Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Director del JHU-UPF Public Policy Center
noviembre 11, 2016 (Público)
Lo que ha ocurrido en EEUU con la elección del candidato republicano,
el Sr. Donald Trump, era predecible. Y así lo había yo indicado en un
artículo reciente (ver “De lo que no se informa y/o se conoce sobre las
elecciones en EEUU”, Público, 18.10.16). En realidad, la
posibilidad de que ocurriera lo que ha ocurrido se ha ido fraguando
desde los años noventa, cuando el partido Demócrata, bajo la presidencia
del Sr. Bill Clinton, aplicó toda una serie de políticas de clara
sensibilidad neoliberal (hasta entonces patrimonio del Partido
Republicano), algo que también ocurrió en el Reino Unido cuando el Sr.
Tony Blair, dirigente del Partido Laborista, adoptó las medidas
neoliberales que había propuesto la Sra. Thatcher, dirigente del Partido
Conservador. En realidad, y tal como he documentado en otro artículo,
la Tercera Vía del gobierno Blair estaba muy inspirada en las políticas
llevadas a cabo por la Administración Clinton (ver “El fracaso del nuevo
laborismo y del socioliberalismo”. Sistema, 21.05.10).
La derechización del Partido Demócrata: el origen de la Tercera Vía
Estas políticas neoliberales significaron un cambio notable de las
políticas del Partido Demócrata heredadas del New Deal establecido por
el presidente Roosevelt, y que justificaban que tal partido se
presentara como el “partido del pueblo llano” frente al instrumento
político del gran empresariado, representado por el Partido Republicano.
Tales políticas del New Deal (y más tarde de la Great Society) fueron
sustituidas por políticas neoliberales llevadas a cabo por el presidente
Clinton, las cuales incluyeron la desregulación en la movilidad del
comercio y del capital financiero, iniciándose toda una serie de
tratados referidos como tratados de libre comercio, de los cuales el más
importante fue el Tratado de Libre Comercio entre EEUU, Canadá y
México, conocido en inglés como NAFTA. Tal tratado era altamente
impopular entre los sindicatos y entre las bases electorales del Partido
Demócrata, lo cual explica que la mayoría de los miembros del Partido
Demócrata en el Congreso no votaran a su favor. Solo los procedentes del
sur de EEUU (que suelen ser los más conservadores) apoyaron dicho
tratado, junto con la mayoría de los miembros del Partido Republicano.
Tal aprobación significó un giro importante en las políticas del
supuesto “partido del pueblo”, el cual dañó, como era predecible, a los
trabajadores de los sectores manufactureros (los sectores mejor pagados
dentro de la fuerza laboral en EEUU), pues vieron sus trabajos
desplazados a Méjico cuando sus empresas se trasladaron a aquel país,
perdiéndose con ello millones de buenos empleos en EEUU. Fue así como el
Partido Demócrata favoreció extensamente el tipo de globalización
económica que hemos conocido desde los años ochenta y noventa (iniciado
por Ronald Reagan y Margaret Thatcher). Este globalismo ha sido uno de
los elementos que ha debilitado más a la clase trabajadora, pues el
mundo empresarial ha utilizado contra el mundo de trabajo la amenaza de
desplazarse a otros países en caso de no obtener concesiones en forma de
bajada de salarios, de recortes en su protección social y de deterioro
de sus condiciones de trabajo.
Tal globalización contribuyó al alejamiento de la clase trabajadora
del Partido Demócrata. En realidad, la pérdida de la mayoría del Partido
Demócrata en el Congreso (incluyendo el Senado) se debió a la masiva
abstención de la clase trabajadora en las elecciones al Congreso del
1994, después de que el presidente Clinton aprobara en 1993 el NAFTA con
el apoyo mayoritario del Partido Republicano. Fue entonces cuando ya se
inició el enfado de la clase trabajadora. Como bien ha comentado el
politólogo Thomas Frank en su libro Listen, Liberal, a medida
que el Partido Demócrata fue distanciándose de la clase trabajadora, fue
aumentando la influencia de la clase media profesional (personas con
estudios superiores, incluyendo los universitarios) en los aparatos de
tal partido. En realidad, fue el crecimiento de esta influencia,
ejemplificada por la Administración Clinton, la que causó el
distanciamiento de la clase trabajadora, algo semejante a lo que ha
estado ocurriendo con los partidos socialdemócratas en Europa.
