Ignacio Blanco
Esta semana toca columna y tengo que ir pensando el tema. La noticia
aquí, tomando la portada como unidad de medida, no es otra que el
protocolo de comportamiento y vestuario de las falleras mayores. No
fumar, no usar el móvil, no llevar escotes ni transparencias, no actuar
por iniciativa propia, saludar con la mano y sonreír de manera
discreta... Parece un manual de la Sección Femenina. Un documento
apócrifo que el concejal hizo firmar sin querer y la fallera mayor de
Valencia firmó sin leer. Sí, ahí hay tema... pero también un terreno
minado para alguien que no se quiere morder la lengua ni se chupa el
dedo. Uf, qué peligro. Y qué pereza. ¿Qué puedo decir ya a estas alturas
de la película? ¿Que no me sorprende el tratamiento de mujer florero en
una fiesta tan representativa de una sociedad tan patriarcal? ¿Que la
propia figura de fallera mayor, bellea del foc o reina de las fiestas
reproduce estereotipos y rezuma machismo? Para añadir, ipso facto, que
las fallas son la expresión más idiosincrática de nuestra cultura
popular, el movimiento social más potente de nuestra tierra, un crisol
de gentes de toda condición que se unen para celebrar la vida con
espíritu mediterráneo. O un ejemplo más de la complejidad del "problema
valenciano", que no es sólo de financiación autonómica sino también de
vertebración territorial y cohesión identitaria. Complicado país. Hacen
falta un par de horas para explicárselo a un madrileño o a un catalán,
lo tengo comprobado: el bilingüismo asimétrico, la partición provincial,
la desafección alicantina, el desequilibrio costa-interior, el
ombliguismo del cap-i-casal... Y para la izquierda, todo un ejercicio de
psicoanálisis. Ve y cuéntale tú a un andaluz o a un asturiano que no te
vale el nombre, ni la bandera, ni el himno... Ni siquiera de cruces
adentro la cosa está clara. Si más de cien mil personas forman el
universo fallero, al menos otras tantas militan en la silenciosa
resistencia interior. No me imagino esa fractura social con la Feria de
Abril en Sevilla, los Sanfermines en Pamplona o la Semana Grande en
Bilbao. O sí, quién sabe, tal vez desde la distancia no se perciben
todos los matices. Y en las fallas, haberlos haylos. Ahí están Na
Jordana, Arrancapins y tantas otras comisiones que han mantenido
encendida la llama que ahora se trata de avivar. Loable intento de
revertir una derrota histórica por incomparecencia. Eso siempre que no
se contraiga el síndrome de Estocolmo... Uf, qué confuso todo, no
debería meterme en ese jardín... Mejor escribo sobre el off the record
póstumo de Suárez. No es ningún descubrimiento, pues ya sabíamos que la
transición fue una transacción entre élites a la que la monarquía
otorgaba continuidad histórica... Y, de repente, la noticia bomba. Rita
Barberá ha fallecido en un hotel de Madrid. Condolencias personales y
contorsionismo político. Sensacionalismo en los medios. Humor salvaje e
incluso inhumano en las redes. Yo mejor me callo, que ya se lo dije todo
en vida. Simplemente comparto en Facebook un recuerdo. Era 1997 y vivía
en Inglaterra. Los tabloides hacían escarnio a diario de Diana de
Gales, tratada de bruja y mala pécora. El día que murió en accidente de
tráfico, la misma prensa que la había machacado inmisericordemente la
convirtió en un símbolo de pureza y bondad. Lady Di, "la princesa del
pueblo". Rita Barberá, "la alcaldesa de España". La hipocresía sí que es
Patrimonio de la Humanidad.
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