Así se hundió el Titanic
Todo soplaba a favor de una futura mayoría absoluta de derechas,
pero ha bastado que se convocara una huelga de mujeres y los
pensionistas salieran a la calle para que los azules y los naranjas
empezaran a maniobrar dislocados como si acabasen de chocar con un
iceberg gigante

La derecha española
haría bien en volver a ver la formidable película de James Cameron y
releerse la historia del naufragio del Titanic para repasar la lección:
la soberbia hundió el barco. Igual que los orgullosos ingenieros de
aquel portentoso navío declarado insumergible y los confiados marineros
que lo manejaban, la derecha española reacciona tarde y mal al primer
contratiempo.
El plan de navegación parecía
titánicamente infalible. Mariano Rajoy y su gobierno se disponían a
gestionar los tiempos con su acreditada maestría, fiados a la
insumergibilidad demoscópica de unas encuestas que únicamente anuncian
un resultado posible: un gobierno del Partido Popular, solos o en
coalición con un Ciudadanos al alza. Contaban además con que las mejoras
de la economía les permitirá presentarse a las municipales de 2019 y
las generales de 2020 con la cesta del ministro Montoro repleta de
zanahorias para sus votantes, con la ayuda inestimable del desnorte
genera de la izquierda y con el comodín de Catalunya para dispersar la
atención general y acabar de movilizar a los suyos al grito de “A por
ellos”.
Por su parte, subidos a la cresta de la ola, Rivera y
los suyos creían haber descubierto la piedra filosofal del
electoralismo: distanciarse del gobierno y el PP en todos los temas que
tuvieran que ver con derechos y libertades y mantener férreo su apoyo en
política económica, desmantelamiento de lo público y recorte del gasto
social. Todo soplaba a favor de una futura mayoría absoluta de derechas.
Pero ha bastado que se convocara una huelga de mujeres para el 8-M y
los pensionistas salieran a la calle, entre el desconcierto general de
todos los partidos y la mayoría de los medios, para que tanto los azules
como los naranjas empezaran a maniobrar dislocados como si acabasen de
chocar con un iceberg gigante.
El gobierno Rajoy ha
pasado de recordarles a los pensionistas lo mucho que le deben a
mostrase enfadado y exasperado con ellos. En una semana les ha llamado
de todo: privilegiados, antiguos e incluso tontos por dejarse arrastrar a
unas manifestaciones organizadas, según el PP, por el populismo
radical. Ante la huelga feminista, los populares han sacado todo el
repertorio de machismo paternalista que tanto se habían esforzado en
reprimir: desde decirles a las mujeres lo que es mejor para ellas a
emplear el argumento más manido de la historia de los esquiroles: ellas
no protestan, ellas trabajan ese día, como Cristina Cifuentes.
La reacción de Rivera y Cs ha resultado aún más desconcertante. En
materia de pensiones, guiados por el pánico a perder un solo voto, se
han puesto de perfil esperando a que pasase la tormenta; pero, como no
escampaba, Rivera ha llegado a pedir que para atender a los pensionistas
lo mejor es votar a favor de los presupuestos que ha pactado con el PP.
En el asunto de la protesta de las mujeres, asediado por el pánico a
perder otro voto y la pulsión paternalista de su discurso, se ha metido
en un estrafalario debate sobre el capitalismo, que ha convertido a las
feministas en una amenaza para la libre empresa y a los naranjas en ese
sindicato amarillo que solo sirve para hacer el trabajo sucio a los
empresarios que aumentan sus beneficios explotando más a las mujeres que
a los hombres.
La soberbia es un pecado capital en
política que siempre se acaba pagando y no existe cambio más poderoso
que aquel empujado por la fuerza de los débiles. Esperemos que la
izquierda ya haya aprendido esa lección. Ha tenido tiempo de sobra.
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