Pongamos las cosas en su sitio. Titulares de periódico, políticos
profesionales y analistas se escudan en el argumento del populismo para
responder a una inquietud lógica. La victoria electoral en EEUU de un
personaje como Trump y la extensión de movimientos de extrema derecha en
Europa merecen desde luego una reflexión. Pero es conveniente que esa
reflexión no se utilice de modo tramposo para ocultar los verdaderos orígenes del problema.
Los antisistema deben ayudarnos a meditar sobre el sistema antes que a
remover miedos para perpetuar las situaciones de injusticia, es decir,
las verdaderas causas en el fondo y en la forma de las agitaciones
peligrosas.
El final del siglo XX y el principio del siglo XXI se caracterizan por el protagonismo de unos políticos sometidos a la más descarada inercia neoliberal. La riqueza del mundo se ha concentrado en muy pocas manos: una élite cada vez más acaudalada a costa del empobrecimiento de las mayorías. El sistema favoreció con su actuación esta deriva económica. Hubo una época en la que se puso de moda hablar de la traición de los intelectuales por la falta de compromiso social. Hoy, sin embargo, muchos referentes de la cultura, el derecho, la economía y la sociología tienen sobradas razones para hablar en sus cátedras de la traición de los políticos al bien común que representan.
Cuando se configuró, como en el caso de Europa, una nueva geografía social, las reglas puestas en marcha fueron pensadas para debilitar a los Estados. Los avances tecnológicos se utilizaron para sustituir la economía productiva por la economía especulativa, debilitando de forma sistemática el mundo del trabajo. Al tiempo que se hería el orgullo de los servicios públicos, la cultura consumista animaba a la pérdida de memoria en un tiempo de usar y tirar y al egoísmo en una inercia de fascinación por el éxito del dinero. La destrucción del Estado puso en marcha así una doble dinámica: por un lado, condenó a los ciudadanos a la inseguridad; por el otro, desacreditó las ilusiones sociales y los proyectos colectivos.
No es de extrañar que en situaciones de crisis, cuando la ciudadanía siente miedo ante las carencias propias, reaccione sintiendo nostalgia del Estado, pero no como marco de convivencia e integración, sino como estrategia totalitaria de defensa ante la llegada del otro. Los políticos que se han olvidado de la ciudadanía para trabajar en nombre de los grandes intereses económicos han facilitado el descrédito de la representación pública, no ya con los escándalos de sus corrupciones, sino con su manifiesta inoperancia a la hora de defender el bien común.
La responsabilidad más grave, desde el punto de vista de la justicia social, cae sobre los partidos socialdemócratas de Europa, aliados sin escrúpulos con los dueños del dinero para identificar el sistema democrático con la desigualdad y la libre explotación de los individuos.
Hechas estas reflexiones, podemos hablar del populismo y poner los puntos sobre las íes. ¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? Porque no es admisible que se confunda el esfuerzo para devolver a la ciudadanía el derecho a una representación democrática verdadera con el irracionalismo demagógico fundado en tentaciones de identidad totalitaria y antipolítica. Por resumir, considero que hay ahora tres perspectivas en juego, tres posibilidades que van a marcar la situación que vivimos:
1.- Los partidarios de mantener las cosas como están, instalados en la mentira cada vez más insostenible de la falsa representación neoliberal.
2.- Los partidarios de renunciar a las organizaciones democráticas en favor de sus ideologías de la verdad (la verdad de la vida frente a la política) y la mano fuerte, tan propia de gente educada en los paradigmas de la telebasura.
3.- Los partidarios de dignificar la política en favor de un Estado democrático que defienda el bien común y el interés de las mayorías.
Más que nunca será necesario un ejercicio de memoria para volver a pensar el siglo XX. Los caminos en juego son múltiples. No sé si al mundo del dinero se le puede pedir, desde el punto de vista ético e incluso económico, una reflexión sobre el peligro que supone la falta de tratamiento para sus tumores malignos. Pero sea cual sea la respuesta que las élites económicas quieran darse a ellas mismas, el mundo de la política democrática necesita encontrar maneras de responder al neoliberalismo para devolver un sentimiento de verdad humana a sus instituciones.
