Hace unos días hemos recordado la muerte en territorio francés, por exilio de conciencia, de don Antonio Machado. Un poeta del alma. Un poeta. Porque sin alma no hay poesía, sino simple escritura, más o menos, versificada. Palabrería bonsai de laboratorio; y es que el alma es la matriz de la conciencia y tampoco es posible tener conciencia y no tener alma. Esto lo digo para poder enhilar el hecho consciente y el hecho poético. La coherencia entre la idea, el sentimiento y la praxis, que dan forma a la vida, lo mismo que la modelan las carencias de alma, de conciencia y de poesía. Ojo, para ser poeta, no es necesario escribir poesía, ni siquiera escribir nada. Basta con vivir plenamente con la conciencia despierta y el alma a la escucha sin prejuicios ni bloqueos dogmáticos. Era el caso de don Antonio.
Este poema, musicado y cantado por Serrat al final de los 60, es un código de señales para entender a Machado y porqué se tuvo que ir de España ante la angustia de un futuro dantesco para alma y conciencia. Para el hecho poético que es vivir con ellas en activo. Y porque un hombre de bien y de serena humanidad no es compatible con el infierno de la barbarie fratricida.
Machado denuncia, especialmente en este poema, la fractura cruel entre dos modos de entender la existencia. Con alma o sin ella, que nos convierten o bien en "mala gente que camina y va apestando la tierra" con su cerrazón, con su rigidez, con sus fronteras, con sus malos humores avinagrados, con sus caravanas de tristeza soberbias y melancólicas, borrachas de sombra negra, pedantes, distantes, juzgonas y frustradoras de los sueños y de la utopía, que son precisamente su especialidad, muertas en vida, o bien en gentes que danzan y juegan, que laboran como pueden sus cuatro palmos de tierra sin quitársela a nadie, una tierra variopinta: la tierra material y la tierra de la cultura, del conocimiento, de la educación, de la salud, de lo arte-sano, de la belleza que convive y del equilibrio que manufacturan el día a día cuando no se conoce la prisa ni aún en los días de fiesta, gente que va feliz cabalgando a lomos de mula vieja, sin echar de menos un último modelo de mula contaminadora del Planeta y que cuando llegan a un sitio no les importa no saber detalles, sino disfrutar de la llegada y del encuentro, que lo mismo valoran el vino de la taberna que un buen trago del agua fresca exquisita que acaba con la sed.
Está muy claro que Machado tuvo que irse de España cuando los pedantones al paño sin alma, sin conciencia y sin humanidad, zafios y de inteligencia castrada por la violencia y la venganza, cegados por el odio y el miedo a perder el chollo de siempre, se apoderaron de todas las tierras, cerraron las tabernas que no eran suyas, se apoderaron de los manantiales de agua fresca y de las mulas viejas camineras, para poner todo en venta al mejor postor y al compinche ideo-i-lógico.
Y ahora viene la pregunta del millón: Si hubiese ganado el bando contrario ¿habría habido piedad y miramientos con los pedantones al paño y perdón para los perdedores o tal vez don Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y tantos españoles poetas sin libro, se hubiesen tenido que exiliar igualmente en vista de lo mismo y si también hubiesen matado a Lorca, a Miguel Hernández, y al propio Machado y secuestrado a Unamuno por discrepar del vandalismo "político"? Es lo que cada vez parece más claro cuando en las manifestaciones contra la tiranía aparecen las mismas intenciones y la misma cerrazón en los reivindicadores que en los opresores, idéntico grado de atrofia ética y carencia de humanidad. Y lo más preocupante es que esas actitudes viscerales sean aplaudidas y compartidas por los gestores de esos partidos destructores de la política y de la democracia. La presión ciudadana sobre el abuso de la casta "política" (puro eufemismo, que en realidad de política solo tiene el nombre), es un derecho, no una anomalía.
Montemos una parábola para entender mejor. Podríamos decir que la necesidad de vestirnos para no pasar frío o calor y estar hermosamente presentables para los demás y para la propia autoestima, es un derecho político porque afecta al bienestar y a la dignidad de los politikoi (ciudadanos) que somos los integrantes de la Polis (ciudadanía-ciudad), pero, evidentemente, la mayoría de los ciudadanos no disponen de medios materiales ni de conocimiento profesional para confeccionar sus ropas, tienen que elegir a los profesionales de la costura que mejor conocen el oficio. Y así, seleccionan el sastre y la sastrería. Procuran que sean los que mejor oferta tengan en calidad y precio, y mejor traten a la clientela porque para eso les pagarán y de eso cobran los sastres y les conviene mejorar en todo para ser los elegidos por la mayoría de los ciudadanos.
