Llevo bastante tiempo dándole vueltas a una experiencia personal y comunicable, que a lo mejor puede interesarle a alguien y la voy a dejar aquí por si sirviese de reflexión y eso.
Se trata de la distinta percepción de dos sustancias básicas componentes de, como diría Teilhard de Chardin, "el fenómeno humano". Cuando digo "fenómeno" lo asumo desde el origen griego del verbo faino (φαινω): brillar, alumbrar, dar a luz, mostrar, manifestar, hacerse presente, dar a conocer, o sea el ser humano como sujeto-objeto de conocimiento, pero con una connotación añadida de "acontecimiento" experimentable que implica en el mismo acto cognitivo e inseparable una esencia sustancial y una dinámica formal que la sitúa en el plano circunstancial y mutable de espacio-tiempo-modo-condición. Kant llamó a esta doble percepción de la unidad, noúmeno (lo cognitivo que no puede cuantificarse en una manifestación material) y fenómeno, es decir, lo contrario: lo que puede percibirse por los sentidos en el tiempo y en el espacio, los "a priores" de las dos sensibilidades que Kant llamaba "interna" y "externa", tiempo y espacio, respectivamente.
A través de los años de experimentación personal y grupal, en los que vengo trabajando y reflexionando he podido descubrir algunas cosas en ese área viva en que la idea, la intuición, la emocionalidad, el análisis y la conciencia se materializan en actos y estructuras vitales que nos fundamentan sin que, muchas veces, ni siquiera seamos conscientes del proceso, y entre esas cosas hay dos funciones del "fenómeno humano" que me han hecho ver la relación y el origen de muchas confusiones que nos torturan y desconciertan a lo largo de la vida y que son, con certeza, parte importante del origen del caos y del fracaso social y personal. Una de ellas es no percibir, ni en el nivel personal ni en el colectivo, la diferencia existente entre personalidad e individualidad y otra, la confusión entre individualidad e individualismo.
Lo primero es ir al origen de las palabras. Personalidad es la condición de persona, pero ¿qué significa persona, de dónde viene el término? Viene del teatro griego y luego del latino, la persona era la máscara con que los actores tapaban su rostro para poder representar los personajes en las obras teatrales. El teatro era, en su origen, la escenificación de los dramas que en la vida real no tenían solución fácil y colocaban al ser humano ante dilemas difíciles y muchas veces irresolubles. En la creación original de la "persona", o sea, en la máscara, se depositaban sueños, elucubraciones, posibilidades, atrocidades, bondades, heroicidades inalcanzables, miserias y todo tipo de especulación hecha sobre las frustraciones y las fantasías de los autores que eran simplemente creativos recopiladores de los deseos, las esperanzas, los miedos, vicios y negruras de la sociedad de su tiempo. Como en su día hizo la ópera e igual que ahora lo hace el cine o las series de tv o la música convertida en canciones ligeras, que reparten en pequeñas dosis los contenidos existenciales que antes eran mucho más densos y contundentes. Y cada vez menos, el teatro.