El continuismo del neoliberalismo con Obama
Tales políticas han sido seguidas por el Presidente Obama, e incluso
expandidas durante su mandato para incluir el proyectado tratado de
libre comercio con los países del Pacífico y el intento de establecer
otro con la Unión Europea (UE). No hay que olvidar que una de sus
promesas electorales, realizadas en su primera elección, había sido
modificar el NAFTA, lo cual no hizo. La propuesta de los sindicatos era
la de su eliminación, a lo cual el presidente Obama no accedió, sin ni
siquiera modificarlo. Como consecuencia, los datos fácilmente accesibles
muestran un gran descenso de los salarios y de la protección social,
mayores causas de que las rentas del trabajo como porcentaje de las
rentas totales continuaran descendiendo, proceso que se había iniciado
en los años ochenta, adquiriendo mayor descenso a partir de la plena
expansión del proceso de globalización. Mientras las rentas del trabajo
disminuían, las rentas derivadas del capital fueron subiendo, habiendo
alcanzado niveles nunca vistos desde los años treinta del siglo XX
(causa, por cierto, de la Gran Depresión).
La segunda mayor ofensa a las clases populares por parte del socioliberalismo: la desregulación de la banca
Otra política pública introducida por el presidente Clinton fue la
desregulación de la banca, eliminando la separación entre la banca
comercial y la banca de inversión (y que exigía la Ley Glass-Steagall
aprobada durante el mandato del presidente Roosevelt), medida propuesta
por su Secretario del Tesoro (equivalente al Ministro de Finanzas), el
Sr. Robert Rubin, que había sido codirector de la banca Goldman Sachs
antes de incorporarse al gobierno del presidente Clinton. Esta medida
desreguladora tuvo dos impactos sumamente negativos para el bienestar de
las clases populares (y de la economía). Tal desregulación del capital
financiero favoreció las burbujas especulativas, de las cuales la
inmobiliaria afectó particularmente a la clase trabajadora y a las
clases medias de renta baja, que tuvieron que endeudarse profundamente
para pagar precios abusivos de las viviendas, resultado del carácter
especulativo de las inversiones inmobiliarias. Esta desregulación
bancaria era resultado de la complicidad nueva que se estableció entre
Wall Street y el Partido Demócrata, que ha sido una constante de la
Tercera Vía, iniciada por Clinton y continuada por Obama.
El resultado de tal complicidad es el rescate que el gobierno federal
hizo de la banca cuando las burbujas especulativas estallaron, poniendo
en peligro la viabilidad del sistema financiero, que estaba metido en
la especulación hasta la médula. Es significativo resaltar que ningún
banquero haya ido a la cárcel, a pesar de haber cometido delitos graves
que afectaron muy negativamente el bienestar de las clases populares. En
realidad, el enorme crecimiento de las rentas del capital se debe, en
parte, a la gran expansión del capital financiero basada en un enorme
endeudamiento de las clases populares, consecuencia a su vez del
descenso de las rentas del trabajo. Hay que señalar que dirigentes de la
empresa Enron terminaron en la cárcel durante la Administración Bush.
No así los dirigentes de la banca en la Administración Obama.
El justificado y predecible enfado de la clase trabajadora
Era obvio que se estaba acumulando un enfado que podía apercibirse en
el enorme descrédito de las instituciones llamadas representativas en
aquel país, y que son ocupadas por una de las clases políticas más
estables en el mundo capitalista avanzado, resultado del sistema de
financiación, predominantemente privado, del proceso electoral de aquel
país, en un sistema bipartidista carente de proporcionalidad y que
prácticamente imposibilita la entrada de nuevos partidos.