Ahora entra en juego la responsabilidad del consumidor, del cliente, del votante. Uno va al sastre o bien a hacerse un traje cualquiera, le da igual con tal de ponerse algo encima. Deja que el sastre le elija el tejido, el color y le haga el modelo que le apetezca o más fácil le sea para confeccionar.
O bien uno va a la sastrería ya con una idea de lo que quiere, qué tejido y qué modelo, y se lo encarga al sastre con todo detalle. Es evidente que en el primer caso, todo dependerá de lo que el sastre decida y el cliente aceptará normalmente, porque no ha determinado su pedido de un modo concreto. En el segundo caso, todo dependerá de lo que el cliente encargue. Y el sastre será el ejecutor de los deseos del cliente. Esos dos casos ocurren en una democracia, que siempre es política. Todo lo que atañe a la ciudadanía lo es. Hasta el pasotismo es político porque afecta al funcionamiento de la Polis y a la calidad de vida de los ciudadanos, politikoi. El error de conceptos es llamar solo política a la gestión de partidos, o grupos ideológicos determinados, que derivará obviamente en una partidocracia, si no se evita por ética y cívica. O sea, sería un error llamar políticos sólo a los sastres, que son una parte del sistema de la indumentaria. Sin demanda de ropa no existiría su oficio. Luego, es el convencimiento social de los ciudadanos el que ha hecho del vestido una necesidad y por ello algunos ciudadanos han aprendido a fabricar textiles y confecciones, para servir el producto a sus conciudadanos. No por eso se hacen los amos de la ciudad, ni deciden lo que debe ponerse cada uno, sino que ellos están para hacer lo que les pidan a cambio de un salario, solamente, no de privilegios ni prebendas.
Y cuando el sastre elegido no trabaja bien y deriva en de-sastre general, se cambia de sastrería inmediatamente.
¿Qué nos está pasando ahora? Pues que nuestra conciencia ciudadana se ha despertado y ha crecido, ha dado el estirón que necesitaba para estar a la altura del momento antropodinámico de la especie. Y está haciendo una transición del modelo de cliente amorfo e indiferente, a cliente responsable y participativo en sus elecciones. Se ha dado cuenta de que si los sastres se han acostumbrado dese hace muchísimos años, y por inercia, a confeccionar a su aire y en serie por la falta de costumbre en los ciudadanos de pensar en sus necesidades y gustos estéticos; los sastrecillos espabilados están haciendo un sayo de las capas sociales y dando gato por liebre, usando los peores tejidos, las manufacturas más cutres y chapuceras y cobrando los modelitos a precio de oro cuando no superan en valor real el precio de la hojalata.
La consecuencia es que los sastres se han asustado cuando los clientes han empezado a elegir modelos nuevos para los que no existen patrones y tejidos de calidad, adecuados a lo que necesitan ahora. Y los sastres sólo disponen de un par de modelos únicos que por comodidad han repetido durante centurias. Los clientes, ya despiertos, se han mirado al espejo y se han visto hechos unas penas, con casacas y pelucones descoloridos y mohosos del siglo XVIII o con levitas, capas, chisteras y polisones del siglo XIX. Los más atrevidos y vanguardistas, con modelos años 20 y 30 del siglo XX. Todo ello apestando a alcanfor y a productos antipolillas. Y ya no pasan una. De tal modo, que ante el desconcierto e incluso la furia de los sastres, han decidido dar rienda suelta a la creatividad y como en el Neolítico, inventar el arado, la fragua y la rueda del siglo XXI. Los sastres están que muerden, no saben qué hacer. Los ciudadanos les están sugiriendo, y ya exigiendo, que escuchen, sean humildes, sensatos y comprendan que los tiempos han cambiado y la indumentaria también, para hacer frente a los cambios climáticos de la coyuntura. Que ya no vale lo rutinario, sino que se trata de estar despiertos para poder inventar modelos cada día, porque cada día hay cambios irreversibles y que eso os sastres no lo pueden hacer solos porque se desfasan y se salen de tiesto si no tienen contacto constante con los clientes que son los auténticos termómetros y barómetros medidores de la realidad cotidiana, que es la que acusa los cambios en vivo y en directo, y que por eso deben preguntarles, consultarles y escuchar cuáles son sus necesidades,peticiones, recomendaciones y sugerencias. Y que no puede ser que el negocio de la sastrería sea el que decida la vida, la economía y los derechos de los clientes-ciudadanos. Fin de la parábola.
Montemos una parábola para entender mejor. Podríamos decir que la necesidad de vestirnos para no pasar frío o calor y estar hermosamente presentables para los demás y para la propia autoestima, es un derecho político porque afecta al bienestar y a la dignidad de los politikoi (ciudadanos) que somos los integrantes de la Polis (ciudadanía-ciudad), pero, evidentemente, la mayoría de los ciudadanos no disponen de medios materiales ni de conocimiento profesional para confeccionar sus ropas, tienen que elegir a los profesionales de la costura que mejor conocen el oficio. Y así, seleccionan el sastre y la sastrería. Procuran que sean los que mejor oferta tengan en calidad y precio, y mejor traten a la clientela porque para eso les pagarán y de eso cobran los sastres y les conviene mejorar en todo para ser los elegidos por la mayoría de los ciudadanos.
Ahora entra en juego la responsabilidad del consumidor, del cliente, del votante. Uno va al sastre o bien a hacerse un traje cualquiera, le da igual con tal de ponerse algo encima. Deja que el sastre le elija el tejido, el color y le haga el modelo que le apetezca o más fácil le sea para confeccionar.
O bien uno va a la sastrería ya con una idea de lo que quiere, qué tejido y qué modelo, y se lo encarga al sastre con todo detalle. Es evidente que en el primer caso, todo dependerá de lo que el sastre decida y el cliente aceptará normalmente, porque no ha determinado su pedido de un modo concreto. En el segundo caso, todo dependerá de lo que el cliente encargue. Y el sastre será el ejecutor de los deseos del cliente. Esos dos casos ocurren en una democracia, que siempre es política. Todo lo que atañe a la ciudadanía lo es. Hasta el pasotismo es político porque afecta al funcionamiento de la Polis y a la calidad de vida de los ciudadanos, politikoi. El error de conceptos es llamar solo política a la gestión de partidos, o grupos ideológicos determinados, que derivará obviamente en una partidocracia, si no se evita por ética y cívica. O sea, sería un error llamar políticos sólo a los sastres, que son una parte del sistema de la indumentaria. Sin demanda de ropa no existiría su oficio. Luego, es el convencimiento social de los ciudadanos el que ha hecho del vestido una necesidad y por ello algunos ciudadanos han aprendido a fabricar textiles y confecciones, para servir el producto a sus conciudadanos. No por eso se hacen los amos de la ciudad, ni deciden lo que debe ponerse cada uno, sino que ellos están para hacer lo que les pidan a cambio de un salario, solamente, no de privilegios ni prebendas.
Y cuando el sastre elegido no trabaja bien y deriva en de-sastre general, se cambia de sastrería inmediatamente.
¿Qué nos está pasando ahora? Pues que nuestra conciencia ciudadana se ha despertado y ha crecido, ha dado el estirón que necesitaba para estar a la altura del momento antropodinámico de la especie. Y está haciendo una transición del modelo de cliente amorfo e indiferente, a cliente responsable y participativo en sus elecciones. Se ha dado cuenta de que si los sastres se han acostumbrado dese hace muchísimos años, y por inercia, a confeccionar a su aire y en serie por la falta de costumbre en los ciudadanos de pensar en sus necesidades y gustos estéticos; los sastrecillos espabilados están haciendo un sayo de las capas sociales y dando gato por liebre, usando los peores tejidos, las manufacturas más cutres y chapuceras y cobrando los modelitos a precio de oro cuando no superan en valor real el precio de la hojalata.
La consecuencia es que los sastres se han asustado cuando los clientes han empezado a elegir modelos nuevos para los que no existen patrones y tejidos de calidad, adecuados a lo que necesitan ahora. Y los sastres sólo disponen de un par de modelos únicos que por comodidad han repetido durante centurias. Los clientes, ya despiertos, se han mirado al espejo y se han visto hechos unas penas, con casacas y pelucones descoloridos y mohosos del siglo XVIII o con levitas, capas, chisteras y polisones del siglo XIX. Los más atrevidos y vanguardistas, con modelos años 20 y 30 del siglo XX. Todo ello apestando a alcanfor y a productos antipolillas. Y ya no pasan una. De tal modo, que ante el desconcierto e incluso la furia de los sastres, han decidido dar rienda suelta a la creatividad y como en el Neolítico, inventar el arado, la fragua y la rueda del siglo XXI. Los sastres están que muerden, no saben qué hacer. Los ciudadanos les están sugiriendo, y ya exigiendo, que escuchen, sean humildes, sensatos y comprendan que los tiempos han cambiado y la indumentaria también, para hacer frente a los cambios climáticos de la coyuntura. Que ya no vale lo rutinario, sino que se trata de estar despiertos para poder inventar modelos cada día, porque cada día hay cambios irreversibles y que eso os sastres no lo pueden hacer solos porque se desfasan y se salen de tiesto si no tienen contacto constante con los clientes que son los auténticos termómetros y barómetros medidores de la realidad cotidiana, que es la que acusa los cambios en vivo y en directo, y que por eso deben preguntarles, consultarles y escuchar cuáles son sus necesidades,peticiones, recomendaciones y sugerencias. Y que no puede ser que el negocio de la sastrería sea el que decida la vida, la economía y los derechos de los clientes-ciudadanos. Fin de la parábola.
