Este martes le toca a Rajoy sesión de control en el
Senado, y quizás lo notemos un poco más nervioso de lo habitual, con los
tics descontrolados y perdiendo el hilo. No es para menos: mientras
hable a la cámara, evitará levantar la mirada hacia el gallinero, la
zona del grupo Mixto, donde Rita Barberá hace girar en su mano la liana
de perlas mientras lanza suspiros y toses intencionadas. Yo no
descartaría que hasta pidiese de repente la palabra para hacerle alguna
pregunta al sudoroso presidente.
Después, Rajoy
saldrá del Senado a la carrera, no sea que la senadora ex popular se le
acerque por el pasillo y le plante dos besos delante de los fotógrafos
llamándole “Marianito” como el otro día llamó “Margui” a García Margallo
delante de las cámaras.
No me digan que no es fascinante el comportamiento de la
Mejor Alcaldesa de España. Si los suyos pensaban que se iba a quedar
encerrada en su piso valenciano, ella coge y se viene a Madrid, para
rozarse en público con sus ex compañeros todo lo que pueda. “¿Que no me
queréis? ¡Pues tomad Rita!”
Pensábamos que se
agarraba al escaño para protegerse judicialmente con el aforamiento,
pero qué va: lo hace para que la sigan viendo a diario y no olviden lo
miserables que están siendo con ella. Va al comedor del Senado y se sienta a la mesa de
los senadores populares. Va a la apertura solemne de la legislatura y
coge sitio en la bancada popular, y luego a la salida busca a sus ex
compañeros. “Margui, que no me has saludado”, le dijo al ex ministro de Exteriores. Fantástica. A mí me entraron ganas hasta de votarla.
El PP insiste en que ya no conoce a esa señora, que no es del partido, y
los portavoces más jóvenes le lanzan indirectas para que se vaya. Pero
Barberá no se da por aludida y les refriega por la cara lo ingratos que
están siendo con ella. Porque en eso tiene razón: qué ingratitud la del
PP con quien dio al partido mucho más que esos mil euros pitufos: cinco
mayorías absolutas valencianas, llenazos en la plaza de toros y un
congreso cómodo para Rajoy en 2008, además de ayudar desde el
ayuntamiento a que los amigos del partido hiciesen buenos negocios en la
ciudad. Y así se lo pagan, desagradecidos.
Ayer fue a declarar al Supremo,
y lo hizo vestida de alcaldesa, de rojo y con perlas, con la misma ropa
con que antes la piropeaban, para hacer más evidente lo sola que la han
dejado. Más de uno en Génova temió que a la salida cruzase la calle y
se presentase en la sede del partido para ir planta por planta
repartiendo besos.
Lo siguiente puede ser enviar
naranjas a Rajoy y la cúpula del PP, para que recuerden las generosas
cajas de cítricos valencianos que les enviaba por navidades.
Si sigue en esta línea, yo me la imagino apareciendo en la cena de
navidad del PP, saludando uno por uno a los comensales para luego
sentarse sola en una mesa cercana, para que los desagradecidos se mueran
de pena o de vergüenza viéndola y se les atragante la cena.
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