martes, 11 de febrero de 2014

El "otro" factor humano

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El dinero como identidad

EL PAÍS

El tema de este video es fundamental a la hora de aclararse. ¿Qué es la identidad? ¿Para qué sirve? Iñaki lo aclara muy bien con su fina lucidez habitual. E invita a que cada uno de nosotros, los receptores del mensaje, reflexione y se lo vaya pensando, sobre todo porque si esa condición identificadora se encuentra y se aclara, más que menos, las cosas pueden mejorar para uno mismo y para el entorno que compartimos. 

La más primaria y básica identidad es la familiar. El propio origen. Por eso es tan importante que cuando llegamos a este mundo encontremos el adecuado hueco acogedor y nutriente, porque nuestras primeras grabaciones emotivas en el sistema límbico son indelebles. En ello participa de un modo absoluto el lenguaje como primer vínculo con y pantalla de la realidad. Por eso la lengua materna-paterna de origen, nos marca muchísimo. Nos condiciona y determina. El lenguaje, el habla modela y pone nombre, contenido al gesto, ritmo y cadencia con la fonética a la percepción de la realidad, y esa percepción siempre va acompañada de una emoción, sin el filtro selectivo del juicio mental, que aún no hemos desarrollado en la primera infancia. Así se graban las más profundas huellas sensibles intelectivas, políticas, religiosas, sociales y morales, que para bien, para mal, para bloqueo o búsqueda, para dinamismo o petrificación, nos irán acompañando a lo largo de nuestra vida o bien para quedarnos atascados en ellas o bien para superarlas, transmutarlas y convertirlas en algo superior. En evolución constante. Algo que dependerá de cómo entendamos y utilicemos el libre albedrío, cuyo descubrimiento y funcionamiento también estará inevitablemente relacionado con esos cimientos elementales del lenguaje primario, que durante años y años de nuestra vida serán la lente imperceptible con que observaremos el mundo. Por eso los contenidos humanizantes o deshumanizadores de la educación dependen de la calidad racional-emotiva y ética que les dan el sentido. Primero en casa y luego en la escuela y en la sociedad. Sin olvidar que siempre lo recibido o las carencias de origen van a marcar nuestra relación con familia, escuela y sociedad. Nuestros contenidos religiosos, patrióticos o una capacidad de análisis suficiente para poder valorar si estamos de acuerdo con el equipaje recibido o no. Con qué elementos del legado nos quedamos o de cuáles nos queremos liberar para seguir evolucionando sin pesos muertos en la mochila del alma, en el torbellino de la mente o en los baúles del corazón. 

                                            

Lo habitual es que estos contenidos se conviertan, a través del tiempo, en programaciones automáticas incrustadas en el sistema límbico cerebral y conformen la sustancia de nuestro ego que es un cajón de sastre donde se combinan la genética, las primeras grabaciones del lenguaje verbal y no verbal, la educación y las programaciones que se han formado como estratos involuntarios, como fósiles petrificados y todo ello, mezclado con el deseo de seguridad, de afirmación y posesión que se expresa en el ansia de poder mezclada con el miedo a perder  el placer de posesiones y poderes, da forma y contenido a la personalidad que es el protoplasma mental-emocional-físico que a su vez, en una constante retroalimentación, impregna esos tres niveles. Así funciona el 90% de la humanidad. Sólo un escuálido 10% aproximado parece que esté en condiciones de haber superado esa inercia elemental de la programación. El porqué parece evidente si se tiene en cuenta que el ego se ha convertido en el propio  sistema con que ese enorme porcentaje de humanos se maneja. El ego no es una cuestión cultural sino antropológica. Es el cemento de la personalidad, no es malo, sólo funcional, pero muy insuficiente para poder desarrollarnos con plenitud. Digamos que tiene su sitio, que es un impulso por el que nos aferramos a la vida material, que es magnífica, pero sólo es un escalón, ni mucho menos es la vida entera, ni el sentido que va adquiriendo en la medida en que van desarrollándose dos factores siameses: alma y con-sciencia. El alma es la percepción íntima del sentido de la vida y la con-sciencia es la herramienta por la que el alma se percibe a sí misma y se expresa en el mundo haciendo posible el contacto con el plano del espíritu algo que las religiones han colocado siempre fuera del hombre y que sin embargo vive y respira con él desde dentro de sí mismo y que paradójicamente crece o se entierra en el propio ser humano, según éste desarrolla o no las herramientas del alma y la con-sciencia. A la mecánica mental de la ciencia que es un 'saber' acumulativo  hay que añadir el desarrollo de la con-sciencia, que significa conocimiento en profundidad tal y como lo definía Descartes cuando trataba de explicar la esencia de ese conocer que es pura certeza y realización al mismo tiempo, que produce un sentido universal y hondo, de las raíces a las estrellas, de la célula al espíritu, pasando, con la experiencia (ciencia) por el cuerpo, la mente, la emoción y el alma.  