El final del siglo XX y el principio del siglo XXI se caracterizan por el protagonismo de unos políticos sometidos a la más descarada inercia neoliberal. La riqueza del mundo se ha concentrado en muy pocas manos: una élite cada vez más acaudalada a costa del empobrecimiento de las mayorías. El sistema favoreció con su actuación esta deriva económica. Hubo una época en la que se puso de moda hablar de la traición de los intelectuales por la falta de compromiso social. Hoy, sin embargo, muchos referentes de la cultura, el derecho, la economía y la sociología tienen sobradas razones para hablar en sus cátedras de la traición de los políticos al bien común que representan.
Cuando se configuró, como en el caso de Europa, una nueva geografía social, las reglas puestas en marcha fueron pensadas para debilitar a los Estados. Los avances tecnológicos se utilizaron para sustituir la economía productiva por la economía especulativa, debilitando de forma sistemática el mundo del trabajo. Al tiempo que se hería el orgullo de los servicios públicos, la cultura consumista animaba a la pérdida de memoria en un tiempo de usar y tirar y al egoísmo en una inercia de fascinación por el éxito del dinero. La destrucción del Estado puso en marcha así una doble dinámica: por un lado, condenó a los ciudadanos a la inseguridad; por el otro, desacreditó las ilusiones sociales y los proyectos colectivos.
No es de extrañar que en situaciones de crisis, cuando la ciudadanía siente miedo ante las carencias propias, reaccione sintiendo nostalgia del Estado, pero no como marco de convivencia e integración, sino como estrategia totalitaria de defensa ante la llegada del otro. Los políticos que se han olvidado de la ciudadanía para trabajar en nombre de los grandes intereses económicos han facilitado el descrédito de la representación pública, no ya con los escándalos de sus corrupciones, sino con su manifiesta inoperancia a la hora de defender el bien común.
La responsabilidad más grave, desde el punto de vista de la justicia social, cae sobre los partidos socialdemócratas de Europa, aliados sin escrúpulos con los dueños del dinero para identificar el sistema democrático con la desigualdad y la libre explotación de los individuos.
Hechas estas reflexiones, podemos hablar del populismo y poner los puntos sobre las íes. ¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? Porque no es admisible que se confunda el esfuerzo para devolver a la ciudadanía el derecho a una representación democrática verdadera con el irracionalismo demagógico fundado en tentaciones de identidad totalitaria y antipolítica. Por resumir, considero que hay ahora tres perspectivas en juego, tres posibilidades que van a marcar la situación que vivimos:
1.- Los partidarios de mantener las cosas como están, instalados en la mentira cada vez más insostenible de la falsa representación neoliberal.
2.- Los partidarios de renunciar a las organizaciones democráticas en favor de sus ideologías de la verdad (la verdad de la vida frente a la política) y la mano fuerte, tan propia de gente educada en los paradigmas de la telebasura.
3.- Los partidarios de dignificar la política en favor de un Estado democrático que defienda el bien común y el interés de las mayorías.
Más que nunca será necesario un ejercicio de memoria para volver a pensar el siglo XX. Los caminos en juego son múltiples. No sé si al mundo del dinero se le puede pedir, desde el punto de vista ético e incluso económico, una reflexión sobre el peligro que supone la falta de tratamiento para sus tumores malignos. Pero sea cual sea la respuesta que las élites económicas quieran darse a ellas mismas, el mundo de la política democrática necesita encontrar maneras de responder al neoliberalismo para devolver un sentimiento de verdad humana a sus instituciones.
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De acuerdo en todo. Y una puntualización: no creo que sea posible devolver el sentimiento de verdad humana a sus instituciones, si al mismo tiempo no hay una pedagogía social de base que implique a la ciudadanía seriamente igual que a los "políticos" (políticos somos todos en realidad), por la que se humanicen y eduquen los individuos (también los que se dedican a la "política", obviamente, que no siempre están humanizados) para que puedan despertar y formarse las conciencias que son los vasos comunicantes del alma social y política (dos términos inseparables), propiciando las funciones imprescindibles de la inteligencia colectiva.
