miércoles, 30 de noviembre de 2016

Romper el cascarón


Necesitamos comer. Ya es hora de sentarse a la mesa común y de repartir la comida en los platos vacíos. Se abre la nevera y queda muy poca cosa: un solitario cartón de huevos.

¿Qué hacemos con los huevos de este sistema? Si los conservamos enteros y estériles nos moriremos de hambre y los huevos, cada vez menos frescos y conservados años y años en el frigorífico del miedo a tomar decisiones importantes, se acabarán pudriendo, ya caducos y con un incipiente pollo en fase mórula enquistada e imposible de cuajar, por falta de incubadora.
Todos alrededor del frigo abierto contemplando el panorama y blindados en la duda; unos dan por hecho que bajo ningún concepto deben utilizarse los intocables huevos sagrados, cuya función es recordar a los que los miran, la importancia del huevo y la perfección de su forma, su elegancia institucional y tan bien organizada en sus huecos de la huevera, como guardianes impolutos del recinto inaccesible del mueble protector: la patria y el sistema que la sostiene y a la vez es sostenido por su servidumbre. El frigorífico hace tiempo que se se quedó anticuado, o bien congela todo o se para y pudre todo lo "conservado". 

Adorando el invento, que en tiempos fue un gran recurso y hoy un desastre, tanto por desgaste como por el cambio natural de las necesidades de los usuarios, no se puede sobrevivir. Hay que dar un paso, armarse de valor y comprender que ese frigorífico y esos huevos sistémicos no están ahí para ser adorados, sino para hacer posible que los usuarios puedan alimentarse con garantía de higiene y abundancia previsora, alimentos variados que aporten los nutrientes necesarios en un tiempo que ya ha superado la edad arcaica y si no sirven para la finalidad que fueron adquiridos, hay que sustituirlos cuanto antes por otro sistema que haga posible las nuevas funciones necesarias. 

Pero esa tarea que en realidad debería ser, además de urgente y necesaria, un reto apasionante y productor de vida, de dinámicas e impulsos inteligentes y cooperativos que nos haría crecer en otra dirección que no es especulativa y complicada, sino sencilla y bien tangible, se contempla sólo desde el miedo y la miseria sectaria, desde los intereses de un poder suicida, grupales y financieros, desde el recelo, la desconfianza en el propio ser humano y en el poder evolutivo de una conciencia colectiva inteligente y capaz de hacer del bien común un modo de gobernarse y organizarse en pequeñas comunidades al mismo tiempo autónomas para resolver lo particular con facilidad y federadas en red para solucionar lo global con más recursos, sin montar la de San Quintín con la barbarie y los egos viento en popa que nos vienen torturando durante toda la vieja historia padecida. 
Y todo es miedo a romper el cascarón de los prejuicios ideológicos que impiden las soluciones mejores y más sencillas, como lo es cocinar entre todos una gran tortilla donde los egos-yema-clara se mezclen juntos y consensuados para que todos puedan comer y nadie quede excluido, si no decide libremente ayunar y morir de inanición, claro está.  Hay peña antes muerta que solidaria y eso hay que respetarlo aunque nos dé pena y quisiéramos salvarles, mientras no se fastidie a gran escala el bien general del resto de la humanidad, sin hacerles la guerra sino un boicot pedagógico, como a los niños cuando se ponen cafres con una pataleta.

Otra posibilidad es repartir los huevos entre todos, que cada uno decida si quiere la tortilla en solitario o la prefiere en grupos de diverso perfil y tamaño  y que cada grupo diseñe su tortilla. O sea, que se recuperen y respeten las soberanías, sin romper ni usurpar los huevos ajenos para que ningún miembro de la especie se quede en ayunas por causa de la bulimia de otros individuos o grupos sin escrúpulos y podridos de ambición sin límites. 

Sea cual sea la decisión que se tome, siempre será menos chunga y mucho más creativa y resuelta, que permanecer tiesos y repitiendo el mismo mantra de siempre, adorando hasta morir de devoción a los huevos inútiles y estériles de una institucionalidad  absurda, guardados a buen recaudo en un frigo-sistema que ha dejado de funcionar hace mucho, pero que cuatro locos iluminados por el combustible tóxico de una ambición mortal de necesidad, se empeñan en rentabilizar, potenciar y publicitar para sí mismos engatusando con su patología mortal  a los mirones paralizados en la rutina disparatada que se les ha convertido en el hambre de cada día, camuflada en la promesa de un imposible "mañana" trasunto ilusorio de un ayer que ha dado como resultado el disparate genocida y desalmado de este hoy y que desde luego no tiene futuro alguno disponible en el discurrir de la inteligencia universal. 

Para hacer la tortilla de un nuevo sistema nutritivo hay que romper los huevos del miedo, la inercia, la obediencia ciega y acrítica a los credos de cualquier tipo y el borreguismo. Esto sólo se puede hacer con éxito si tenemos claro que o comemos todos o de ese ayuno exterminador no se sale vivos. Ni siquiera lo conseguirán los locos bulímicos y sus alucinaciones con fecha de caducidad. Como los huevos y el frigorífico.
Ellos mismos se acaban matando por dentro devorados por el mismo sistema que han creado. Como el cáncer. Como el triste ejemplo Rita Barberá.


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