Tal pérdida de legitimidad se traduce en que la mayoría de la clase
trabajadora no vota en EEUU. Tal clase representa aproximadamente el 52%
de la población estadounidense (un número bastante próximo a lo que la
población señala como su pertenencia, cuando se le pregunta si se
considera de la clase alta, la clase media o la clase trabajadora). Al
haber una relación inversa entre nivel de renta y participación en el
proceso electoral, se deduce que la mitad de la población
estadounidense, por debajo de la media, es la que no vota (en EEUU solo
votan entre un 52% y un 54% de la población que podría hacerlo), y
pertenece a la clase trabajadora. En realidad, el descenso electoral del
Partido Demócrata está muy marcado por el creciente grado de abstención
de la población obrera identificada con este partido. El cambio del
Congreso de demócrata a republicano que tuvo lugar en el año 1994, que
he citado en un párrafo anterior, fue resultado del crecimiento de la
abstención obrera en respuesta a la aprobación del NAFTA.
La marginación de la clase trabajadora
El cambio de los partidos que electoralmente tenían como base central
la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares hacia
otros sectores y clases sociales (definiéndose a sí mismos como partidos
de las clases medias) fue resultado del cambio de composición de los
aparatos de tales partidos, con un claro dominio de las clases
profesionales, personas con educación superior que asumían que o bien la
clase trabajadora estaba despareciendo, o bien se estaba convirtiendo
en clases medias. Esta llamada “modernización” de tales partidos incluyó
la adopción por su parte de elementos de la ideología neoliberal, que
había sido transmitida desde los años ochenta por los partidos
conservadores y liberales. En realidad, el Partido Demócrata hoy está
próximo (sin estar afiliado) a la Internacional Liberal. Clinton fijó
esta nueva línea. Tal neoliberalismo económico, por cierto, redefinió la
política social, enfatizando la importancia de la empresa privada
(financiada públicamente) en la gestión de los servicios públicos, tema
que trataré en una sección posterior de este artículo.
Los costes de ignorar a la clase trabajadora
La desaparición de clase social como categoría sociopolítica por
parte del Partido Demócrata (como también ha ocurrido con la
socialdemocracia) implicó el abandono de las políticas redistributivas.
El Partido Demócrata (considerado con excesiva generosidad como la
izquierda en EEUU) enfatizó, en lugar de políticas de clase, políticas
encaminadas a integrar a las minorías y a las mujeres en el sistema
político, basando su estrategia política en combatir la discriminación
en contra de las minorías (negras y latinas) y en contra de las mujeres.
Estas políticas fueron, en parte, exitosas en incorporar estos grupos
discriminados dentro de las instituciones políticas de carácter
representativo y en la administración pública. Pero las mayores
beneficiarias de estas políticas fueron personas de clase media de renta
alta, sin que en general afectaran al bienestar económico y social de
la mayoría de minorías y mujeres, que pertenecían a la clase
trabajadora. El intento de integrar a las mujeres y a los negros (y en
parte también a los latinos) en el sueño americano no afectó al
bienestar de las clases populares. Las políticas de identidad sin sensibilidad de clase
(supuestamente desaparecida) no cambiaron el poder de la clase
dominante del país. Solo cambiaron el color y el género de las clases
medias de renta alta. La victoria del presidente Obama, una persona
negra, no afectó al bienestar económico de la clase trabajadora negra,
mostrando los límites de tal estrategia identitaria, en ausencia de unas
medidas de tipo clasista.
Y las elecciones del pasado 8 de noviembre han mostrado como la gran
mayoría de las mujeres de clase trabajadora ha votado por Trump, que
fue, de los dos candidatos (Trump y Clinton), el que acentuó más el
discurso de clase. Trump se presentó como el defensor del mundo del
trabajo, haciendo referencia constante a que su gente eran las personas
con escasa educación, a las cuales el establishment político del país
denominaba como “white trash” (basura blanca). Y el primer punto que
subrayó en su discurso en la noche de las elecciones fue que él
representaba a las personas olvidadas por el sistema. Viéndole en aquel
momento, me recordaba el discurso de la líder del Partido Conservador
británico, la Sra. Theresa May, que tras otra gran sorpresa del
establishment, el Brexit, promovió a partir de entonces que el Partido
Conservador tenía que ser el partido de la clase trabajadora del Reino
Unido. Mientras, la Sra. Clinton apelaba a las mujeres, habiendo
definido a los seguidores de Trump como “deplorables”, un adjetivo
parecido a “basura”.
