He soñado muchas veces (y usted también, no lo niegue) con un mundo
sin cobertura, sin redes ni ataduras, un Shangri. La pretecnológico,
bucólica utopía en la que ni usted ni yo no viviríamos más de unas
semanas, un tiempo insuficiente para quitarnos el mono de encima, el
síndrome de abstinencia digital. “De perdidos…Alpuente” es el lema que
campea en mi escudo heráldico (Puente de plata en campo de gules). Fiel
al axioma he decidido, casi voluntariamente, dejarme espiar. Espíenme
cuanto quieran, la mayor parte de lo que maquino suelo ponerlo por
escrito y publicarlo, y en cuanto a mis conversaciones telefónicas,
escuchen a placer, ese placer que llaman del masoquismo. Si quieren
transparencia, aquí la tienen a su completa disposición, o casi porque
cuando conspiro suelo utilizar el boca a oreja o los “pizzini”, esos
papelillos manuscritos con los que se comunican los capos mafiosos para
no dejar huella. Si quieren espiarme tendrán que movilizarse, no les
bastará con sentarse delante de una pantalla y teclear mi nombre. Les
deseo un doloroso síndrome del túnel carpiano y algo de escoliosis en la
chepa a estos corsarios y sicarios que comercian con nuestra identidad
al servicio del mejor postor, jóvenes piratas en excedencia que
cambiaron la libertad de los mares por un trabajo fijo remando en
galeras de mucho porte patrocinadas por grandes empresas o pútridos
gobiernos, que viene a ser lo mismo, porque desde que los papeles del
Wikileaks afloraron, sonrojando a los democráticos líderes de
Occidente, la colaboración entre gobiernos y empresas privadas, entre
tecnología y política, se ha intensificado hasta el punto en que se han
borrado (si es que alguna vez las hubo) las fronteras entre lo público y
lo privado.
Espíenme cuanto quieran pero por favor no molesten, no me agobien con
sus “spams” y sobre todo no me llamen por teléfono. Quienes más llaman
por teléfono, de forma reiterada y a horas siempre intempestivas son
precisamente las compañías de telefonía móvil para quitarles clientes a
las empresas de la competencia, se nota que las llamadas les salen
gratis, aunque algo deben cobrar los telefoneantes. Si cobran a tanto la
pieza atrapada, me compadezco de su calvario y sufro por ellas y por
ellos. Debe ser frustrante que te cuelguen el teléfono con tanta
frecuencia, pero yo lo hago por ellos para que no pierdan el tiempo y no
gasten saliva inútilmente.
No estamos paranoicos es que nos persiguen, la conspiración no es
solo una teoría y el espionaje ya no está en manos de agentes al
servicio de Su Majestad o de la república. Desde hace unos meses los
agentes del Centro Nacional de Inteligencia (sic) pueden pluriemplearse
en sus ratos libres y dividir sus lealtades entre la Coca Cola y la
Patria, Microsoft y la Corona. Los espías, a los que pagamos entre todos
para que nos protejan están facultados para vendernos como mercancías
del comercio global. Espero que algún día nuestro CNI empiece a cotizar
en bolsa como una empresa de lo más rentable.
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