Creer que "política" es el oficio puntual o vitalicio de unos cuantos a los que ese vota y no una responsabilidad de todos lo que eligen, está siendo la causa más importante del fracaso social y del desafecto irresponsable de las ciudadanas y ciudadanos, que sin lograr atar cabos y confundidos por los medios, sus demagogias varias y por la falta de esa pedagogía que las instituciones con un funcionariado ad hoc deberían trabajar, sólo se implican por medio de la indignación y el descontento cuando la crisis constante se agudiza y aparece la verdadera cara del conflicto irresoluble, que es la esencia verdadera de un desastre sistémico al que se le va lavando la cara de bache en bache hasta que el bache se convierte en un precipicio mortal para la ciudadanía y hasta para el propio sistema, que como Cronos se alimenta de sus criaturas. Es un bucle-burbja del que sólo se puede salir deshaciéndolo para reinventar, diseñar y confeccionar otro "traje" político y social a la medida de un tiempo inédito. Parte de problema es creer que no es posible algo realmente nuevo que la sagacidad de los 'linces' humanos no controle y mangonee, y que nada cambia porque todo se repite mecánicamente hagamos lo que hagamos. Y en efecto, todo se repite, precisamente por el empeño de nuestro invento, cada vez más deteriorado por la inadecuación a un medio natural que lleva otro ritmo,obviamente,alterado por nuestra forma de entender la gestión de la res publica y la relación entre el medio y nosotros.
Sin pedagogía y praxis común y social y sin una adaptación lúcida a las circunstancias que van modificando nuestras vidas,según discurre el desgaste y el maltrato a la Naturaleza o la inadaptación a los nuevos canales del conocimiento, de la intuición y la flexibilidad de la mente, que con el tiempo se van haciendo más patentes, por medio de nuevas tecnologías y campos de la ciencia y del pensamiento, que se descubren e inciden en los hábitos y en la concepción del mundo, no es posible una buena política, ni una buena economía, ni una buena educación, sanidad, finanzas, justicia, I+D+I, ni nada. Como en una versión gafe del rey Midas, donde se ponen las manos en ese plan todo se convierte en polvo, infatuación, mentiras tácticas, ruina, cenizas y desguace.
La alquimia del sabio, en un mundo de prisas por acaparar, informarse y enriquecerse cuanto antes, se ha vendido en el mercadillo a la ignorancia ilustrada, hasta erudita y ex cathedra; como en la fábula del aprendiz de brujo que musicó Mussorsky, está provocando una ristra de cataclismos en cadena, cuya guinda de la copa es el imperio de la estupidez millonaria como sea, que se ha hecho el amo de todo lo que se mide, se cuenta y se pesa, se vende y se compra. Sin conciencia de sí y con un poder globalizado por la falta de límites, la existencia no sólo se degrada y termina reducida a una molesta inutilidad, es que, además, puede convertirse, con toda seguridad, en el arma más peligrosa de todas.
La vida y la historia de un pueblo o de una civilización no pueden progresar en un eterno copy & paste. Antes de organizar lo grande hay que haber aprendido y comprendido el valor básico de conocer y organizar lo pequeño. Porque lo mismo que hagamos en el mundus minor de nuestro mundo privado ,haremos y ampliaremos en el mundus maior de la vida pública.
