¿Se puede conseguir que Podemos sea algo más que un fenómeno mediático? Sí se puede
24 de octubre de 2014 by José Antonio Palao
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José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
Sé que esta pregunta va a ser dolorosa para mucha gente. Y lo asumo, porque en cierto modo para mí también lo es. Podemos
está en fase constituyente y mucha gente, llevada por un legítimo
entusiasmo, ve en este proceso un “real” fenómeno político –puede que el
más importante desde 1978- que va mucho más allá de lo puramente
mediático. Yo me cuento entre ellos de más está decir. El caso es que el
fin de semana pasado tuvo lugar el acto central de constitución de Podemos como partido, la llamada Asamblea Ciudadana.
Y de ahí han salido varios borradores que son los que compiten por
convertirse en el embrión de los estatutos de la nueva formación. El
más conocido y divulgado es Claro que Podemos
patrocinado por el propio Pablo Iglesias y sus más estrechos
colaboradores (Errejón, Bescansa, Monedero…), es decir, el núcleo
promotor de la idea desde las elecciones europeas. Y parece que su
principal rival en el voto ciudadano va a ser Sumando Podemos,
que es el producto de la confluencias de muchos documentos elaborados
en los círculos, pero cuyas imágenes de apoyo más visibles son los
eurodiputados Pablo Echenique, Teresa Rodríguez y Lola Sánchez.
Hay discusión y polémica, innegablemente. Creo que nadie en Podemos
discute el liderazgo de Pablo Iglesias, debido a su presencia mediática
y a su indiscutible tirón electoral. Pero hay dos versiones de cómo se
debe ejercer ese liderazgo: de forma más protagónica e independiente, en
el caso de Claro que Podemos, y de forma más colegiada y sometida al parecer de los círculos, en el caso de Sumando Podemos. No es este lugar ni es nuestro propósito analizar ambos borradores: hay quien lo ha hecho mucho mejor que nosotros lo haríamos y además animo a los lectores a que adjunten otros vínculos en sus comentarios, si lo consideran oportuno.
Mi intención aquí es examinar algunos de
los argumentos de la opción avalada por Pablo Iglesias. Evidentemente,
cuando el dijo el otro día que “tres secretarios generales no la ganan
las elecciones a Rajoy y uno sí” estaba en recalando precisamente en la
trama argumental básica de su posición. La idea táctica que subyace a la
propuesta CQP es precisamente aprovechar su tirón mediático para ganar las elecciones cuanto y echar a la casta cuanto
antes, y para ello lo mejor es concentrar el máximo poder en sus manos y
en un equipo escogido y controlado por él. Es lo que algunos de sus
ideólogos llaman leninismo mediático, y tiene por objetivo, según Íñigo Errejón, construir una “máquina de guerra electoral” de una eficacia aplastante.
Ahora bien, creo que un toque de
“realismo” no vendría mal en este momento. El resultado en las
Elecciones Europeas fue un indudable éxito personal de Pablo Iglesias,
pero en absoluto fue una victoria, como él se encargó de recordar esa
misma noche. Queda mucho camino por recorrer y en él, muy
previsiblemente, Podemos se convierta en un partido decisivo
para quitarle el gobierno a la derecha, pero su posición pasará o bien
por hacer una combativa oposición o por colaborar en tareas de gobierno
pero no en mayoría, ni siquiera relativa. Y ése será un camino muy, muy
espinoso. El caso es que quien parece será con toda probabilidad el
encargado de regir los destinos de la formación es alguien, sin duda,
brillante pero que objetivamente, hasta ahora no ha demostrado más que
un exitoso personaje televisivo que ha dado el salto al campo electoral.
Como hemos dicho en muchas ocasiones,
lo electoral y lo mediático en los sistemas parlamentarios capitalistas
son campos homólogos y entre ellos tejen la agenda informativa desde un
campo de enunciación único, la comunicación, pero normalmente se dividen férreamente el trabajo y el salto de un frente a otro tiene mucho mérito. Se trata de un cerco
poderoso, pues marca el principio de realidad, lo que es creíble y
esperable o no, para una sociedad y la sume en una pasividad acorde con
sus objetivos de perpetuación ideológica, política y económica, dándole
forma de electorado dúctil, maleable, con una ilusión de poder que
desemboca y encalla en la ilusión de alternancia propia del
bipartidismo. Pues bien, si penetrar ese cerco es ya de por sí
difícil, imagínense la titánica tarea que ha de suponer introducirse en
él con la confesada intención de disolverlo. Imaginen la cantidad
de presiones, erosiones, zancadillas y tentaciones que ha de sufrir un
líder político en ese proceso y el desgaste comunicativo y de imagen que
le ha de suponer.
Sabemos que Pablo Iglesias es un orador
brillante, pero de momento aún no le hemos visto más que cultivando dos
géneros menores de la oratoria política moderna: la tertulia y el mitin.
Aún no le hemos visto batirse en serio en sede parlamentaria –sus
contadas intervenciones en la Eurocámara no tienen todavía ese nivel- o
negociando de verdad cuando el programa no es simplemente un desiderátum
popular sino que está marcado por la agenda enemiga. Es una gran
promesa, y la ilusión de muchísima gente hace de él el gobernante y el
líder popular ideal. Pero en realidad Pablo Iglesias, como líder
político ejecutivo, aún no ha tenido la ocasión de demostrar nada. ¿Se
lo imaginan negociando entre tiburones de lo que él llama la casta
(banqueros, empresarios, la troika, Merkel, muchos sindicalistas
apoltronados en el sistema, para qué lo vamos a negar, e incluso
partidos de izquierda sistémica y nacionalistas de los que no habrá más
remedio que ser socio si se quiere echar al PP…), sin más ayuda que su
labia y su grupo asesor de expertos en ciencia política y filósofos? ¿A
dónde va sin apoyo popular eficiente, sin más aval que unos votos, que
igual que le han llegado se le pueden ir, de un electorado ilusionado (y
por lo tanto fácilmente decepcionable)?
