Grupos de consumo: un paso más hacia la soberanía alimentaria
Laura Morales
- Las Palmas de Gran Canaria
Comer ecológico está de moda. Basta
con visitar cualquier establecimiento de una gran cadena de
supermercados para darnos cuenta de que es un activo en auge. Tanto que
incluso ellas, estandartes del sistema de consumo capitalista, dedican
cada vez más espacio a estanterías de productos que han sido
manufacturados bajo estrictos sellos de respeto por el medioambiente.
Los datos de producción ecológica en Canarias hablan por sí solos.
Según el Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria (ICCA), desde el
año 2010 Canarias ha pasado de tener más de 3.000 hectáreas dedicadas a
cultivo ecológico a casi 6.500 en 2016. Los operadores registrados en
1991, año en el que nació el Instituto, eran apenas 13, cuando hoy en
día se calcula que son aproximadamente 1.300.
Los sellos de acreditación ecológica garantizan la
producción de alimentos sin la utilización de productos químicos, además
del mantenimiento de la diversidad genérica del sistema agrario, la
preservación de la seguridad alimentaria, el empleo de recursos
renovables y el respeto por el medioambiente. Sin embargo, los sellos
ecológicos no garantizan otras cuestiones medioambientales y sociales de
gran importancia. Por ejemplo, con ellos no se evita la exportación de
productos ecológicos a nivel mundial, con el coste medioambiental
agravado por su transporte y su larga cadena de comercialización.
Algunos de ellos tampoco garantizan al comprador que se haya establecido
un precio justo con el productor, ni que se haya mantenido un
desarrollo rural respetuoso con los agentes locales involucrados.

Es aquí donde nace el concepto de soberanía alimentaria,
que es el derecho de las comunidades a definir sus propias políticas
agrarias y estrategias para la producción, distribución y consumo de los
alimentos de acuerdo a objetivos de desarrollo sostenible. Esta máxima
no es posible sin que se respeten las culturas y la diversidad de formas
de producción alimentaria, los derechos humanos, civiles y laborales,
así como los principios de igualdad de derechos e igualdad de género.
Si bien es cierto que la soberanía alimentaria necesita de grandes
avances en materia política de los que estamos a años luz, durante los
últimos años se han desarrollado bajo este paraguas propuestas
ciudadanas de transformación social relacionadas con el consumo de
alimentos. Estas iniciativas han traspasado las fronteras y han llegado a
nuestras islas. Hablamos de los grupos de consumo.
El primer motivo del nacimiento de cualquier grupo de consumo es claro:
“Nace para cortar anillos de una cadena y trabajar directamente con el
productor: dar una mayor ganancia al productor y ofrecer un precio justo
para el consumidor”, a la vez que se ofrece un producto sin químicos y
de origen local, indica Filippo Schininà, creador de la web Gran Canaria
Ecológica y miembro fundador del grupo de consumo 20 sacos, ubicado en
el barrio de Hoya de la Plata, en Las Palmas de Gran Canaria.

