No hay manera. Esta vez el presidente se lo había
tomado en serio porque hay unas elecciones a final de año y no es
momento de andar con coñas. El verano azul de campaña electoral se nos
va de las manos.
Desde Moncloa se habían esforzado de
verdad para que Rajoy pudiera pasarse las vacaciones haciéndose fotos
chulas en plan persona normal y anunciando buenas noticias. Todo
perdido. Todo inútil. Tanto esfuerzo presupuestario para nada. Ya
estamos como siempre, cotilleando sobre la corrupción, la Púnica, Rato,
los ministros y las cosas raras que hacen cuando conspiran en sus
despachos.
De nada ha servido actualizar un poco las pensiones
aunque sea sólo nominalmente, subir el sueldo a los funcionarios y
devolverles media paga extra como primer pago o acelerar las rebajas de
impuestos y las bajadas de la luz aunque sólo funcionen hasta pasadas
las elecciones. En lugar de andar glosando lo bien que lo hace el
Gobierno y cómo los españoles empiezan ya a notar la recuperación, toda
la fuerza se nos va en hacer chistes con lo de "Rodrigo sé fuerte", las
vacaciones de Bárcenas en Baqueira y los pagos del Partido Popular de
Esperanza Aguirre a los alegres emprendedores de la trama Púnica.
De nada ha servido actualizar un poco las pensiones aunque sea sólo nominalmente, subir el sueldo a los funcionarios y devolverles media paga extra como primer pago o acelerar las rebajas de impuestos y las bajadas de la luz aunque sólo funcionen hasta pasadas las elecciones.
No es de extrañar que el presidente pida que le
pregunten por otra cosa con esa cara de cuñado cabreado en la comida
familiar del verano. Hasta esa ocurrencia tan molona de asumir la
posibilidad de hablar sobre la reforma de la Constitución, si no queda
otro remedio y todos os ponéis muy pesados, se ha quedado en una
serpentina de verano.
Y lo peor de todo es que la
cosa no va a mejorar. La posición del ministro Fernandez Díaz no es
delicada. Resulta simplemente insostenible. Y detrás de él sólo queda el
presidente, que deberá elegir entre alegar que lo ignoraba y quedar
como un pagafantas o asumir que lo sabía y quedar como cómplice.
El ministro ha hecho lo que hacen los ministros cuando les pillan en un
renuncio, aquí o en Punta Cana, desmentirlo y decir que por supuesto
que no se habló de lo que todo el mundo cree que se habló, porque si no
ya me dirán de qué hablaron. Rodrigo Rato ha hecho lo que hace la gente
rica y de buena familia cuando le preguntan por lo charlado en el
Ministerio: por supuesto que se trató lo suyo, que para eso se llama en
su casa, de toda la vida, a los ministros.
La
tesis del Ministerio sostiene que se puso como condición expresa no
discutir los asuntos judiciales de Rato. Algo tan creíble como que te
pille la Guardia Civil en un control de alcoholemia y alegues que no
puedes dar positivo porque tú le especificaste muy claramente al
camarero que te pusiera los gin tonics con ginebra sin alcohol. Es duro
que te pillen. Pero que pienses que todos los demás son idiotas ya
resulta directamente insoportable.
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