miércoles, 9 de noviembre de 2016

Qué me cuentas, cómo me lo cuentas y para qué me lo cuentas, prensa...


Recuerdo con cierta nostalgia aquel título de Ortega y Gasset: La rebelión de las masas. Eran tiempos de revoluciones inéditas y a lo bestia, iniciando el siglo XX. Como ahora. Será, quizás, el síndrome del cambio de centenas y de milenios, no sé...
Por aquel entonces era el primer intento exportable nacido de la revolución rusa en plan mundial. Un contagio nacido del descontento, que aprovecharon como siempre las derechas, la pela y el cinismo, nada imaginativas y mucho más apegadas a lo suyo que al bien común. Del impulso socialista nació la desviación fascista, para que las masas de siempre volviesen al redil con la exaltación de la patria y del minifundio de alquiler y vasallaje integrado en el latifundio en propiedad del cacique de turno. 

Ahora se está cometiendo un error de apreciación bastante serio, quizás espontáneo y simplista o quizás intencionado y retorcido: meter en el mismo saco la fuerza justa, comprometida, sectorial y solidaria de los movimientos sociales de conciencia que aspiran al cambio político de la inteligencia colectiva, mediante una organización participativa y al entendimiento en la diversidad legítima de la democracia más directa; toda esa riqueza también se  presenta en idéntico nivel "populista" como masa informe, superficial, cabreada y espectacularmente manipulable por el primer espantajo con glamour o pedigrí ideologista, pero sin Idea, que se presente como catalizador del enfado y dispuesto a rentabilizarlo para sí mismo o para su trust negociante en asuntos públicos y enjuagues adheridos. Un Trump por ejemplo. Un pp o un psoe giratorio y acomodaticio ad hoc, a lo Tancredi, el personaje de Lampedusa. Nada que ver lo uno con lo otro, salvo la situación tensa de enfado con motivos más que suficientes, pero con una metodología de conciencia que nada tiene que ver con la carencia de conciencia  que es el rasgo principal de las masas, tal y como las describe Ortega en su momento.

 Hay un concepto de masa emocional, irracional, instintiva, que solo responde al principio de acción reacción, una planicie cognitiva que solo funciona por espasmos. Esa es la masa que, en efecto, vota a Le Pen, a Trump y también al pp y al psoe de González y Susana Díaz y también a Podemos. Todo el conjunto lleva a simplificar y a igualar un todo como galletas de la misma harina, sin tener en cuenta las diferencias abismales que hay entre los dos modos de enfocar el movimiento de origen popular unido en la diversidad y abierto a la participación directa  que parte de la determinación de involucrarse personalmente y el mogollón populista con la única intención de pillar votos para elevar al poder a determinados intereses que se basa en la fe del carbonero y apoyo incondicional de una masa "seducida" por propuestas que no nacen de ella, sino que le son puestas en bandeja por un aparato   organizativo que ni siquiera conocen y que trata de "representarlas" haciendo  el trabajo a su manera y sin consultar a unas bases que nunca le piden explicaciones porque tienen en el partido una fe ideológica de tipo religioso y una devoción visceral como por su equipo de fútbol. Es el paso imprescindible para conseguir el estupidizante poder hegemónico, absolutamente acrítico y sumiso por la ley del más fuerte retóricamente y el más aprovechado, ágil y metódico organizativamente.

En la actualidad hay una ruptura, una diferencia  de líneas divisorias de tipo existencial más que ideológico, entre las dos antiguas clases media y 'trabajadora' o burguesía y proletariado, que cada vez más, laboral y económicamente, se están integrando en una ciudadanía comunitaria, que ya comparte los mismos problemas sectoriales y económicos, pero no los mismos valores cognitivos o/y culturales. El desempleo, los desahucios, los recortes y castigos salariales afectan por igual a obreros que a "burgueses" que no sean poseedores de contactos enchufísticos, bienes y patrimonios abundantes. Esa parte de la ciudadanía se divide por sus principios humanos o por la carencia de ellos. La  parte de ciudadanía que vive con universalidad el respeto a los derechos, libertades y dignidad  es la unidad en lo diverso del alma colectiva en los interesas del bien común desde lo popular constituyente y no desde lo institucional constituído, y que se identifica como izquierda progresista de amplio espectro asociativo (iniciativas integradoras de diversidad ideológicas, ecologistas, animalistas, feministas, pacifistas, libertarias,LGTBI, sectoriales, barriales, de apoyo mútuo, etc) en cambio la parte solamente centrada en poder adquisitivo, intereses de grupo y situación laboral y cultural, que no posee esa conciencia, sino que pone lo suyo por delante de todo y sin tener en cuenta nada más que la defensa individual de sus derechos, que está convencida de que la inmigración y la solidaridad son perjudiciales para sus intereses particulares o territoriales, soberanistas o nacionalistas, es fascismo populista. La otra cara de la moneda 'popular'. La diferencia es importante y son los gobiernos y partidos políticos escorados en esa dirección secesionista en los derechos y deberes, "clasista" y dogmática en definitiva, los que más inciden en llamar "populismo" a los que viven con más generosidad y responsabilidad la fuerza de base social y política, y les temen porque piensan que les pueden arrebatar la propiedad privada o hacerles pagar más impuestos para beneficiar a los más perjudicados porque tienen menos recursos o son migrantes.

