sábado, 3 de agosto de 2013

El dilema ético

El dilema ético es una asignatura pendiente que las sociedades humanas no acaban de resolver mientras intentan disolverlo para que no deje ni rastro ni se note, y así el "desarrollo" y el "crecimiento" entendidos como depredación de la vida y la dignidad humanas y del planeta que las sustenta y acoge, se extienda desde la estratosfera y el espacio circundante, hasta el magma terrestre sin ningún problema, desde las zonas abisales marinas hasta las cumbres más altas de nuestras cordilleras. Pasando por llanuras, valles, desiertos, selvas y bosques, taigas y tundras, polos, trópicos y ecuador. Un pastelón de atlas geográfico universal, de planisferio monísimo a disposición de los especuladores sin entrañas ni inteligencia real, que se puede infectar impunemente, esquilmar y destruir, pensando, para más inri, en estar descubriendo el "estado de bienestar" que enmascara el verdadero estado de "mal sufrir y penar" en el que de verdad está inmerso el 99'99% de la humanidad. El 1% restante ya sabemos quienes se lo han autoadjudicado. Sólo hay que echar un vistazo alrededor.

¿Qué es el dilema ético? Pues la pregunta del millón para nuestro verdadero desarrollo y crecimiento integral. O sea, para nuestro estado de plenitud y de felicidad, que en el fondo es lo que se busca detrás de los deseos insaciables, de la pelafiliosis crónica, de la filocracia idiopática, de la ambición desatada en todas las latitudes y longitudes, y de la falta de todo escrúpulo disfrazada de imperativo vital. De "estado de necesidad" "legítimo" más propio del cerebro dinosáurico y reptiliano que del cerebro humano superior, que palpita aún timidamente con minoría casi absoluta, en el córtex de nuestro encefalograma que no acaba de arrancar hacia su verdadera finalidad siempre cambiante y en evolución, afortunadamente. 
O yo o los otros. O los otros o yo.  El infierno son los otros, decía J. Paul Sartre, renovando la terrorífica visión antropológica de Hobbes en el homo lupus homini (el hombres es un lobo para el hombre) que necesita la tiranía del Estado absoluto para frenar su animalidad, como si el Estado absoluto no lo compusiesen los mismo lobos hipotéticos... Y les coronaron como filósofos extraordinarios igual que a Nietzsche cuya visión antropocéntrica más bien se enredó en explosión egocéntrica hasta llegar a inspirar las bases del nazismo; total, no cuesta nada pasar de un egocentrismo personalizado y narciso irredento a un etnocentrismo general, publicitario y contagioso; de ahí al exterminio del "otro" como peligrosamente distinto y "enemigo" de mis intereses no hay distancia alguna que separe las partes pochas del todo corrompido desde los inicios de un miserable "sí mismo" lobuno, según el amigo Hobbes y, para recolmo, percibido como único "dios" inspirador de la cotarreidad humanoide. Como demiurgo íntimo de todas las desgracias que se derivarán del evento egocéntrico como sistema desregulador de la psiquis humana, que acabará mutilando la definición aristotélica y cambiándola a mucho peor: el hombre como zoon politikón, o sea como animal capaz de socializarse y cooperar con lo común (polis), desaparece para convertirse simplemente en animal pensante en lo único: en la imposible satisfacción de un ego enfermo de sí mismo. En el Mono desnudo de Desmond Morris.

Y desde luego el discurso de la degradación tiene una lógica dialéctica aplastante: si mi "yo" tiene que desarrollarse convertido en "superyo" lo "normal" es que el "yo" de los otros sea el infierno para mi "yo" unívoco y egosáurico, pues ellos poseen a su vez sus "yoes" unívocos y egosáuricos que se enfrentarán constantemente conmigo. O sea que los otros me estorban. Y doy por sentado, que igualmente yo soy un incordio para ellos. Así, como recurso imprescindible, tomo conciencia de mi bestialidad simiesca que me permitirá poner mi mente pensante al servicio de mi animalidad, de mis instintos, de mis tendencias más salvajes y más "sanas" por la "naturalidad" espontánea e "inocente" que es lo más perentorio y directo que reconozco como "yo mismo".

