martes, 9 de octubre de 2012

Solo otro nivel de conciencia puede transformar el caos en (otra) civilización

Estamos viviendo una angustia social de tal calibre, que en ningún otro punto de la historia conocida se recuerda algo similar. Crisis tremendas las ha habido desde siempre, pero no en todo el orbe terrestre al mismo tiempo. Eran fenómenos locales. Por lo menos reducidos a determinadas zonas geográficas. Los continentes inmensos, y todavía inexplorados, se ignoraban entre sí hasta que los descubridores enviados por el imperio de turno y sus ejércitos los encontraban. No ser descubiertos era la garantía feliz de una vida más normal, más de acuerdo con la ley natural y el llevarse bien con el medio ambiente. Pero colonizar e invadir siempre ha sido y sigue siendo uno de los hobbies más atractivos del depredator insapiens occidentalis. O sea de nosotros, los prácticos y "civilizados" habitantes del paraíso mundial que desde la más remota antigüedad nos las hemos ido arreglando para combinar sin escrúpulo alguno el legado ético de Sócrates, Platón Aristóteles, Hipócrates, Jesucristo, Séneca, Dante, H. von Bingen, Erasmo, T. Moro, Giordano Bruno, Servet, Paracelso, Las Casas, Pascal, Spinoza, Kant, Hegel, Fichte, Marx, Kierkegaard, Bergson, Husserl y Ortega, Meister Heckhart o Francesco d'Assisi, Juan de la Cruz  o Jovellanos, con unas ganas locas de arramblar con todo, de poder con todo, de aplastarlo todo, para poder presumir del genio comercial, científico y culto. Y avaro. Y miserable. Y mediocre, a pesar de los oropeles. Y ,probablemente, a causa del abuso de oropeles que no dejan espacio libre para otro tipo de preocupación. Del empacho de vanidades, pedantería y estupidez cada vez más congénita y más cretina. Hasta determinarse como enfermedad metabólica por extensión de síntomas. 
La cretinez está emparentada con una deficiencia orgánica importante en tiroxina, que no sólo puede limitar la estatura física, sino sobre todo, la estatura de la inteligencia, que gracias a Dios, no se mide en centímetros, como el cuerpo. Se puede ser bajito y genial, como Toulouse Lautrec o Picasso, como los ínclitos bufones enanos que eran la conciencia pepito-grillo de los tiranos más repulsivos. Pero no es el caso excepcional, sino lamentablemente muy común y penoso. Rajoy es muy alto, por ejemplo. Aunque Sor Aya SSS es enanita...a lo mejor es para compensar decibelios mentales... o para que se reparta el botín de inteligencia entre los dos y se note menos el lote de cada uno.  Que cada uno ha nacido con lo que ha nacido y a veces lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Bueno, dejemos de  lado la casuística con su coña marinera y vayamos al grano. Vamos a buscar respuestas para nuestros desastres actuales y  a ver si las vamos encontrando.

