Cuidado: ¡la demagogia!
por Luis García Montero
Las fechorías de Miguel Blesa y su corte directiva en
Caja Madrid componen un espectáculo corrosivo sobre la ambición y la
ruindad humana. Pero también suponen una lección política. Vuelven a
conducirnos al debate sobre la legalidad y la legitimidad. Porque el
comportamiento de un poder mezquino, fundado en una estructura injusta,
convierte en inadmisibles no sólo las decisiones tomadas al margen de la
ley, sino muchas de las actuaciones legales.
Aunque uno ya no puede estar seguro de nada, me atrevo a decir que
está fuera de la ley vender a la gente, con plena conciencia del engaño,
un producto especulativo que implica la pérdida de sus ahorros. A eso
se dedicó Caja Madrid con la estafa de las preferentes, robando mucho
más dinero de lo que podría conseguir un ejército de chorizos con
navajas, picando carteras y asaltando comercios durante 30 años.
Pero lo verdaderamente espectacular al leer los correos cruzados
entre Miguel Blesa y sus directivos es asistir por dentro a la iniquidad
de unos movimientos legales destinados a autogarantizarse sueldos,
comisiones e indemnizaciones millonarias. De forma muy legal, se las
componen los señores del dinero para conseguir cantidades
desproporcionadas. Resulta deprimente el entramado de ambición y
avaricia con el que obtienen de la Comisión de Retribuciones de la
entidad una fortuna que, entre unas cosas y otras, asciende a los 71, 5
millones de euros. Si se compara con el salario de un trabajador normal y
con las indemnizaciones por despido que han consagrado las dos últimas
reformas laborales, resulta inevitable un escalofrío ante el estado de
la columna vertebral de la realidad. La explotación bárbara y la
desigualdad más hiriente forman parte de nuestra legislación.
Entre todos los correos, hay uno que me parece especialmente
significativo. El señor Sánchez Barcoj –así está el nivel del señorío en
la banca y la política española-, con intención de meter prisa y evitar
un retraso molesto en su botín, escribe a Miguel Blesa el 24 de
noviembre de 2006: “Si lo hacemos el año que viene se podría usar la
demagogia de que con las plusvalías de la cartera industrial el
presidente y su equipo se aseguran una jubilación dorada”. ¡Cuidado,
que viene la demagogia!
Sacar un dineral de las arcas de una entidad que se conduce a la
bancarrota, situarse a mil años luz de los ciudadanos, provocar una
quiebra que el dinero público tendrá que solucionar, es completamente
normal. Y quien no esté de acuerdo y proteste se transforma en un
demagogo. La escenificación en correos de este disparate nos da una
verdadera lección de política y sociología.
Los sueldos altísimos de los ejecutivos españoles en la banca y las
multinacionales se conciben como una muralla. Además de avaricia,
representan la necesidad de separar con la frontera tajante del dinero
el mundo del poder y la realidad de la población. Los ejecutivos,
gracias a su sueldo, viven en otra esfera y por eso no les debe temblar
la mano a la hora de explotar, estafar y despedir a la gente. El zapato
del gigante no duda al pisar la fila de unas pobres hormigas que se
afanan en acarrear un trozo de pan a su agujero. Un salario justo es el
factor democrático principal en el reparto de la riqueza producida por
una comunidad. Un salario injusto es la causa principal en la generación
de desigualdades y desequilibrios. El salario digno favorece el tejido
social. Los disparates salariales consagran la ruptura, se parecen mucho
a las alambradas con cuchillas que marcan una división cortante. Esa es
la política buscada, la consigna de esta pretendida recuperación
económica.
"En la tierra hay suficiente
para satisafacer las necesidades de todos,
pero no tanto como para satisfacer
la avaricia de algunos"
Mahatma Gandhi
"En la tierra hay suficiente
para satisafacer las necesidades de todos,
pero no tanto como para satisfacer
la avaricia de algunos"
Mahatma Gandhi
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