En una época de paro, explotación y supresión de derechos laborales,
los sindicatos de clase deberían gozar de un protagonismo del que huyen
como de la peste. En una época de políticas de extrema derecha, con
atentados gravísimos a las libertades individuales (la ley del aborto,
verbi gratia),
los partidos de izquierda deberían brillar como el neón en las
encuestas de intención de voto. En una época de mentiras públicas
diarias, lanzadas a granel en los telediarios, en las emisoras de radio y
hasta en el Congreso de los Diputados, la verdad debería declararse
Patrimonio de la Humanidad o ser objeto al menos de los cuidados de las
especies en extinción. En una época en la que la monarquía se falta el
respeto a sí misma cada martes y cada jueves, la República debería
constituir una aspiración moral de proporciones ciclópeas. En una época
en la que se contempla pasivamente cómo un grupo de inmigrantes se ahoga
intentando alcanzar la orilla o, peor aún, se contribuye a que mueran
con disparos de pelotas de goma, los que se llaman a sí mismos
defensores de la vida deberían incinerarse a lo bonzo ante el Ministerio
del Interior para poner en evidencia el cinismo gubernamental. En una
época en la que los bancos roban a sus clientes, en la que a los
políticos se les descubren cuentas en Suiza un día sí y otro también, en
la que los enfermos agonizan y mueren en los pasillos de los
hospitales, en la que el peso de la carga fiscal cae sobre las clases
medias y bajas, y en la que se amnistía a los defraudadores de gran
tonelaje, el periodismo de denuncia debería conocer uno de sus momentos
de gloria: deberíamos hacer cola por la mañana, a la espera de que
abrieran los quioscos, para conocer el escándalo del día.
¿Qué ocurre entonces? No sé, quizá, que la obsesión por lo que nos pasa, nos impide averiguar lo que pasa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario