sábado, 18 de octubre de 2014

La buena voluntad

La buena voluntad

Por: | 17 de octubre de 2014
Andrew Judd Genius
En opinión de algunos, la buena voluntad parecería ser el recurso de quienes no son capaces. Se refieren a ella como una suerte de justificación para salvar lo que no se ha logrado, o incluso se ha hecho mal. Con cierta compunción, y hasta con ternura, aluden a quienes dan muestras de haber procedido con su amparo, como si, al menos, cupiera decir que lo que hicieron estaba bien intencionado. Pero otras tantas se es inmisericorde con lo que es y supone, dado que lo que importaría es simplemente el resultado de la acción. Sin embargo, sin buena voluntad estamos perdidos. Solo con ella podría ocurrir que también. Aunque sin ella nos sentimos acabados.
De alguna manera, siempre que se busca el entendimiento se ofrecen dosis de buena voluntad, y esto sucede cuando hay interlocutores que desean sinceramente entenderse. Esa tentativa de diálogo, que tiene en cuenta al otro, que persigue alguna forma de coincidencia, apela a la buena voluntad, a la convicción absoluta de un deseo de consenso. Hasta el punto de que es la condición de posibilidad, incluso del desacuerdo. En la conversación mantenida al respecto entre Gadamer y Derrida, sin perdernos en la valoración que cada uno de ellos nos merece, nos sentimos convocados a un debate que nos da que pensar. Atendamos, por tanto, al asunto. Alguien, que por lo que se menciona a continuación no es preciso citar, señaló que “lo decisivo no es quién lo dijo o cuándo, sino cómo funcionan los enunciados”.
Ahora bien, el quién no es indiferente. No basta con la necesaria justificación. La posición y la disposición que se adoptan son determinantes. La buena voluntad empieza por estimar la palabra ajena, por eludir tener razón a toda costa, lo que conllevaría rastrear los puntos débiles del otro. Por el contrario, se trata de intentar hacerlo tan fuerte como sea posible, de modo que su decir venga a ser más evidente y más consistente. Tanto como para añadir valor a lo que se plantea. En una verdadera conversación se ha de escuchar incluso lo que al interlocutor le hace decir, sin quedar prendido de sus expresiones. Esforzarse por comprenderse mutuamente es tanto como reconocer que la postura es constitutiva asimismo de cuanto se diga. Precisamente por ello, la buena voluntad es imprescindible para la justa comprensión.

Andrew Judd 1958 -  Escala GRANDE
Sin embargo, conviene no precipitarse en identificar todo gesto de comprensión como un acto de buena voluntad. Ni tampoco es suficiente su concurso para alcanzar un apacible acuerdo. Pronto nos hallamos con otra experiencia, la de los límites del encuentro con los demás.
La cuestión es si buscar comprender no es, en última instancia, sino una forma de voluntad que pretende apropiarse del espacio de lo que la desborda. La apacible salida al encuentro del otro supondría una suerte de rapto de su diferencia, de eliminación de toda distancia, hasta lograr que nuestro comprender consista en que él lo comprenda. Así, él mismo, ella misma, quedaría comprehendido y abarcado, y el acuerdo se limitaría a ser una cierta posesión. Incluso si fuera mutua, trataría de enmascarar el impacto que todo verdadero encuentro conlleva. De este modo, la buena voluntad habría de ser la suya. Más buena que voluntad. Mientras la nuestra sería más voluntad que buena.
Por eso, de la mano de Nietzsche, aunque no solo, el asunto quedaría centrado en una cuestión, la del poder de la voluntad. De ahí que se subraye que este deseo de comprender, esta búsqueda de acuerdo, esta predilección por el consenso, no serían sino expresiones de la buena voluntad de poder.
No ha de negarse que en esta operación se pone en juego el poder. Incluso en la mejor de las conversaciones. Resulta inquietante cuando en múltiples coyunturas parece presuponerse que este está ausente. No ha de descartarse que entonces adopte formas más o menos sofisticadas de encubrirse, sin necesidad para eso de camuflarse. Es cuestión de no hacer de ello un mero lastre.
La buena voluntad no desconoce el impacto ni la fuerza de la confrontación o del conflicto, no es ingenua ignorancia de las dificultades y de los obstáculos, ni de los desencuentros, antes bien es intensidad y energía para sobrellevarlos, sin hacer de ellos causa de imposibilidad. Entre otras razones, porque el consenso no es tanto la eliminación de las diferencias, cuanto el máximo acuerdo viable cuando estas no son la última razón de ser, ni la última palabra. Y es aquí donde cabe hablar del poder de la buena voluntad.
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La buena voluntad no es la mera proclamación que se sitúa más allá de la esperanza razonable, aunque sí de las expectativas inmediatas. En múltiple ocasiones, lo que falta es voluntad. Y en otras, como hemos señalado, esta se identifica con nuestros deseos más inmediatos. Ciertamente, no querer es ya bastante decisivo. El asunto es si no se quiere porque no se puede, o precisamente no se puede porque no se quiere. O porque no se sabe. Esta relación entre poder, querer y saber ha dado y da mucho que hacer.
Por eso, la buena voluntad no es un simple asunto moral, o una actitud del sujeto, sino una verdadera condición de posibilidad, o, en su ausencia, de imposibilidad. No es un ingrediente, ni siquiera solo un componente. Es el espacio de toda posible comprensión, de todo efectivo diálogo. En esa medida, es una condición ética, que nos permite ser participantes, interlocutores, miembros activos de una conversación que no pretenda limitarse a un intercambio de palabras o de posiciones, sin moverse del sitio, lo que significaría un intercambio aparente para consolidar la fijación. En definitiva, que no se reduzca a una forma de voluntad, cuyo fin sea no verse afectado.
Tendemos a encontrar poco concreta la reivindicación de la buena voluntad, así como la de buscar hacer las cosas bien, de trabajar por mejorar lo que hay, de procurar acuerdos, de perseguir el máximo consenso posible, de tratar de evitar el daño ajeno, de querer potenciar las más fecundas posibilidades. Sin embargo, en todo caso, juzgamos suficientemente inquietante y amenazadora la mala voluntad, sin que solicitemos, por si acaso, demasiadas explicitaciones al respecto. No necesitamos más comprobaciones. Ni más concreciones. El poder de la buena voluntad deja en evidencia la supuesta inocencia y ecuanimidad de otros poderes.
  Andrew Judd 1958 - tierra luz
(Imágenes: Ilustraciones de Andrew Judd. Genius; People Walking on Perpetual Staircase in Sky; Overbuilding; y For Barrick Gold)

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