miércoles, 2 de noviembre de 2016

El último concilio


Reflexionando ayer sobre Lutero y la iglesia católica cité solo de pasada el último concilio, que se llamó Vaticano II y duró desde finales de los 50 hasta mediados de los 60, del pasado siglo, obviamente. Ese tema es tan importante en la historia de nuestra sociedad que merece un capítulo especial y más detallado que una mera cita acerca de lo que fue y significó y no solo sobre cómo lo redujeron a la nada los poderes religiosos de compraventa y los poderes económicos y políticos que gobiernan el mundo, la economía, el dinero y la política.

En 1959 siendo papa recién elegido Angelo Roncalli, con el nombre de Juan XXIII, se convocó el Concilio Vaticano II; la iglesia estaba fatal, más o menos con la misma mentalidad de hacía siglos, las desigualdades en el mundo, la división en dos bloques rivales ideológicos de influencia geopolítica, económica y militar; en Occidente el capitalismo consumista, competitivo desalmado y sin entrañas de USA y el comunismo totalitario, instrumentalista del proletariado y arrasador, del bloque soviético y China al fondo, más las secuelas de la 2ª Guerra Mundial, amenazando con la apertura al mundo terrorífico de las armas atómicas, todo ello pintaba un panorama terrible para los valores humanos, la convivencia, la supervivencia y la paz. La iglesia era un peso muerto, una especie de convidado de piedra presidiendo el decorado de fondo y sin nada más interesante que aportar que su devoto folclore adaptado a lo que convenga para mayor gloria de dios y la guarnición divina que le representa en este mundo trastornado, materialista, incrédulo e impío. Sin futuro.

La iglesia por entonces era una especie de cansino, gris y repetitivo dinosaurio ensimismado que rezaba en una lengua que, aparte del clero especialista en residuos epigráficos, sólo entendían los estudiantes de letras, los abogados, los filólogos y los filósofos, evidentemente, el latín llevaba ya un par de siglos considerado una legua muerta, excepto en la iglesia, que a su vez ya iba adquiriendo la cualidad de descarado zombi lingüístico cada vez más lejos de la calle y de las almas a las que pretendía salvar a golpe de sermones que explicaban las lecturas en latín de las sagradas escrituras. Se había resignado a ser una piadosa empresa organizadora de eventos especialista en bautizos, bodas y entierros, y en ese consultorio privado a medias entre el psiquiatra y Elena Francis que era el confesionario. Y poco más, la misa diaria y el rosario con novena para las cuatro beatas de parroquia, más lo de los domingos que era como la discoteca de la devoción, donde todos acudían a las horas más  festivaleras, que solían ser las 12 y la 1 del mediodía; eran más para encontrarse, tomar el aperitivo y comprar pasteles para el postre y de paso ponerse la ropa más presentable y elegante, la colonia de los días de fiesta, la mejor camisa,los tacones altos y los velos de blonda que eran la mar de resultones cuando en verano o en los invierno con menopausia se combinaban con el abanico.

Luego estaban los pobres, ésos no iban a misa de doce, no solían ir a ninguna porque  eran los que se encargaban de sol a sol y sin vacaciones, de  que las pastelerías después de misa estuvieran llenas de pasteles, las calles limpísimas, los aperitivos preparados, los coches en la puerta para llevar a la familia unida al templo, los bares y marisquerías relucientes, las mesas puestas, los manteles impecables y la comida en su punto. Los pobres, como ahora, eran el combustible de la máquina social, sí, y de la máquina litúrgica, también.Los pobres eran invisibles, como dios. Pero en la cara B de la invisibilidad. La de la injusticia, la de la desigualdad, la del olvido. El sitio de los pobres en la iglesia era la puerta de la calle, el atrio si llovía o hacía mucho calor. Era donde pedían limosna como mendigos profesionales excretados por el sistema, a muchos de ellos les faltaban extremidades u órganos como ojos, labios u orejas. Luego estaban los niños con mocos y pupas, pelados al cero por lo de los piojos, claro; no para quitárselos, sino para que no contagiasen  a la feligresía.


Además estaba la limosna elegante, el óbolo que  no se daba a los pobres sino que se dejaba en la bandeja o en el cepillo que pasaba el sacristán en el momento del ofertorio. Y las manos generosas, ensortijadas y empulseradas dejaban billetes con ruido de campanillas y aros en filigrana de oro o plata, las monedas de céntimo y de dos reales o las pesetas "rubias", se dejaban para la morralla deshumanizada que mendigaba en la puerta. Dentro no era lugar. Y además quedaba feísimo. Tanto que a ningún pobre, por muy cansado que estuviera de pedir de pie en la puerta, se le ocurría entrar a sentarse en un banco de la supuesta casa de Dios y al lado de sus supuestos "hermanos".