Desde esa pista de despegue funciona la personalidad, que es el aliento del ego. El ego es el resto animal que nos posibilita nacer y configurarnos en el plano tangible de la biología y de los instintos y deseos elementales, que es maravilloso, pero no suficiente como sentido único de la existencia, cuando ya hace milenios que se nos empezó a desarrollar el córtex cerebral para ir superando el arcaico cerebro reptiliano de nuestra antigua sustancia exclusivamente zoológica. Insisto en que la animalidad no es en absoluto "mala" ni bruta en sí misma, pero sí es muy pobre y deficiente como único recurso de nuestro contenido antropológico. Un desperdicio de recursos. Ser humanos potenciales y comportarse literalmente como nobles animales, resulta tan penoso, frustrante y mísero como tener un coeficiente intelectual de 180 y no pasar del parvulario o ser analfabetos voluntarios porque uno está convencido de que no da para más y de que "las cosas siempre han sido así". En eso nos quedamos atascados cuando elegimos la personalidad y el ego como guías y referentes vitales, que es lo que vemos hacer a nuestro alrededor. Por desgracia aún nuestra especie está estancada y atrapada en ese barrizal donde todo se embarulla y donde todo parece lo que no es, -por eso se vive desde la "persona", desde el personaje, que es el estereotipo, lo que se espera sistémicamente de cada uno de nosotras, desde la máscara teatral consensuada con "normalidad"- y no se acaba de ver que es un barrizal laberíntico sin salida, porque no se conoce otro estado ni otra realidad que la dominante que nos han inculcado desde chicos y con la que nos siguen taladrando a través de inventos como el estado omnipotente, las religiones domesticadas y domesticadoras y los medios hipnotizantes de la propaganda y el consumismo, tan omnipotentes o más que el propio estado, pero aún con un poder superior, y por encima de todo, el dios que como apunta el ojo del dólar, tiene todo bajo control: el poder del dinero como divinidad suprema, ante la que se diluyen toda independencia, libertad, autonomía, dignidad, justicia, compasión y derechos humanos. Todo ese imperio degradado y a la vez sublimado y sobrevalorado, es el imperio de la máscara, de la personalidad, de la imagen, de la apariencia, del ego.
Pero además sería terrible que no dispusiéramos de otro recurso connatural, más inteligente, para desarrollarnos y que estuviésemos destinados a terminar degradados aunque no quisiéramos. Para eso disponemos de la individualidad, que es el lado opuesto y complementario de la elemental personalidad, puro instinto básico sin más. Individualidad es, etimológicamente, (del latín,individuitas), la cualidad de uno e indiviso de todo ser en una especie. En el ser humano esta cualidad se confirma y reafirma con la aparición de la auto-consciencia como manifestación libre e indivisa del alma, y el alma, a su vez, como el producto derivado de la mezcla entre materia y energía que tiene lugar cuando nacemos y nuestra materia respira por primera vez, comenzando así el proceso de individuación que nos separa, en primer lugar, de la placenta materna y del inconsciente colectivo, aunque de un modo muy elemental y todavía mecánico y dependiente en tantos aspectos. Ese principio de reconocimiento de la individualidad es imprescindible para todo el proceso posterior de desarrollo y de salud psicoemotiva.
Volviendo al pensamiento kantiano se puede hacer un paralelismo entre personalidad y fenómeno y entre individualidad y noúmeno. La personalidad se queda "fuera" como soporte material del fenómeno, pero la individualidad es la esencia íntima y altamente consciente del "sí mismo", que para nada significa 'ego', sino re-conocimiento de la propia esencia universal, que al mismo tiempo y al contrario que el ego, nos lleva del yo ensimismado en sus cosas, a la universalidad del colectivo humano, al descubrimiento de la individualidad de los demás, a la no vigencia de las barreras, una riqueza potencial y esencialmente igual que la nuestra, aunque diversa y plural, creando un nuevo plano interactivo consciente y co-responsable que supera el viejo estado de división irreconciliable entre el yo y los demás yoes egocéntricos; así damos lugar a la síntesis colectiva entre fenómeno y nouómeno: el yosotros.
En ese plano damos un paso evolutivo sin vuelta atrás: hemos salido del laberinto ensimismado, donde todo se limitaba a nuestro mundo siempre deficitario y patológicamente enganchado, en plan yonqui, a la valoración y manejo del entorno, del premio o del castigo, del tanto tienes tanto vales, tan popular te haces como méritos y títulos exhibes aunque sean falsos, aunque copies tus tesis doctorales o consigas los méritos a base de chantajes, no importa como lo consigas si la máscara no se estropea ni se desmaquilla; sin dinero ni el poder que da el dinero no eres nada, vales lo que cobras y te pagan de tantos modos, en una constante y degradada prostitución de tu humanidad. Tu fenómeno no se ha reconocido a sí mismo como noúmeno, no sabe quién es, solo ve lo que parece en el espejo de su fantasía que llama "sueños", la máscara ya adaptada a todo el andamiaje ontológico, tipo fantasma de la ópera, pero sin saberse fantasma. Creyéndose real, para colmo.
