viernes, 16 de marzo de 2018

Las Fallas mal entendidas y sus víctimas forzosas ( y con frecuencia no tanto)


Hoy, 16 de marzo en plenas Fallas, es el día de la plantá, en Valencia. Toda España lo oye, lo lee, y lo ve en la tele desde siempre, pero seguramente poca ciudadanía conoce el significado de esa especie de locura valenciana por una fiesta que nació en la humildad del proletariado en el gremio de la carpintería del siglo XVI y ha terminado, como casi todo, en manos de la burguesía enriquecida y los negocios rentables.

Fueron los carpinteros los que iniciaron el ritual en aquel siglo -cuando el Renacimiento empezaba a derivar en el Barroco, y fue a causa del enriquecimiento de los viajes por el mundo a partir de la aventura de Colón en 1492  cuando se produjo como resultado la construcción de casas elegantes para los nuevos ricos y palacios, capillas, edificios públicos  e iglesias para gerifaltes-, quienes comenzaron  a celebrar la llegada de la primavera  y el resurgir de la vida tras el invierno, haciendo una buena limpieza en los talleres donde trabajaban. Y siempre con la inteligente y práctica virtud-necesidad de los pobres: aprovechando el reciclaje de los restos del material; en vez de tirar los trozos de madera sobrante, tuvieron la idea de darles un uso lúdico y celebrativo colocando un tablado (que llamaban  falla) en la puerta de cada taller. Durante tres días, hasta la fiesta de San José el Carpintero paradigmático (la iglesia nunca pierde comba para colarse en todas partes y dejar su sello como aquella Dama, dama, de alta cuna y baja cama, que cantaba Cecilia en los años 70), en cuya noche, a las 12, esa hora bruja, se quemaba cada falla con su parot, que consistía en una especie de muñeco formado por palos cruzados y revestidos con unos trapos sobrantes e inservibles; en pueblos del Valle de Alcudia como Chillón, se celebraba en mi infancia el mismo ritual, pero al fin de la primavera y entrada del verano, por san Pedro y san Pablo, se quemaban los "pericopalos" también por la noche, el 29 de junio y con la misma intención renovadora y de limpieza de residuos. Imagino que en muchos lugares de España siempre ha existido esa especie de catarsis renovadora en la que el fuego se ocupa de acabar con residuos y purificar lo chungo, en Castellón la Magdalena, en Alicante San Juan. Uniendo las ganas de cambio y limpieza general con la fiesta, la superstición, la transgresión natural convertidas en ritual por la devoción inoculada mediante la religión para que nadie se desmadre y todo marche bajo el  control del orden y la ley, que, especialmente, en esta fogosa España sobrada de caciques, de Inquisición y Santo Oficio, y por ello falta de reflexión personal  y de conciencia colectiva, siempre han sido el bozal y el freno externos sustitutos de la inexistente lucidez interna a la hora de comportarse y convivir. 

Lo que al principio fue una simple celebración de calle y taller, con el tiempo y el medrar del capital, con la ruta y el negocio de la seda y diseño de trajes lujosos ad hoc como muestra del caché social y del nivel adquisitivo de las familias pudientes y de otras más modestas pero con las ínfulas pijas y las mismas ganas de figurar a base incluso de sacrificios y privaciones para lucir glamour fallero y no ser menos, más la expansión del sector de la madera y del mueble, de la artesanía la decoración, la chufa y el lujo ornamental artesano y arquitectónico, Valencia se hizo de oro y bastante hortera, además. Blasco Ibáñez lo describe genial en sus descarnadas novelas de ambiente valenciá, que explican al leerlas, por qué sólo venía de vacaciones a la Malvarrosa con mascarilla, guantes de látex y desinfectante, procurando estar lo más lejos posible de su querida patria chica.