El papa Roncalli, al que en principio se nombró como papa de transición hasta que el joven y diplomático cardenal Montini se hiciese con la edad suficiente como para ser cabeza de la iglesia; Roncalli llegó como un dulce abuelito inofensivo y octogenario al que le quedaban cuatro días, que seguramente emplearía en rezar piadosos ángelus dominicales desde el balcón de su palacio. Pero el abuelito le salió rana a la curia y al establishment. Nada más ser nombrado papa, una mañana salió a rezar desde el balcón y al terminar el rezo, sin haber dicho ni mú al colegio cardenalicio ni al camarlengo ni al sursum corda, soltó al orbe católico un bombazo inesperado: ante los muchos problemas del mundo actual y el estancamiento de la sociedad y de la iglesia, en especial, para hacer algo concreto que aclarase y pusiera al día los cambios necesarios, desde allí y desde ese momento quedaba convocado nada menos que el segundo concilio ecuménico vaticano de la historia eclesial. Para quienes sean muy jóvenes o de ciencias, ahí va este dato etimológico, eucuménico viene del antiguo término griego oikomenikós: lo que está completamente habitado, lo universal. Podría ser también "casa de todos".


Ni que decir tiene lo que ya significó de por sí para un estamento religioso milenario, rancio y lentísimo como lo es y lo era mucho más entonces, si cabe, la mamotrética iglesia católica, donde, de por sí, ya siempre se va con pies de plomo, de puntillas y de lado, haciendo el menor ruido posible, por si acaso alguien se molesta y le da por excomulgar o por suspender ad divinis a cualquier teólogo desconsiderado y fuera de lugar, o bien por si los encajes del alba almidonada se enganchan sin querer, o si por una de aquellas a la capa pluvial se le hace un siete por donde se puede filtrar en un descuido tal vez un  secreto de confesión, o se pudiera perder una reliquia de las miles que llevan una astilla de lignum crucis, o si por un quítame allá un juicio temerario van y se chafan las yemas de Santa Teresa o los huesos de San Expedito o el cirio pascual que preside el presbiterio, catástrofes apocalípticas para una iglesia milenaria que está y estaba para poquísimos trotes en un mundo sin piedad ni miramientos con el patrimonio arqueológico. Bueno, pues en esas, imaginad la conmoción y el trauma que causó en el Vaticano el atrevimiento, la osadía escandalosa de aquel viejete de apariencia angelical como su nombre.


En aquel tiempo el concilio fue como un 15M espiritual. Puso en solfa y patas arriba los cimientos corrompidos y caducos de la institución, se abrieron ventanas que habían estado selladas desde lo de Constantino y Ambrosio el de Milán, desde que la iglesia falsificada había pasado de perseguida y mártir a perseguidora y verduga inquisidora. Los cristianos hartos de catolicismo miserable y aparatoso, rácano e injusto, hipócrita y fariseo, se echaron al monte de la mano lúcida de Angelo Roncalli, 'el papa bueno' le empezaron a llamar por todas partes, hasta los no católicos ni cristianos. Cuando a un papa se le llama bueno, da mucho que pensar acerca de la tela marinera papística. ¿No debería ser lo normal que todos los vicepresidentes de dios fuesen buenos como él, que hace salir el sol sobre buenos  y malos y llover sobre justos en injustos sin pedirle a ninguno credenciales de virtud alguna?

Roncalli y el concilio colado de rondón y ya sin marcha atrás, fue un tsunami en el desierto de la vieja roña no sólo católica sino, también social y política. Todas las culturas y sensibilidades fueron invitadas a participar. No hubo tabúes para abrir el evangelio y devolver a los pobres el protagonismo de la iglesia de los tres primeros siglos, la iglesia de base universal que tumbó sin violencia pero con la fuerza de la justicia que da el amor, y el servicio del apoyo mutuo, nada menos que un imperio y que inexplicablemente, terminó ocupando un poder en el polo opuesto de su propio origen, de la fuerza colosal que había hecho posible el cambio de conciencia  y de sociedad.De valores humanos de verdad.

De ese modo los cristianos empezaron a recuperar, a mediados del siglo XX su compromiso con la vida y encontraron muchísimas convergencias con los valores de la izquierda ideológica que había sido desde el siglo XIX con Marx, Engels, el cooperativismo libertario y la desobediencia civil, la fuerza que había ido sustituyendo al antiguo impulso solidario, igualitario, comunitario y justo de los primeros seguidores del evangelio, ya emborronado y desarticulado por la servidumbre y la sumisión del poder religioso una vez adscrito a los bajos fondos de la corrupción de la conciencia, a los poderes del dinero, de la especulación, del mercado de intereses y a las tiranías políticas.

 Fruto de ese descubrimiento fue el impulso renovador social y político en Latinoamérica, donde la Teología de la Liberación fue la base del movimiento. Después de Cuba, el Frente Sandinista de Liberación nacido en la comunidad pescadora de Solentiname, una islita en medio del lago Nicaragua, consiguió rescatar  el país de una dictadura dinástica, la de los Somoza. Luego fueron Brasil,Chile,Perú, Bolivia, El Salvador, Colombia, Guatemala,Uruguay, Argentina y todos los pueblos y comunidades  indígenas las que fueron tomando conciencia por medio de programas educativos por todo el Subcontinente en los que estaban implicados voluntarios educadores y religiosos de comunidades de base cristiana católica regenerada, entre cuyos logros más destacados está la UCA, (Universidad Centro Americana) un trabajo de los jesuitas para formar conciencias y ayudar a despertar a los jóvenes, un trabajo que costó la vida a los cinco profesores y al personal que trabajaba con ellos; casualmente a los pocos días de la caída del muro de Berlín como apunta Noam Chomsky en su ensayo sobre el tema; USA hizo lo imposible por cercenar esa labor, potenciando dictaduras militares que apoyadas por el vecino del Norte, acabasen con todo intento de democracia y de liberación de las comunidades obreras y campesinas, asesinaron, además de miles de campesinos y obreros, a varios jesuítas más como Rutilio Grande, Luis Espinal y el arzobispo salvadoreño Óscar Romero, por el único delito de ayudar a la causa de los pobres y pedir al Estado el cese del genocidio campesino. Se potenciaron golpes de Estado que colocaron en el poder a dictadores asesinos "por seguridad", como Pinochet, Videla, Banzer, verdaderos herederos de los nazis refugiados en Latinoamércia tras la derrota de Alemania en la 2ª Guerra mundial; en Europa, alentadas por el aire renovador del Concilio, crecieron y se multiplicaron las comunidades cristianas de base que aún subsisten en muchos lugares comprometidas con la lucha social. En España, la oposición a la dictadura y el nacimiento de la democracia estuvo apoyado por la iglesia obrera y muchos sacerdotes y religiosos militaron en el PC en la clandestinidad y después de ella. Todo ese movimiento nació del Concilio Vaticano II.


Era cuestión de tiempo que el club que controla el dinero y la política de este mundo, se pusiera de uñas y manos a la obra junto con EEUU, para socavar el movimiento de conciencia naciente que estaba poniendo en pie nuevos valores de justicia, igualdad, libertad, fraternidad y solidaridad. Rompiendo barreras entre cristianismo y marxismo que tiene mucho más en común de lo que   los intereses ideológicos del dinero han venido predicando. Los señores de la ruina compraron la prensa y educaron a sus periodistas ad hoc, lo suficientemente demócratas y sensatos como para garantizar a los lectores una información estudiadamente objetiva y a sus amos la certeza de que los contenidos informativos siempre estarían al servicio de la mejor causa: el dinero y el poder, aun bajo la máscara de todo lo contrario. Ya solo quedaba liquidar la locura del Concilio Vaticano y a esa iglesia ilusa, fuera de la realidad del dólar, remozada y regenerada   en las fuentes del evangelio. No era difícil, porque la renovación de la iglesia tenía sus primeros enemigos entre la curia vaticana y la vieja guardia de la costra histórica.

Al morir Juan XXIII al poco tiempo de empezar el Concilio (nunca sabremos si fue de muerte natural o le hicieron como al papa Luciani años después), llegó Montini que eligió el alias de Pablo VI. Con él la cosa se estancó. Era un papa lleno de miedos y de inseguridades, no tenía claro el camino, no deseaba una iglesia comunista como acusaban los carcas afines al mundo capitalista, tampoco quería disgustar a nadie, era un intelectual pero le faltaba convicción para seguir con las reformas emprendidas por su antecesor, disgustando a los capitostes que regían y rigen el mundo, ellos ya habían tomado la decisión de que había que meter en cintura tanta democracia por libre, tanta libertad a su bola y tanto "populismo", a tanto pobre y a tanto obrero que se habían subido a la chepa exigiendo derechos e igualdades imposibles para que el capital siguiese su curso imparable hacia el exterminio del Planeta y el agotamiento de las materias primas. A ellos esas minucias les son indiferentes, total, ya no estarán aquí cuando eso ocurra y a los que vengan detrás que les den.

