Rajoy, operación salida
por Luis García Montero
Por eso me parece muy significativo que la intervención de hoy se haya programado en el gran día de la operación salida. El 1 de agosto puede concebirse como una oportunidad de enmascaramiento. La mayor parte del país sale de vacaciones, las carreteras se llenan de coches, los corazones de maletas y de paseos por la playa. Todo eso es verdad. Pero en este caso lo que se ha puesto en marcha hoy, por debajo de la máscara, es la operación salida del propio Rajoy, su viaje al exterior de la política española.
Lleva el coche muy cargado. No cabe ni un bulto más, ni un maletín, ni un pasajero. Tiene que buscarle sitio a Bárcenas y su mujer, a la señora Cospedal y su marido, a la señora Mato y su marido, a Cascos y Esperanza, a Trillo y Arenas, al expresidente Aznar y a todos los invitados de la boda de su hija. Aunque el coche es grande y de lujo, no hay sitio para tanto pasajero. Los chivos expiatorios suelen ser buenos alimentos para la máscara porque sirven de cortafuegos. Pero en este caso no hay cortafuegos o chivo expiatorio que no sirvan para alimentar la hoguera en la que se quema Rajoy. Todos esos nombres desembocan en él. Las famosas polémicas internas del PP sólo han sido una pelea doméstica. Lo que estaba en juego es quién controlaba el dinero de las tramas. Se busque por donde se busque, Rajoy está en medio.
La carretera está atascada, muy atascada. La fórmula voy a hablar de “lo que de verdad interesa a los españoles” es una parte sustanciosa de la máscara. Para no hablar de la corrupción en las cuentas de su partido, viene bien tratar sobre las víctimas del accidente ferroviario, la solidaridad de los españoles, el paro, el déficit, la crisis y los asuntos fuertes de la economía española. Pero la experiencia real del empobrecimiento de los ciudadanos es tan dura, la degradación de su vida es tan clara, que no hay un estado de ánimo apropiado para aceptar manipulaciones, mentiras y miedos. Decir que el caso Bárcenas es un malentendido o que la oposición es un conjunto de prejuicios y malos pensamientos, o entretenerse en reflexiones constitucionales sobre una posible moción de censura, es tan ridículo como hablar de brotes verdes y de buenos indicios. La herida de la marca España no es responsabilidad de quién denuncia una estafa sino de quien la comete. Somos por culpa del PP una vergüenza internacional. Y las medidas de regeneración y transparencia son espuma negra en la boca del turbio.
De nada vale empezar a pecho descubierto diciendo que se va a hablar del caso Bárcenas si luego no se ofrece ninguna explicación creíble sobre la corrupción en la que se ha fundado la cúpula del PP a través de su tesorero durante 20 años. No basta con decir me equivoqué (para ser rey por un día) y después no asumir responsabilidades y no dimitir. No basta con decir ahora sé que Bárcenas no merecía mi confianza, después de años de trabajo conjunto, decisiones inevitablemente compartidas e intentos de enmascaramiento. Y de nada sirven los aplausos fervorosos y constantes de los diputados del PP. Eso sólo es síntoma de su falta de escrúpulos, de su deseo de flotar. Si mañana necesitan quitarse de encima a Rajoy para seguir flotando, se lo quitarán. Y lo van a necesitar más pronto que tarde. Los compañeros de viaje, presionados por sus propios votantes y su supervivencia, ya están pensando en buscar otra vía de servicio.
Si todo se reduce al me equivoqué y han traicionado mi confianza, ¿cómo se explica una trama general de donaciones, obras concedidas, cargos públicos, cuentas corrientes, entorpecimientos a la justicia, chantajes, sueldos, despachos y mentiras? El entusiasmo parlamentario sólo encubre aquí un patetismo insoportable. Las citas a Rubalcaba, para sugerir la idea de que los dos partidos deben salvarse juntos, han sido un golpe de efecto previsible e inútil, una versión camuflada del tú más que yo y vamos a salvarnos juntos.
Rajoy está marcado, pillado, tocado. No le vale ni una intervención brillante en la cámara. Tiene la máscara pegada a la piel, se ha convertido en una camisa de fuerza. Que no se vaya todavía sólo es un indicio de que al PP le importa más su futuro que la realidad española.
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