¿Es lógico que los gestores políticos por delegación hagan lo que les dé la gana con el presente y el futuro de millones de personas que les han elegido y les pagan para gestionar el bien común , como si fuesen sacos de patatas? ¿Es lógica la arrogancia y la falta de escucha de un mandado a sueldo para que gestione los asuntos de todos y se comporte como si el país fuese su cortijo? ¿Es lógico, por ejemplo, que los parlamentarios, el gobierno y el jefe del Estado tan interesados en que España se "recupere" no renuncien por decreto a la mitad de sus macrosueldos, a los coches oficiales, etc, etc, para poder compensar los recortes y degradación de los servicios públicos, y por simple solidaridad coherente con sus responsabilidades? ¿Cómo es posible que, con esa indiferencia y ese cinismo que supone cobrar por no hacer nada que resuelva lo que hay, todavía se escandalicen y nos llamen "antisistema" cuando exigimos justicia y atención o decidimos hacer por nuestra cuenta, en iniciativas populares, lo que ellos no quieren, no saben o no se atreven a hacer para cumplir con el deber de su función representativa?
Si don Antonio Machado, don Miguel de Unamuno, don Federico García Lorca o don Miguel Hernández estuviesen aquí y ahora, estarían parando desahucios, negociando alquileres sociales y daciones en pago, apuntados a las mareas cívicas, trabajando en las constituents de Cataluña o de Euskadi, parando las excavadoras en Burgos, con ingenio, creatividad y acciones noviolentas, denunciando en los tribunales, en libros y revistas, en los medios de prensa y en la escuela, en la universidad, en el teatro y en los barrios, en calles y plazas, los malos tratos y la crueldad con los desvalidos y con los inmigrantes, con acciones poéticamente tan contundentes como bellas estarían consiguiendo la cooperación de las grandes superficies comerciales en los bancos de alimentos y de material escolar, sin tener que jugar a la demagogia analfabeta y degradante estilo El Tempranillo y también entendiendo la importancia del mensaje de Jordi Évole en el Salvados del 23 -F, con la firma de McLuhan: el medio es el mensaje.
Claro que , ellos eran gentes de luz que danzaban y jugaban con vida e ingenio, con el alma y la conciencia, y laboraban sus muchos palmos de tierra sin fronteras para compartir la cosecha con todos, sin excepción, y para que todos descubriesen su parcela íntima, su lugar social imprescindible de ciudadanos del mundo grande y pequeño. Sí, lo harían. Hasta con las malas gentes que apestan la tierra porque viven en las cloacas del entendimiento, no conocen más alimento que el estiércol de la codicia, la soberbia y el miedo. Y no merecen odio ni combate violento, ni insultos que nos coloquen en el mismo rasero que ellos, sino la fuerza solidaria e inexpugnable de la insumisión de la belleza, que es la Justicia, ante la estupidez cenutria de la barbarie cegada por el ansia de poder.
Claro que , ellos eran gentes de luz que danzaban y jugaban con vida e ingenio, con el alma y la conciencia, y laboraban sus muchos palmos de tierra sin fronteras para compartir la cosecha con todos, sin excepción, y para que todos descubriesen su parcela íntima, su lugar social imprescindible de ciudadanos del mundo grande y pequeño. Sí, lo harían. Hasta con las malas gentes que apestan la tierra porque viven en las cloacas del entendimiento, no conocen más alimento que el estiércol de la codicia, la soberbia y el miedo. Y no merecen odio ni combate violento, ni insultos que nos coloquen en el mismo rasero que ellos, sino la fuerza solidaria e inexpugnable de la insumisión de la belleza, que es la Justicia, ante la estupidez cenutria de la barbarie cegada por el ansia de poder.
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