Todos contra Trump: las organizaciones ciudadanas,
los activistas de derechos civiles, el movimiento feminista, las
estrellas de Hollywood y millones de norteamericanos en las grandes
ciudades. Pero también los principales medios de comunicación, el
partido Demócrata, históricos republicanos, el establishment de Washington, los gurús del capitalismo molón de Silicon Valley…
Todos contra Trump, sí, pero es el mismo "todos" que ya estaba contra
Trump antes de las elecciones. Y el mismo "todos" que entonces nos
convenció de que era imposible que ganase. Cómo iba a ganar si tenía en
contra a Meryl Streep y a Bruce Springsteen, si toda la prensa lo
rechazaba; cómo iba a ganar, si cuando la televisión sacaba el micrófono
por Manhattan todo el mundo declaraba su aversión. Era imposible que
ganara.
Vale, en noviembre caímos en el espejismo de confundir
la América que vemos en la tele con la América real (esa que llamamos
despectivamente "profunda"), pero ahora no nos volverá a pasar. La
movilización de estos días es histórica, sin precedentes, y entre los
manifestantes tiene que haber millones de votantes arrepentidos, seguro.
¿No? ¿No se han arrepentido al ver sus primeras decisiones? Romper un
tratado de libre comercio, construir un muro con México, cargarse la
reforma sanitaria de Obama, cortar la financiación al aborto o al cambio
climático, arremeter contra la prensa… De acuerdo, no ha hecho nada que
no hubiese prometido repetidas veces en campaña. Pero lo de cerrar la
frontera a países de población musulmana es la gota que colma el vaso.
Seguro que sus votantes dicen "hasta aquí hemos llegado", y corren a
unirse fraternalmente a quienes se movilizan en calles y aeropuertos.
Pues no. Aunque el espejismo nos muestre la bonita imagen de una
sociedad civil movilizada (tras décadas de desmovilización y debilidad),
la islamofobia lleva tiempo arraigando en Estados Unidos (y no solo
entre los republicanos). Estos días ya circula alguna encuesta (no sé cómo de rigurosa) que muestra apoyo a la medida, pero hay muchas otras de los dos últimos años, como esta, esta o esta otra. Trump introdujo el tema en la campaña,
y los sucesivos sondeos mostraban un apoyo muy importante a cerrar la
frontera a musulmanes, y un apoyo mayoritario a restringir parcialmente
la entrada. Si además la pregunta habla de "países relacionados con el
terrorismo", el respaldo a la medida se dispara.
De
fondo, la desconfianza hacia los musulmanes tras años de guerra contra
el terrorismo, retórica islamófoba y, en lo anecdótico (o no) tantas
pelis de acción donde el malo siempre se llamaba Mohamed o Alí. En otra
encuesta de hace un año, la mitad identificaba a los musulmanes estadounidenses como "antiamericanos". Y sospecho que esos porcentajes serán abrumadoramente superiores entre los votantes de Trump.
Los pocos reporteros que estos días miran más allá de Nueva York encuentran votantes de Trump encantados con
sus diez primeros días en la Casa Blanca. Para ellos, ver que su
presidente concita el rechazo a la vez de los grandes medios, las
estrellas de cine (que para la derecha son como "la ceja" aquí), las
feministas, las minorías, los triunfadores de la globalización, la élite
de Washington y hasta la CIA, es aplicación del viejo "ladran, será que
cabalgamos".
El problema es Trump, sí, y hay que
hacerle frente antes de que sea demasiado tarde. Ojalá su presidencia
sea el revulsivo que necesitaba la sociedad norteamericana para
recuperar su tradición de resistencia civil. Pero dejemos de verlo como
un loco solitario, o un trilero que embaucó a millones de votantes. No
solo es que haya ganado las elecciones: es el representante genuino de
millones de estadounidenses, toda esa parte del país que lleva años
radicalizándose, comiendo racismo, victimismo y resentimiento contra el
sistema. Trump es su hombre, eso creen. Y sus primeras medidas lo
confirman.
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