El mundo del fenómeno hace muchos juicios previos, o sea, se fundamenta, básicamente en tópicos y obviedades idiotas, en prejuicios infinitos. Y uno de ellos es la manipulación del sentido del lenguaje, adornándolo con añadidos o podándolo y empobreciéndolo con recortes semióticos según los intereses de cada momento plutocrático (del poder del dinero) y manipulador esclavista de la historia humana. Aunque no lo parezca, uno de los prejuicios que más nos ha perjudicado y retrasado la evolución ha sido la fijación del término "individualismo" y su adjetivo adjunto "individualista" utilizados peyorativamente, cuando en realidad, lo que quieren decir con ellos es "personalismo" y "personalista". Egocentrismo y desigualdad, hipocresía y fingimiento de personajes ensimismados en sus neuras, miedos, complejos, intereses y fijaciones, como sistema social. Ojalá fuese individualidad, pero no individualismo -todo "ismo" no deja de ser un tópico clasificador del microcosmos del ego y sus rigideces, que no sabe fluir- , que nos permitiría descubrir en la conciencia indivisa y entera de cada una y uno a las demás como iguales y no una parodia de humanidad devastadora, superficial, ridícula, ñoña, camuflada de "cultura", "arte", "religión", "buenos modales", "ciencia" y "filosofía", "estilo" y "elegancia"...pamplinas selectas y tonticéntricas.
Atrapados en ese batiburrillo conceptual no se ha podido distinguir el trigo de la paja y se ha echado todo a la hoguera del rastrojo. Por eso ideas geniales y super-evolucionadas como lo es el socialismo, o sociopraxia, en origen se han talado, desechado y contrahecho, porque alguien pensó que evolución y conciencia, eran conceptos "burgueses" y demasiado lentos que se contradecían con las prisas de la "revolución" a tresbolillo. El tiempo ha demostrado con creces que toda revolución es un fracaso si sus componentes y promotores no han evolucionado como individuos para poder ser un yosotros, una inteligencia colectiva con un proyecto ético consensuado y orientado al bien común, mucho más que a la "ilusión" de ideólogos y de unas cuantas personalidades oportunistas encalabrinadas con un sistema de poder al portador, en el que además de intención política arrastran sus propias frustraciones, odios, miedos, rencores, venganzas, rivalidades y miserias, residuos tóxicos que el desarrollo de la individualidad nunca habría ido sembrando por el mundo porque ella, la individualidad es energía sostenible y limpia que se depura a sí misma mediante le percepción consciente de su realidad y la de su entorno, a las que llega a experimentar como la misma fuerza unificadora y reparadora de desgastes. A ese descubrimiento se refería Rosa Luxemburg cuando describía en una carta desde la prisión, su inexplicable bienestar interior en una cárcel oscura, helada y perdida. Ella había descubierto lo que es vivir ya lejos del personaje y sus máscaras e inmersa en la individualidad, donde el bienestar personal ya no depende de lo que te sucede sino de cómo y desde dónde vives lo que te sucede, porque antes de estar, ya sabes experiencialmente que, sobre todo, eres porque así lo has elegido. Ese gozo no se puede explicar, desborda lo conocido, y tiene la misma sustancia que el amor. Nada que ver con el deseo ni las obsesiones ni las ideologías, sino con la madurez con que espíritu, alma y conciencia iluminan y trabajan la materia y la energía. Da igual que se sea ateos, irreligiosos o indiferentes a todo dogma y creencia; sin hacer ruido ni dar sermones lavacerebros y sin esos lastres del "procotolo" aprendido de memoria y por mímesis,para cada situación, es más fácil aún que nos inunde, sin siquiera buscarlo, ese estado liberador del ser. La verdadera resurrección, la budidad, el nirvana, la ahimsa, la iluminación, la implicación absoluta y despierta en todo sin estar aferrados a nada. Ni siquiera a la felicidad que no se tiene porque no hace falta poseer lo que se es desde siempre, cuando se descubre. Fluir con la esencia en todo.