Transitamos por un estado evolutivo en el que aún se cree y se piensa que es compatible ser un buen político, un buen profesional, una buena maestra, médico o ministra, siendo un hijo o hija de puta o un o una imbécil obediente al partido o al negocio o cualquier dogma que sirva para tener algo de seguridad y certezas mejores y con mejores avales que las propias, incapaces de asumir el riesgo de equivocarse antes que el de vivir bloqueados por el perfeccionismo paralizante que todo lo justifica con tal de no asumir responsabilidades, o por el miedo a equivocarse, a no tener la buena imagen que se quiere dar y a no ser superman o superwoman y quedar fatal, hidalgo del Lazarillo fashion. Que las cosas mejoren solas, no vaya a ser que el cambio no sea perfecto como lo es la quietud y la pasividad, ese "aguantar el chaparrón" aunque se convierta en diluvio...ya escampará, que el tiempo y la meteorología, ya si eso, tengan la última palabra. Y en vez de reconocer en esa actitud el tufo de la cobardía, la incapacidad, la mediocridad y la comodidad, se le llama "prudencia" y hasta estrategia con un cierto viso errático de astuta zorrería experimentada, para ganar al enemigo por cansancio y aburrimiento. Como ha pasado con Rajoy y su dontancredismo natural, un personaje absolutamente inepto para todo lo que no sea decir amén a lo mismo que hicieron sus antepasados de la época del Apóstol, -aquélla de Santiago y cierra España, no vaya a ser que en un descuido se te escape, Marianiño, y te tengas que resignar con lo de Santa Pola, que es un a miseria comparado con el chollo hereditario que te regaló Josemari, "el listo"-, un tipo de desgobernante impresentable que en cualquier país normal no habría terminado siquiera su primera legislatura. Aquí le ha tocado la lotería porque España, verdaderamente, sigue siendo por su penosa historia amnésica, different absolutely. Y muy cortita de vista; no puede ver más allá del casino provinciano, del mus, de frikilandia o de las vueltas a la noria, cerveza, cigarrito, guasap, fútbol, tracas y toros.
La alquimia del sabio, en un mundo de prisas por acaparar, informarse y enriquecerse cuanto antes, se ha vendido en el mercadillo a la ignorancia ilustrada, hasta erudita y ex cathedra; como en la fábula del aprendiz de brujo que musicó Mussorsky, está provocando una ristra de cataclismos en cadena, cuya guinda de la copa es el imperio de la estupidez millonaria como sea, que se ha hecho el amo de todo lo que se mide, se cuenta y se pesa, se vende y se compra. Sin conciencia de sí y con un poder globalizado por la falta de límites, la existencia no sólo se degrada y termina reducida a una molesta inutilidad, es que, además, puede convertirse, con toda seguridad, en el arma más peligrosa de todas.
La vida y la historia de un pueblo o de una civilización no pueden progresar en un eterno copy & paste. Antes de organizar lo grande hay que haber aprendido y comprendido el valor básico de conocer y organizar lo pequeño. Porque lo mismo que hagamos en el mundus minor de nuestro mundo privado ,haremos y ampliaremos en el mundus maior de la vida pública.
Transitamos por un estado evolutivo en el que aún se cree y se piensa que es compatible ser un buen político, un buen profesional, una buena maestra, médico o ministra, siendo un hijo o hija de puta o un o una imbécil obediente al partido o al negocio o cualquier dogma que sirva para tener algo de seguridad y certezas mejores y con mejores avales que las propias, incapaces de asumir el riesgo de equivocarse antes que el de vivir bloqueados por el perfeccionismo paralizante que todo lo justifica con tal de no asumir responsabilidades, o por el miedo a equivocarse, a no tener la buena imagen que se quiere dar y a no ser superman o superwoman y quedar fatal, hidalgo del Lazarillo fashion. Que las cosas mejoren solas, no vaya a ser que el cambio no sea perfecto como lo es la quietud y la pasividad, ese "aguantar el chaparrón" aunque se convierta en diluvio...ya escampará, que el tiempo y la meteorología, ya si eso, tengan la última palabra. Y en vez de reconocer en esa actitud el tufo de la cobardía, la incapacidad, la mediocridad y la comodidad, se le llama "prudencia" y hasta estrategia con un cierto viso errático de astuta zorrería experimentada, para ganar al enemigo por cansancio y aburrimiento. Como ha pasado con Rajoy y su dontancredismo natural, un personaje absolutamente inepto para todo lo que no sea decir amén a lo mismo que hicieron sus antepasados de la época del Apóstol, -aquélla de Santiago y cierra España, no vaya a ser que en un descuido se te escape, Marianiño, y te tengas que resignar con lo de Santa Pola, que es un a miseria comparado con el chollo hereditario que te regaló Josemari, "el listo"-, un tipo de desgobernante impresentable que en cualquier país normal no habría terminado siquiera su primera legislatura. Aquí le ha tocado la lotería porque España, verdaderamente, sigue siendo por su penosa historia amnésica, different absolutely. Y muy cortita de vista; no puede ver más allá del casino provinciano, del mus, de frikilandia o de las vueltas a la noria, cerveza, cigarrito, guasap, fútbol, tracas y toros.
