domingo, 21 de octubre de 2012

LA NIÑA Y EL DINOSAURIO: UNA RELACIÓN "CONSENTIDA"

Sucedió ayer. Una vez más. Un monstruo con apariencia de hombre de treinta y nueve años tiroteó a una chiquilla de trece, con la que confiesa estar obsesionado y afirmando que era una "relación consentida". Nunca sabremos a qué llama consentimiento un individuo que se dirige a su obsesión consentida con una pistola en una mano y un rifle en la otra y que cuando la encuentra la cose a tiros. Si eso es una forma de justificar el consentimiento hay que echarse a temblar al imaginar qué habría sucedido si la relación hubiese sido forzada.
El cerebro reptiliano  y el sistema límbico se resisten a los cambios de conciencia. Mueven energías infernales que se enrocan y bullen agazapadas en el inconsciente colectivo e individual, que rezuman primitivismo y crueldad, que se pudren en el rencor, la frustración y en la enfermedad crónica de la líbido. Un tipo que por edad podría ser el padre de la niña en cuestión afirma que tenía una "relación consentida" por ella. Y además posee un permiso de tenencia de armas y es un avezado tirador en el deporte olímpico de los disparos. Igual que el asesino en serie noruego que el pasado año mató a casi un centenar de adolescentes en la isla de Utoya, durante un campamento de verano. 
¿Qué morbo tienen los niños, los adolescentes y las mujeres para el imaginario de la monstruosidad masculina? ¿Qué estro diabólico les incita a destruir la fragilidad, la indefensión, la inocencia o la confianza? ¿Qué fantasmas infernales pululan por sus cerebros y sus pasiones irrefrenables? ¿Qué cortaciruito neuronal hace que un hombre con edad más que adulta persiga a una niña de 13 años hasta imaginar que consiente de buen grado en una relación destarifada  y contra natura? 

Nuestra especie está revuelta. Desquiciada. Poseída por el caos. El cambio de energía está removiendo las capas más profundas de la psique humana y sacando del fondo todos los depósitos ancestrales. Nuestro sistema ha llegado al tope de su adaptabilidad al nivel entrópico y ya no soporta más tensiones de choque. Hemos llegado a la ruptura imprescindible, al punto de bifurcación en que la parte sana del sistema se está desprendiendo de la parte endurecida e incapaz de emprender ni comprender lo nuevo. A la confirmación empírica de Prigogine. Renovarse o extinguirse. Evolucionar o petrificarse en el vacío inoperante e inútil a estas alturas de la evolución.
Esperemos que poco a poco esta catarsis agote sus reservas letales y que cada tipo de vibración vuelva a su origen y comience en otro registro su nueva andadura. Y que las niñas, los niños, los y las adolescentes y las mujeres, se borren para siempre de la memoria de los monstruos disfrazados de hombre. Que se quiten el  disfraz y regresen a sus cavernas en otros planos más acordes con la saurocracia y en las antípodas de la verdadera humanidad. 

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