Entre Pinto y Valdemoro, y sin saber a qué carta quedarse, la iglesia se fue hundiendo poco a poco en una niebla sutil y a la vez tan densa que acabó por desconectarla de la realidad aunque esta vez, con viajes papales, visitas a la ONU, medios, comunicados y aparente cercanía. Ya estábamos en la segunda mitad del siglo XX. El Concilio fue derivando poco a poco a regular detalles tipo el sexo de los ángeles, asuntos litúrgicos y catequéticos, horarios de la misas, sacramentos más fashion, y todo  el paquete entreverado con el tema a económico, en el que los dineros de la iglesia acabaron en las manos gestoras de la mafia y hasta con asesinatos por medio, y con los rifirrafes del célebre capo monseñor Marzinkus que nada tenía, según la policía italiana, que envidiar al mísmisimo Al Capone.
En esas tesituras muere Montini-Pablo VI y la iglesia está prácticamente  underground. Hundida en la cloaca. Los cardenales de la curia son masones y están en las logias a la altura de cualquier pez gordo de la banca, de la gran empresa y de la política. Y son ellos, no los papas los que gobiernan la iglesia. El evangelio ha sido erradicado de un tajo. El evangelio es un peligro para la supervivencia de la secta imperial que casi se carga el viejo Roncalli con su inoportuno concilio de marras. Menos mal que petó enseguida.

El sucesor de Montini fue Albino Luciani. Se quiso llamar Juan Pablo por sus dos predecesores. Un modesto cardenal, hijo de un obrero socialista, preocupado seriamente por los problemas del Tercer Mundo,la superpoblación y la creciente desigualdad y falta de recursos, tipo Roncalli, bastante más joven que él y  con la misma vocación y mucho más talante de cura de pueblo que de gerifalte ni de príncipe de la iglesia como fueron  Montini o Pio XII. Humilde, sereno, afable, cercano, dulce y sonriente, pero con el firme propósito de retomar el proyecto evangélico de la iglesia de los pobres que el Concilio había aportado al mundo.
Quiso limpiar la  casa, que la iglesia además de estar con los pobres asumiera su pobreza y su modestia de vida. Sobraban muchas cosas y había que revisar el espinoso tema de las finanzas sucias. La banca vaticana era ya un escándalo de dimensiones incalculables, el fantasmas de Marzinkus y sus bajos fondos  mafiosos, hasta con capomafia de las finanzas de por medio, un tal Sindona, en fin, peor imposible. Fue hablando con la curia, uno por uno, y descubrió que la mayoría estaban en listas de logias negras. Se lo contó a su médico la misma noche en que murió a los 33 días de pontificado. Según su cardiólogo y amigo íntimo, tenía una salud de hierro y la garantía de longevo asegurada porque su tensión arterial era más baja de lo normal a sus años. Murió de una subida anómala de tensión que le provocó un infarto mientras leía en la cama antes de dormir tras tomarse la tisana que cada noche pedía en su cuarto. La religiosa que lo atendía le descubrió al ir a despertarle a las 5 en punto, la hora a que se levantaba cada mañana. Tenía la luz encendida. Seguramente leía antes de dormirse para siempre. Estaba rodeado de papeles caídos de una carpeta sobre la colcha y el suelo. Caídas las gafas y manchado de vómitos. La monja salió como un rayo a pedir ayuda, tuvo que despertar al camarlengo y a otros personajes, tardó como veinte minutos en regresar a la habitación y allí no había restos de nada. No había carpeta ni papeles ni gafas ni vómitos ni sábanas ni colcha ni almohada, le habían cambiado el pijama. El cadáver de Albino Luciani, descansaba helado encima del colchón. Y nadie más que la monja había visto la realidad, pero su testimonio no obtuvo crédito alguno. No se permitió ver el cuerpo del papa en público hasta pasado demasiado tiempo y sin permitir que nadie se acercase demasiado, como normalmente se hace en esas despedidas. Tampoco se permitió hacer la autopsia a los médicos forenses de la Justicia italiana que lo solicitó. El Vaticano es un estado independiente para lo que le interesa, no para los privilegios. Así terminó la última tentativa del Concilio Vaticano II para cambiar la iglesia y volverla a su origen, para ventilar y purificar el aire irrespirable que flota en su interior y a su alrededor.