Con materiales de baja calidad y tan caros de pagar, no hay forma de que la casa heredada valga la pena y de que no se hunda a las primeras de cambio. Y estando en crisis aguda y forzosa, como ahora mismo, lo tenemos fatal y cada vez peor si seguimos pensando que esto sólo es una mala racha temporal como tantas otras, a las que ya estamos tan habituados que ni se notan diferencias de presentación y de algorritmos.
Seamos coherentes y honestas. Intentar regenerar una sociedad en semejante estado, en un momento en que todo se derrumba y se desmorona, justo porque no había base sólida y los materiales son deleznables, poner parches de aquí y de allá a ver si cuela el truco, es un error de graves consecuencias y un esfuerzo inútil, un despilfarro de energía y de recursos. Salvar el Titanic ahora es un suicidio por goteo. Hay que dejar que el barco hecho trizas y destrozado irremisiblemente, se vaya al fondo sin más y salir de él mientras nos queden lanchas disponibles, tales como retomar soberanía sin perder diálogo y vínculos, recuperar la fuerza y la autoestima social, como el interés político, repensar todo mediante el debate entre las formaciones sociales constituyentes, partidos, plataformas, sindicatos, etc... y consultando a la ciudadanía que debe ser protagonista desde su legitimidad soberana, informada, y obligada por la situación, como se obliga en las elecciones a ser vocales y presidentes de mesa electoral, o como la obligación de pagar los impuestos, a pensar con el apoyo y el servicio de los tres poderes, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, a expresar su visión del problema institucional y del modelo de Estado y de la gestión política, así como a proponer entre todos, una batería de iniciativas nuevas.
Creando así una red solidaria de náufragos dispuestos a poner en marcha plataformas capaces de navegar sobre las aguas inestables del mar de la especulación enfurecida, con capacidad para avanzar hasta que encontremos tierra, que esta vez habrá que crear, porque ya no existe la que había. Nos la hemos cargado entre todos: unos mandando más de la cuenta, con muy poca inteligencia y con demasiada ambición y desvergüenza y los otros confiados y obedeciendo aberraciones como si fuesen mandatos divinos de un dios sádico y no demasiado lúcido eligiendo representantes y validos.
Es un grave error del viejo criterio clasista de lo más rancio de la Ilustración no tener en cuenta la riqueza y la cantidad de talentos y potencial que hay en eso que llaman "la gente". No tener en cuenta la de soluciones y respuestas acertadas que aporta una comunidad humana a la que se sabe preguntar y escuchar. En el viejo marco político reducido a élites no caben las ciudadanas y los ciudadanos, sino el rancio concepto de "pueblo" informe o masa amorfa, estúpida y borreguil, sin darse cuenta de que quienes no saben descubrir las cualidades de sus conciudadanos y estimularlas y engrandecerlas, los manipulan, los envilecen con leyes aberrantes y los estafan, demuestran lo torpes y negados que son, y que no merecen ocuparse del encargo que les hicieron den las urnas y que ellos y ellas han consderado un conjunto de privilegios para medrar en todo lo que pueden. De ahí viene el miedo al popularismo de "izquierdas" en donde prima la horizontalidad de los DDHH y la tranquilidad que depara a esos gobernantes un populismo fascistoide, obediente, fanático de lo suyo, 'de orden y disciplina', encantado de que le digan desde una cúpula lo que debe o no debe hacer, con castigos de por medio, al modo del franquismo, que durante 40 años fue podando hasta arrancar de raíz la confianza de la ciudadanía en sí misma, ya desde entonces incapaz de pensar algo por su cuenta y acostumbrada a un estado que piense y decida por ella.
Así transcurrió, psicológica y emocionalmente, la transición, entre el miedo, la incredulidad y la ínfima autoestima social y política, de un pueblo sometido al caciquismo desde tiempo inmemorial, por el que no pasó la Reforma, ni la Ilustración ni el debate sobre la libertad de conciencia, sino que acabó considerando la Inquisición como una institución importantísima ya que para más inri estaba dirigida y patrocinada por ese totem-tabú intocable que fue durante siglos la religión católica, que en realidad estaba gobernando el Estado por medio de los confesores, cardenales, nuncios y consejeros de los reyes establecidos como cabezas geopolíticas de la iglesia onmipotente y omnipresente que desde Roma gobernaba el mundo.
