Morir de prisas
Las relaciones políticas con el tiempo sugieren una meditación
continua y vigilante. Cuando las cosas van demasiado despacio conviene
acelerar el curso de las aguas. La inmovilidad provoca moho. Pero cuando
las cosas empiezan a ir demasiado de prisa, resulta imprescindible
hacerse amigo de la calma, comprender bien quiénes son los pescadores en
el río revuelto y qué se pierde cuando tiramos algo por la borda para
navegar en el vértigo. Se corre el peligro de mezclar una cultura y una historia propias con el lastre inservible.
Disponer de tiempo es un signo de vida buena y de autoridad humana.
Quien tiene dinero disfruta sin duda de privilegios y armas para
dominar. Los que deben defenderse de los privilegios del dinero
necesitan tener tiempo. Tener el tiempo es un equipaje imprescindible para decidir sobre los que tienen el dinero. Y esto es un problema porque el tiempo, transformado en mercancía, tiene precio y también se compra o se vende.
Siendo presidente del gobierno de la República, hubo un momento en el que Manuel Azaña
sintió la necesidad de escribir: “Soy el español más tradicionalista
que hay en la Península”. Me lo recuerda Alfonso Reyes, el gran escritor
mexicano, en un ensayo de 1932 que se titula Atenea política. La relectura es uno de los placeres de tener tiempo.
Para mí significa tener tiempo para recordar el presente, nada más y
nada menos. Los problemas de Syriza en Grecia, la fractura del sueño
después de la convocatoria del referéndum y de la aceptación del tercer
rescate, me recordaron el ensayo de Alfonso Reyes sobre la prisa y el
prestigio habitual de los grandes cambios tajantes en la meditación
histórica.
Azaña, claro está, no se sentía atraído por el conservadurismo, el derechismo o la nostalgia reaccionaria.
Reivindicó la tradición porque en su deseo de enfocar el futuro quería
traducir en presente la memoria de un pasado de lucha, los valores de
una tradición ética. La postura de Azaña interesó a Reyes porque acababa de leer un artículo del Harper's Weekly
en el que se caracterizaba el momento como la consecuencia de una
crisis generalizada de valores, la necesidad de renunciar a todo lo
viejo y el anuncio de una nueva época de cambios radicales. El artículo
se podía aplicar al conflictivo año 1932 que estaba viviendo entonces el
mundo, pero lo interesante para Reyes era que pertenecía a una
publicación de 1857.
Cuando toda la tripulación tira el barco por la borda o la casa por la ventana, conviene recordar que se muere de velocidad y prisas lo mismo que se puede morir de éxito.
El problema de vivir en el vértigo –que es el tiempo de la especulación
en bolsa–, se parece mucho a quedarse sin tiempo por excesiva confianza
en los tiempos, las modas, la actualidad y las exigencias del presente.
El vértigo resulta tan peligroso como el inmovilismo.
Por eso Manuel Azaña y Alfonso Reyes sintieron la necesidad de mantener
respeto a la memoria en un tiempo de crisis. La vanidad de sentir que
todo lo inventamos a primera hora de la mañana nos deja sin raíces, sin
ayer y, sobre todo, nos deja desarmados ante un contratiempo.
La cultura de la justicia y la igualdad no se adapta a un ritmo de todo o
nada, de ahora o nunca. Una larga tradición de ilusiones, esfuerzos,
debates, sacrificios, amores, compasiones y conquistas ha permitido soportar las derrotas, darle sentido a las pérdidas.
La lógica del ahora o nunca es preocupante porque nos deja desarmados
ante la derrota. Cuando el poder provoca grandes decepciones, conviene
tener tiempo a la espalda para no darse definitivamente por perdidos. Se
trata de un episodio, de un eslabón en la lucha.
¿El gobierno de Syriza ha traicionado? ¿Fue inútil el referéndum? Me
respondo dos veces con un no herido, pero dispuesto a resistir. Syriza hizo lo que podía, nada más. Pero su esfuerzo ilumina el conflicto en muchos aspectos. La crisis griega evidencia que la soberanía nacional y los ciudadanos no cuentan en la configuración política de Europa.
La cancelación de los antiguos Estados no ha supuesto la formación de
una soberanía europea cívica, sino la renuncia al poder político
democrático que se ha disuelto en beneficio de las élites económicas.
Con estas reglas de juego es imposible que se respete la decisión de las
mayorías sociales. La mentira democrática que sufrimos exige la
unificación de valores cívicos y una meditación a largo plazo, un
pensamiento organizado más allá de la lógica vertiginosa del usar y
tirar.
La crisis también ha demostrado los peligros de la insolencia absolutista de lo nuevo. La derrota sin memoria desemboca en la renuncia,
la decepción, la desmovilización. La memoria enseña a asumir las
derrotas sin darse por perdidos, nos adiestra en una cultura que avanza,
pero que no tira por la borda los valores de la resistencia. El
tacticismo sin raíces puede deshojar el árbol al primer golpe de viento.
En la dinámica del tiempo y el contratiempo, siempre se está a tiempo de defender una conciencia a contratiempo. Porque la ética es también una conciencia del tiempo… de los tiempos.
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