Tras semejante saga de horrores y tragicomedias, llegó Woitjla, Juan Pablo II, un polaco fanático, dogmático y resentido con el comunismo. Y muy buen actor y comunicador.
Juan Pablo II fue un papa contradictorio en algo evidente: mientras condenaba la Teología de la Liberación en Latinoamérica porque, según él, la iglesia no debía meterse en política y humillaba públicamente a un Ernesto Cardenal arrodillado, sacerdote y ministro de Cultura nicaragüense, él mismo estaba siendo la  palanca de cambio político en  Polonia para la caída del comunismo. Fue el sustentador number one del sindicato católico Solidaridad, y el amparo de su líder Lecht Walessa. Ayudó internacionalmente a la caída del gobierno de Jaruszelsky, comunista. Al mismo tiempo la respuesta de la Rusia soviética y su departamento de espionaje internacional, la KGB, conspiraron para quitarlo del medio, enviando al socorrido loco terrorista de siempre, que esa vez se llamaba Alí Agka y era libanés, que tiroteó a Woitjla en la Plaza de San Pedro y casi lo mata, no tanto por los disparos como por la infección que pilló en el hospital.
El atentado con el "milagro" adjunto de la salvación papal, atribuido a la Virgen de Fátima, -se cometió precisamente el 13 de Mayo que es su festividad-, rodeó automáticamente al pontífice de una aureola de santidad que eclipsó por completo el hecho de su responsabilidad en los cambios políticos de Polonia, donde esta vez, sí, la persecución política se convertía en una persecución religiosa y a los católicos polacos en héroes por la libertad, mientras por la misma causa los católicos pobres latinoamericanos y la iglesia  de base que era su único apoyo, eran condenados y castigados por comunistas. O sea, un panorama ética y espiritualmente desolador, marrullero, y completamente injusto. Todo un entramado digno de una novela de Morris West. Woitjla se volcó en 'los suyos' y olvido y castigó a los pobres y cristianos de Latinoamérica, por idéntico motivo: su incapacidad para reconocer que el  Reino de Dios de que habla el evangelio no depende de las ideologías sino del Amor sin fronteras ni barreras ideológicas. No creo que en ese Reino de bondad y de humildad, de justicia y de servicio desinteresado, donde los últimos son los primeros, haya altares para nadie, pero desde luego mucho menos para semejantes personajes enredados en lo más bajo y miserable de las preferencias y discriminaciones injustísimas y nada cristianas.
Woityla fue el factor mediático y político más decisivo no solo para la caída del régimen comunista del Este, -que era cuestión de tiempo dado el desgaste y la incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos de la vieja URRRSS-, sino también para amparar el capitalismo feroz frente a la condena del socialismo, hacia el que el Vaticano, salvo con  Roncalli y Luciani, jamás ha mostrado el menor indicio de comprensión, escucha y acogida, por muy cristianos o católicos que fuesen los fieles y por más que en los fines reales la opción política y humana del socialismo sea la más próxima a los valores fundamentales del evangelio de Jesús de Nazaret, que el Vaticano solo adivina y cree posible en el más allá y, en consecuencia, sádicamente, acepta con  una cínica naturalidad la injusticia como lo más lógico y asumible, y con eso, de paso, desactiva del alma humana la buena nueva  del evangelio convirtiéndola en un imposible ilusorio y engañabobos, con el proyecto inicial convertido en sistema de poder al servicio de la maldad más refinada y cruel, pero constituida en 'razón'  existencial al transformar el ideologismo  en  religión y convertir en religión dogmática la experiencia personal y colectiva, liberadora y saludable que no cabe en dogma alguno. Lo que era inicialmente el hecho de vivir un cambio de paradigmas vitales que llamaron "conversión" y que siglos después, tras el atraco del Edicto de Milán, derivó en meros rituales al modo religioso del imperio romano, completamente amputado el hecho personal del cambio evolutivo de conciencia. Los valores se convirtieron en mera liturgia  y moneda de  cambio para la "salvación" de las almas mientras solo se valoraban los cuerpos de los ricos y se liquidaban sin piedad los de los pobres. La iglesia olvidó la justicia  y pasó a remendar el desaguisado a base de limosnas como detergente para malas conciencias y pereza social justificada, al suplir con dinero la falta de compromiso fraternal entre los seres humanos. Esa iglesia fue la que, tras el vacío y los miedos de Pablo VI volvió a 'restaurar' Juan Pablo II, Woitjla, ninguneando y hasta condenando ls Teología de la Liberación, mediante el veredicto del Torquemada del momento -que, por cierto, era Ratzinger-. Todo encaja.

