jueves, 30 de octubre de 2014

Un pensamiento no urgente

30 oct 2014


por Luis García Montero



                                        


La batalla electoral que se avecina va a fundarse en la dinámica del miedo y la indignación. Jugarán con el miedo los interesados en que todo siga igual o casi igual. Animarán a la indignación los que sueñan con superar el régimen de bipartidismo que ha gobernado en los últimos años.
Los defensores del cambio tienen como exigencia prioritaria evitar en lo posible que la indignación no sirva para alimentar el miedo. Como vivimos dentro de una situación de urgencia, es indispensable la capacidad de sostener un pensamiento no urgente. La política no tiene más remedio que contar con la prisa como una coyuntura obligada por las demandas de la actualidad. Pero debe también vigilar los efectos negativos del apresuramiento e intentar superarlos con una reflexión a medio y largo plazo. Sin esta reflexión, las mejores virtudes llegan a convertirse en renuncias y en peligros.
El espectáculo de la realidad española ha colmado ya muchos vasos, casi todos los vasos. Las gotas de la tormenta se han acumulado en estos años y superan cualquier capacidad de resistencia. La indignación está ahí, es el pan cotidiano de nuestra sociedad. Los bombardeos de la corrupción, la precariedad y la mentira han impuesto el ruidoso vértigo en el que la política sufre un doble maltrato. A la política la han dañado, desde luego, los corruptos que se sirvieron de ella para favorecer patrimonios personales. Ahora la daña también un descrédito generalizado que confunde cualquier deseo de intervención pública con el robo, la hipocresía y la sospecha.
Conviene que aquellas sociedades dispuestas a buscar alternativas no caigan en el apoliticismo o en la crítica fácil contra la política. La furia es un estado que sólo conduce a la desilusión o al colapso. El pensamiento urgente sobre el mal uso institucional de la política por los partidos gobernantes corre el peligro de manchar cualquier alternativa. De esta forma se pueden liquidar los sistemas de participación y vigilancia cívica en los ámbitos del poder.
Hemos tenido ejemplos claros. El escándalo de las tarjetas opacas de Caja Madrid y Bankia ha animado las denuncias contra la participación de representantes políticos y sindicales en los órganos directivos hasta el punto de que se toman ya decisiones tajantes de abandono y culpa. Pero un mal uso de la presencia política no debería desembocar en una pérdida de memoria de los beneficios sociales de las antiguas Cajas de Ahorro y, desde luego, no tendría que cancelar la aspiración a una banca pública. La independencia del mundo de los negocios, corruptor último de la política a través de los sobornos y las privatizaciones, no es una solución deseable para nuestros problemas.
Una crítica seria a la corrupción exige debates que vayan más allá del comportamiento poco escrupuloso de algunas personas y de sus partidos. Limitándonos a la denuncia del mal estado de la democracia española, con el abuso desmedido de las burocracias oficiales y de los aparatos en uso, se puede insistir en el desgaste del bipartidismo y animar al voto de castigo. Pero resulta difícil alumbrar una verdadera alternativa, animar al voto creativo. Esta alternativa, además, tiene ahora un doble reto, ya que no basta con castigar al PP. Debe evitar también una posible situación de pacto entre PP y PSOE que cambie el turno bipartidista por una gran coalición. El debate catalán y la falacia de una lucha conjunta de los grandes partidos contra la corrupción pueden empujar hacia ese camino sin salida.
Los métodos de participación democrática son muy importantes. Pero si se pretende crear un horizonte y conseguir algo más que un sube y baja electoral, parece necesario salirse de la urgencia y convocar a una meditación colectiva sobre la economía europea y sobre la cuestión social en España. Aunque parezca paradójico, la politización de la sociedad es necesaria para vencer los miedos característicos del descrédito político. También hará falta la politización para resistir de forma sólida las amenazas sobre nuestro futuro que ya esgrimen los mismos que han envenenado nuestro presente.
Una nueva mayoría cívica, muy integradora de sensibilidades, historias e ilusiones, puede combatir el lema terrible que nos tienen preparado: “¡Nosotros somos malos, pero ustedes van a pasarlo peor si nos echan!”.

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