaba a lo que se aspiraba- como en el
referéndum -que indicaba lo que no se quería-. El 60% de la población
dijo OXI a un memorándum y este mandato tenía que haberse traducido en
la movilización práctica de los instrumentos de política económica del
Estado, en otras palabras, medidas concretas que se orientasen en esa
línea. Sí hubo alternativa, tanto en la estrategia de negociación como
en la política económica a seguir: esta es una valiosa lección que nos
deja la “tragedia griega”.
Tsipras se ha visto encerrado en un callejón sin salida. Sin más plan
que corregir en el papel los planteamientos del Eurogrupo, desconsideró
la posibilidad de poner en pie mecanismos de protección del proceso de
negociación (moratoria de pago, control de movimiento de capitales,
regulación e intervención del sistema bancario). Rechazó apelar a
diferentes posibles que hubieran mejorado su posición en la negociación
como podría haber sido una posible reestructuración selectiva unilateral
de la deuda ilegítima con el apoyo de los resultados de la auditoría.
Tampoco quiso hacerse responsable de idear y preparar un plan que
mostrase que iba en serio, y que, aunque no fuese su primera opción,
mostrase capacidad para gestionar un escenario de desacuerdo
(desarrollar una reforma fiscal, emitir pagarés y dinero electrónico
mientras se preparaba una nueva política monetaria, poniendo los
instrumentos económicos pertinentes para enfrentar un periodo de
excepción…). Por úĺtimo, no avisó a su población sobre las opciones,
oportunidades y sacrificios de los diferentes escenarios posibles.
Pero no seamos injustos ni desproporcionados. En Syriza había
diferentes planteamientos y Tsipras optó por uno, legítimo, pero erróneo
y con fatales consecuencias. Tampoco nos equivoquemos en atribuir
injustamente las responsabilidades. Los principales responsables son los
que están al frente de esta UE y detrás de ellos el propio diseño del
Sistema Euro. Tsipras no tiene más responsabilidad (ni menos) que la de
un político que encarna una estrategia derrotada.
Diciendo esto, tras la derrota hay que evitar profundizarla y por
desgracia parece que Tsipras en vez de cambiar la política de los
últimos meses, está profundizando en ella. A este respecto, difícilmente
cabe caracterizar de error las nuevas decisiones que parece llevar
adelante el dimitido primer ministro. En este sentido la convocatoria de
las elecciones antes del congreso de Syriza tiene la motivación clara
de propiciar una ruptura en el seno del partido evitando una gestión
incómoda del debate democrático en el partido y dificultando las
opciones electorales de la oposición interna de Syriza, que se ha
expresado desde la firma del tercer rescate y que se ha agrupado en la
nueva formación Unidad Popular. Esta operación representa una gestión de
los tiempos contranatura en lo que a un curso democrático pleno se
refiere y parte de la consciencia de que una secuencia diferente haría
más difícil reeditar su dirección al frente de la formación. Esa
decisión muta la naturaleza de las elecciones, convirtiéndolas en un
plebiscito sobre la dignidad de Grecia. Y poca gente votaría en contra
de una pregunta formulada así. El pueblo griego, con una cultura
patriótica, piensa que se luchó y se hizo lo que se pudo -en tanto que
no se ofreció la oportunidad de un debate ni acerca de las consecuencias
de un nuevo memorándum ni acerca de una política económica alternativa y
sus implicaciones-. Se trasladó el mensaje de que no había alternativa.
Una democracia sin deliberación, sin un debate informado, sin unos
tiempos y una secuencia decisoria apropiada, deja de ser un debate.
Ahora bien, esa cuestionable decisión no sería ni siquiera tan
inaceptable como que Syriza se erigiese en un partido promemorándum. Aún
cuando se pueda comprender una derrota, no es admisible gestionar un
acuerdo impuesto. Si esto se produce, y todos los indicios nos encaminan
a ello, estaríamos ante una operación política que sólo puede acabar en
resucitar el PASOK con otro nombre y acabar con Syriza como un muerto
viviente.
No se trata tan sólo de que Grecia va a quedar bajo el gobierno de la
Troika, con la supervisión periódica de su presupuesto o el pleno
control de su política fiscal, no se trata, en suma, de que
despatrimonialicen los activos públicos de Grecia, ni siquiera a cambio
de un desembolso de un nuevo préstamo de no más de 35.000 millones –en
su primera fase- que servirá principalmente para devolver la deuda y
rescatar los bancos, sin que eso suponga beneficios para las clases
populares griegas. El memorándum supone más de tres décadas de política
de recortes en una creciente exigencia de superávits públicos primarios,
que en 2018 debieran cumplir el objetivo del 3,5%. Aceptar algo así
supone el fin de cualquier atisbo de soberanía popular, la muerte de la
democracia en Grecia y un escenario de desmoralización que trasciende
las fronteras helenas.
Creemos necesario darle la oportunidad del debate a toda Syriza para
actualizar las líneas de una propuesta programática en el nuevo
contexto. Creemos que una Syriza unida garantizaría aumentar el respaldo
del pueblo griego a una opción favorable a sus intereses, una unidad
fundamental en el sistema electoral de aquel país. Consideramos una
irresponsabilidad que Tsipras, sin haber respondido al mandato de las
anteriores elecciones ni del último referéndum, tampoco desee escuchar a
su partido.
En suma, sigue estando vigente el compromiso con aquellos proyectos
antiausteridad que dijeron NO al memorándum en el pasado referéndum.
Sigue siendo importante proseguir con la unidad de un proyecto político
en torno a estos ejes, que se apoye en la organización de las clases
populares para su defensa. En definitiva, un proyecto que cierre el paso
a aquellos que, con los recortes y la entrega de los recursos y el
esfuerzo de los griegos a beneficios espúreos, sirven a las oligarquías
griegas y a las grandes corporaciones financieras centroeuropeas, cuyos
intereses encarnan los actuales dirigentes de las instituciones
europeas. Y por desgracia Tsipras ha decidido escindirse de ese
proyecto.
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