Ya lo hemos advertido hace unos días. Creer que se pueden usar impune y libremente los media para los propios fines, cuando esos fines difieren de perpetuar el status quo
del poder, es realmente muy ingenuo. El capitalismo tiene en su
maquinaria mediática, que hace del fetichismo mercancía, el aparato
ideológico y represivo más potente que ha existido jamás. Y como dejó
dicho el sociólogo Pierre Bourdieu, “la televisión oculta mostrando”.
Ojalá me equivoque pero la intuición me dice que, mientras ahora todo lo
que le concierne es tratado casi como un programa de producción propia
en Cuatro o La Sexta, el sistema mediático español lo tiene todo
previsto para neutralizar y expulsar del centro de la agenda a Pablo
Iglesias en cuanto éste deje de ser un mero generador de audiencia y
pase a ser un actor clave del empoderamiento popular en las
instituciones, Si eso llegara a suceder, las masas le abandonarían
inmediatamente seducidas por el siguiente juguete… Excepto que ellas
mismas se hayan constituido como una sólida unidad popular
transmediática.
Dicen los apocalípticos leninistas de salita de estar (por distinguirlos de los leninistas mediáticos integrados) que Podemos
se puede convertir en un nuevo PSOE. Me temo que no. Todas las
engañifas que Felipe González consiguió endilgarle al pueblo español en
los 80 y parte de los 90 estaban costrosamente amparadas en un viejo
imaginario noventayochista: las traiciones al programa y las promesas
(liberalización, reconversión industrial, OTAN) tenían como fin que no
volviéramos a perder el tren de la Historia y de que Europa nos
reconociera como uno de sus iguales. Colaron ante una población de un
nivel cultural, y sobre todo de auto-reconocimiento y capacidad de
expresarse por su cuenta, muy inferior a la de la sociedad española
actual. Es esa presencia, esa conciencia de sí, la que hace que hayan
salido tantos respondones al grupo promotor de Podemos, pero
que sobre todo envió por la vía rápida a Zapatero a su casa cuando
pretendió hacer las de Felipe González en el siglo XXI. No, Podemos
no cuenta a su favor con los traumas de la España cañí, sino que nace
para ser la gran arma contra ellos. No viene a vendernos el viejo sueño
de la inclusión en Occidente, sino a despertarnos de esa pesadilla del
capitalismo salvaje y de la troika. Su fin, si traiciona sus objetivos,
es el ostracismo electoral y el olvido más cruel, no la desactivación
del pueblo y el encandilamiento de la opinión pública por medio del
carisma del líder, como consiguió durante trece años el felipismo.
No, no hay hoja de ruta ni experiencia
en la que ampararse. Ni todos los procesos latinoamericanos, ni todas
las luchas de liberación sectorial (feminismos, LGBT, antirracismo…) ni
todos los movimientos sociales del Siglo XX, ni toda la ciencia
política moderna, con todo su potencial emancipador desde Maquiavelo
hasta Laclau, por mucho que las utilicemos como un excelente apoyo,
pueden evitarnos el trabajo hercúleo de pensar por nuestra cuenta, de
analizar minuciosamente cada táctica, de cada línea comunicativa, porque
en la sociedad de la información táctica y comunicación son
prácticamente sinónimos, como me admitiría, creo yo, cualquier
especialista en comunicación política. No se trata de crear unidad
popular en torno a una imagen, ni siquiera a una idea, sino de crear una
voz nueva, una voz popular sólidamente anclada en la indomable
inteligencia colectiva.
Yo no veo tanta claridad como otros,
sino mucha ilusión, mucho deslumbramiento. Uno, significa uno visible y
bastantes más detrás sujetándole, apoyándole, influyéndole desde sus
intereses. Tres significa una pluralidad debatiendo y recogiendo los
frutos de un diálogo inédito e inmenso. Si tienes un secretario general y
una lista cerrada tienes uno o muchos lobbies revoloteando rapaces
sobre ellos, pocos, definidos, identificados. Tres, con listas abiertas,
implica una división de los lobbies y de los poderes fácticos, que
indudablemente debilita mucho menos a la organización que a los pudieran
pretender hacerla rehén de sus intereses. Es mucho más fácil, a veces
inevitable, consensuar con el enemigo y olvidar la voluntad de las bases
y la misión para la que un pueblo te ha elegido para uno que para tres.
Tres secretarios generales significa tres frentes distintos abiertos
contra la casta. Contra Uno, y la inevitable camarilla
cortesana que lo rodearía, les sería mucho fácil concentrar sus
esfuerzos. Poder sin sumar, sólo creo que se pueda tener el cuarto de
gloria al que todo ser humano tiene derecho, según decía Andy Warhol.
Sí, estoy tomando partido. Y sí, mi posición es descarnadamente
estratégica, como exige un mundo en el que nada es claro ni
transparente, sino lleno de mediaciones y representaciones interpuestas
entre la ilusión y la acción. Sumando Podemos, seguir
luchando por la victoria y no sólo por un éxito espectacular y efímero.
Sumar, creo yo, es la mejor forma de proteger a ese líder y no cargar
sobre sus hombros todo el peso de una claridad, que si sólo es un gancho
electoral y mediático, podría ser fácilmente reversible. El otro día
tuiteé esto, y estoy completamente convencido de ello: “#SumandoPodemos liberar a Pablo Iglesias de las garras que lo aprisionan.” De las futuras. Y de las ya presentes.
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