La mala conciencia del pontífice o la manipulación de una serie sobre Bergoglio
La plataforma digital Netflix produjo una serie de cuatro capítulos dedicada al Papa argentino Jorge Bergoglio.
A casi cuatro años de su entronización,
en marzo de 2013, sorprende que el telefilm no se centre en su gestión
papal sino en episodios de su juventud en la Argentina y en especial en
su comportamiento como Superior Provincial de la Compañía de Jesús
durante los años de la última dictadura, que el Grupo de Sacerdotes en
Opción por los Pobres define como cívico militar-eclesiástica.
Basada en diversos libros apologéticos,
la filmación incluyó un conflicto con Evangelina Himitian, autora de una
de esas obras. No obstante, el estreno mundial de Call me Francis o
Llámenme Francisco en la ciudad Estado del Vaticano indica que se trata
de una biografía autorizada por el interesado, que gobierna ese
territorio y desde allí es cabeza de la monarquía católica, apostólica,
romana que declara tener mil cien millones de fieles.
En la línea iniciada con el libro La
lista de Bergoglio, del periodista Nello Scavo, redactor del diario de
la Conferencia Episcopal italiana, la serie falsifica los hechos para
presentar al protagonista como un héroe de la resistencia a aquel
gobierno. La extraordinaria interpretación de Rodrigo de la Serna
comunica a un joven abierto, tolerante, sensible, angustiado por su
responsabilidad y dispuesto a todo con tal de ayudar a los perseguidos.
La tergiversación alcanza incluso a los
personajes secundarios, con tal de destacar los mejores rasgos en ese
retrato del pontífice adolescente. Por ejemplo, su jefa en un
laboratorio químico, Esther Balestrino de Careaga, es presentada como
una comunista atea, cuando en realidad militaba en el Partido Febrerista
paraguayo, fundado en Buenos Aires el mismo año del nacimiento de
Bergoglio, una organización de centro izquierda y afiliada a la mansa
internacional socialista.
Uno de los episodios narra el asilo que
Bergoglio dio en el Colegio Máximo de San Miguel a tres seminaristas
riojanos a pedido del obispo Enrique Angelelli. La brutal irrupción de
un pelotón militar en el Colegio, que revisa habitación por habitación
armas en mano, derriba puertas y golpea a mansalva a quienes se cruzan
en su camino permite entender los riesgos que corrió Bergoglio para
salvarlos.
La realidad es que esos seminaristas
siguieron sus estudios en San Miguel durante el gobierno peronista (del
que Bergoglio fue colaborador a través de su amigo el coronel Vicente
Damasco) y no bajo la dictadura. La serie muestra que junto con los tres
de Angelelli llega otra docena de proscriptos, que Bergoglio acoge sin
chistar.
Los militares nunca allanaron el Colegio
Máximo. Todo lo contrario, solían almorzar en su comedor y de allí
salió la patota que secuestró al médico y militante Lorenzo Riquelme.
Para saber dónde se ocultaba presionaron a su novia, que trabajaba como
telefonista en el Colegio.
En la serie, el sacerdote Miguel
González, que hacía trucos de magia y colaboraba con los militares,
aparece enfrentado con Bergoglio, cuando es un hecho que sin
autorización del Superior Provincial no hubiera podido desempeñarse como
capellán de las unidades del ejército en Campo de Mayo, donde fue
denunciado por participar en sesiones de tortura.
El rol de Bergoglio en el secuestro de
los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics es tratado con
extrema benevolencia, mediante la alteración cronológica de los hechos.
En una escena, Jalics presenta en la
villa del Bajo Flores a Yorio y el Provincial, cuando ambos se conocían
desde los tiempos en que Yorio era profesor de Bergoglio, quien aún no
se había ordenado como sacerdote. Los amigos de Yorio creen que además
de las razones políticas también influyeron en lo sucedido los celos del
joven provincial por su ex profesor, que a diferencia de Bergoglio era
un teólogo reconocido.
En otra toma, Bergoglio les explica el
riesgo que corren en la villa y les advierte que el arzobispo de Buenos
Aires Juan Aramburu podría quitarles la licencia para decir misa. Yorio
explicó hasta el cansancio antes de morir en el año 2000 que Aramburu
pudo quitarles las licencias porque antes Bergoglio los separó de la
Compañía de Jesús.
Otra anacronía transfigura la relación
de Bergoglio con el jefe de la Marina e integrante de la junta Militar,
Emilio Massera. La ceremonia en la cual la Universidad del Salvador le
otorga un profesorado honoris causa precede en el film a la liberación
de ambos sacerdotes. Para que no queden dudas, una escena intermedia
muestra la negociación de un enviado de Bergoglio con Massera, quien
sonríe complacido ante la sugerencia de que de ese modo podría mejorar
su imagen internacional.
En la vida real fue exactamente al
revés. Jalics y Yorio fueron abandonados en un lugar apartado de la
provincia de Buenos Aires en vísperas de la Asamblea del Episcopado el
23 de octubre de 1976, en la que se permitió a José Alfredo Martínez de
Hoz defender su programa económico y a los generales Roberto Viola,
Carlos Martínez y Adolfo Jáuregui justificar los secuestros, torturas y
asesinatos de su “guerra contra la subversión” y proyectar un video en
el que una detenida-desaparecida incrimina a un sacerdote como su
reclutador. La distinción a Massera tuvo lugar trece meses después, el
25 de noviembre de 1977.
Esa ostensible manipulación orientada o
al menos consentida por el biografiado es similar a la que intentó
ocultar la colaboración de Pío XII con los regímenes totalitarios de
Hitler y Mussolini, y pone en evidencia que esa sombra de la juventud de
Bergoglio aún asedia las noches del papa Francisco.
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