Ni izquierdas ni derechas sino todo lo contrario
Muchos
son los motivos para renegar del bipartidismo. Yo comencé a criticarlo
pronto, cuando éramos un número muy reducido los que nos posicionábamos
en ese sentido. Le encontraba cierto parecido con el “turnismo” de los
tiempos de la Restauración y veía en él uno de los defectos mayores de
nuestro sistema político (ver artículos en El Mundo de 24-02-1989 y
28-04-1991). La involución social promovida durante años por ambos
partidos –especialmente en los últimos tiempos, al rebufo de la crisis
económica y de la Unión Monetaria–, unida a los múltiples casos de
corrupción, ha originado que se extienda por toda la sociedad el
desencanto ante la realidad política, el rechazo del bipartidismo y la
animadversión hacia las formaciones políticas tradicionales e incluso
hacia las organizaciones sindicales.
Este sentimiento ha propiciado que la mayoría de los ciudadanos estén
dispuestos a acoger y a identificarse con todo lo que lleve la etiqueta
de nuevo, lo que encierra cierto peligro. Lo joven por joven o lo
desconocido por desconocido no son garantía de nada, sino que a veces,
por el contrario, el remedio es peor que la enfermedad. Por otra parte,
lo nuevo no es tan nuevo como con frecuencia se pretende. El único
mérito de Rodríguez Zapatero para salir elegido en el XXXV Congreso
secretario general del PSOE frente a los otros cuatro candidatos,
radicaba en ser desconocido y, por lo tanto, no tener enemigos. Me
imagino que son muchos los socialistas que ahora se arrepienten de tanta
novedad y tanta ocurrencia que les han conducido a una de las más
oscuras épocas de su historia.
Frente a la evidente falta de democracia interna de las formaciones
políticas, se ha recurrido a fórmulas novedosas como las llamadas
primarias. En distintos artículos (entre otros, República 6 de junio y 5
de septiembre de 2014) he mostrado mi reticencia hacia las primarias y
el peligro de que fomentasen el caudillismo. Parece que el tiempo me ha
dado la razón y así el comportamiento de la Ejecutiva Federal del PSOE
(elegida al antojo del secretario general) en la destitución de la
ejecutiva de Madrid hay que situarla, sea cual sea la opinión que se
tenga sobre Tomás Gómez, entre los mejores casos de despotismo.
Han surgido formaciones políticas nuevas, pero en la mayoría de los
casos con actores antiguos, y no es oro todo lo que reluce. La pasada
semana, Ciudadanos, valor en alza como novedad a nivel nacional, ha
presentado su mini programa económico; más bien el de dos insignes
articulistas económicos. Antes los programas los elaboraban los
Congresos o las Asambleas, es decir, los supremos órganos políticos de
las formaciones; ahora se adquieren hechos en el mercado, incluso por
entregas, travestidos de medidas novedosas, aunque cuando se rascan, de
novedad tienen poco.
No son de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario. Recuerdo
que Aranguren en el capitulo IX de su obra “ética y política”
contestaba con una metáfora a los que ya entonces (1966) hablaban de la
superación de tal alternativa. Refería que, ante la opinión extendida de
que no existía el diablo, algún autor católico realizó con agudeza la
siguiente reflexión: “La última astucia del diablo es divulgar la
noticia de su muerte”. Pues bien, añadía Aranguren, la última astucia de
la derecha es propagar la noticia de la superación de la antítesis
derecha-izquierda.
Ciudadanos no quiso calificar de derechas la primera entrega de su
teórico programa económico. Poco de nuevo ni por sus redactores ni por
su reducido contenido. Sus autores son de sobra conocidos, así como sus
opiniones económicas al más puro estilo neoliberal, es decir,
conservador. Pero tampoco se caracterizaban por novedosas las escasas
medidas anunciadas.