Luego Ratzinger, tras la larga y mediática agonía de Woityla, le acabó de dar la puntilla a la iglesia católica para rematar la faena. Nada es destacable en su breve pontificado salvo la incapacidad manifiesta para cualquier cosa que no fuera meter la pata constantemente hasta la tiara, por ejemplo, criticando a Mahoma poniéndolo a parir o asustado por la cantidad de peña tercermundista que veía por los aeropuertos, considerando y dando por hecho   irremediable un choque de religiones y culturas, en vez de trabajar para todo lo contrario, o rehabilitando el papel de Judas como el verdadera protagonista de la salvación como causante de la muerte de Jesús, que sin él no habría dado pie con bola en lo de salvar... o acojonado y escondido bajo el trono pontifico, por el estallido de la burbuja de la pederastia. Un primor.

 Bergoglio es el sepulturero de la mascarada final. Le han colocado en la sala del maquillaje que se le pone a los difuntos en el tanatorio antes de enterrarles, a ver si consigue que los despojos de la iglesia por lo menos tengan un sepelio menos horrible que su larguísima y lamentable existencia, aunque solo sea para premiar su final de fiesta y desearle que se lleve a su última morada terrestre tanto descanso y liberación como los que va dejando  a sus fieles secularmente damnificados por la estafa sacrosanta. De momento lo único que ha conseguido es convertirse, él, no su iglesia que ya no está para festivales, en una star de Hollywood y en trending topic en twitter  simplemente por opinar en público y en voz alta lo que opina la inmensa mayoría de las personas normales, aunque de vez en cuando le salga la vena de la casta clerical y suelte cosas como que los comunistas le han quitado los pobres a la iglesia porque, claro, no hay limosnas suficientes en el mundo para tapar la carencia de los derechos humanos  ni para tapar el fariseísmo de los falsos cristianos, que están convencidos a base de sermones de que la limosna y la caridad por mandato curil y miedo al infierno, es simplemente el billete para el cielo, como lo eran las antiguas bulas-bono bancario que facilitaron la construcción de la Basílica-Jefatura de estado, y que los derechos humanos sólo son política y cosa de ideología marxista-comunista y roja perdida, que nada tienen que ver con ese dios, que lleva toda la vida encantado de que haya tantos pobres que faciliten la salvación de los ricos. Menudo chasco se van a llevar cuando descubran el pastel...aunque claro ya será tarde para rectificar, como apuntaba Jesús, simplificando en su parábola sobre Lázaro y Epulón.
Al presentarse este nuevo papa, en contraste con los dos anteriores, hasta llegamos a creer que podría ser de verdad, que podía ir en serio y hacer que la vieja iglesia tuviese una eutanasia digna, arrepentida y regenerada aunque fuese solo al final para salvarse en el último momento al olor de los santos óleos y que de una vez diese el paso de desprenderse de tanto peso muerto, de tanto patrimonio, de tanta momia, de ser un Estado político en el nombre de Dios, en vez de una comunidad de hermanos sin títulos ni categorías, que camina sencillamente por el mundo, unida como testimonio vivo de que  ser pobre no es ser miserable ni mendigo, sino ser consciente de sí y de los demás, hacer posible que por amor y alegría, que son pura justicia, no haya mendigos a los que les falte lo necesario mientras  a los que se dicen humanos y cristianos les sobra de todo y no en plan limosna sino en plan justicia y derechos, entender el valor real de la vida, saber disfrutar de la creación respetándola y compartiéndola sin violencia con todas las criaturas, con el servicio humilde, anónimo y desinteresado, no por la jerarquía, por la pompa y el glamour, las amenazas y los castigos, el poder y el acumular lo que de todos modos hay que dejar un día que no se sabe cuál será. Una comunidad de paso, peregrina, con lo justo, no se apega a nada, fluye y así permite que sea posible la justicia de todos, no de unos contra y sobre otros. Pero ya vemos que Bergoglio no va por ahí. Igual que los partidos políticos acaban usurpando el lugar de las personas que representan sucede con la iglesia católica: ha olvidado que es el sábado para el hombre y no el hombre para el sábado. Una pena que ya no da más de sí. Bergoglio tal vez no comprenda que en un naufragio es imposible salvar el mobiliario del barco si ya no habrá nadie que sobreviva ni más lugar que el fondo del mar para colocar los preciosos muebles. Pero no hay que dramatizar, mientras tanto la orquesta y coros del Vaticano cantan el Gloria de Vivaldi por la televisión y las redes sociales. Precioso, si no fuera delante el Flautista de Hamelin abriendo la fila de embaucados hacia la extinción.