La visión es compartida por Alborinco, uno de los grupos
más antiguos de Gran Canaria y arraigado en municipio teldense de Las
Huesas. Además, la finalidad de su nacimiento tuvo un marcado carácter
en defensa del suelo agrícola, en un contexto de empobrecimiento del
campesinado y pérdida de la agrodiversidad: “Esto fue hace 15 años,
cuando el boom especulativo del suelo estaba en auge y las tierras,
especialmente las que estaban en zona urbana, se convirtieron de pronto
en solares”. A este hecho se sumaba la necesidad de acercar los
productos sin química a la población de manera asequible, valorando la
justicia hacia las personas que producían, “buscando el equilibrio entre
lo asequible y lo justo para todos”, explican.
Como
vemos, los grupos de consumo van más allá del consumo de productos
ecológicos, tal y como inciden miembros de Jilorio: “El que quiera
simplemente consumir un producto que requiera de sello ecológico tiene
otras muchas alternativas”. Jilorio, otro de los grupos más longevos de
la isla y miembro de Café d’Espacio, habla en sus bases de un consumo
alternativo al sistema convencional, ecológico y solidario con el mundo
rural y la naturaleza.
Un funcionamiento complejo que requiere compromiso
El funcionamiento de los grupos es complejo y varía según los acuerdos
establecidos entre los miembros y los productores, que se organizan
generalmente a través de asambleas y grupos de trabajo. En términos
generales, los productores realizan una entrega semanal en forma de
cestas en las que se incluyen todos tipo de alimentos: hortalizas,
frutas, pan, queso, huevos, grano y cereales, cosmética ecológica,
productos de limpieza, carne, etc. El suministro es variado y dependerá
en gran medida de las necesidades de los miembros que conformen el grupo
de consumo y de la disponibilidad de los productos.
Hay grupos, como es el caso de 20 sacos, que funcionan por medio de
cesta cerrada, es decir, que los miembros del grupo no pueden decidir
qué tipo de frutas y hortalizas llenarán la cesta cada semana: “En la
cesta encontraremos lo que da la tierra, en ese momento y en esa
temporada, en cantidades mayores o menores. Sabemos que habrá semanas
mejores y peores, igual que hay meses en los que la producción es menor,
pero los meses y las semanas se compensan entre sí”, apunta Cinzia
Scarcella, fundadora del grupo de consumo.

Otros grupos, como Jilorio, se organizan a través de
cestas abiertas o “a la carta”. El sistema es sencillo: los productores
elaboran un listado semanal de productos disponibles, teniendo en cuenta
la estacionalidad y la cosecha de los mismos, y los integrantes del
grupo de consumo realizan un pedido personalizado. Una particularidad de
este grupo es que los productores son a su vez miembros integrantes del
mismo, por lo que la relación entre ellos es muy estrecha.
Sin duda, el desarrollo de una relación de confianza con el productor
es clave para que la fórmula de los grupos de consumo sea exitosa. Para
Alborinco, el mantenimiento de esta relación a largo plazo es “el
caballo de batalla” del grupo de consumo, definiéndolo como un proceso
complicado y lento, puesto que durante varios años se ha tenido que ir
equilibrando la oferta de los productores locales con la demanda de los
consumidores, estimulando a los productores de la isla para que
incluyeran nuevos alimentos que antiguamente se traían de fuera.
Sin embargo, es un esfuerzo que se compensa con creces: “Con este
trabajo nos hemos dado cuenta de la importancia de las personas
agricultoras [ecológicas] en nuestro sistema de vida, no solamente por
lo que producen sino por cómo mejoran nuestro entorno, por la seguridad
que aportan […] y por la mejora del medioambiente. Son un bien social”,
subrayan desde Alborinco.
Otros grupos de consumo
con menor trayectoria, como 20 sacos, han encontrado un ecosistema mucho
más desarrollado en este sentido: “Cuando decidimos crear el grupo,
contactamos a varios productores, les dimos la idea que teníamos y el
tipo de oferta que queríamos tener como consumidores, y ellos elaboraron
cada uno su propuesta”. Finalmente, se decidieron por tener un
productor de referencia que a su vez mantiene relaciones con otros
productores secundarios, organizados entre sí para ofrecer una mayor
variedad de alimentos al consumidor ecológico.

Más justos, respetuosos y frescos, ¿panacea para el consumidor?
“En cuanto a si podría ser una realidad dar de comer a toda la
población de forma ecológica, intuyo que sí. Pero con el derroche actual
que hacemos de los alimentos es seguro que no”. Así de tajantes se
muestran desde Alborinco, una postura que comparten otros grupos de
consumo consultados.
Para Alborinco, primero sería
necesario realizar un concienzudo trabajo de reeducación en el consumo y
en la cocina, readaptando a la población a la utilización de productos
de temporada, retomando el conocimiento de los fogones, del almacenaje y
la conservación, así como de las combinaciones nutritivas y
equilibradas para tener una dieta sin carencias. Un compromiso que, en
muchos casos, el consumidor convencional no está interesado en asumir:
“Para el consumidor-consumista prima la facilidad”, apuntan desde
Jilorio.
“Estamos acostumbrados a tenerlo todo muy
fácil. Un grupo de consumo requiere un nivel de compromiso: desde ir a
buscar la cesta cada semana a un punto y hora determinado y no el
supermercado que te queda de paso hasta no saber qué te va a tocar esa
semana en la cesta” apunta Filippo Schininà, de 20 sacos. Para el
consumidor convencional estas circunstancias pueden verse como pequeños
sacrificios. Pese a ello, desde Jilorio consideran que los beneficios
sociales son tan grandes que los pequeños inconvenientes individuales
compensan.

