Los hechos del corazón y los pasos del alma no se pueden medir con parámetros cuantificables. Sobrepasan las longitudes del tiempo y la latitudes del espacio aunque sucedan en ellas. No hay coordenadas para medir y cuantificar la bondad, la decencia, la belleza de una conducta que es la ética y su estética... La conciencia como síntesis es el perfume de lo eterno que hace asumible y dignamente integrable lo temporal. ¿Acaso a esos niveles vitales y perennes se puede considerar si se gana o se pierde? Imposible. Esa conciencia insumisa, hermosa y resistente es la semilla y la raíz que la produce y se expande en más semillas.
Todas, superando banderas y tabues, ilusiones, dogmas, rabia o bostezos, antes o después, nos bajamos en Atocha, irremediablemente, para hacer el transbordo imprescindible del pasado al futuro, pisando con fuerza y determinación la pasarela movediza y temblorosa del presente, que es la única realidad material que nos une y nos cohesiona, en su frágil y empecinado pálpito, con la sangre roja y el corazón a la izquierda...esa señal que convoca a la misma humanidad en común. Poco puede el tiempo ante ese Presente de indicativo inevitable.
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