El problema quizá radique en que ni un Rajoy, ni una Díaz, ni un Trump ni una Le Pen, ni una Merkel ni una Clinton, e incluso ni un Iglesias, se han hecho conscientes políticos y no atinan a explicar y aclarar estas realidades sociológicas en sus campañas electorales, y por ende políticas, tal vez porque no se sienten parte de la misma ciudadanía a la que piden el voto y por eso ni  se enteran. Se sienten de otra especie. De otra gens, de otra casta.  O quizás ni siquiera han caído en la cuenta de ese fenómeno porque todo lo reducen a sus dislexias particulares: o todo a la izquierda o todo a la derecha. O todo institucional o todo populista. Qué miedo tienen a afrontar la realidad sin tapujos ni "y túmases". No escuchan, ¿para qué? si ya interpretan, deducen, imaginan, lo que conviene hacer para bien de la estructura de poder que  les mantiene y de la que son iconos visibles y de la que viven y chupan rueda casi toda su época laboral.

 Es cierto, que afortunadamente, tenemos otros ejemplos cercanos, en el caso español, como son los ayuntamientos y CCAA del cambio. Ahí, por el contrario, se perciben otras conductas y disposiciones muy distintas. Y sí, se comprueba que la inteligencia colectiva organizada desde sí misma, es la expresión más justa y eficaz para gestionar con acierto los asuntos de gobierno de acuerdo con el bien común, para que no haya barreras insalvables; que todo se pueda hablar y resolver entre todos es la mejor forma de funcionar en la polis, en el Estado. 

No apreciar estas diferencias enormes en la estructura social es muy grave y muy reductivo y se podría decir que muy proclive a mantener el mismo estado de caos y dispersión mediatizada para simplificar y desactivar las grandes inquietudes que no se tratan casi nunca en entrevistas, tertulias ni debates. Los medios; si de verdad se ocupasen de abrir puertas a la conciencia, por ejemplo, en USA estos días de campaña, habrían hablado lo justo de la movida comercial de los dos iconos prefabricados y, además, se habrían volcado en que se conociera y fuera noticia el programa electoral de Bernie Sanders, en hacerle entrevistas y en preguntar a sus electores por los motivos de su intención de voto. Lo mismo vale en España con las propuestas de la Izquierda progresista, muy poco se ha preguntado a Garzón, a Ricardo Sixto, a Sol Sánchez, a Llamazares, a Cayo Lara, a García Montero, a López de Uralde, a Yayo Herrero, a Teresa Rodríguez, a Manuela Carmena, a Joan Ribó, a Xavi Doménech, a Pedro Sánchez, Ángel Gabilondo, Patxi López o a Miquel Iceta, a Carlos Taibo, a Jorge Riechmann, más allá del folclore, del comentario frívolo o picajoso, del chascarrillo o del tópico coloquial. 
Ellos habrían podido explicar largo y tendido mucho más de lo que nos han ofrecido esos programas de usar y tirar que malgastan nuestro tiempo en la nada de la confusión, en pro de la inmediatez de la noticia, sin comprender que nos importa e interesa mucho más una explicación sin cortes constantes y saltos de una cosa a otra, que la neura informativa y estresante del frenesí desportillado. Mola mucho más hacer la crónica de la anécdota de una estupidez o infantilada friki de Pablo Iglesias o del chiste de Zapata o el piso de Espinar, habiendo lo que hay en el Gobierno y alrededores, que las razones de peso para el cambio, de una Teresa Rodríguez o de un Garzón o una Mónica Oltra, un Berto Jaramillo, una Colau o una Rosa Pérez. 