En tales bajuras de percepción está claro que el dilema moral ni siquiera se plantea. Es absurdo y más propio de locos, que un dilema para nadie. Como un ciego o un sordo de nacimiento no pueden concebir el concepto "color" ni "sonido". Ni pueden percibir lo uno ni lo otro. ¿Qué forma tiene, entonces, la evolución de la especie para sacarnos del merder de nuestra animalización protohumana?: El problema. El "mal". El "daño". La enfermedad. En ese estado degradado y degradante, el problema que creamos con nuestro estropicio antropológico intentando retrasar las agujas inalterables del reloj evolutivo, cuyos tiempos no son medibles en cantidad sino en cualidad esencial.

Sólo el problema permite que podamos elegir la opción de parar, y que así podamos -si queremos- recapitular, cambiar de vía y de valores, que irán naciendo espontáneamente en la nueva adaptación al medio, en la creación de nuevos "órganos", métodos, sistemas y realidades que permitan comprender y asimilar la nueva e imprescindible recreación.
Ese órgano fundamental, sine qua non, es la consciencia superior, la que nos permite ver más lejos y más cerca en el mismo "vistazo" interior que se refleja sobre el exterior hasta unificar el paisaje con una pedagogía de lo sutil, que hasta ahora tanto el zoon politikón de Aristóteles como el lobo de Hobbes, como el mono desnudo de Morris y el superhombre de Nietzsche, no habían podido descubrir ni disfrutar.

Y es ahora, en este punto, cuando movimientos como el 15M, los noviolentos, los constructores de la paz y de la justicia, los solidarios de verdad, los bienaventurados, los que trascienden, pierden el miedo a bajar a los infiernos desde la luz y se hacen uno con la masa como la levadura, la sal y el aliño, sin ínfulas ni ganas de poder y mandar sobre los demás, que son capaces de hacer brotar el espíritu en la materia y materializar el espíritu en acciones éticas y nobles a favor del bien común y en deterioro del egocentrismo, -haciendo realidad masivamente los mensajes orientativos de los grandes maestros de todos los tiempos- comienzan a ser una fuerza imparable, que está cooperando cuántica y cualitativamente, en el proceso de bifurcación descubierto y expuesto por el Nobel de Física Ilya Prygogine. Experimentado por los verdaderos científicos, sabios y místicos de toda la historia humana.
Para esta realidad que está apareciendo e el mapa humano, es perfecta la metáfora de los Reyes Magos. Varias corrientes de evolución humana están "viendo" y sobre todo experimentando "la estrella", el cuerpo nuevo que atraviesa los cielos de la consciencia y siguiéndolo, abandonando la seguridad de sus "reinos" se encuentran en el camino y ¿qué encuentran en su búsqueda?: un recién nacido. Un tiempo nuevo. El germen de una humanidad muy distinta. En la que el dilema ético dejará de ser dilema, para convertirse en realidad diaria. En el imperativo categórico que definió Inmanuel Kant: Obra de tal manera que tu conducta se pueda convertir en ley universal. En servidora del bien de todos, sean como sean. Pero no cómplice de sus trampas oscuras. Sino como signo del bien común. Es decir, descubre desde dentro quién eres más allá de tu animalidad compulsiva, de tus miedos ancestrales que te obligan a vivir en una trinchera dogmática ya sea social, económica, religiosa, ideológica o política o institucional, étnica o cultural.