El humilde gremio de los carpinteros y su fiesta sencilla y sin complicaciones se fue convirtiendo en un negociazo fallero de primera línea. Ahora ya no son los carpinteros quienes protagonizan el festejo, sino los millonetis forrados y forradas que se pueden permitir el lujo de comprar a sus hijas o  a sí mismas, un abundante guardarropa fallero que cuesta verdaderas fortunas y pagar a la falla correspondiente un tributo de toma marisco y moja. Los casales, que son los centros en que se reune la élite paganini fallera son el punto de juerga y concilios grupales exclusivos y excluyentes. Podrían ser centros de cultura populares, son como las casetas en la feria de Sevilla, pero aquí funcionando todo el año como una peña deportiva o una secta consumista y patriótica, devota y floral de La Xeperudeta Mare de Dèu dels Desamparats, es decir el lugar elitista y bullanguero donde se reunen los socios y sus cuotas para comer y beber como cerdos y lucir poder adquisitivo y el palmito de las mujeres. Un derroche de machismo patriarcal alucinante con la aceptación de las mujeres encantadas de ser los objetos mejor decorados del festival de la pompa y la traca, que no se sabe como combinar con la explosión feminista multitudinaria del 8M; no se puede entender desde la lógica sino desde la más tremenda inconsiciencia semejante batiburrillo de experiencias sublimes, devotas y fanáticas con ideales sociales, problemas graves de género e incultura, en el mismo trajín machista del mes fallero, porque en realidad las Fallas duran desde  la crida la última semana de febrero hasta la madrugada del 19 demarzo en la que a la 1'00 de la noche se quema la falla en la Plaza del Ayuntamiento, la fallera mayor llora y se emociona al lado de la corporación municipal como parte de la liturgia y mientras suena el himno valenciano, cómo no, -no hay tripas que funcionen entusiasmadas sin himno que las sostega ni neurona que resista en pie un buen ataque himnístico-. 

Todo ese estupendo trajín es el motor central de Valencia, que gira alrededor del negocio fallero: la pasta con  la explotación de precarios laborales y el abuso en todos los aspectos, cualquier cosa menos civilizarse y pensar en que miles de valencianos y valencianas no son falleros ni participan del festín festero porque no les va ese tinglado o no están en condiciones de soportarlo por salud, falta de recursos, paro, enfermedad o por el horario laboral que sigue vigente en los servicios para que todo funcione a pesar del desmadre, sino que soportan ese mes de destarife con resistencia espartana si no disponen de medios para salir huyendo de una quema que ya no es una fiesta sino un atentado destarifado y deshumano contra la misma esencia de la democracia y la convivencia respetuosa.
Cuando la fiesta de unos se ha convertido en el suplicio y la tortura de otros es una aberración desde la cordura y la decencia que ese desajuste cada vez más grave se convierta en patrimonio de la humanidad nada menos que en la UNESCO, por solicitud expresa de la concejalía  de festejos y del Ayuntamiento de la ciudad, con su atentado ecológico y contaminador que ya no quema maderas, trapos y cartones, sino productos derivados del petróleo, polietilenos, poliuretanos, pinturas tóxicas y humaredas irrespirables llenando la atmósfera especialmente la noche de la cremá en que arde la ciudad por los cuatros costados durante horas y horas, el cielo se llena de una humareda que permanece durante varios días en las capas altas atmosféricas y todo eso en pleno cambio climático, más el añadido salvaje de las corridas de toros (que ya repugnan a la mayoría de españolas/es más jóvenes y despiertas/os que adornan el evento como la corona de espinas de la ciudadanía sufridora. En resumen, una semana de huelga general de la inteligencia colectiva y de entenderas en picado, en la que el civismo desaparece por completo y de la que siempre van quedando amontonados los efectos secundarios, como una costra de irresponsabilidad civil ya endémica y cada vez más reforzada por "la tradición" y la costumbre de la impunidad para lo más dañino y el castigo y la mordaza para lo menos peligroso si molesta a la impunidad. El éxito del  cacicato consiste en que  ese pack de zafiedades cretinoides se convierta en un derecho, en libertad a la suya y hasta en ¡democracia!, entendida a la pepera, naturalmente.

