domingo, 5 de octubre de 2014

El lugar del "nolugar"




                                 






Me preocupa "la ilusión" política. Más que el ébola. Porque un virus es una amenaza externa, algo que viene de fuera, que se detecta como malestar, como dolor y achaque físico y puede prevenirse y curarse también con tratamientos externos adecuados y tiempos justos, pero en cambio "la ilusión" política se computa como algo positivo en sí mismo, como un estado que "pone", que anima, que orienta la marcha existencial hacia la realización de los sueños utópicos. Pero se olvida o desconoce que los sueños, lo mismo que la ilusión, son antónimos de la realidad. La disuelven. La privan de materialización mientras nos distraen de la tarea más árdua y necesaria: trabajar en nuestro propio cambio de estructuras psico-emocionales para que, precisamente, nuestro imaginario personal y nuestras inmadureces no se conviertan en el alimento de esos sueños e "ilusiones", que más que centrarnos y mejorarnos, nos alienan.
La utopía es imprescindible como alimento y meta que a largo plazo nos mantenga despiertos en el trabajo ético por mejorar el mundo y crear lo necesario para que esa mejoría sea una constante, una marcha que no cese nunca en lo personal como en lo colectivo. Pero no debemos identificarla jamás con algo ya conseguido ni seguro ni controlable ni manipulable a nuestro criterio o antojo. En ese momento se crean el dogma y el sectarismo, aunque sea imperceptiblemente.
U-topía procede de los términos griegos "oú" =no y "tópos"=lugar. Utopía es lo que "no tiene lugar", lo que no está determinado en un espacio, lo que no controlas pero existe en donde no hay medidas ni dimensiones. En el terreno más alto del espíritu humano. Es soñar despiertos con los mejores deseos que pueden realizarse, claro que sí, pero jamás convertirse en absoluto, ni chafar y destrozar a "los enemigos" por el camino, porque no los contempla como tales, sino como compañeros de viaje; no puede jamás ser propiedad de nadie, la utopía es la máxima expresión inspiradora del Bien Común. Por eso cuando la intentan poseer algunos individuos o segmentos ideológicos, la utopía se desinfla, pierde la universalidad de su sentido sanador y vivificante, se decolora, se desnaturaliza, genera entropía, se corrompe y muere. El grave error es querer dotarla de dueño, de amo, de "fundadores" exclusivos, de valedores únicos y "defensores" contra todo lo que les suene a diferente o a "malo" según la propia idea que se han hecho de "su" proyecto, que ya no es la utopía compartible, sino un credo más. O un club de afines, una religión, un partido o un club de fútbol. Ese estado reductivo le corta las alas,le limita el espacio infinito de que dispone y nos deja huérfanos de alquimia y de futuro realizable.

Dejemos los sueños y las "ilusiones políticas" y, nutridos por la utopía hacia el Bien Común, comencemos a dar forma a un entusiasmo ciudadano realizador, materializador. Práctico. Limpio, pero nunca excluyente. Respetuoso hasta con lo que no entendemos, hasta que consigamos comprender nuestro mapa humano más allá de las barreras y tópicos de nuestro ego y sus anteojeras, con las que nos autolimitamos. Entonces todo se facilita, todo empieza a fluir, las dificultades son cursos intensivos de mejoramiento mutuo, y un orden natural nos acompaña desde dentro de nuestra percepción. Entonces podemos ver con más facilidad la sustancia y la trascendencia de los hechos y así separar el discernimiento sobre un problema, de la emocionalidad que no nos dejar ver como es en realidad, de donde viene, qué lo produce y no "quien" y que nos hace señalar culpables y no asumir nuestra co-responsabilidad, nuestra dureza, nuestra bien intencionada hipocresía que nos hace sentirnos pírricamente infalibles ante la debilidad de los otros.
Entonces, superando nuestras propias trampas programadas por nuestra educación y nuestras referencias ancestrales, salimos de la subjetividad de nuestro lenguaje particular para entender el lenguaje común del amor, de la compasión y de la inteligencia emocional. Ingredientes básicos de todo éxito social y político, aunque los "profesionales" no lo entiendan e incluso se rían de tal afirmación. Así nos va.
Hasta ahora ningún sistema de gobierno ha fracasado en este mundo por exceso de Bien Común...sino más bien por carencia del mismo. Y ese B C nace de dentro del ser humano o no puede nacer de ningún sitio. Ningún partido político por excelente que sea su ideario podrá reemplazar jamás la voluntad ética, el entendimiento y la disposición solidaria de las personas que lo integran; según sea el grado de madurez humana y la capacidad de aplicar la sana utopía a lo cotidiano, así será o no el futuro de cualquier proyecto social, político, educativo, económico, etc...Pero nunca con "sueños" ni con "ilusiones" que se desinflan a las primeras de cambio emocional, cuando las zonas más negras del inconsciente personal y colectivo emergen del fondo desconocido y terrible del propio ser humano, indefenso ante lo que desconoce de sí mismo y delos otros e incluso identifica como "virtud", sólo porque es su costumbre antropológica, su herencia cultural. Su latiguillo o su tic entre conducta e inercia.

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