Rajoy, en rebeldía
Elisa Beni
Va siendo hora de declarar al
presidente del Gobierno de España en situación de rebeldía. Rebeldía por
incomparecencia, por mantener la actitud más pasiva posible ante el
requerimiento político e histórico de dar una respuesta a la crisis más
grave que ha atravesado en las últimas décadas nuestra convivencia como
nación. Puede que un demandado sea libre en un procedimiento civil de no
contestar a la demanda, pero no es de recibo que el jefe del Ejecutivo
obvie la respuesta a la demanda de acción política que ya no sólo se le
realiza desde dentro, sino que es un clamor en el exterior.
Escondido tras los ropones, su actitud es un oprobio para el cargo y para el país. Dos de los más prestigiosos diarios del mundo, The Times y The New York Times, le han dicho a la cara esta semana que no sólo no se dejan engañar con los argumentos que quieren convertir el problema catalán en una mera cuestión criminal, sino que es inadmisible que lo haga. No tragan. Los medios internacionales, incluido Der Spiegel, han levantado los sayones de las togas y han dejado al descubierto al Rajoy parapetado tras los jueces sin iniciativa, sin ideas, sin propuestas y que sólo ha sabido complicar más y más las tensiones buscando salvar sus trastos y no exponerse.
En Berlín siempre han quedado jueces, pero allí, como en el resto del mundo, lo que no tiene el presidente español son palmeros. Hace falta ser muy tiralevitas para pretender que la cuestión pasa exclusivamente por juzgar y encarcelar a unos señores que son unos delincuentes y me temo que en Europa aún quedan muchas cabezas lúcidas que van a plantearse las mismas cuestiones que en España analizan todos los que no están dispuestos a abandonar la razón a los pies de la emoción o, aún peor, de la devoción.
Los editorialistas norteamericanos mencionaban una cuestión que está siendo soslayada en el debate nacional, en el que han aparecido ejércitos completos de figuras jeroglíficas puestas de perfil para seguir la comitiva iniciada por el presidente. La cuestión reside en la inconveniencia de sacudirte los problemas, como el que se sacude las migas, dejando que estas ensucien el patio del vecino. Parece patente la incomodidad que debe suponer para los diversos gobiernos europeos, a cuyos territorios han llegado los ex miembros del Govern, por tener que asumir la carga política derivada de las decisiones judiciales que se produzcan, mientras Mr. Rajoy permanece ajeno a todo. Los líderes políticos europeos no están acostumbrados a comportamientos de este tenor y es lógico puesto que la suerte de Don Tancredo, la verdadera especialidad del gallego no deja de ser un lance taurino y, por tanto, demasiado español para admitir traducción.
A Rajoy le han llamado los potentes editorialistas extranjeros imprudente e incluso le han acusado de desear que una situación difícil se convierta en algo todavía peor. Le han dicho que su falsa firmeza es puro pánico y le han restregado su incapacidad política. A ese diagnóstico objetivo realizado desde el extranjero, habría que añadir el hecho indiscutible de que la elección del escondrijo tras las togas -debe ser una reminiscencia freudiana de su infancia- está provocando que la división y el enfrentamiento que podían haber enconado los nacionalistas dentro de Catalunya se esté trasladando ahora a los ciudadanos del resto del país. Ya no sólo por la dinámica anticatalana y por el linchamiento en la plaza que exige la venganza sobre los denominados criminales, sino por la tensa dialéctica establecida entre la opinión pública aparentemente mayoritaria y las pocas voces que se atreven a señalar al emperador y decirle que va desnudo y que las vergüenzas que muestra están a punto de destrozar los cimientos de nuestra democracia.
Rajoy está en rebelión frente a la propia idea de hacer política desde hace tiempo. A su alrededor incluso consta que hay personas inteligentes que ven con preocupación esta deriva, pero el miedo a perder el sitio en la cola del poder es demasiado poderoso. Todos callan y asienten y crean extraños argumentarios según los cuáles es imposible dialogar con aquellos que se han saltado la legalidad. Todo totalmente lógico porque, como me decía el otro día un empresario alemán: “¿ustedes, aquí en España, sólo hablan y negocian con los que piensan igual? Es que, saben, la cosa está en ser capaz de sentarse a hablar con los adversarios e incluso con los enemigos, con los amigos ya negociamos todos sin problema”. El argumento es tanto más peregrino y absurdo cuanto todos los gobiernos democráticos de este país se sentaron en algún momento con una banda terrorista. Cierto es que no el presidido por Rajoy, porque a Rajoy ya le dieron el problema resuelto.
Ahora son los norteamericanos los que ven desde el otro lado del Atlántico como la actitud de este personaje está arrastrando a otros gobiernos “a la refriega” y piden claramente que los alemanes no entreguen a Puigdemont para ser juzgado por esa rebelión fantasma. Y tienen que ser los británicos los que le insistan en que debe de hablar con sus adversarios retomando la iniciativa política que nunca debió abandonar.
Todo el mundo tiene claro que el pulso del procés está acabado tal y como se formuló. Los propios independentistas catalanes lo saben. El mantenimiento de la excepcionalidad política durante mucho más tiempo sólo puede ser perjudicial para todos. Sí, el presidente de un gobierno de España podría hacer mucho por cambiar la situación. Mucho más que esconderse tras las togas. Por cierto, para todos los que afirman que sus manos están atadas por la independencia judicial, les recordaré que el gobierno siempre mantiene en sus manos la Fiscalía y que ésta, lo mismo que dejó un día de acusar a la Infanta Cristina, podría tener que dejar de acusar de rebelión a los independentistas catalanes. No haría sino dejar de retorcer la interpretación del Código Penal.
