miércoles, 28 de marzo de 2018

Efestiviwonder, como decían los chavales el siglo pasado y Amén, Almudena, en el clavo total, carinyet

Víctimas

Jordi Turull sale del Tribunal Supremo para comer durante un receso.
Jordi Turull sale del Tribunal Supremo para comer durante un receso.
Hace unos meses, cuando el cansancio se convirtió en aburrimiento, dejé de ocuparme del conflicto catalán. Por una parte, no me apetecía seguir empeñando mi atención en un tema estancado mientras otros procesos, tan estrechamente vinculados con mi trayectoria como el auge del feminismo o la reactivación del debate sobre nuestra historia reciente, experimentaban avances que pueden resultar decisivos. Por otra, me parecía injusto seguir dándole vueltas al exilio de Puigdemont mientras causas tan justas como las reivindicaciones de los pensionistas, o tan alarmantes como la prisión permanente revisable, permanecían en segundo plano. Así que decidí dar Cataluña por perdida para atender a otros asuntos. No he cambiado de opinión y, sin embargo, la desolación que impregna este momento concreto, entre fugas precipitadas, autos judiciales, reingresos en prisión y nuevas elecciones en el horizonte, me impulsa a volver sobre mis pasos, aunque sólo sea porque me encantaría entender los motivos de Torrent, la insistencia independentista en el malentendido que les lleva a identificar la dignidad con el suicidio, una inmolación que perjudica la propia supervivencia de su causa. Pero saber ganar es tan importante, o más aún, que saber perder. Yo no soy nadie para discutir los méritos del juez Llarena, ni para cuestionar su trabajo, pero en la medida en la que es también un ciudadano, me pregunto si es consciente de las repercusiones políticas, a corto, a largo y hasta a larguísimo plazo, de su manera de aplicar la ley. Las víctimas son el capital más valioso al que puede aspirar cualquier movimiento político. Cuando los independentistas pierdan todo lo demás, siempre les quedarán las víctimas. Ojalá que no.

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