¿Cómo estaría ahora el mundo si en la URRSS y en China hubiese existido durante siete décadas una educación socialista basada simultáneamente en la individualidad y en el despertar de la conciencia colectiva, en vez de hacerlo sobre las personalidades e imágenes arrasadoras y sobrevaloradas, de los líderes y sus dogmas a la medida de sus miopías y astigmatismos, por el hecho irrevocable de que en el país de los ciegos el tuerto o el bizco más glamuroso y resultón, que mejor lleva la máscara del personaje, con mucho fenómeno personalista y nulo noúmeno individuo, siempre es el rey?
Pues que esa barbaridad mutiladora de lo mejor que tenemos, no se repita nunca más, al menos en el lado izquierdo de la inteligencia planetaria. Ojalá!
A través de los años de experimentación personal y grupal, en los que vengo trabajando y reflexionando he podido descubrir algunas cosas en ese área viva en que la idea, la intuición, la emocionalidad, el análisis y la conciencia se materializan en actos y estructuras vitales que nos fundamentan sin que, muchas veces, ni siquiera seamos conscientes del proceso, y entre esas cosas hay dos funciones del "fenómeno humano" que me han hecho ver la relación y el origen de muchas confusiones que nos torturan y desconciertan a lo largo de la vida y que son, con certeza, parte importante del origen del caos y del fracaso social y personal. Una de ellas es no percibir, ni en el nivel personal ni en el colectivo, la diferencia existente entre personalidad e individualidad y otra, la confusión entre individualidad e individualismo.
Lo primero es ir al origen de las palabras. Personalidad es la condición de persona, pero ¿qué significa persona, de dónde viene el término? Viene del teatro griego y luego del latino, la persona era la máscara con que los actores tapaban su rostro para poder representar los personajes en las obras teatrales. El teatro era, en su origen, la escenificación de los dramas que en la vida real no tenían solución fácil y colocaban al ser humano ante dilemas difíciles y muchas veces irresolubles. En la creación original de la "persona", o sea, en la máscara, se depositaban sueños, elucubraciones, posibilidades, atrocidades, bondades, heroicidades inalcanzables, miserias y todo tipo de especulación hecha sobre las frustraciones y las fantasías de los autores que eran simplemente creativos recopiladores de los deseos, las esperanzas, los miedos, vicios y negruras de la sociedad de su tiempo. Como en su día hizo la ópera e igual que ahora lo hace el cine o las series de tv o la música convertida en canciones ligeras, que reparten en pequeñas dosis los contenidos existenciales que antes eran mucho más densos y contundentes. Y cada vez menos, el teatro.
Desde esa pista de despegue funciona la personalidad, que es el aliento del ego. El ego es el resto animal que nos posibilita nacer y configurarnos en el plano tangible de la biología y de los instintos y deseos elementales, que es maravilloso, pero no suficiente como sentido único de la existencia, cuando ya hace milenios que se nos empezó a desarrollar el córtex cerebral para ir superando el arcaico cerebro reptiliano de nuestra antigua sustancia exclusivamente zoológica. Insisto en que la animalidad no es en absoluto "mala" ni bruta en sí misma, pero sí es muy pobre y deficiente como único recurso de nuestro contenido antropológico. Un desperdicio de recursos. Ser humanos potenciales y comportarse literalmente como nobles animales, resulta tan penoso, frustrante y mísero como tener un coeficiente intelectual de 180 y no pasar del parvulario o ser analfabetos voluntarios porque uno está convencido de que no da para más y de que "las cosas siempre han sido así". En eso nos quedamos atascados cuando elegimos la personalidad y el ego como guías y referentes vitales, que es lo que vemos hacer a nuestro alrededor. Por desgracia aún nuestra especie está estancada y atrapada en ese barrizal donde todo se embarulla y donde todo parece lo que no es, -por eso se vive desde la "persona", desde el personaje, que es el estereotipo, lo que se espera sistémicamente de cada uno de nosotras, desde la máscara teatral consensuada con "normalidad"- y no se acaba de ver que es un barrizal laberíntico sin salida, porque no se conoce otro estado ni otra realidad que la dominante que nos han inculcado desde chicos y con la que nos siguen taladrando a través de inventos como el estado omnipotente, las religiones domesticadas y domesticadoras y los medios hipnotizantes de la propaganda y el consumismo, tan omnipotentes o más que el propio estado, pero aún con un poder superior, y por encima de todo, el dios que como apunta el ojo del dólar, tiene todo bajo control: el poder del dinero como divinidad suprema, ante la que se diluyen toda independencia, libertad, autonomía, dignidad, justicia, compasión y derechos humanos. Todo ese imperio degradado y a la vez sublimado y sobrevalorado, es el imperio de la máscara, de la personalidad, de la imagen, de la apariencia, del ego.