Rajoy prefiere esconderse tras los sayones y además decirnos que no le queda otra opción. Nunca ha sido un buen intérprete de la realidad. Lo más probable, y lo mejor para todos, es que de nuevo ésta le dé de pleno en la cara.
Escondido tras los ropones, su actitud es un oprobio para el cargo y para el país. Dos de los más prestigiosos diarios del mundo, The Times y The New York Times, le han dicho a la cara esta semana que no sólo no se dejan engañar con los argumentos que quieren convertir el problema catalán en una mera cuestión criminal, sino que es inadmisible que lo haga. No tragan. Los medios internacionales, incluido Der Spiegel, han levantado los sayones de las togas y han dejado al descubierto al Rajoy parapetado tras los jueces sin iniciativa, sin ideas, sin propuestas y que sólo ha sabido complicar más y más las tensiones buscando salvar sus trastos y no exponerse.
En Berlín siempre han quedado jueces, pero allí, como en el resto del mundo, lo que no tiene el presidente español son palmeros. Hace falta ser muy tiralevitas para pretender que la cuestión pasa exclusivamente por juzgar y encarcelar a unos señores que son unos delincuentes y me temo que en Europa aún quedan muchas cabezas lúcidas que van a plantearse las mismas cuestiones que en España analizan todos los que no están dispuestos a abandonar la razón a los pies de la emoción o, aún peor, de la devoción.
Los editorialistas norteamericanos mencionaban una cuestión que está siendo soslayada en el debate nacional, en el que han aparecido ejércitos completos de figuras jeroglíficas puestas de perfil para seguir la comitiva iniciada por el presidente. La cuestión reside en la inconveniencia de sacudirte los problemas, como el que se sacude las migas, dejando que estas ensucien el patio del vecino. Parece patente la incomodidad que debe suponer para los diversos gobiernos europeos, a cuyos territorios han llegado los ex miembros del Govern, por tener que asumir la carga política derivada de las decisiones judiciales que se produzcan, mientras Mr. Rajoy permanece ajeno a todo. Los líderes políticos europeos no están acostumbrados a comportamientos de este tenor y es lógico puesto que la suerte de Don Tancredo, la verdadera especialidad del gallego no deja de ser un lance taurino y, por tanto, demasiado español para admitir traducción.
A Rajoy le han llamado los potentes editorialistas extranjeros imprudente e incluso le han acusado de desear que una situación difícil se convierta en algo todavía peor. Le han dicho que su falsa firmeza es puro pánico y le han restregado su incapacidad política. A ese diagnóstico objetivo realizado desde el extranjero, habría que añadir el hecho indiscutible de que la elección del escondrijo tras las togas -debe ser una reminiscencia freudiana de su infancia- está provocando que la división y el enfrentamiento que podían haber enconado los nacionalistas dentro de Catalunya se esté trasladando ahora a los ciudadanos del resto del país. Ya no sólo por la dinámica anticatalana y por el linchamiento en la plaza que exige la venganza sobre los denominados criminales, sino por la tensa dialéctica establecida entre la opinión pública aparentemente mayoritaria y las pocas voces que se atreven a señalar al emperador y decirle que va desnudo y que las vergüenzas que muestra están a punto de destrozar los cimientos de nuestra democracia.
Rajoy está en rebelión frente a la propia idea de hacer política desde hace tiempo. A su alrededor incluso consta que hay personas inteligentes que ven con preocupación esta deriva, pero el miedo a perder el sitio en la cola del poder es demasiado poderoso. Todos callan y asienten y crean extraños argumentarios según los cuáles es imposible dialogar con aquellos que se han saltado la legalidad. Todo totalmente lógico porque, como me decía el otro día un empresario alemán: “¿ustedes, aquí en España, sólo hablan y negocian con los que piensan igual? Es que, saben, la cosa está en ser capaz de sentarse a hablar con los adversarios e incluso con los enemigos, con los amigos ya negociamos todos sin problema”. El argumento es tanto más peregrino y absurdo cuanto todos los gobiernos democráticos de este país se sentaron en algún momento con una banda terrorista. Cierto es que no el presidido por Rajoy, porque a Rajoy ya le dieron el problema resuelto.
Ahora son los norteamericanos los que ven desde el otro lado del Atlántico como la actitud de este personaje está arrastrando a otros gobiernos “a la refriega” y piden claramente que los alemanes no entreguen a Puigdemont para ser juzgado por esa rebelión fantasma. Y tienen que ser los británicos los que le insistan en que debe de hablar con sus adversarios retomando la iniciativa política que nunca debió abandonar.
Todo el mundo tiene claro que el pulso del procés está acabado tal y como se formuló. Los propios independentistas catalanes lo saben. El mantenimiento de la excepcionalidad política durante mucho más tiempo sólo puede ser perjudicial para todos. Sí, el presidente de un gobierno de España podría hacer mucho por cambiar la situación. Mucho más que esconderse tras las togas. Por cierto, para todos los que afirman que sus manos están atadas por la independencia judicial, les recordaré que el gobierno siempre mantiene en sus manos la Fiscalía y que ésta, lo mismo que dejó un día de acusar a la Infanta Cristina, podría tener que dejar de acusar de rebelión a los independentistas catalanes. No haría sino dejar de retorcer la interpretación del Código Penal.
Rajoy prefiere esconderse tras los sayones y además decirnos que no le queda otra opción. Nunca ha sido un buen intérprete de la realidad. Lo más probable, y lo mejor para todos, es que de nuevo ésta le dé de pleno en la cara.
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