Aquí se muestra un esquema que basa el "factor humano" en el mero funcionamiento "táctico". Todo son datos externos. Ni una sola referencia a la base racional-emotiva del alma y la consciencia. Ni la capacidad cognitiva a tope, ni el nivel educativo a secas, ni todos los aditivos añadidos pueden suplir lo que no existe: al hombre/mujer completo/a que ha logrado descifrarse así mismo en el otro  y viceversa.

                                                  
Es, justo, este proceso el hervor que le falta al ego y a su sistema para salir del pozo sin fondo donde se encuentra aún como Tántalo o como Sísifo, atado a la fatalidad que sólo él mismo provoca en un círculo vicioso y que sólo él mismo puede deshacer si madura y está dispuesto a sacrificar las inercias del ego tanto en su manifestación personal como colectiva en forma de ideologías, creencias, partidos, patrias, poder, posesiones, placer, y dinero. Todo un lote completito que aparentemente es la panacea, pero que en realidad es la causa de nuestras mayores desgracias. Porque se sustenta y retroalimenta con un egoísmo feroz que hemos traducido como valores en una aberrante concepción de la existencia. Nada de esto es "malo", solo pobre y raquítico porque está desalmado. Sin amor todo se devalúa.  Y el amor está mucho más cerca de Einstein, Mandela, Dante, Gandhi, Ramón y Cajal, María Montessori, Vicente Ferrer o Kant, que de Hollywood y sus historietas para Meg Ryan y Brad Pitt.

Sólo hay que 'sacrificar' los viejos catecismos sociales, conductuales,, mentales e ideológicos que ya no sirven. En realidad sacrificar algo no es un sufrimiento ni una castración frustrante, simplemente es un trueque psicoemotivo en el que se deja algo de menor interés y valía para conseguir algo más interesante y valioso. O sea, en este caso sacrificar el ego, es hacerlo evolucionar hacia el Yo superior, el adulto con-sciente, cuya realización ya no es el poder, el placer y el pánico a perder placer y poder, cuando ni siquiera son ilimitados, mientras la sustancia del ser humano, sí lo es, por eso no se sacia nunca mientras está encadenada al dichoso ego. Aquí hemos llegado a la identidad real. La que ya no se "aloja" en el sistema límbico del inconsciente, en las pulsiones y el mundo onírico, lo ilusorio y lo "fantástico" de bajísimo nivel, o maya, como le llaman los orientales o el hombre viejo como lo define Pablo de Tarso. El mundo de lo aparente como escalón primario hacia el mundo de lo real, sino en el córtex cerebral. La identidad ya pertenece al alma y a la conciencia  que son las vías abiertas al mar interior, al motor solidario y cósmico del espíritu, al mismo tiempo personal y colectivo, que nada tiene que ver con religión alguna, pero cuya manifestación sintomática definitoria e inconfundible es la transparencia del bien común. Eso que Kant llamó imperativo categórico.  

Es ese nuevo territorio de reciente creación donde poco a poco se han ido transformando las rigideces bamboleantes y testarudas de la personalidad en la segura flexibilidad innovadora de la individualidad. Ahí sí que podemos decir que hemos descubierto por fin la identidad que procede del ser esencial y no del paripé operativo de lo contingente como sucede con la personalidad. Ésta, queriendo aparecer como original y haciendo todo lo posible por hacerse notar y destacar como especial, masifica, aliena, nos confunde en una masa que pretende lo mismo, como afirma Ortega y Gasset, cuando dice que la característica de la masa es que todos sus componentes pretenden ser especiales, lo que les hace comportarse como fatuos e insolidarios, estériles para la creación y vivir mimetizando lo que hace propia la masa que les abduce creyendo ser libres y muy originales porque adquieren objetos o estatus que otros no tienen. 
 Mientras la individualidad surge de la fusión de las almas en el bien común, un estado que ya no necesita al ego porque en sí mismo es consciencia de sí y de todos. Un estado de vigilia interior sin tensión, feliz aún en medio de embrollos y dificultades, abierto a canalizar las corrientes del universo, y por lo tanto disponible para crear y producir lo nuevo, lo que se necesita para avanzar en cada etapa. A estos individuos, como se les considera excepcionales por el 90% de los humanos, se les llama "genios", cuando realmente sólo son seres como todos, pero liberados de la tiranía borreguil e inmadura del ego y por ello tienen visión de conjunto, se adelantan a los acontecimientos, ven sencillamente el significado completo de las cosas y no sólo sus destellos inestables y proyectan en su presente el futuro de los demás que les miran como "inventores", "descubridores" , "artistas", "místicos" ,"vanguardistas", "filósofos"  y "sabios", como si no fuesen de la misma condición que sus asombrados y autobloqueados congéneres. Un ejemplo próximo podría ser Ada Colau, que donde todos vieron desesperación, abusos, desorganización e injusticia, ella dijo Sí, se puede. Y ahí está la PAH. O la Marea Blanca de Madrid. O los vecinos de Gamonal. O las madres y abuelas de La Plaza de Mayo en Argentina. O La Ciudad de los Muchachos. O Ángel García y los Mensajeros de la Paz. O Enrique de Castro y Entrevías. Natalia Martínez  y Haití. Vicente Ferrer y la India. Victorias de la consciencia del alma sobre el primitivismo del ego.