De la misma opinión es Schininà. Para él, estar dentro
de un grupo de consumo está lleno de ventajas: “Es un tipo de consumo
muy diferente ir a un supermercado y hacer tu compra. Aquí vienes todas
las semanas y te encuentras con conocidos, con amigos, gente que ves
todas las semanas. Se crea una comunidad alrededor de la comida
ecológica”.
Una comunidad ecológica que, según los
integrantes de Jilorio, es muy heterogénea, pero cuyo perfil podemos
definir de manera muy general con pequeñas pinceladas. Para este
colectivo, el miembro más habitual de un grupo de consumo suele ser una
persona que sobrepasa la treintena, normalmente activista o que proviene
de otros colectivos de base social. Además, desde 20 sacos concretan
que el usuario que se acerca a este tipo de alternativas por primera vez
suele ser una pareja joven con niños pequeños: “Hay mucha gente se
replantea su alimentación cuando piensan qué van a darle a sus hijos,
comienzan a investigar y a informarse”. También es habitual encontrar a
canarios que han vivido fuera este tipo de experiencias de consumo y que
al regresar a las islas buscan un sistema similar.
Escepticismo ante el auge del consumo ecológico de marca
Desde Jilorio se muestran prudentes a la hora de emitir un juicio de
valor sobre la nueva ola de consumo de productos ecológicos. Según su
punto de vista, primero habría que analizar si esta tendencia viene
motivada por querer establecer un sistema diferente de consumo o un
modelo económico alternativo, o si por el contrario “viene dada por un
fenómeno más individual, más vinculado a la salud y no tanto a lo
social”.
En lo que sí están de acuerdo es en
rechazar la forma que tienen las grandes superficies de comercializar
este tipo de productos, calificándola de incongruente: “De poco sirve
que tú cultives siguiendo escrupulosamente la norma ecológica, que
supuestamente es la más respetuosa con el medioambiente, si el circuito
de comercialización en el que estás participando genera muchísimo más
daño al medioambiente que a lo mejor si cultivaras de forma
convencional y participaras en un circuito de comercialización local”.
Para ellos, la nueva oferta de las grandes superficies simplemente
responde a un nicho de mercado que no estaba explotado. Sus principios
dejan de lado otras consideraciones medioambientales y sociales que sí
tienen en cuenta en sistemas de consumo alternativo y de soberanía
alimenticia: “Si dejamos esto en ángulo ciego es muy fácil que el
esfuerzo que están haciendo los grupos de consumo lo rentabilicen
únicamente las grandes superficies, llenando sus lineales de productos
ecológicos, sin respetar el tejido local y la justicia a las personas
productoras, ya que basan su modelo de mercado en un sistema capitalista
que, como todos sabemos, genera destrucción y hambruna”, concluyen
desde Alborinco.
El esfuerzo de los grupos de
consumo pasa también por la realización de una labor de concienciación y
de intercambio de experiencias, haciendo partícipes a ciudadanos que no
estén familiarizados con tendencias alternativas de consumo. Sin
embargo, muchos de ellos coinciden en afirmar que es la gran tarea
pendiente de los grupos, debido a la volatilidad de sus fuerzas. Una
misión de concienciación que tiene un objetivo claro: el surgimiento de
nuevos grupos de consumo en las islas. Una máquina que, aunque a paso
lento, parece imparable
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