Es cierto que el dinero corre a raudales, sí. Pero no puede valer la pena hacer tanto daño a tantos, como al medio ambiente, a la Naturaleza y a la educación ciudadana, a cambio de degradarnos como ciudad y como personas embrutecidas e insolidarias convertidas en manada y mogollón irracional que cada día, durante un mes, se deshumaniza a partir de las doce del medio día y del chute general del polvorazo masivo, si se quiere como si no, a las 14'00 y nada menos que bajo la mirada complacida de la Casa Consistorial y autoridades varias que acuden encantadas al maravilloso espectáculo de la burrera colectiva y rugiente que mientras se desinhibe hace imposible caminar y circular libremente, porque corta las calles a su capricho y planta carpas enormes cerrando todas las salidas y entradas en caso de emergencia, donde ni policías ni bomberos ni ambulancias tienen acceso, y los vecinos y vecinas mucho menos, obviamente, al salir o regresar a casa tras el trabajo o la compra, abrir las ventanas o  alterar aposta con el estruendo constante  descontrolado y por diversión a los enfermos, bebés más pequeños (uno de mis hijos nació el 5 de marzo en Valencia y no quiero acordarme de las fallas que pasó el pobre recién nacido, sobresaltado constantemente de noche y de día por las mascletás instaladas en la puerta de casa y los  los masclets por sorpresa en cualquier momento - masclets=machitos, en castellano, no podían tener un nombre más adecuado-), ancianos ( un vecino de mi calle de entonces murió porque la ambulancia que debió llevarle al hospital no pudo entrar en la calle a causa de las carpas y el monumento falleril), llegando al extremo de que las personas que no comparten, con toda legitimidad y derechos, ese tipo de diversión vivan obligatoriamente semejante suplicio diario, pagando impuestos para mantener el atropello en auge. La verdad es que en casos como éste de Valencia en Fallas (de lucidez in falliure, se podría decir jugando con palabras y lenguaje) la justicia y la igualdad son las ausentes totales, año tras año.

La verdadera política, además de construir el bien común, debe ser ante todo pedagógica y constante por goteo, debe educar en civismo empático y plantear sin miedo a perder votos otras alternativas sostenibles y civilizadas a la invasión del egoísmo cavernario y al deterioro social de la barbarie que se ha "normalizado" sobre todo durante los años de gobierno ppeppero (24), camuflada de derechos sin deberes paralelos, que son el equilibrio de la democracia y la vacuna contra la demagogia como  principal detonante de la corrupción del alma colectiva. Robar  lo público perdiendo el oremus entre público y privado sólo es la consecuencia de todo el desmadre incivil. 

Fallas salvajes y a lo bestia no son compatibles con feminismo e inteligencia social. Hay que estudiar y debatir en común y sin miedo a perder votos, presentando públicamente informes y datos que confirman los perjuicios y daños sociales irreparables con la trampa del panem et circenses como método  narcótico mataconciencias en un sistema tan zafio e ignorante como inculto, miserable y arrogante, si no queremos que el pp y c's nos gobiernen eternamente se necesita un giro copernicano en este sentido y en Valencia y Pamplona, muy especialmente, como pincipales paradigmas de la fiesta-barbarie, que nos machaca mientras divierte. Por cierto el verbo devertere, en latín que es el origen del término no significa pasarlo bien, sino derramarse, perder el rumbo, desviarse, desperdigarse, extraviarse y distraerse y no para disfrutar precisamente. Tal vez si descubrimos el verdadero sentido de lo que decimos, acabemos por abrirnos camino en la maraña de la manipulación, la energía de las palabras modifica el pensamiento y le da poder cuántico y activo a la intención. La programación neurolingüística lo confirma sin duda.

Dice una carta del apóstol Santiago que la lengua es como el timón de una gran nave, es pequeña, pero decisiva en el rumbo de nuestra vida, con ella se puede dar vida y también muerte, buena navegación o naufragio. Si dedicásemos a investigar el sentido de las palabras  que usamos y escuchamos todo el tiempo que se pierde mirando y oyendo en la tele la cretinez que reparten las castas teledirectoras, no estaríamos como estamos ni tendríamos el caos que tenemos desgobernado entre la histeria y la tontuna, ya sea azul, naranja o rojigualda. Como pueblo damos penita y hasta cierta ternura como discapacitados de un Cottolengo amplísimo, pero como víctimas voluntarias, sumisas y cómplices acabamos dando dentera y repelús, la verdad sea dicha. Ains!

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