Detrás, al lado y muchas veces delante, de estos y estas portavoces hay miles y miles de mentes pensantes, de voluntades actuantes comprometidas y dispuestas al cambio y al servicio mutuo desde un anonimato natural que no significa para nada una colección de amebas teledirigidas por la rabia y las ganas de revancha, que es como el régimen omnipotente y omnipresente, quiere mostrar las justas y sensatas propuestas y exigencias de la sociedad, de la ciudadanía, que no de "la masa" estupidizada por el mismo sistema que la exprime, la oprime y la amordaza. Cientos y hasta miles de ciudadanas/os que participan en el diseño de los presupuestos municipales desde sus barrios, que tienen y proponen iniciativas extraordinarias que con la escucha se incorporan al barrio, a la comunidad, al municipio abierto y común, sin cúpulas ni castas.

 De todo esto la prensa, la vocera del sistema injusto, no dice ni pío. Se queda, prudentemente agazapada a ver qué pasa y cómo contarlo de un modo seductor para la morralla cultural que les compra la desinformación y sometido a la otra morralla giratoria y amoral que les recompensa, y todo ello  al otro lado de la frontera del miedo y de la costumbre, con su adormecedor mantra de siempre: "Virgencita, que nos quedemos como estamos, que podría ser peor. Amén" 

Creo que un simple buen programa como "Millenium" camuflado de rondón y sin que se note demasiado, ya en la madrugada de la 2tve, del lunes al martes, nos puede dar más pistas y luces a la hora de aclararnos hasta políticamente, que cualquiera de los abundantes y descerebrados circos de feria que nos ofrecen cada día las cadenas e informaciones habituales escoradas cada una a su bola, que después de todo resulta que es la misma. 

El concepto "masa" está en proceso de caducidad acelerada en progresión geométrica, desde hace ya casi dos décadas, más o menos las Torres Gemelas fueron el inicio espacio-temporal de esa r-evolución. Su impacto y el volumen de conciencia que está moviendo es tan enorme que no se ve a simple vista como  no se ve el aire que respiramos o el sonido que nos envuelve o las ondas electromagnéticas que nos atraviesan sin que lo  percibamos visualmente. Y esto debería valer tanto para la prensa encriptada sobre la fabricación del consentimiento que fomenta el concepto masificador, como para partidos de nuevo cuño mucho más viejo y caducado de lo que se imaginan.

Si algo nos puede liberar de los pesos muertos que arrastramos y que a su vez  arrastran a la especie humana hacia su suicidio, es despertar del "sueño americano" en plan café para todos en el bar de  Walt Street, como nos están vendiendo las 24horas desde el neoliberalismo enloquecido, un callejón sin salida, un matadero global. 

No es tan malo ni tan fascista como nos cuentan, recobrar la soberanía perdida, que es parte de la libertad y la dignidad imprescindible de los pueblos y comunidades; en realidad esa recuperación sólo es mala para el sistema que ha ido diluyendo a la persona y sus derechos en un imperio de mercado financiero sin fronteras ni límites. Ya en el colmo de legalizar el saqueo a base de leyes criminales y tratados inhumanos en pos de los beneficios "para todos" a base de asfixiar a los productores. Es como si la abeja reina de un panal pretendiera hacerse con la miel y la jalea para venderlas por los prados, matando de hambre y a palos a las abejas que producen su alimento y el de los zánganos; al final ella, la reina, los zánganos y el panal acabarían por morir de inanición.
La verdadera prensa, la que es ética todavía, la que aún pueda estar  interesada en que la investigación y conocimiento de la realidad, sea como sea, y sin estar al servicio del mejor postor publicitario, sirva para cimentar y construir  el bien común, sobre todo, debería revisar su función social, su implicación moral en el mundo que ha elegido como campo de trabajo, y ocuparse más de dar a conocer noticias de todo lo bueno que se propone , que se lucha y se logra desde la base social en vez de dar solamente tanta infatuación, estupidez y picaresca como primicias. 

Quizás es que estamos tan mal que no merecemos una prensa mejor o quién sabe si es que estamos tan mal porque esa prensa no nos merece y le hacemos demasiado caso en vez de no leerla, dejarla haciendo muecas en el vacío y pasar de ella, para crear entre todas  una realidad más sana, más limpia y honesta, más inteligente, más constructiva y más interesante que "esto", aprovechando las posibilidades de internet. 

La prensa libre e independiente tiene que serlo no solo en lo económico, sino sobre todo en lo cognitivo, en la ética vigilante, en la imaginación creativa, en la grandeza de miras que no sólo son finanzas, rentabilidad y expansión comercial, sino de alma, de clarividencia, de serena integridad. De coherencia sostenible y fotovoltaica; sí, también en la información ya se debería estar abandonando la pringue del petróleo y diseñar alternativas que, a ser posible,  vayan más allá de Cutrelandia.

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