Una de las pruebas más convincentes de este mapa de sucesos, que delata la coherencia de estas conclusiones está implícita en el hecho de las prisas de este papa, Bergoglio por canonizar a Woitjla en plan exprés, cuyo milagro más grande fue cargarse y anular lo que quedaba del Concilio, un papa que murió hace poquísimo y que dedicó su pontificado  a destruir la obra ecuménica y el compromiso de la iglesia con los pobres como prioridad, a enmendarle la plana a tanto diálogo y a tan poco dogma y en cambio al promotor de la apertura conciliar y de la regeneración humana y espiritual de la iglesia, Juan XXIII, no se ha tenido ningún interés en subirle a los altares, hasta que el mismo Bergoglio que no tiene un pelo de   tonto ha decidido reciclarlo al nivel de J.Pablo II, y que también sea santo el mismo día y  la misma hora, debido a la devoción que le tiene esa parte de iglesia progresista que con Woitjla y Ratzinger se ha borrado de la feligresía, asqueada y escandalizada por la vuelta a la Edad Media de la iglesia. Aunque también es verdad que da escalofríos y muy mal rollo que a una la canonicen en ese plan. Menos mal que el bueno de Roncalli si ya en esta vida pasaba de esas estupideces beatas, en la actual hasta le dará risa lo que hagan con su curriculum eclesiástico.

También es chocante lo que ha sucedido con la promoción a las alturas de la santidad y el tratamiento que el papa actual  ha dado a los casos del arzobispo Óscar Romero asesinado en San Salvador y al de los cinco mártires jesuitas de la Uca y las trabajadora y su hija adolescente (Ellacuría, Montes, López, Baró, Moreno, López, más Elba Julia Ramos y su hija Celina de 15 años, para no dejar ni un solo testigo vivo que pudiese reconocer a los autores de los crímenes) que murieron asesinados por el mismo motivo que Romero: denunciar la injusticia del régimen y el genocidio del campesinado, pero los jesuitas cometieron el pecado imperdonable de, además de denunciar las barbaridades de la fuerzas paramilitares, ser teólogos de la liberación y educar para ello, cosa que Romero no era, al contrario había sido más bien conservador, al estilo Bergoglio, ver, oir, y callar ante la dictadura, pero cambió radicalmente de actitud cuando los paramilitares asesinaron al jesuita Rutilio Grande (también mártir y sin canonizar), la conciencia de Romero se despertó de golpe orando ante su féretro, lo dejó por escrito y lo relató en su círculo, a partir de ese momento su cambio fue total y eso le costó la vida. Parece raro que un jesuita como Bergoglio no quiera canonizar a sus compañeros de orden mártires, y que sí lo haga con alguien muerto en las mismas circunstancias como Romero. Hay razones de peso: canonizar a Romero es ejemplar porque no era teólogo  de la liberación ni enseñaba en la universidad la subversión contra la injusticia como lo hizo Jesús en su tiempo. Lo mismo vale para Rutilio Grande. En cambio Bergoglio está encantado de canonizar religiosos españoles a cientos, asesinados en la guerra civil...porque se supone que los asesinó la izquierda. Está clarísimo quién manda en el Vaticano y le dice a Dios a quienes tiene que hacer santos o no, según la inclinación política encaje o no con las ideas que mandan en esa babilonia del establishment. Eso también explica quién es el papa del recambio y por qué hizo lo que hizo y dejó de hacer en la dictadura argentina. Y por eso deja claro que lo suyo es fundamentalmente y como dirían en Italia, proprio l'atrezzttura d'un ballo in maschera. Santo paripé para cambiar la imagen hecha polvo de los últimos papados terminators. Este papa ha sido diseñado para ser un mix entre las imágenes queridas, sencillas y populares de Roncalli y Luciani, con unas gotas teatrales de Woitjla y el toque exótico y dicharachero a  lo Carlos Gardel; el coctel perfecto para rehabilitar la marca Vaticano que se les ha caído desplomada y sin capacidad de recuperación.
Cuanto más va pasando el tiempo, más se va perfilando la misma historia de las reducciones indígenas del Paraguay  en el siglo XVIII, cuyas víctimas fueron igualmente los indios y los jesuítas que los ayudaban, no solo abandonados sino también traicionados por el Vaticano y por el cardenal supervisor, también jesuita más acomodado a las prebendas del mundo que al evangelio. Igual que ahora. Cuando no se siente ni se busca el espíritu que es vida infinita y regeneradora, el tiempo devuelve una vez y otra lo peor en cada vuelta de tuerca. Los budistas lo llaman karma, pero en la iglesia del sadismo  lo llaman "voluntad de dios o castigo divino". Qué manera de entender "la buena noticia" (euangellós) de la liberación...Solo la fuerza que hace nuevo cada paso que damos, tiene el poder, la sabiduría y la gracia de irnos transformando y de evitar que se  repita el mismo error durante siglos como una condena a cadena perpetua, tan lejos de la libertad y la auténtica alegría evangélicas.