Siempre había alternativas que el establishment político-mediático vetó
En las últimas elecciones hubo la alternativa a Hillary Clinton, que
había apoyado todas las políticas de su esposo durante su mandato Se
llamaba Bernie Sanders, el candidato en las primarias demócratas,
socialista sin complejos, que siempre defendió los intereses de la clase
trabajadora, Bernie Sanders, conocido por su integridad y compromiso
con las clases trabajadoras, y que apostaba explícitamente por una
“revolución política” encaminada a democratizar las instituciones
políticas y económicas del país, movilizando a grandes sectores de la
clase trabajadora y a la juventud del país. Fue un terremoto dentro del
Partido Demócrata, y el aparato de tal partido se movilizó por todos los
medios para parar tal candidatura, y ello a costa de perder las
elecciones. La gran mayoría de encuestas mostraban que Sanders, cuando
aparecía frente a Trump, sacaba mucho más apoyo popular que el que
Clinton conseguía frente al candidato republicano. Sanders era la única
posibilidad de parar a Trump. Y su lenguaje, el de Sanders, era
clasista, subrayado la conjunción de intereses de todas las razas y de
todos los géneros, unidos en sus reivindicaciones basadas en su clase.
Este mensaje hubiera sido imbatible. Pero el nuevo Partido Demócrata era
incapaz de presentar esta imagen, pues el aparato estaba claramente
conectado con la clase que se sentía amenazada con este enfoque de clase
del candidato Sanders. La victoria de Clinton en las primarias
desmovilizó a los votantes de Sanders, aumentando significativamente la
abstención, un aumento que ha sido fatal para Clinton, pues su
adversario tenía movilizada a la clase trabajadora blanca y a los grupos
extremistas claramente racistas, que apoyaron masivamente a su
candidato, y en cambio la candidata Clinton tenía a sus bases
desmovilizadas.
Clase o raza y género, o clase, raza y género: los orígenes históricos de este debate en EEUU
El desconocido precedente de Sanders fue
la candidatura del reverendo Jesse Jackson en 1988. Tal candidato en las
primarias del Partido Demócrata enfatizó, en las primarias anteriores,
en 1984, la necesidad de integrar a la población negra en la sociedad
estadounidense. Su eslogan fue “Our time has come” (nuestro tiempo ha
llegado). Presentándose como discípulo de Martin Luther King y como “la
conciencia de EEUU”, la recepción del establishment político-mediático
fue sumamente favorable. El New York Times escribió un
editorial sumamente positivo. Fui asesor suyo en temas sociales y
económicos en aquella campaña, y ello a pesar de mi desacuerdo con la
orientación de la misma, pues si la intención era llegar a ser
presidente de EEUU, presentándose como la voz de las minorías, no era el
mejor método para llega a tal puesto.
En el año 1988, en cambio, se presentó como el candidato de la clase
trabajadora, siguiendo el consejo de algunos de sus asesores,
incluyéndome a mí. Formó así el movimiento Arco Iris (la Rainbow
Coalition), que era la manera gráfica de mostrar que cuando los
trabajadores negros, los amarillos, los verdes y los blancos se unen,
forman la mayoría. Y cuando en Baltimore, ciudad industrial, con una
amplia clase trabajadora dividida por razas (obreros negros y obreros
blancos), le preguntaron “¿cómo conseguirá usted el voto del obrero
blanco?”, respondió “haciéndole ver que tiene más común con el obrero
negro, por ser los dos obreros, que con su empresario por ser blanco”.
Con ello recuperó el mensaje de Martin Luther King expresado una semana
antes de ser asesinado, cuando aseguró que el conflicto clave en EEUU
era un conflicto de clases entre una minoría y una gran mayoría de la
población compuesta por diferentes razas y etnias. Jesse Jackson
consiguió con ello casi la mitad de los delegados en la Convención del
Partido Demócrata en Atlanta. Su programa incluía “propuestas
universalistas”, como el establecimiento del Programa Nacional de Salud
que, debido a la presión del Rainbow, fueron incluidas en la campaña del
Partido Demócrata del 1988.