Mientras este avance evolutivo esté en minoría y a ralentí entre los españoles, tendremos encima la lacra que nos tortura. Y el dilema ético que no atinamos a resolver porque creemos que el único problema serio es culpa "del otro", del distinto. Y no es así. Necesitamos con urgencia atender al dilema ético, aprender su lección, considerar que con una talla 50 no se puede usar una talla 38 y que con una 38 tampoco nos sirve la 50. En unas cosas debemos menguar: en prepotencia, en ignorancia, en soberbia, en vanidad, en rabia fácil y evanescente, ineficaz, en pensamientos negativos de "listillos", en la chulería del cínico que la confunde con la "transparencia", con la sinceridad y hasta con la autoridad, en la prisa por ganar pisoteando al otro y en el garrulismo, que es el resultado final del desastre completo.
Sin embargo, en otras cosas debemos crecer, como en la decencia individual, en la honestidad personal y social, en la modestia, en la escucha, en la calma, en el bien hacer privado, cuando nadie nos ve ni nos valora, hasta en el pensamiento, aprendiendo a detectar las trampas que nos tendemos a nosotros mismos con la mentira y el ninguneo de una realidad inaceptada, con la manía de comparase con los otros, que es de donde nace la envidia, la rivalidad, el competir por competir, la manía de controlar a los otros en vez de hacerlo con el ego propio y la parálisis del crecimiento personal y social, que terminará por ser el problema que nos aplastará definitivamente una vez y otra, si no hay aprendizaje y cambio; necesitamos la empatía no como herramienta de manipulación, sino como lazo de amor con los demás. Porque resulta que "amor" es mucho más que el derecho a roce sexual, que dependencia enfermiza de dominio o esclavitud. Por eso las parejas se rompen; no porque "se acaba el amor", sino sólo porque se acaba el juego de la manipulación alienante disfrazada de romanticismo erótico, en cuanto uno de los dos o los dos, descubren la estupidez en la que viven y lo que se están perdiendo por no crecer. O porque piensan erróneamente que la felicidad depende de lo que a uno le dan y no de lo que uno tiene dentro y es capaz de ofrecer a cambio de nada.
La misma dinámica de ese proceso es aplicable a la realidad social. Una sociedad está condenada a la miseria cuando una mayoría de sus miembros son miserables y se comportan como miserables con toda normalidad, hasta conseguir que la gobiernen miserables, de los que no se podrá liberar hasta que su consciencia individual y colectiva, mayoritaria, no dé lugar al pillaje ni al abuso. O sea que una sociedad de pícaros y de primitivos sólo encontrará gobernantes a su medida porque los produce ella misma.

Quizás pueda cambiar España cuando programas como "Sálvame", "El Gran Debate"o "La Sexta noche" se dediquen a hacer debates verdaderos y dignos de tener en cuenta, sobre el dilema ético en todas la facetas de la vida, con el aprendizaje de la escucha y la reflexión y no como un gallinero en el que nunca queda en pie ni una sola idea coherente porque las gallinas y gallos no piensan. Sólo cacarean, picotean caprichosmente o se atacan entre ellos para arrebatarse el poder cacareante y gritón y su glamour sobre las masa gallinista. Sin ética no hay paraíso. Y sin ella hasta el cuerpo más hermoso se convierte en insuficiente y vulgar. En aburrimiento y hastío después del festín que harta y empacha pero nunca sacia. Y al final sólo queda el vacío en su peor acepción. Como pozo negro que se traga las aguas fecales de la animalidad voluntaria y miserable. Sin más horizonte y futuro que un aburrimiento devastador, bulímico y mortal de necesidad.

Cuando esas carnicerías y despieces virtuales nos repugnen como espectáculo, como trabajo, como diversión y como negocio, y las reconozcamos como lo que son: patologías, seguramente no votaremos lo que se vota ahora y si a pesar de todo nos timase cualquier gobierno filibustero camuflado de meapilas, como el actual, ese tal enjuague  no duraría ni un mes, porque la ciudadanía, la justicia, la Jefatura del Estado, el Tribunal Constitucional y el Parlamento, que serían la misma esencia ética, le harían la vida imposible hasta dimitir en pleno.
Aunque si el cambio es real y práctico, ese gobierno de estafadores que comercian y se benefician con la estafa mundial combinada con la local, nunca sería posible en un país como mandan la conciencia y la ética, hijas y madres del amor; la mejor evidencia y prueba del nueve infalible, de que el hombre y la mujer son divinos cuando crecen hacia dentro y hacia arriba, sin el límite de entretenerse hacia fuera y hacia abajo como único objetivo vital.

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