viernes, 5 de octubre de 2012

Insistimos en "el rincón de Andrés"

Andrés Trapiello: “No hay que politizar el pasado”
El escritor publica 'Ayer no más', sobre el recuerdo de la Guerra Civil


Vuelvo sobre el tema de ayer acerca de esta novela de Trapiello y añadiendo el aporte de la crítica laudatoria que acompaña la noticia. La osadía del comentarista que llama "segunda guerra" a la crónica del olvido y al empeño de los olvidados por abandonar la escuadra del alzehimer oficial y recuperar el derecho humano del reconocimiento. Del reajuste. De la plena restauración de la dignidad.

Obviamente estamos ante una descarada apuesta mediática sobre una fabricación del consentimiento orquestada desde un clima hostil, el mismo que quiere "tomar el congreso" bajo consignas de la falange, que condecora a los polis más agresivos e inhumanos, los que se extralimitan en sus funciones de "pacificación" a estacazos y en infiltrarse hasta provocarlos. El mismo clima que acusa a los manifestantes de impedir la "paz social" o de querer dar un golpe de estado cuando pacíficamente reclaman sus derechos pisoteados por la apisonadora que pretende gobernar con "sentidocomún" y como "diosmanda", aunque sea pasando por encima del cadáver de la decencia política y social. El gota a gota corrosivo que el pp, como todas las oligarquías, está tan acostumbrado a utilizar como arma de desgaste cívico. Al pp le faltaba el apoyo de la razón, del pensamiento y la bendición del  pedigrí  "cultural". Y héla aquí. Una novela de Trapiello. Ayer no más. Un título en el que a bote pronto todos coincidimos. Nadie quiere otra guerra. Nadie quiere una vuelta atrás. Y esa es la trampa para mezclar churras con merinas y desacreditar intelectualmente la necesidad de sanar las heridas que aún no están curadas y sí muy relacionadas con la situación que España arrastra todavía. Con la pérdida de identidad social, con el "todo vale" y "pelillos a la mar" que pretende tender un velo es-tupido y espeso sobre la función de la memoria ética imprescindible, justo, para no repetir sus contenidos de peor calaña.

Me pregunto por la validez y la honestidad intelectual de un discurso que ante las sombras más tenebrosas jamás aclaradas, que envenenan aún la sociedad española, afirma en tono imperativo : "No hay que politizar el pasado".
O bien para el señor Trapiello y su cronista turiferario no está nada claro el significado etimológico del término "política" o si lo tienen claro, lo que no comprenden es la aplicación real de su esencia semiótica. Es una cuestión de discernimiento mucho más que de especulación. De decencia coherente, mucho más de que bandería partidista. Una terrible y dramática insensibilidad ante el dolor del recuerdo insepulto. Una deshumanización que impide comprender empáticamente que lo que para uno mismo fue normalidad y años de paz, para muchos, para esa mayoría silenciosa de Rajoy, era un infierno, un suplicio, una postergación social, un castigo aberrante. Un "estar fichados" constantemente y ser objeto de humillaciones y sospechas incontables, hasta los años setenta, sólo porque tu padre o tu marido o tu hermano, fue republicano, simplemente, y por eso baleado junto a una tapia, sin juicio ni condena, o por una simple disensión de ideas, porque sí, condenados a veinte años de cárcel picando piedras en el valle de los caídos, por dios (¡?) y por España, por un "delito" de opinión. Y tú a continuación con tus diez o doce años, marginado en la calle, en la escuela, en la iglesia, entre los niños, los maestros y los curas"vencedores" de algo que ya ni siquiera contaba para ti, pero que sí regía las relaciones interpersonales e incluía el insulto de "comunista" cuando les ganabas a las canicas. O que nadie quisiera bailar contigo en las fiestas porque tu familia en la guerra "no había sido trigo limpio".
O bien, si eras adulto, y habías defendido la República y no comulgabas con el levantamiento ilegal, ilícito e ilegítimo de una oligarquía que compró una guerra para seguir en el mismo plan silvestre tradicional, y eras enseñante, o médico, o magistrado o secreatio de juzgado o ingeniero industrial, se te desterraba. Si eras gallego, te destinaban a Cartagena. Si eras de Jerez te ibas a La Junquera y si eras de Alicante a Badajoz o a Canarias, no a Baleares que te pillaban más cerca. Si querías opositar no te admitían porque tenías "malos informes policiales", si te ibas a casar con un militar (hablo de mi caso concreto, ya en 1969) se te pedía nada menos que un certificado de penales en el juzgado y otro de la Guardia Civil que confirmase que ni tú ni tu familia ni antepasados jamás habíais incurrido en una ideología no favorable al régimen. Palabras textuales en el documento quede debías presentar en la iglesia y en el juzgado antes del evento matrimonial.

¿No hay que politizar el pasado? ¿A caso ese pasado no fue exactamente una pura blasfemia política y la imposición porcojonista de una política dictatorial a más de medio país, entre muertos, mutilados, encarcelados, marginados y postergados. Aterrorizados. Y no durante tres años solamente, sino por cuatro décadas?  ¿Y qué es sino política imponer durante casi medio siglo una asignatura, desde la escuela elemental a la universidad, que se llamaba Formación Política del Espíritu Nacional? 

