jueves, 24 de noviembre de 2016

Semana fallera con mascletà de hipocresía



Esta semana toca columna y tengo que ir pensando el tema. La noticia aquí, tomando la portada como unidad de medida, no es otra que el protocolo de comportamiento y vestuario de las falleras mayores. No fumar, no usar el móvil, no llevar escotes ni transparencias, no actuar por iniciativa propia, saludar con la mano y sonreír de manera discreta... Parece un manual de la Sección Femenina. Un documento apócrifo que el concejal hizo firmar sin querer y la fallera mayor de Valencia firmó sin leer. Sí, ahí hay tema... pero también un terreno minado para alguien que no se quiere morder la lengua ni se chupa el dedo. Uf, qué peligro. Y qué pereza. ¿Qué puedo decir ya a estas alturas de la película? ¿Que no me sorprende el tratamiento de mujer florero en una fiesta tan representativa de una sociedad tan patriarcal? ¿Que la propia figura de fallera mayor, bellea del foc o reina de las fiestas reproduce estereotipos y rezuma machismo? Para añadir, ipso facto, que las fallas son la expresión más idiosincrática de nuestra cultura popular, el movimiento social más potente de nuestra tierra, un crisol de gentes de toda condición que se unen para celebrar la vida con espíritu mediterráneo. O un ejemplo más de la complejidad del "problema valenciano", que no es sólo de financiación autonómica sino también de vertebración territorial y cohesión identitaria. Complicado país. Hacen falta un par de horas para explicárselo a un madrileño o a un catalán, lo tengo comprobado: el bilingüismo asimétrico, la partición provincial, la desafección alicantina, el desequilibrio costa-interior, el ombliguismo del cap-i-casal... Y para la izquierda, todo un ejercicio de psicoanálisis. Ve y cuéntale tú a un andaluz o a un asturiano que no te vale el nombre, ni la bandera, ni el himno... Ni siquiera de cruces adentro la cosa está clara. Si más de cien mil personas forman el universo fallero, al menos otras tantas militan en la silenciosa resistencia interior. No me imagino esa fractura social con la Feria de Abril en Sevilla, los Sanfermines en Pamplona o la Semana Grande en Bilbao. O sí, quién sabe, tal vez desde la distancia no se perciben todos los matices. Y en las fallas, haberlos haylos. Ahí están Na Jordana, Arrancapins y tantas otras comisiones que han mantenido encendida la llama que ahora se trata de avivar. Loable intento de revertir una derrota histórica por incomparecencia. Eso siempre que no se contraiga el síndrome de Estocolmo... Uf, qué confuso todo, no debería meterme en ese jardín... Mejor escribo sobre el off the record póstumo de Suárez. No es ningún descubrimiento, pues ya sabíamos que la transición fue una transacción entre élites a la que la monarquía otorgaba continuidad histórica... Y, de repente, la noticia bomba. Rita Barberá ha fallecido en un hotel de Madrid. Condolencias personales y contorsionismo político. Sensacionalismo en los medios. Humor salvaje e incluso inhumano en las redes. Yo mejor me callo, que ya se lo dije todo en vida. Simplemente comparto en Facebook un recuerdo. Era 1997 y vivía en Inglaterra. Los tabloides hacían escarnio a diario de Diana de Gales, tratada de bruja y mala pécora. El día que murió en accidente de tráfico, la misma prensa que la había machacado inmisericordemente la convirtió en un símbolo de pureza y bondad. Lady Di, "la princesa del pueblo". Rita Barberá, "la alcaldesa de España". La hipocresía sí que es Patrimonio de la Humanidad.

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