viernes, 5 de octubre de 2012

Demagogias heredadas


Andrés Trapiello propone un pacto para cerrar la Guerra Civil con 'Ayer no más'. "No es posible la paz sin el olvido", dice.
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Andrés Trapiello: “No hay que politizar el pasado”


Disculpe, Trapiello: No son posibles ni el olvido ni  la paz si no se reconoce el mal que se ha hecho y se intercambian el arrepentimiento y  el perdón. ¿Por qué? Porque el mal causado  no es un episodio de rabietas sin transcendencia, no es un fallo mecánico en un sistema que se recupera con un empalme de cables o la reparación de un fusible.
Es una herida profundísima en la esencia evolutiva de toda la especie humana, atavismo que hay que eliminar para crecer y alcanzar un estado cívico superior de la conciencia social; sólo cuando se logra sanar y reparar el tejido enfermo es  cuando no hay olvido sino reconocimiento de responsabilidades, arrepentimiento, perdón y comprensión, que es un paso más hacia el respeto entre unos y otros. Entonces desaparecen naturalmente las víctimas y los verdugos; nace otra energía sana e inteligente que ya sí, hace posible que el ayer se quede en el nunca jamás de la historia. No por olvidar,- porque lo que se olvida no muere, se entierra y germina cuando menos te lo esperas y se acaba repitiendo la cosecha del pasado-, sino porque ya se ha rehabilitado la dignidad y construido otro camino nuevo. No sólo porque las víctimas perdonan a sus verdugos, sino porque éstos al reconocer sus responsabilidades, dejan de ser verdugos, abandonan el subsuelo de la incapacidad  para ver las consecuencias de las acciones injustas de sus ancestros y ascienden por la escala de la evolución, alcanzando el nivel adecuado a los tiempos, donde otra conciencia preside ya la ética y la convivencia.
Como hizo la República Federal Alemana en la época de Adenauer, por ejemplo, pagando los tratamientos médicos, durante años, a los militares heridos de otros países cuyos gobiernos les mandaron a  luchar a favor de Hitler, como italianos, griegos y españoles, mutilados e inutilizados en la guerra mundial o ayudando económicamente a sus huérfanos y viudas. Alemania, entonces, se hizo cargo de una memoria histórica inexcusable. Sin embargo, ya en España, digamos que no se trata de indemnizar con dinero, sino con honestidad, justicia y humanidad que tienen mucho más valor e importancia a estas alturas de la historia.
Eso del olvido y ya está, es el mismo argumento que utilizan los maridos maltratadores. Cuando apalean a sus mujeres o a sus niños y los mandan al hospital. Y después se presentan con joyas, flores, bombones, cuentos y juguetes pensando que así borran del alma las heridas que han causado a sus víctimas; no se arrepienten y si "piden perdón" es sólo de boquilla, como una fórmula de conveniencia para que no haya rupturas que pongan su mundo en tenguerengue y pasado un tiempo repetirán la misma conducta horrible al menor roce; siguen siendo los mismos en todo: autoritarios, acomplejados, celosos, desconfiados, mentirosos y manipuladores. Crueles, inmaduros y primitivos. Esclavos del miedo a rendir cuentas. Miserables por vocación. Esclavos del primer impulso e incontinentes instintivos.
A ese tipo de "filosofía" sólo se sobrevive con una ruptura. Y eso es lo que pasa con la memoria histórica. O los "vencedores" se bajan de la peana y dan la mano y la comprensión a los "vencidos" y aplastados durante cuarenta años por los "héroes de la cruzada militar nacionalsindicalista y de las JONS", o nunca se cerrará la herida. Ni será posible el olvido, porque para que los perdedores aprendan a olvidar, los ganadores deben aprender a recordar. Y ser los primeros en ofrecer el abrazo de la paz, sin miedo a mirar las consecuencias de la historia que les dejaron en usufructo los señores triunfadores de la guerra que masacró, además de un millón de muertos, la civilización y la democracia.
Que conste que nací y fui educada en una familia muy tradicional y de derechas, que, paradógicamente, sufrió pérdidas por uno y otro bando. Que nací en el 47 y he tenido tiempo suficiente para ver en directo los resultados, a corto y largo plazo, de una dictadura que nunca consiguió la humanidad ni la decencia suficientes para hacer autoexamen de conciencia y pedir perdón. Y eso que se pasaba la vida en plan rata de sacristía, confesando y comulgando. Ejerciendo plenamente el oficio de sepulcro blanqueado y de raza de víboras que el Evangelio de Jesucristo, sin pelos en la lengua, atribuye a ciertos comportamientos y tendencias que, por desgracia, todavía son el pan duro e incomible de cada día.

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