George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
sábado, 31 de marzo de 2018
El bosque: principio y fin del cambio global
Medio ambiente
Jordi Martínez-Vilalta
31-3-2018- eldiario.es
Entre 2012 y 2015, una sequía
extraordinariamente intensa, sin precedentes en los últimos 1.000 años,
provocó la muerte de 100 millones de árboles, según el servicio forestal
estadounidense. Episodios similares, aunque a menudo de menor magnitud,
se han observado en prácticamente todos los biomas de la Tierra,
incluyendo las selvas tropicales y, por supuesto, los bosques de nuestro
entorno mediterráneo. En nuestro entorno, estos episodios de
decaimiento afectan principalmente a especies que tienen su límite sur
de distribución en la cuenca mediterránea, como el pino silvestre o el
haya. ¿Qué indica este fenómeno y qué relación tiene con nosotros y con
el cambio global?
Es difícil sobreestimar la importancia de los
bosques. Desde el punto de vista cultural muchos historiadores sostienen
que la madera ha sido el material más importante en la historia de la
civilización, por encima de la piedra o los metales. La madera ha sido
el elemento de construcción por excelencia y también la principal fuente
de energía a lo largo de la historia de la humanidad. Todavía hoy,
nuestra energía procede en su mayor parte de combustibles fósiles,
formados a lo largo de millones de años a partir de restos vegetales.
Desde una perspectiva más biofísica el papel de los bosques es
también formidable: albergan la mayor parte de la biodiversidad de la
Tierra, controlan el clima y los ciclos biogeoquímicos globales,
incluyendo el del carbono y el del agua. Los bosques con su
transpiración retornan a la atmosfera más de la mitad de la
precipitación que cae sobre los continentes en forma de agua o nieve. En
otras palabras: circula más agua a través de los troncos de los árboles
que a través de todos los ríos de la Tierra juntos. En buena medida los
bosques dan forma al planeta tal como lo conocemos.
A largo
plazo, la distribución de los bosques viene determinada por el clima. No
encontramos bosques de manera natural en lugares donde las condiciones
son demasiado frías, como las cimas de las montañas, o demasiado secas,
como los desiertos. El tipo de bosque depende también del clima: no
existen selvas lluviosas fuera del clima cálido y húmedo de los
trópicos, ni podemos esperar que crezcan hayedos bajo el clima seco del
sur de España.
A lo largo de la historia de la Tierra la
distribución de los bosques ha cambiado siguiendo los cambios en el
clima. Algunos de estos cambios ocurrieron hace millones de años, como
los que atestiguan los bosques fósiles en distintos lugares del mundo,
que a menudo muestran troncos petrificados de árboles tropicales en lo
que ahora son desiertos prácticamente sin vegetación. Otros cambios son
mucho más recientes y ocurrieron mucho más rápido. Hasta hace unos 4.500
años amplias zonas de lo que actualmente es el desierto del Sahara
estaban cubiertas por praderas y bosques tropicales. Un cambio en el
clima modificó el régimen hidrológico de la zona y propició la
transición hacia el desierto desprovisto de vegetación que actualmente
conocemos. Centenares de ejemplos similares, aunque no siempre tan
dramáticos, se han documentado en otras regiones. La conclusión es
clara: si cambia el clima, cambian los bosques.
Y si hay alguna
cosa de la que estamos seguros es de que estamos modificando el clima.
Por desgracia, el cambio climático está aquí para quedarse. Por supuesto
hay todavía mucha incertidumbre en cuanto a cuál va a ser la magnitud
del cambio. Ésta dependerá en buena medida de la progresión de nuestras
emisiones de gases de efecto invernadero, pero también de la propia
respuesta de los bosques.
Investigadores estudian el vínculo entre los bosques y la salud de las personas
EFE
Un sumidero de dióxido de carbono
Casi un tercio de las
emisiones entrópicas de dióxido de carbono, principal causante del
calentamiento global, son absorbidas por ellos. Si no fuera por este
sumidero la magnitud del cambio climático sería mucho mayor. Sin
embargo, todas las evidencias apuntan a que esta capacidad de sumidero
de los bosques se reducirá a medida que las condiciones sean más cálidas
y más secas, pudiendo incluso llegar a revertirse.
Las sequías
extremas que padeció la Amazonía durante los años 2005 y 2010, por
ejemplo, provocaron que el conjunto de la selva tropical amazónica se
convirtiera en una fuente neta de dióxido de carbono; es decir, en un
contribuyente neto al calentamiento global. Lo mismo se observó en
extensas zonas del continente europeo durante la ola de calor del verano
de 2003.
Los bosques, pues, son protagonistas del cambio
climático por partida triple: como origen de los combustibles fósiles
que utilizamos y por tanto de nuestras emisiones de dióxido de carbono,
como reguladores de la concentración de este gas en la atmósfera, y como
sistemas particularmente sensibles a los cambios en el clima.
¿Qué hace que los bosques sean tan sensibles a la sequía? Las plantas
necesitan agua en grandes cantidades para mantener su funcionamiento. En
condiciones favorables, un solo árbol puede llegar a transpirar cientos
de litros de agua en un solo día. Toda esta agua es absorbida del suelo
y transportada a través de los troncos hasta las hojas, donde casi toda
se evapora a la atmósfera (una pequeña parte se utiliza en la
fotosíntesis).
La energía solar, que provoca la evaporación del
agua en las hojas, es la que genera la fuerza de succión necesaria para
subir el agua hasta las copas de los árboles, que pueden llegar a estar a
más de 100 metros del suelo. A mayor temperatura mayor es la capacidad
evaporativa de la atmósfera y, por tanto, mayores los requerimientos
hídricos de las plantas.
