Menos mal que la Presidenta de la Diputación de Pontevedra decidió echarle una mano al PP y animarle un cotarro en Soutomaior que, de puro aburrido y repetitivo, parecía un vídeo del año pasado puesto por alguien para ahorrarse una pasta y a nosotros el sufrimiento. La carta de la Diputación avisando que no volverá a autorizar la celebración de un mitin de partido en el recinto histórico del castillo que gestiona ofreció, de largo, lo más excitante de la jornada.
Vaya por delante que la Diputación tiene
todo el derecho y toda la razón del mundo para impedir que se sigan
celebrando mítines en un monumento histórico. Sostener lo contrario
resulta tan raro como asumir la celebración de actos partidistas en el
Teatro Romano de Mérida o en la Alhambra de Granada.
La decisión, además de normal, posee un fuerte contenido
simbólico. Resume en un único gesto el final de décadas de poder
absoluto del PP en Pontevedra. Por eso, a pesar de los chistes, a los
dirigentes populares no les hizo ni pizca de gracia.
El error no es de contenido sino táctico. Mandar semejante carta en
vísperas del acto sirve para darle algo más de que hablar a unos
oradores que sólo competían por cantar las alabanzas de Rajoy. Además,
convenientemente manipulado, permite a los 'populares' recrear su relato
favorito: ellos son las víctimas porque todos estamos en su contra y si
pierden vendrán unos gobiernos de perdedores que acabarán con la
libertad y la democracia.
Todo lo demás ya lo hemos
visto y sabemos cómo acaba. De hecho esta edición de Soutomaior fue como
la secuela de la secuela de la precuela de una serie B de miedo.
España estaba al borde del abismo hasta que llegó Mariano Rajoy y dio
un paso al frente. Hemos evitado el rescate pidiéndolo con otro nombre.
Los catalanes le gustaban a todo el mundo porque hacían cosas, hasta que
llegó Artur Mas y se puso a sembrar cizaña. La corrupción es cosa de
los nacionalistas porque en el PP lo han dejado y llevan meses limpios.
Allí donde no gana y gobierna el Partido Popular es porque los demás han
hecho trampas y todo lo que no sea un gobierno de Mariano Rajoy
supondrá una amenaza, un timo, un desastre, un caos y el fin del mundo;
por ese orden.
Para que funcione el miedo, hay que
dosificarlo. Administrado así, en dosis masivas y diarias, pierde toda
su efectividad. Si el plan de Rajoy consiste repetir estos mismos
mensajes una y otra vez hasta el día de las elecciones, no se nos va a
hacer largo; se nos va a hacer eterno.
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