Qué lejos este tinglado infame del espíritu que movió a Martin Lutero a la reforma, ¿verdad? Cabe preguntarse acerca de la sinceridad de este papa al admitir tan alegremente y sin reflexión el valor y la verdad del reformador alemán. Si no es capaz de asumir y reconocer el valor testimonial y generosísimo de los mártires jesuítas de El Salvador porque no comparte la idea política que él lleva marcada a fuego en sus prejuicios. Habría que  verle si se se encontrase ahora de frente con un reformador que le expusiese tesis parecidas a las de Lutero, pero desconocido y sin glamour histórico, como estuvo Lutero frente al Vaticano y al Imperio en su momento.
Tiene más cuento que Calleja este hombre y flipo con el rostro que le echa a todo y con  las tragaderas de la peña seducida y embobada con el timo publicitario. Es el truco dos polis malos/un poli bueno. Lo anterior fue tan cutre, tan anacrónico y tan esperpéntico que el cuento chino de la actual apertura de pacotilla parece hasta un milagro. Igual van y  le canonizan a la semana de petar por haber  reformateado virtualmente la iglesia al ponerle un trampantojo encima de las ruinas y la cloaca. A este paso todo es posible.

Triunfó en la falsa  iglesia la corriente del fracaso evolutivo, en las antípodas de la fuerza limpia y liberadora que impulsa la  creación, corriente  contraria al ecumenismo, a la apertura y a la experiencia comunitaria de la  fraternidad  universal desde la base, con los pobres y de los pobres, la realización material de las Bienaventuranzas.
La iglesia católica, definitivamente, claudicó del único intento de regeneración serio que ha  tenido desde el año 313 cuando mordiendo el anzuelo del Imperio claudicó ante  la tentación, se prostituyó obscenamente, tiró la toalla de la decencia, de la conciencia limpia y del amor incondicional, valiente, sencillo y abierto al mundo, tal y como lo aprendió de Jesús de Nazaret. Y con su complicidad, sus silencios, sus obstáculos ante el Reino del Amor se ha convertido a lo largo de los siglos en el mismo anticristo que describe Juan de Patmos en el Apocalipsis. Afirmando con su conducta lo que niega con sus palabras y sermones. No se puede ser más dañinos pretendiendo ser santos. No se puede  ser más soberbios, ciegos e hipócritas que acabando como  caricatura del Tartufo de Molière vendida como santidad en el mercado del templo.

Por fortuna el espíritu sopla donde quiere y como quiere y no hay fuerza capaz de impedir su obra universal. No pertenece a ninguna religión, nadie posee su  verdad porque su verdad es el aliento  que nos constituye como vida, como tejido social, como familia humana y familia natural con todas las criaturas y estados de la naturaleza, sean vegetales, animales, minerales, pero se manifiesta en cualquier grupo humano que se ponga generosamente a favor de la vida, del bien común, de la supresión de castas, de los derechos, de la libertad y la dignidad de los hijos de dios que son los hijos del hombre y la mujer.
La iglesia católica se ha equivocado de esencia y de sustancia espiritual, ha creído más en lo que le cuentan los intereses por su propia pervivencia a cualquier precio, que en la vida que se le da constantemente desde la fuente esencial de la gracia sin trampas, sin mentiras, sin fingir. Ella era solo un humilde medio, un cable transitorio para que pasara la luz, pero se ha creído el fin definitivo y la única central eléctrica. Por eso mismo se ha cerrado la puerta de  su liberación y se la cierra también, como hicieron los fariseos, a los desgraciados que creen en ella y no en el Amor, y ha tirado las llaves que  se encontró a un abismo sin fondo.
El amor eterno rescata y sana a todo el que lo busca de corazón sin dejarse secuestrar por el miedo ni seducir por la mentira. Al que tiene el valor de arrepentirse y de renunciar a las migajas del ego a cambio del festín del YoSoyel/laqueEs. El amor infinito no tiene puertas ni llaves que cerrar. Pero tiene alas par alzarse sobre la podredumbre y renovar la tierra.

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