Muy pocos tienen ya la esperanza, con visos de realizarse algún día, de que las cosas mejoren en estas condiciones que hemos provocado y alimentado desde hace siglos. No es para maltratarnos sádicamente sino para reconocer una realidad: el sistema que nos ha traído hasta aquí, se ha muerto agotado. No por nada malo, sino por viejo e inadecuado a los nuevos niveles de conciencia que han ido tomando forma y sustancia desde la mitad del pasado siglo, más o menos, coincidiendo con la explosión de Hirosima y Nagasaki, y como reacción a las masacres mundiales que sufrió la humanidad en la primera mitad de ese mismo siglo. 
Sí, los niños que nacieron después y alrededor del bombazo doble, fueron los contestarios de los sesenta y setenta. Los padres que decidieron romper moldes y educar otro tipo de hijos muy distintos a ellos. A esos padres nos tocó la china de lidiar con los nuestros y su viejo sistema y con el resultado de una educación más libre para nuestros hijos, que a casi todos se nos han terminado por subir a la chepa y ser mucho más valientes y resueltos que nosotros para marcharse de casa con la pareja, cambiar de carrera y pareja, porque se aburren, y exigir otro desembolso de matrículas y tasas cuando les parece bien y  lo suficientemente irresponsables como para volver a casa si la cosa no funciona en plan autonómo. Y quedarse hasta que tienen más canas que los padres. 
También tenemos en el catálogo al hijo modélico rabiosamente independiente, brillante y genial que se ha dedicado a estudiar y a focalizar su interés en vivir muy bien haciendo lo que le gusta, a triunfar y a vivir para sí mismo en exclusiva, aislado en su burbuja empresarial, investigadora,comercial, política o artística; y también tenemos en catálogo el  modelo freeky que sólo vive para estar enganchado en fbook y twitter, mientras con treinta y cinco años  aún se dedica a coleccionar videojuegos y las sagas de Tolkien y George Lukas, legados culturales imprescindibles en la mitología del momento, que por supuesto hasta ahora han corrido a cargo de la subvención parental. 
Además está  la nena con aparato de ortodoncia, cabezona y flaquita, medio raquítica y a un paso de la anorexia, que se alimenta de una chocolatina diaria y un litro de cocacola, se fuma hasta el césped y sólo vive de noche, cuya ilusión es hacerse un remodelado facial y corporal, en cuanto encuentre un curro de dependienta en cualquier tienda de ropa "guay". Mientras tanto se pasa el tiempo de vigilia encerrada en su cuarto y enchufada al MP3 mientras wasapea cientos de mensajes por el orbe terrestre y así está a la última acerca del video de U2 o de blur o del disco recién sacado en el horno de "Los Perrako's", "Monsters diabolics", "Robots a la carta" o "Gatas histéricas s.a" .

En la familia todo iba bien, como en la España de Aznar. Los padres a los suyo, los hijos igual. A los diez y ocho el carnet, la moto, el coche o las dos cosas si el chiquillo o chiquilla resultaba insistente en sus peticiones. Más el coche de papá y el de mamá, que los necesitan para tener más autonomía, sí, de papá y mamá, los hippies de ayer, que amaban la naturaleza y odiaban la guerra sin conseguir relacionarla con la forma de vida que llevaban entonces y ahora. ¿Quién iba a pensar entonces que la guerra de Vietnam estuviese relacionada con el mundo consumista y esquilmador, que las zapatillas de deporte carísimas las fabricasen niños hambrientos a cambio de un plato de arroz al día? ¿Quién podría sospechar que el café tan normal a todas horas, el cacao, el algodón de nuestro vestido más bonito, que las maderas preciosas del parquet de casa o de los armarios o que los brillantes, rubíes y esmeraldas de la pulsera o del anillo de pedida o el oro del reloj de pulsera, estuviesen impregnados de tanto dolor, tanta bomba y tanta mala leche con el prójimo? ¿Quién se hubiese figurado que el inocente hashis o la graciosa marihuana que se fumaba en la comuna como la cocaína que se esnifaba en las fiestukis ejecutivas pudiese haber sido la moneda de cambio para comprar armas letales para el tercer mundo? Nadie en su sano juicio, desde luego. Éramos tan inocentes como desinformados. Tan hare-hare y manipulables, como ilusos. "Haz el amor y no la guerra". Eufemismos.  Sólo se quería reivindicar el sexo libre y caprichoso, sin control de religiones ni morales de pacotilla que se habían revelado como cínica hipocresía y las caladas de cáñamo que igualaba amigos y enemigos en los fumaderos. Y que no te llamasen a filas para no arruinarte la acampada calcada de  Woodstock. La paz-reclamo sólo era una excusa para justificar la apatía social y celebrativa que no superó nunca los valores de la rabieta juvenil, a algarada y el ácido lisérgico licuaneuronas como panacea,  el enfado generacional por tener que estudiar y obedecer órdenes de alguien.
Valores y reformas de verdad no recuerdo a penas ninguna. Las costumbres cambiaban mucho más despacio que las soflamas. Unas ganas de saltarse tópicos y barreras. De decir, aquí estamos. No tenemos ni idea de hacia donde iremos, sólo estamos seguros de una cosa: nunca seremos como vosotros. Padres y maestros, políticos, curas y prebostes del régimen fósil.
Todo eran nebulosas. Suspiros sartreanos. Leer a Camus frente a La Sorbona, o en su defecto en el cesped dal campus de la Complutense entre Derecho y Filosofía, para vivir como un Rostchild pero con acento de Marsella con mochila y billetes de interaill. Todo eran ilusiones nebulosas de un mundo en las nubes. Como el vapor de los porros.
De aquella época mundial sólo me queda la emoción de la primera alumna negra entrando en una escuela para blancos, hasta entonces, y escoltada por la guardia nacional. No recuerdo si era en la Loussiana o en Mississipi. Lo mismo que me quedó Luther King en el recuerdo, junto con Robert Kennedy y la noticia triste de su asesinato, al acabar el examen final de Teoría del Lenguaje, ambos masacrados en el país de las libertades, de las oportunidades y del hippismo feliz. La imagen del Che, idem de idem . El mundo cambió, sí, hacia su entropía actual. Cogió la directa a una velocidad de vértigo, sin pensárselo dos veces. Hasta hoy.

