Creo que es la primera vez que unos juegos olímpicos se celebran sin que les haya dedicado la menor atención. Me parece hasta marciano encontrarme de repente los titulares que hablan de exhibiciones y medallas como si todo fuese normal y los ángeles del Apocalipsis no estuviesen aventando sentencias a golpe de trompeta a ver si por fin el Juicio Final manda a cada delincuente a su cárcel y a cada banquero a barrer las plazas, parques y jardines para redimir condena en régimen abierto mientras van devolviendo patrimonio en sus charcuterías; tengo la sensación de estar en otro planeta distinto, como Le petit prince de Saint Exupèry y desde él contemplo de lejos los carteles luminosos de otro mundo al que no me une lazo alguno de interés.
Me parece marcianísimo dedicarse a competir y batir records en deportes, cuando no somos capaces de batirlos en la vida. De enfrentarnos a los problemas gravísimos que hemos creado entre todos y mientras, embobados, ante las pantallas gigantes de plasma, se ven pasar los desfiles y las proezas de los deportistas mientras se está sentado en un sillón dándole a la cerveza o los refrescos americanos que se encargan de arruinar el organismo y las neuronas, cuya potencia deberíamos emplear ahora mismo sin malgastar un sólo instante en encontrar soluciones y ponerlas a funcionar.
No serán los aros olímpicos el talismán que nos va a quitar de encima la presión de las pirañas mercantiles, ni la bota de Merkel, ni el agobio de los reptiles banqueros con sus anillos, colas rasposas y bocanadas de fuego exterminador draconiano. Ni los elfos mágicos espantarán el mal fario de este gobierno bordeline que nos está machacando y batiendo con el propósito firme de convertirnos en tortilla a pprecio ppopular. Vamos, de oferta en rebajas de verano.
Estos juegos no nos pertenecen. No son humanos ni tienen alma. Son multinacionales, como los negocios sucios y nos están robando el tiempo para fumárselo en dólares, libras esterlinas y euros devaluados. Igual que los hombres de gris en la historia de Momo se fuman el tiempo de los hombres idiotizados, mientras las noticias son "la muñeca que habla" y pide constantemente que le compren cosas porque no tiene bastante con nada.
Anoche por curiosidad conecté el canal 24 horas de tve. Qué desolación. Han desaparecido los debates. Sólo queda el desierto de un rostro parlante que se dedicó a contar muertos por delitos, por accidentes, por muertes de cualquier cosa...seguramente se olvidaron de contar los muertos de asco a causa de la miseria ética que se ha apoderado de la tv pública en cosa de unas semanas. Como del Parlamento y de la Moncloa. Como de Valencia. No sé qué tiene el pp pero su respiración es como carbonilla en el ambiente. Igual que los trenes de mi infancia iban dejando un reguero de humos negros, escoria en el suelo y el polvo negro e irrespirable en el aire. Así España se ha infectado de pepóxido cutreico y pepacido ladronírico que está dejando el medio ambiente, en un cuarto y mitad.
Es como si no existieran . Las olimpiadas de la vanidad y del glamour. Están como pegadas con cinta celo y se bambolean como hojas caídas de un otoño prematuro, cuando te llega un correo anunciando un desahucio más, o una amiga te llama para decirte que el curso que viene no habrá guardería para el niño y que a su marido le han despedido o que a su hermano, en paro desde hace meses, y a punto de jubilarse del no empleo, le van a quitar los 426 euros con los que apenas podía cubrir la hipoteca y la comida. Y luego, entro en internet y veo las noticias olímpicas. Y no me las creo, por más que me las enseñen. No son de este planeta. No son humanas. Son de Neverland. Como el tinte decolorado y los rasgos deformes del pobre Michael Jackson. Un mundo de máscaras sin baile. Ni música. Igual que el cine mudo. Una mentira deportiva e irreal, plana en blanco y negro. A punto de firmar con su "The End". Porque serán las últimas que se celebren antes del adiós entre las dos trayectorias. La de la vida y la del exterminio.
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