Ahora bien, la fuerza de las izquierdas asustó al Partido Demócrata y
el gobernador Clinton del Estado de Arkansas lideró la campaña para
parar a las izquierdas, a la vez que hizo suya, en las elecciones en el
año 1992, la petición de establecer un programa nacional de salud, que
había sido muy movilizadora en la campaña de Jackson del 1988. De ahí
que, después de ganar, estableciera un grupo de trabajo, liderado por su
esposa, Hillary Clinton, del que Jesse Jackson y líderes sindicales
insistieron que yo formara parte, invitándoseme a que les representara
en tal grupo de trabajo. La Sra. Clinton, sin embargo, no apoyó la
propuesta de las izquierdas, que pedían que la gestión del sistema
sanitario (que deseábamos que fuera universal) se hiciera por parte del
sector público en lugar de que lo hicieran las compañías de
aseguramiento sanitario privado, como ocurrió y continúa ocurriendo
ahora. El mantenimiento del enorme poder de tales compañías en el
sistema sanitario estadounidense es el origen del enorme gasto sanitario
por un lado (19% del PIB), y de la gran impopularidad del programa (el
62% de estadounidenses están insatisfechos con la manera como se
financia y gestiona la sanidad), incluido el Obamacare. Mi año de
experiencia en la Casa Blanca, trabajando en aquel grupo de trabajo
liderado por la Sra. Clinton, fue enormemente frustrante, pero de gran
valor para entender cómo funciona el poder en Washington, concluyendo
que la complicidad de Washington con lo que se llama “clase corporativa”
vacía de sentido aquella famosa frase que aparece en la Constitución de
EEUU, “We, the people”, debiéndose añadir que no es el pueblo, sino las
grandes compañías que dominan la economía estadounidense, las que
deciden en el gobierno. Y el Partido Demócrata es una fuerza clave en
tal entramado. De ahí la necesidad de hacer una revolución política,
para democratizar el país. La marginación del único candidato, Bernie
Sanders, que hizo tal propuesta, enormemente popular, augura una
continuidad de la extrema derecha en el gobierno.
Una última observación
Como era predecible, los grandes medios de información no han
explicado ni han entendido lo que está ocurriendo en EEUU. Durante toda
la campaña se han centrado en la figura de Trump, presentándolo como un
payaso. Es extraordinaria la enorme atención que dieron a este
personaje, intentando ridiculizarlo. Pero estos ataques movilizaron
todavía más a las clases populares que odian a los establishments
mediáticos, hecho del cual Trump es consciente. Ni que decir tiene que
Trump era y es una persona de gran astucia política, que sabe bien cómo
canalizar el enorme enfado popular contra el establishment
político-mediático del país. Pero si no hubiera habido Trump, hubiera
habido otro personaje, tan o incluso más a la derecha que él. En
realidad, algunos de los candidatos que derrotó en la campaña electoral
en las primarias eran incluso más reaccionarios, queriendo prohibir, por
ejemplo, el aborto.
Este excesivo énfasis en los personajes, frivolizando la política, es
la característica de lo que se conoce como medios de información. Pero
para entender lo que está pasando, hay que entender y conocer lo que ha
estado pasando en EEUU, y que, por desgracia, los medios no citan.
Presentar lo ocurrido, como he leído en más de un reportaje, como una
traición de las mujeres trabajadoras a la causa feminista, es no
entender nada de lo que pasa en EEUU. Es urgente que las izquierdas,
incluyendo los movimientos progresistas en defensa de las minorías y
también los movimientos feministas, recuperen el concepto de clase en
sus proyectos, pues la mayoría de cada uno de sus sujetos pertenecen a
la clase trabajadora y clases medias de rentas medias y bajas, que
constituyen la mayoría de la población en EEUU y en cualquier país de
capitalismo desarrollado. Olvidarse de la clase trabajadora ha sido lo
que ha llevado al tsunami que estamos viendo a los dos lados del
Atlántico Norte. Así de claro.
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