En tales tesituras el mundo se ha ido asfixiando. Lo tenemos en las últimas. Y como siempre que hay una catástrofe todos miran para el lado del otro. Los ciudadanos señalan a los políticos corruptos y a los banqueros piratas, y éstos acusan a los ciudadanos de haberse pasado de la raya consumista, de haber vivido por encima de sus posibilidades, como si banqueros y políticos no hubiesen hecho lo mismo y como si el abuso irracional del consumo, hasta hacerlo insostenible, no fuese igualmente tóxico tanto si viene de un millonario como de un obrero o un funcionario. Sólo los pobres, los hambrientos y los olvidados, en suburbios de mierda somalí o en favelas cariocas o en chabolas o en chozas y agujeros inimaginables, no habían accededido aún a ese estatus paradisiaco y suicida. A ese derecho a las cadenas cibernéticas. Pero en unos años, también ellos han llegado o mejor dicho, la toxicidad ha llegado a ellos. No les ha solucionado la sequía, ni la hambruna ni las plagas, ni al escuela ni la higiene,  ni las enfermedades endémicas que les matan porque no disponen ni de una aspirina para bajarse la fiebre. Ni les han desenterrado y eliminado las bombas sembradas por los campos y por los soldados del imperio. Pero sí disponen inexplicablemente de móvil, de wifi, de Ipad o de smartphone. De un ordenador personal con el que conectar miseria con miseria. La del cuerpo y la del alma. La de la mente y la el espíritu y seguramente todo ello pagado al precio de su comida o de su patera .
¿Malo? ¿Bueno? ¿Quién podría juzgar sin estar en la piel ajena? Simplemente, ahí está la realidad para quien quiera verla y mirar hacia la evolución sin prejuicios y con piedad.

¿Qué está ocurriendo? ¿El fin del mundo? Sí y no. Es el fin de un mundo sin salida ni futuro porque ha destrozado su presente y ya no es sostenible ni quiera por el Planeta. Y también porque es necesario que ese estado infernal de conciencia a bajísimas y densas revoluciones se termine; porque es la hora del cambio de conciencia y paradigma humano. Por fin. Es la consecuencia de la evolución, es decir de una evolución estancada que se ha descolocado y ha descarrilado como un convoy viejo y renqueante.
Cuando nos equivocamos  de camino, de decisión, de opción, en nuestro aprendizaje, surge naturalmente la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Salvo en rarísimas y patólogicas excepciones, nadie lo causa ni lo busca a posta, es que nace naturalmente como un aviso, como la fiebre indica la infección. 

Nuestra vieja conciencia no conoce todavía la vida en el presente. Le da miedo, porque piensa que es un riesgo improvisar y no dominar los posibles peligros y dificultades. Por el miedo que tiene se ha encriptado en los viejos tics de antaño y en ellos se basa para proyectar un  futuro imposible. Vive sin vivir en sí. Estresada, desconfiada, miedosa y pusilánime. Aún no ha descubierto el Presente. El lugar de la conciencia. El ser sólo es presente. Se manifiesta sólo en el presente. Las proyecciones temporales que nos sirvieron antes, con la conciencia menos desarrollada, ahora ya no  saben ni atinan con las recetas necesarias y adecuadas. Aplicar lo de siempre, pero no da resultados. En ningún campo. Empezando por la ciencia, que ha sido la primera en despegar y descubrir el salto cuántico imprescindible para explicar la vida, el universo y nuestro nuevo lugar en él. 