Sin política no es posible la convivencia, señor Trapiello. Los tiranos lo saben tan bien como los demócratas y liberales. Porque política es la toma de la responsabilidad social, comunitaria y participativa. Usted mismo con ese libro que pretende desmantelar el sentido político de la memoria y darle cristiana sepultura, está haciendo política con ello, está insertando en el ámbito social una forma de intervención ideológica, subliminal quizás, que consiste en poner al servicio de una idea su capacidad creativa. Como hago yo desde este humilde blog. Como hace la prensa y la información. Como hace la iglesia como institución, como hace la justicia cuando tiene que parar los pies a un ejecutivo y a un gobierno que pierde el oremus, como hace la educación o la sanidad, como hace la Jefatura del Estado y el poder Legislativo o cualquier persona que piensa, lo dice y actúa en consecuencia o no actúa ni piensa y con ello colabora al caos y al desastre. Cuando se ofrecen prebendas corruptas a cambio de votos o de apoyos logísticos y se aceptan o no, tambien se hace política, sucia, por su puesto, porque todas nuestras acciones, públicas o privadas, tienen una repercusión general, pueden mejorar el guiso común o arruinarlo, como la sal o el vinagre o los condimentos, así nuestra interpretación de la realidad bajo determinadas ideas, modifican el alimento energético, mental y emocional del conjunto, con cuyo exceso o defecto se crea una patología u otra. Y con cuyo equilibrio de fuerzas se crea verdadera convivencia y respeto mutuo.

Quizás el señor Trapiello con buena voluntad, grandes dosis de ingenuidad y un buenismo natural de poeta sensual e inspirado, no haya caído en el detalle de que es la extrema derecha la que no quiere "politizar" nada, y  ve una amenaza constante en toda política que no es la suya, precisamente por su actitud agresiva, cerrada y su incapacidad para el diálogo y la cooperación; no porque  esté en contra de la política realmente, sino porque está en contra de que alguien más participe políticamente en la sociedad con ideas diferentes a las suyas. Tiene terror a la diferencia. Como todo fanatismo. Y eso también es política. Una política de exclusión. De progrom. De talibanes mentales. De campos alambrados ideo-ilógicos, valles de los caídos con trabajos forzados y concienciograma plano. De recortes monstruosos y al tuntún aplastapobres y con un mantra de fondo: todos los partidos son iguales.
Mejor practicar la política de lo apolítico, del populismo acomodaticio, que es la que anula la libertad de pensamiento y de compromiso social desde dentro del propio individuo. La política de la mayoría silenciosa y sometida a todo porque se ha creído que sus derechos son un regalo del poder paternalista, que a pesar de mantenerse a base de los impuestos de todos, en cualquier momento puede cerrar el grifo si le apetece o le conviene, y suprimir de un plumazo "legal", aunque ilegítimo e ilícito, unos derechos que son un patrimonio del alma humana cuando coopera al bien de todos pero que se  pueden suprimir en cualquier momento. Eso sí, todo con la mejor voluntad y para su propio bienestar. Con la misma buena intención con que uno participa en la misa del domingo comulgando y dando la paz, cuando sabe que el lunes va ha llevarse un pastón a Suiza y va a declarar suspensión de pagos o un ERE contra sus socios trabajadores que él considera, siempre con la mejor voluntad y sin ánimo de lucro, siervos de la gleba y gusanos de seda especialistas en hacer el capullo.

A estas alturas de su madurez humana e intelectual Trapiello debería saber ya que la política es una cooperación de todos al estado decente y sostenible, mediocre o desastroso, del bien común. No una jaula de grillos histéricos, ni un corral de comedias barriobajero ni un bunker blindado contra los ciudadanos ni un motín de Esquilache permanente del "populacho" contra los gobernantes impresentables. Porque la política es la respiración de la ciudadanía. Tal como  son los ciudadanos, así es o no es la política.  
Y no lo olvide, porque la palabra hablada y escrita, señor Trapiello, también hace política.
La política del olvido es imposible. Siempre acaba volviendo sobre sus pasos. Fíjese en el comunismo lennista-stalinista...también pretendía hacer olvidar...y ya ve. Fíjese en la ultraderecha española que no ha conseguido olvidarse todavía de lo bien atada que se quedó por el general de Liliput. Fíjese en los neonazis...Ellos no olvidan nada. ¿Cómo pretender que los que han soportado sus crímenes y secuelas no los recuerden? No es el olvido la solución de las malas memorias, sino al cambio de conciencia que hace posible el arrepentimiento y la sanación profunda de las heridas. Lo triste de quienes ganan las guerras es que no son capaces de pedir perdón por los crímenes que les dieron la victoria. Sino que los toman como la coronación imperial de su poder a través del miedo.

Lo malo debe recordarse para que nunca más se repita y lo bueno no debe olvidarse para seguir trabajando en ello y hacer imposibles los retrocesos. Y las personas con su historia de maduración a cuestas  son el sujeto político, poético y espiritual más valioso, por encima de cualquier tentación del olvido. O de la demagogia heredada e inoculada por el gotero narcotizador de la costumbre y la siesta de la conciencia en una España que aún duerme en los laureles de la amnesia. Pero que poco a poco y precisamente por lo que hay, está cada día más cerca del despertar. Gracias a Dios y a quienes le transparentan en este mundo: la buena gente. La gente sana. Justa,  misericordiosa. Y con muy buena memoria.






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