domingo, 23 de agosto de 2015

No quede por mí





                             
Lo cuento como lo he vivido, ni quito ni pongo. El viernes pasado participé en un curso de verano sobre la cultura y la situación política española. Llegué a la ciudad donde se desarrollaban las sesiones de trabajo el jueves a la caída de la tarde. Después de la cena, los alumnos y los profesores acabamos en un karaoke. Lo mejor de los cursos estivales es que recuperan el trato humano para la pedagogía. La conversación sobre los interminables asuntos de la vida se mantiene fuera de los horarios laborales con una copa en la mano. Incluso con una canción en los labios.


Por el escenario del karaoke fueron desfilando los participantes para cumplir con la exaltación de la noche, cada uno según sus nostalgias, sus deseos y sus habilidades. Hubo quien se acordó de Jeanette para entonar eso de yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así. Otros acudieron a los brazos de Los Panchos para repetir a los cuatro vientos que si tú me dices ven, lo dejo todo. Son hermosas las canciones de amor.


En la cumbre del entusiasmo, alguien gesticuló como Raphael para levantar los corazones y gritar sus preguntas y su ilusión: qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran noche. La melancolía del final dio ocasión a un muchacho repeinado para acudir al clasicismo de Julio Iglesias y sentenciar con tranquilidad que unos nacen y otros mueren, pero la vida sigue igual.


Lo malo de las exaltaciones compartidas es que después dejan resaca. El despertador del móvil ha facilitado mucho el trabajo de las conserjerías de los hoteles. Son ventajas de las nuevas épocas y del vigor tecnológico. No pude odiar la voz de ningún recepcionista a las 8 de la mañana cuando la vida me recordó que debía despertarme, ducharme, arreglarme, desayunarme y prepararme. Después de una noche de copas, a las 8 de la mañana, ¡qué agresivos son todos los verbos acabados en arme! Componen la armada de la culpa y de los ejercicios de conciencia.


A las 9 menos cuarto arrastraba yo el cuerpo y el alma hacia mi conferencia, cuando se cruzó conmigo una mujer de mediana edad, arreglada, sin rastros de sueño y de cansancio bajo su pelo con puntas muy cuidadas, su frente ancha y su sonrisa. Tenía aire de menina contemporánea y hablaba con acento andaluz. Me preguntó que dónde vivía, le contesté que entre Madrid y Granada. Eso sirvió para trabar conversación, porque resulta que Granada y Madrid son dos ciudades muy devotas de la Virgen María. La mujer iba a contarme algo. Y me lo contó de golpe.


En los años sesenta, en una aldea de Cantabria llamada San Sebastián de Garabandal, se apareció la Virgen a cuatro muchachas. Una de ellas quedó entonces con el encargo de hacer una gran revelación en el otoño de 2015. Y estaba a punto de hacerla con un comunicado de prensa que convenía tomarse muy en serio. La Virgen María va a descender de los cielos entre septiembre y noviembre para quejarse del estado pecaminoso de nuestra sociedad, muy herida por el predominio de los mentirosos, tramposos, dolosos, ambiciosos y lujuriosos. Los osos son los animales preferidos a la fauna del mal.


Decretará la Virgen tres días de tinieblas. Pero, atención, no será el fin del mundo, sino un aviso para que nos redimamos. Si hay una voluntad general de cambio espiritual y de purificación, se abrirán los cielos al hacerse la luz y podremos ver la segunda venida del Mesías. Entonces los ciegos recuperaran la vista, los mancos volverán a disfrutar de sus dos manos, los cojos correrán como gacelas, los mudos hablarán y los corazones vibrarán de alegría al comprobar la desaparición de todas las enfermedades. Conviene mucho que no pase desapercibida esta oportunidad.


¿Qué me dice usted?, me preguntó al concluir su anuncio. Pues que estaré atento, me apresuré a responder, y que divulgaré el aviso en la medida de mis posibilidades. En verdad sería una lástima que se nos apareciese la Virgen con sus mejores intenciones y que nosotros estuviésemos pensando en otra cosa.

Yo lo cuento como me lo contó la dama del alba. Ni quito ni pongo. Por mí que no quede.  

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                          Ilustración de una chica de canta Foto de archivo - 8329056



La ironía es un arte mayor en la literatura, el pinchazo quevedesco en el callo aparatoso de la inspiración que con verdadero oficio aterriza la lírica en la dura realidad a base de pellizcos de monja aplicados en plan acupuntura. Es el  "su majestad escoja" del refinamiento creativo-festivalero. 
Hay nudos gordianos de la historia que sólo podrían cortarse de un tajo con un milagro imposible, como los de Garabandal o de El Escorial o de Fátima, Lourdes o Medjugorgie con la bendición urbi et orbe de Pitita Ridruejo y cualquier dama paranormal de por medio, por supuesto, que para esos trances el voluntariado es muy numeroso. 