Ha sido un físico, premio Nobel en los 90, Ilya Prigogine, el que se ha atrevido a formular la idea de las estructuras disipativas. Observando que en el Universo se forman continuamente núcleos de masas entrópicas, es decir, caóticas y enfermas, que provocan en su dinámica lo que él llama puntos de bifurcación . La dinámica consiste en que cuando un sistema de vida o de energía llega a su desgaste entrópico, una parte de ese mismo sistema comienza a diferenciarse y cambia de sustancia, en vez de seguir la inercia entrópica y aprendida en ese "todo"viciado, opta por hacer algo nuevo, por otra forma de comportamiento cósmico, de intencionalidad atómica activa. Y así logra ir absorbiendo y transmutando las zonas más próximas el caos, después de una "convivencia" hay una bifurcación, entre lo que ha cambiado y lo que no ha conseguido dejarse cambiar por la nueva inyección de vida energética. 
En el caso de la Tierra y de los humanos se añade la particularidad de que esa energía es consciente además de automática. Es decir que lo que nos está pasando es lo "normal" en la evolución. El error garrafal es creer que sólo el progreso técnico y material es el auténtico progreso y no sólo una pequeña parte del progreso total  que es nuestra finalidad. Es apasionante que esas posibilidades de creación y recreación de sistemas, sean infinitas y que en el caso de la conciencia humana, dependan de su intencionalidad y libre albedrío. De modo que hoy estamos ante un reto que puede derivar en un resultado maravilloso o catastrófico. Podemos elegir entre desaparecer como especie o renovarnos por completo. Resucitar en un nuevo estado de conciencia o perecer absorbidos por la entropía del viejo sistema gastado y tóxico para la vida y la evolución. 

Ahora es necesario que nos centremos en la serenidad y en la fuerza de nuestra conciencia. Que despertemos del sueño del pasado y de las fantasías sobre el futuro, porque el pasado es un fantasma y el futuro una ilusión. El ser y la conciencia. Nosotros cuando alcanzamos la plenitud. Dios. Sólo conoce/conocemos la verdad y se manifiesta/nos manifestamos en la verdad que es siempre y sólo Presente. Respiración y latido de la inteligencia infinita, aplicada al detalle de lo concreto para hacerlo vivir. Nosotros somos conciencia y somos Dios. Pero es imposible que lo comprobemos dormidos o soñando irrealidades. Pegados a lo ilusorio y apartados de lo real, que es el amor al prójimo como a sí mismo. El amor por los regalos de la Naturaleza, que es también nosotros, aunque de momento estemos pillados en el espejismo de la separación. Sólo y nada más que el amor, expresado en la ética, en la ciencia, en el conocimiento, en la solidaridad, en la empatía, en el respeto a la vida y a los seres que la llenan, en la justicia y en la misericordia compasiva, en lo pequeño y en lo inmenso, es el motor primero y último. El Alfa y la Omega de todo cuanto existe y pueda existir.  
Si come rota ch'igualmente è mossa
L'amor che move il sole e le altre stelle 
 remata Dante en los dos últimos versos de su Divina Commedia.

Ahora miremos nuestra situación social, política y económica, no como un cataclismo sino como una opción, como un punto de bifurcación y optemos o bien por el caos de la entropía o por inventar algo nuevo donde los viejos instrumentos como el mercado salvaje y el dinero divinizado no marquen las pautas. Y que no sea un corte rígido ni amenazante, que sea una transición serena entre un plano desgraciado, enfermo e infeliz, que va a su destrucción, y un plano de cambio profundo, de simplificación, de humanidad y eficacia ecológica. De paradigmas. 

Un ejemplo perfecto que tenemos cerca es Islandia. Allí han conseguido elaborar una estructura disipativa de la crisis  y la han superado dando lugar a un punto de bifurcación irreversible. ¿Quién puede afirmar que nosotros no lo vamos a conseguir también, que Grecia, Europa, y hasta los EEUU no lo harán por contagio? Es más, si desean que la vida humana continúe sobre el Planeta no tendrán más remedio que reciclar su avidez inconsciente en otra perspectiva mucho más sencilla y reconfortante. Mucho más inteligente. Y sana.

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