El contrato único en materia laboral es un viejo conocido desde que
los cien economistas de FEDEA, entre los que se encontraba el señor
Garicano, abogaran por él en su documento acerca de la reforma del
mercado de trabajo. Se situaban a la derecha del gobierno del PP, lo que
no es de extrañar teniendo en cuenta quiénes están detrás de FEDEA y
los intereses que defienden. Los partidarios del contrato único afirman
querer acabar con la dualidad existente en el mercado de trabajo entre
contratos temporales e indefinidos. El procedimiento es simple,
convertirlos todos en precarios, aun cuando los denominen indefinidos.
Poco importan los nombres, lo importante son las realidades.
Mayor enjundia presenta el llamado “complemento salarial anual
garantizado”, que se debería llamar más bien “incentivo empresarial a la
precariedad” puesto que los realmente beneficiados serán los
empresarios que podrán reducir los salarios todo lo que consideren
conveniente y les convenga porque el erario público complementará el
resto hasta la subsistencia. Fuera el salario mínimo y nada de
prestaciones a los desempleados. El primero genera desempleo y las
segundas desincentivan la búsqueda de trabajo. Por lo visto, si no se
colocan los cinco millones de parados es por gusto y vaguería.
El neoliberalismo económico tiene mucho de hipocresía, arremete
contra las intervenciones del Estado y condena el gasto público, siempre
que no se oriente a subvencionar a las empresas ya sea directa o
indirectamente, reduciendo las cotizaciones sociales o creando servicios
que beneficien a la actividad económica. Entonces se posicionan
totalmente a favor aunque, eso sí, disfrazándolos, como en este caso, si
es posible, de prestaciones sociales.
Para completar el mini programa, importan del extranjero parcialmente
alguna figura jurídica. Es habitual del neoliberalismo copiar del
exterior las medidas que favorecen sus intereses, si bien desgajándolas
del resto del sistema con lo que quedan desfiguradas. Para poner a
Dinamarca como ejemplo, conviene hacerlo en su totalidad; por ejemplo
copiando el nivel de sus gastos sociales (ocho puntos del PIB más que en
España), lo que no creo que pretendan los redactores del programa a
juzgar por sus opiniones sobre el sistema público de pensiones; o
imitando su presión fiscal (16 puntos del PIB superior a la española),
pienso que tampoco van por esta línea los autores del documento.
Presentar por entregas el programa económico es una buena táctica, no
solo porque así se puede marear la perdiz múltiples veces sino porque,
además, resultan menos evidentes las posibles contradicciones. Sería muy
interesante conocer, por ejemplo, la política fiscal y tributaria que
van a plantear, aunque existen pocas dudas de su orientación conociendo a
los autores; pero entonces ¿cómo van a financiar las medidas
propuestas? El recurso a la lucha contra el fraude viene a ser ya un
lugar común poco creíble, cuando se rechazan los instrumentos necesarios
por intervencionistas y cuando uno de los redactores, Manuel Conthe, en
su etapa al frente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores
consiguió a través de su amigo y ministro Pedro Solbes que el Parlamento
adjudicase a esta entidad, cosa inédita, la competencia en materia
fiscal sobre las SICAV, quitándosela a la Inspección de Hacienda y
anulando de paso las actas que esta última institución había levantado a
un buen número de las grandes fortunas de España por haber utilizado
-con fraude de ley- esta figura de inversión eludiendo así el gravamen
fiscal.
De cambio sensato han titulado el programa. ¿Sensato para quién?,
cabría preguntarse. No hay postura más insensata que la de haber estado a
favor en el pasado de la creación de la Unión Monetaria, y de defender
en el presente la política suicida de Merkel, y recomendar una política
entreguista hacia Alemania y hacia las instituciones europeas. Con esos
mimbres, la única política que cabe es la de derechas, incluso más de
derechas que la del Ejecutivo actual. Tiene razón la vicepresidenta del
Gobierno cuando reprocha a uno de los redactores sus clamores y
exigencias pasadas acerca de que se pidiese un nuevo rescate después del
de las entidades financieras. ¿A dónde nos habría llevado la política
del señor Garicano? Tal vez a donde querían todos los partidarios del
rescate, utilizar las entidades europeas como coartada para dar una
nueva vuelta de tuerca en la dirección de medidas injustas y
antisociales.
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