Embolia por sequía
En
condiciones de sequía, la fuerza de succión necesaria para transportar
el agua aumenta hasta el punto de que puede producirse la rotura de la
columna de agua que conecta las raíces con las hojas. Cuando esta
columna se rompe, se forman embolias de aire que obstruyen los
conductos. Si estas embolias se propagan por el sistema conductor la
planta deja de poder transportar agua, su copa se seca y finalmente
muere.
Este mecanismo de disfunción hidráulica, análogo en muchos
aspectos a las embolias que se producen en el sistema circulatorio de
los mamíferos, explica la muerte de las plantas en condiciones de
sequía, desde las plantas que olvidamos sin regar en nuestras casas a
los bosques de coníferas en California con los que comenzábamos el
artículo.
La cuestión no es pues si los bosques responderán a
cambios en el clima, puesto que no hay ninguna duda que lo harán, si no
cuan cerca estamos de que los cambios en el clima produzcan
modificaciones irreversibles en los bosques. Los episodios de mortalidad
forestal que estamos observando sugieren que en muchas zonas no estamos
lejos. Al mismo tiempo, sabemos que los bosques tienen una notable
capacidad de ajuste que a menudo les permite recuperar sus
características básicas poco tiempo después de padecer perturbaciones
intensas. La capacidad de rebrotar después de los incendios o la sequía
de muchas especies mediterráneas es un claro ejemplo de este
comportamiento.
La clave está en determinar el punto de no
retorno, el límite de cambio ambiental a partir del cual el sistema
colapsa y es sustituido por un nuevo ecosistema, vegetado o no. Una de
las mayores dificultades a la hora de determinar estos umbrales es que
la dinámica de los bosques responde a muchos factores que interaccionan
entre ellos de maneras complejas. De manera que cuando se observa un
cambio no siempre es posible atribuirlo a una única causa, o aislar la
contribución de un factor determinado (climático, por ejemplo).
La dinámica reciente de los bosques en la península Ibérica ofrece un
buen ejemplo de esta complejidad. Los datos de los últimos inventarios
forestales, que contienen información muy detallada de la composición y
estructura de nuestros bosques, han permitido detectar cambios
importantes en las últimas décadas.
Parque Nacional Bialowieza.
Cambio del uso del suelo
Los planifolios, especialmente
encinas y robles, están aumentando en detrimento de los pinos. Estos
cambios tienen implicaciones importantes para el funcionamiento de los
bosques y se han producido al mismo tiempo que la temperatura promedio
en España ha aumentado aproximadamente 1 °C y las sequías se han
intensificado notablemente.
Sin embargo, otros factores han
variado, y mucho, a lo largo del mismo periodo. En particular, el uso
del suelo y el aprovechamiento de los bosques se han modificado
muchísimo en los últimos 50 años en España. Hemos pasado de una
situación en la que la madera y la leña eran recursos económicos
importantes y el carbón vegetal era esencial como fuente de energía
doméstica, a una situación en la que el valor económico de estos
recursos es tan bajo que prácticamente no se explotan en muchas zonas
del país.
La reducción en la intensidad de la explotación ha
afectado, sobre todo, a los planifolios, lo cual podría explicar su
expansión. ¿Cuál es pues el factor dominante en la dinámica reciente de
los bosques ibéricos? Parece claro que los cambios en el manejo son los
que han tenido un papel más importante en los cambios observados hasta
ahora, pero el efecto de la sequía no es desdeñable.
Las masas
forestales relativamente jóvenes y en crecimiento resultantes del
abandono de la gestión (o de la agricultura) en muchas zonas implican un
aumento progresivo de la competencia por el agua. En condiciones de
sequía esta elevada competencia se traduce en episodios de mortalidad
causados directamente por la falta de agua (disfunción hidráulica) o
favorecidos indirectamente por ésta, como las infecciones y plagas
forestales (escarabajos barrenadores, procesionaria) que afectan a los
bosques debilitados por la sequía.
Los cambios en la composición
de los bosques no son ni buenos ni malos en sí mismos, aunque si se
producen de manera imprevista acostumbran a producir impactos negativos
sobre las sociedades. Los servicios ecosistémicos, entendidos como el
conjunto de los beneficios que los humanos obtenemos de un ecosistema,
ofrecen una manera de visualizar estos impactos. En el caso de los
bosques estos servicios incluyen la provisión de madera (todavía
importante en muchas zonas) pero también la provisión de alimentos como
las setas, la regulación climática, la regulación del ciclo hidrológico o
los valores recreativos y espirituales.
El marco de los
servicios ecosistémicos permite comparar distintas alternativas de
gestión y escenarios futuros tomando en consideración la multiplicidad
de beneficios que obtenemos del bosque. Al mismo tiempo, es un marco que
promueve una visión antrópica y utilitarista de la naturaleza y, por
tanto, no está exento de problemas, especialmente si los servicios
ecosistémicos se acaban traduciendo en valores monetarios.
Los
bosques del futuro vendrán determinados en buena medida por nuestras
acciones, ya sea directamente mediante la gestión o indirectamente a
través de nuestro impacto sobre el clima. Su futuro está pues en
nuestras manos, y el nuestro va unido al suyo.
Los bosques han
generado a lo largo de la historia una compleja combinación de
reverencia y hostilidad, ya que a menudo se han visto como la antítesis
de la civilización, como aquello que hay que eliminar, o como mínimo
controlar, para que ésta florezca. Esta paradoja está presente ya en la
obra literaria más antigua que conocemos, la épica de Gilgamesh, donde
el héroe somete primero el bosque de cedros que crecía cerca de la
ciudad de Uruk, en la antigua Mesopotamia, para después lamentar la
degradación que sigue a la destrucción del bosque. Es de esperar que
4.000 años de historia nos hayan enseñado a hacerlo algo mejor.
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