Los protagonistas de la pesadilla
por Luis García Montero
El pensamiento democrático y social necesita intervenir
ante la injusticia. Renunciar a una toma de postura supone tanto como
olvidarse de su voluntad: participar en la construcción de un mundo
equilibrado, decente y libre. No basta con detectar el mal. Es
inevitable también el deseo de actuación, la toma de medidas inmediatas
para defender a las víctimas y convertir lo justo en realidad legal y la
injusticia en castigo para el responsable. La parálisis representa una
cancelación del pensamiento democrático. Vivir sin ley es aceptar el
imperio de los poderes ilegítimos.
Pero el pensamiento democrático necesita actuar con una orientación
ética en los conflictos tanto por lo que se refiere a los valores
defendidos como por lo que afecta a los procedimientos. Esto no
significa que la realidad sea transparente o que las decisiones puedan
valorarse de forma tajante entre el bien y el mal, sin tener en cuenta
los matices y las contradicciones. Casi nunca han existido las historias
de los buenos y los malos, pero casi siempre han existido
enfrentamientos entre víctimas y verdugos. La decisión correcta para un
pensamiento democrático implica el deseo de ponerse de parte de las
víctimas, detener los abusos y facilitar un mundo más justo. En este
sentido siempre ha resultado importante saber con quién ir en un
conflicto.
Como español, a cuestas con la historia de nuestra guerra civil,
estoy acostumbrado a definirme ante los matices y la parálisis de la
equidistancia. Nunca he pretendido negar que en los dos bandos se
cometieran injusticias. Una guerra es el caldo de cultivo de la
injusticia misma. Pero tampoco he estado dispuesto a aceptar las
equidistancias. No puede confundirse una España republicana, legal y de
proyectos justos con un bando de golpistas decididos a imponer la
injusticia a través del crimen sistemático. Siempre he sabido con quién
ir.
La grave de la situación actual del mundo árabe es que muchos
ciudadanos, que no podemos limitarnos a ser observadores distantes ante
el horror, estamos obligados a tomar decisiones íntimas sin saber con
quién ir. Si miramos hacia Egipto, vemos el enfrentamiento entre unos
militares golpistas y uno proceso cada vez más radical de
fundamentalismo islámico. Aquí resultan complicados los matices. Los dos
bandos son indeseables. Los militares egipcios forman uno de los
ejércitos más corruptos y represivos del mundo y los Hermanos Musulmanes
han traicionado gran parte del espíritu de la primavera árabe al
olvidarse en el gobierno de las reformas sociales y al aprovechar una
mayoría electoral limitada para islamizar la política del país. El
diálogo entre culturas no puede pedirle al pensamiento democrático que
renuncie a valores fundamentales como la igualdad entre hombres y
mujeres o la defensa de la libertad de conciencia en un Estado laico.
Lo mismo ocurre en Siria. Un régimen basado en el terror más
sanguinario se defiende de una oposición antidemocrática y
fundamentalista. ¿Qué hacer en estos tiempos de guerra? Creo que pensar
en nuestro comportamiento durante los años de paz.
No quiero escurrir el bulto. Aunque esté conmovido por la matanza y
por la larga historia de los Asad, no soy partidario de una intervención
militar hipócrita. Ni confío en la solución bélica de los conflictos,
ni me parece que la actuación norteamericana pretenda acabar con Bachar
el Asad y con su maquinaria de muerte. No detendrá la masacre. Sólo
servirá para recordarle al aliado Bachar el Asad que sus crímenes
serán respetados mientras no le lleve la contraria al presidente de los
EE.UU. Se castigará que haya violado la línea roja de las armas
químicas impuesta por Obama, pero no que haya matado, torturado y
reprimido a su población durante años. Eso está permitido para los
aliados. Por eso se intenta al mismo tiempo castigar y asegurar su
permanencia.
¿Qué se ha hecho en los tiempos de paz? ¿Es aceptable considerar
aliados a los tiranos de Egipto, Siria o Arabia Saudí? ¿Por qué se ha
favorecido el surgimiento de un huracán fundamentalista? ¿Qué tipo de
legalidad internacional nos gobierna? ¿Por qué un país o una
organización militar puede tomar decisiones al margen de la ONU? ¿Por
qué esta ONU no sirve para nada? ¿No supone este una forma de
cancelación?
Son muchas preguntas. Me las hago porque creo que la voluntad de
actuación del pensamiento democrático necesita encaminarse a buscar sus
respuestas en los tiempos de paz. El debate no se limita a la
intervención en Siria. Afecta a una situación más profunda, a una
realidad fabricada con la lógica de las pesadillas sin salida. Nos
conmovemos ante el sufrimiento humano, pero no tenemos con quién ir.
Hemos colocado a la política internacional en una situación trágica, no
sólo porque haya dolor, sino porque así no hay soluciones.
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