Creando así una red solidaria de náufragos dispuestos a poner en marcha plataformas capaces de navegar sobre las aguas inestables del mar de la especulación enfurecida, con capacidad para avanzar hasta que encontremos tierra, que esta vez habrá que crear, porque ya no existe la que había. Nos la hemos cargado entre todos: unos mandando más de la cuenta, con muy poca inteligencia y con demasiada ambición y desvergüenza y los otros confiados y obedeciendo aberraciones como si fuesen mandatos divinos de un dios sádico y no demasiado lúcido eligiendo representantes y validos.
Es un grave error del viejo criterio clasista de lo más rancio de la Ilustración no tener en cuenta la riqueza y la cantidad de talentos y potencial que hay en eso que llaman "la gente". No tener en cuenta la de soluciones y respuestas acertadas que aporta una comunidad humana a la que se sabe preguntar y escuchar. En el viejo marco político reducido a élites no caben las ciudadanas y los ciudadanos, sino el rancio concepto de "pueblo" informe o masa amorfa, estúpida y borreguil, sin darse cuenta de que quienes no saben descubrir las cualidades de sus conciudadanos y estimularlas y engrandecerlas, los manipulan, los envilecen con leyes aberrantes y los estafan, demuestran lo torpes y negados que son, y que no merecen ocuparse del encargo que les hicieron den las urnas y que ellos y ellas han consderado un conjunto de privilegios para medrar en todo lo que pueden. De ahí viene el miedo al popularismo de "izquierdas" en donde prima la horizontalidad de los DDHH y la tranquilidad que depara a esos gobernantes un populismo fascistoide, obediente, fanático de lo suyo, 'de orden y disciplina', encantado de que le digan desde una cúpula lo que debe o no debe hacer, con castigos de por medio, al modo del franquismo, que durante 40 años fue podando hasta arrancar de raíz la confianza de la ciudadanía en sí misma, ya desde entonces incapaz de pensar algo por su cuenta y acostumbrada a un estado que piense y decida por ella.
Así transcurrió, psicológica y emocionalmente, la transición, entre el miedo, la incredulidad y la ínfima autoestima social y política, de un pueblo sometido al caciquismo desde tiempo inmemorial, por el que no pasó la Reforma, ni la Ilustración ni el debate sobre la libertad de conciencia, sino que acabó considerando la Inquisición como una institución importantísima ya que para más inri estaba dirigida y patrocinada por ese totem-tabú intocable que fue durante siglos la religión católica, que en realidad estaba gobernando el Estado por medio de los confesores, cardenales, nuncios y consejeros de los reyes establecidos como cabezas geopolíticas de la iglesia onmipotente y omnipresente que desde Roma gobernaba el mundo.
Y sí, se puede, a pesar de todos los pesares. Pero primero hay que poder ser conscientes de lo que nos está pasando y, a continuación, pensar juntas las soluciones para convertirlas en material resiliente y en vida bastante más generosa e inteligente que rácana y torpe. Y desde luego, a años luz de los roles dogmáticos, vivales, "listillos", oportunistas, pícaros Monipodios e hijoputistas del pasado, porque no resistirán las tensiones de este reto en bifurcación los viejos remiendos, zurcidos y recosidos de la cutrez ambiente actual.
Todo está por hacer en otro registro y hay que discernir qué elementos antiguos y válidos pueden servir aún para el presente sin que nos aten al pasado y nos nublen el futuro. Es un momento muy difícil, pero apasionante e imprescindible para la r-evolución de la conciencia. La esperanza está servida aunque aún no esté lista la mesa ni el menú, ya existe en el hambre de l los comensales-cocineros.
Todo está por hacer en otro registro y hay que discernir qué elementos antiguos y válidos pueden servir aún para el presente sin que nos aten al pasado y nos nublen el futuro. Es un momento muy difícil, pero apasionante e imprescindible para la r-evolución de la conciencia. La esperanza está servida aunque aún no esté lista la mesa ni el menú, ya existe en el hambre de l los comensales-cocineros.
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