Yo también soy machista
No esperen aquí un
discurso sobre el orgullo de mi género con puñetazos en el pecho. No me
siento en absoluto orgulloso ni de los privilegios que he tenido a lo
largo de mi vida por ser hombre ni de las veces que me he aprovechado de
ellos. No hablaré de esos valores supuestamente ‘cojonudos’ frente al
‘coñazo’ de ellas. Esa valentía aguerrida que se nos presupone a los
hombres. Esa supuesta nobleza de los tíos, que vamos de frente. Solo
otro testimonio más, sin ánimo de protagonizar nada, de lo que soy y he
sido, de lo que quiero ser, de lo que gracias a la lucha feminista he
aprendido.
Como a muchos hombres de mi edad –42
años–, me educaron fuera de la caspa en la que vivió la generación de
mis padres y mis abuelos. Nadie me enseñó jamás que las mujeres tenían
menos derechos, o que eran inferiores, o que tenían que estar en la
cocina, o que eran ellas quienes debían ocuparse de la casa. Nos
sentíamos vacunados del machismo porque, por supuesto, no pensábamos
esas cosas, aunque alguno entre cervezas bromeara con ellas –mientras
todos reíamos la gracia–. El machismo era cosa de nuestros abuelos, que
se quedaban sentados en la mesa mientras las mujeres fregaban. Estudié
en una facultad, la de periodismo, donde había más mujeres que hombres.
Jamás me habría reconocido como machista. Para mí y para muchos hombres
de mi generación, el machismo era una rémora del pasado donde no nos
sentíamos reflejados. Machistas eran esos cavernícolas que piropean a
las chicas en la calle y no saben ni hacerse la cama. Los que pegan,
matan y violan a las mujeres. Machistas eran ellos y no nosotros.
Gracias en gran medida a mis compañeras de eldiario.es,
he aprendido que todo esto no era cierto. Que en el día a día hay aún
mil situaciones donde los hombres no estamos a la altura. Que incluso en
una redacción como eldiario.es, que está sinceramente comprometida con
esta causa, aún nos queda mucho por hacer. Que el machismo impregna
nuestra vida cotidiana. Está en el aire que respiramos.
Recuerdo cuando Barbijaputa nos propuso hace tres años escribir dos
veces por semana de feminismo. Mi primera reacción fue pensar que a los
pocos artículos se agotaría el tema. ¿De verdad da para tanto el
feminismo? Qué equivocado estaba.
Hace unas semanas
estuve en una entrega de premios empresariales. Más de dos centenares de
hombres de corbata, apenas una treintena de mujeres, la mayoría de
ellas como camareras o azafatas. Pero lo que me llamó la atención no fue
la escasa presencia femenina y cuáles eran sus roles. Lo peor fue darme
cuenta de que en realidad no debería escandalizarme tanto porque llevo
años y años acudiendo a eventos así, a entregas de premios así, a
conferencias así, a tertulias así, a reuniones de trabajo así. Y hasta
hace demasiado poco ni siquiera me daba cuenta cuando ocurría. Era lo
normal, o eso me parecía.
Hace un año me matriculé en
una escuela de negocios para, entre otras cosas, aprender, por fin, a
leer un balance. Dan tres cursos: uno para jóvenes, otro para gente de
mi generación, otro para directivos veteranos de más de cincuenta años.
En el curso para veinteañeros, hay paridad –como la había en mi facultad
de periodismo–. En el que yo estudié, había apenas un 10% de mujeres.
En el de los veteranos, solo tres de medio centenar. Ellas apenas llegan a esos cargos directivos. Mi generación pensaba que había igualdad de oportunidades, y era mentira.
Yo también soy machista porque he juzgado a las mujeres por su físico.
Porque he callado demasadas veces ante comportamientos machistas. Porque
cuando fundamos eldiario.es, éramos 12 personas: nueve hombres y tres
mujeres, y ni una sola de ellas era jefa. Porque hasta hace muy poco
teníamos una sección de opinión donde las firmas femeninas eran siempre
minoría. Porque el primer consejo de administración de eldiario.es era
exclusivamente masculino, como un club inglés, como la televisión de
Irán, como una cofradía. Como esos sitios donde nadie se sentía machista
porque el machismo era otra cosa.
Hoy el consejo de administración eldiario.es es paritario. Las reuniones de jefes y jefas de redacción no parecen un club de señores barbudos, aunque aún sean demasiado masculinas. La sección de opinión está casi equilibrada. Hemos salido de la Edad Media, pero eso no significa que no nos quede muchísimo trabajo por delante. Este 8 de marzo las trabajadoras de eldiario.es hacen huelga,
y sus reivindicaciones no son solo por lo que ocurre fuera de nuestra
oficina. También se quejan de que en eldiario.es tenemos que mirarnos lo
que hacemos y mejorar muchas cosas. Y tienen razón.
Yo no quiero seguir siendo machista y por eso intento corregirlo y
combatirlo, como haría con cualquier otra enfermedad crónica que hubiese
heredado. He aprendido que si nunca he tenido miedo a ser violado es
porque soy un hombre. Que si nunca me preguntaron en una entrevista de
trabajo si pensaba tener hijos es porque soy un hombre. Que si no me
perjudicó en mi carrera ser padre es porque soy un hombre. Que nadie ha
pensado jamás que mis ascensos se debían a con quién me acostaba. Soy un
hombre, un hombre que se pensaba que el machismo eran los otros.
También he aprendido, y a veces me ha costado, que las mujeres que
denuncian el machismo ni son mi enemigo ni van contra mí. Que cuando
denuncian que tienen miedo a ser violadas no están señalándome con el
dedo ni acusándome de violador. Que cuando piden romper el techo de cristal
solo exigen lo que es justo. Que cuando critican que incluso los
hombres que pensábamos que no éramos machistas tenemos que hablar menos y
escuchar más, también tienen razón. Que el feminismo también es una
tarea para los hombres. Que podemos ser feministas sin ser mujeres igual
que debemos combatir el racismo aquellos que no estamos discriminados.
Hay mil motivos para esta huelga. Me quedo solo con uno. Que ellas lo han decidido.
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