Entre el mundo de lo ilusorio y la realidad hay un sin fin de matices que pueden desencadenar múltiples efectos y tienen el poder de ofrecer una gama infinita de aplicaciones a elegir, desde la tragedia, a la manía, desde el melodrama al astrakán, desde la mayoría relativa al ridículo absoluto, desde el podium al batacazo, desde asaltar los cielos a dejarse los piños, en fin...La vida es una tómbola, suelen cantar también los karaokes discotequeros. Lo que pasa es que con el karaoke la peña es mucho menos crédula y cegata que con el milagrerío ambiente. A diferencia de los devotos marianos, la karaokelatría es mucho más escéptica y picajosa con su propio ecosistema que con el poderío aparicional. 
Los colocones epifánicos son mucho más contundentes y menos llamativos que las resacas normales, más intimistas y benévolos, no dejan marañas residuales, ni vacío neuronal transitorio ni los interiores a la virulé y las mucosas como un scochtbrite, ni la sensación de ir en barco pesquero dando tumbos en pleno oleaje entre las paredes semovientes de los pasillos. Sus efectos secundarios se manifiestan en otros niveles menos tangibles como la chaladura celebrativa, la inciensomanía, la veladicción y el éxtasis transitorio o el rezo del rosario de la aurora donde se citan todas las damas y damos del alba disponibles, para entonar piadosísimos cantos de inentendible argumentario e insoportable desafine, pero que milagrosamente, como es (sobre)natural, los ángeles deben recomponer y hacer llegar hechos un pincel a sus alturas correspondientes. También pueden dejar como residuo el milagro de un eccehomo tal que el de Borja o una procesión animada por la cogorza bajo palio de los costaleros sevillanos,jerezanos, granadinos o malagueños, dándole a los pasos sus bamboleos tradicionales, que no son un baile premeditado sino la materialización mecánica de una sacrosanta melopea en comandita. Y menudo prodigio digno de Aladino y su lámpara, que la imagen, año tras año, aguante en vertical la frenética tesitura  sin esclafarse;  para que luego nos vengan con escepticismos descreídos, xd! Si eso no es un milagro, a ver qué es si no...

Las verderas alucinaciones no las proporcionan solo el alcohol, la "maría" o las anfetaminas revolucionando karaokes o festivales de Benicassim, ni el bisbiseo de los mantras y jaculatorias religiosas, ni las humaredas de mirra y cirios pascuales, ni siquiera las visiones de fenómenos sin más explicación lógica que la histeria religiosa colectiva; las más espectaculares y patéticas resultas las provocan la ambición y las ganas de pillar poderío y reconocimiento farandulero a cualquier precio, y/o el forring office que suele acompañar el asunto mediante pasta, enchufismo transversal, glamour y amigueteo untoso, ahí se pierden el oremus y los papeles y es prácticamente imposible recuperarlos y volver a lo que una era antes del trastorno mediático-hegemónico-rutilante. 
Los y las que se implican nunca más se reponen. Como a Scarlet O'Hara les queda su Tara bien incrustada en el consciente y en el inconsciente, particular y colectivo. Una adicción insuperable de por vida una vez que han rozado las tribunas, despachos y escenarios públicos. Eso sí que es un dramón romántico digno del Duque de Rivas, de Zorrilla, Dumas o Rostand. Pero con finales mucho menos estrepitosos y engolados. Más pacatos y prudentes. Discretos. Sinuosos. Finales cómodos y escurridizos, que nunca se explican ni se hacen claridad en medio de penumbras y melancólicos refunfuñes sottovoce para hacer de la frustración un motivo de leyenda a medias, como los abuelos nos contaban la mili en África en tiempos de Abd-el-Krim o nuestros padres el milagro de salir vivos de un bombardeo o de un fusilamiento masivo en la guerra civil. Eso sí que eran milagros, a los que debemos nuestra existencia. Una vez mi abuelo me lo explicó, cuando le pregunté al final de su relato qué habría pasado si hubiese muerto en Rio Martín, donde fue salvado por los pelos, y el me respondió, "no hubiera pasado nada de todos modos, porque tu madre y tú teníais que nacer". A veces desechamos la capacidad humana para utilizar la física cuántica sin saberlo y cambiar el destino por lo providente, que nosotros mismos generamos con una actitud determinada.  


Por fortuna, la ironía y el buen humor son recursos fantásticos que, unidos a la creatividad en positivo, nos rescatan de la pesadumbre del drama,  del horror de la tragedia y del aburrimiento habitual, que se quedan como fantasmas renuentes y gruñones, apresados entre bastidores, incapaces de salir a escena a jugarse el tipo, mientras lo mejor y lo más interesante de nosotras mismas remata la función con un final menos desastroso de lo previsto. Y puede que hasta feliz. Fíjate tú.

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