El masificador ego de nuestra personalidad nos confunde y nos sumerge en la masa. La consciencia de nuestra individualidad nos funde el alma en el bien común y nos "reparte" en la solidaridad amorosa y creadora del espíritu. Ahí es donde de verdad los problemas se convierten en posibilidades y los obstáculos en masters utilísimos. Quienes viven en el ego interpretan esas "oportunidades" como ganancias materiales que les hagan ricos a costa de exprimir a quienes no pueden resolver esos problemas ni superar los obstáculos; quienes ya viven en la consciencia utilizan esas dificultades generales para dedicarse con más intensidad a la ayuda generosa y desinteresada hacia los que no tienen herramientas ni conocimientos ni medios para superar tales estados de precariedad. Los unos buscan su lucro personal y aunque se hagan ricos, siguen en la miseria íntima e infeliz prisioneros del poder, del tener, del placer y del  miedo. Los otros han encontrado la clave de su pentagrama íntimo y descubierto que el universo es la orquesta donde todos tocamos y esa melodía es la felicidad y la apertura a lo imprevisto, a lo ilimitado. Y, curiosamente, por ir ligeros de equipaje no llevan pesos encima. Pueden volar con el corazón y la mente mientras se ocupan del bien común que también incluye su propio bien.

El drama irreversible de este final de etapa es la  lucha atroz entre ese nuevo estado de plenitud resiliente  que emerge al elegir la vía de la bifurcación hacia lo nuevo, y que por ello 'amenaza' al sistema del ego simplemente con su modo imprevisible en un mundo donde todo está y quiere ser previsto (seguros para vivir, enfermar y morirse, medicina "preventiva", hipotecas a cuarenta años, oposiciones vitalicias, planes de ahorro y pensiones "porsiacaso", planes para "el futuro" que para más inri se destruye en el presente con ese afán de control acumulativo basado en el miedo, que a su vez bloquea y paraliza la creatividad), y aparece otro modo de hacer, pensar y decir opuesto a esa aparente identidad primaria en la que el ego se reafirma para no cambiar de ruta ni abandonar la entropía enferma y letal, que acabará, idefectiblemente y por agotamiento, con el propio sistema que la sostiene. 

Los nacionalismos excluyentes, los radicalismos dogmáticos e irrespetuosos, los fascismos económicos neoliberales con su apego ansioso al dinero como única identidad deseable, al estilo de Suiza, igual que  las revoluciones represivas, impositivas y castigadoras, las leyes totalitarias y dictatoriales, la cerrazón, la xenofobia, el racismo y el "patriotismo" incapaz de ver un hermano en el extranjero pobre o en el que piensa distinto o tiene otra cultura, son rasgos tan miserables y primitivos como el hacha de sílex y, como ella, están destinados a desaparecer en el océano inteligente y evolutivo de la humanidad que avanza hacia su desarrollo evolutivo y liberador de cadenas idiotas y sin valor real , aunque sean muy caras en el precio. 

                                    

El Planeta es de todos sus habitantes, lo quieran o no los computadores y máquinas con portafolios, móvil de última hornada y  smartphone como pareja de des-hecho. Pero, a pesar de toda su tecnología embrujadora, no  será un Planeta habitable y verdaderamente humano, ni la UE logrará salir del estercolero del euro-mejunje, si el dinero no deja de ser su principal alimento, y empiezan a serlo la fraternidad y el respeto, la cooperación, el trabajo en equipo, la empatía, los sentimientos compasivos, la solidaridad y el cariño de unos por otros, y  no haya que recurrir cada dos por tres a la Carta de Derechos Humanos para recordar que somos miembros de la misma familia; porque ahora mismo ni Suiza cerrando sus fronteras para conservar su identidad insolidaria basada en el pastón que evaden los chorizos del mundo entero a base de explotar al prójimo, ni España persiguiendo inmigrantes con lanchas y cuchillas en unas fronteras artificiales en otro continente, de las que ella misma se apropió en los tiempos nunca resueltos, sanados ni superados de los terminators Reyes Católicos (¡!), tienen y exhiben una identidad que no sea la vergüenza global por actitudes tan egoístas y repugnantes como obscenas e inhumanas. 

                                    

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