Pero además sería terrible que no dispusiéramos de otro recurso connatural, más inteligente, para desarrollarnos y que estuviésemos destinados a terminar degradados aunque no quisiéramos. Para eso disponemos de la individualidad, que es el lado opuesto y complementario de la elemental personalidad, puro instinto básico sin más. Individualidad es, etimológicamente, (del latín,individuitas), la cualidad de uno e indiviso de todo ser en una especie. En el ser humano esta cualidad se confirma y reafirma con la aparición de la auto-consciencia como manifestación libre e indivisa del alma, y el alma, a su vez, como el producto derivado de la mezcla entre materia y energía que tiene lugar cuando nacemos y nuestra materia respira por primera vez, comenzando así el proceso de individuación que nos separa, en primer lugar, de la placenta materna y del inconsciente colectivo, aunque de un modo muy elemental y todavía mecánico y dependiente en tantos aspectos. Ese principio de reconocimiento de la individualidad es imprescindible para todo el proceso posterior de desarrollo y de salud psicoemotiva.
Volviendo al pensamiento kantiano se puede hacer un paralelismo entre personalidad y fenómeno y entre individualidad y noúmeno. La personalidad se queda "fuera" como soporte material del fenómeno, pero la individualidad es la esencia íntima y altamente consciente del "sí mismo", que para nada significa 'ego', sino re-conocimiento de la propia esencia universal, que al mismo tiempo y al contrario que el ego, nos lleva del yo ensimismado en sus cosas, a la universalidad del colectivo humano, al descubrimiento de la individualidad de los demás, a la no vigencia de las barreras, una riqueza potencial y esencialmente igual que la nuestra, aunque diversa y plural, creando un nuevo plano interactivo consciente y co-responsable que supera el viejo estado de división irreconciliable entre el yo y los demás yoes egocéntricos; así damos lugar a la síntesis colectiva entre fenómeno y nouómeno: el yosotros.
En ese plano damos un paso evolutivo sin vuelta atrás: hemos salido del laberinto ensimismado, donde todo se limitaba a nuestro mundo siempre deficitario y patológicamente enganchado, en plan yonqui, a la valoración y manejo del entorno, del premio o del castigo, del tanto tienes tanto vales, tan popular te haces como méritos y títulos exhibes aunque sean falsos, aunque copies tus tesis doctorales o consigas los méritos a base de chantajes, no importa como lo consigas si la máscara no se estropea ni se desmaquilla; sin dinero ni el poder que da el dinero no eres nada, vales lo que cobras y te pagan de tantos modos, en una constante y degradada prostitución de tu humanidad. Tu fenómeno no se ha reconocido a sí mismo como noúmeno, no sabe quién es, solo ve lo que parece en el espejo de su fantasía que llama "sueños", la máscara ya adaptada a todo el andamiaje ontológico, tipo fantasma de la ópera, pero sin saberse fantasma. Creyéndose real, para colmo.
El mundo del fenómeno hace muchos juicios previos, o sea, se fundamenta, básicamente en tópicos y obviedades idiotas, en prejuicios infinitos. Y uno de ellos es la manipulación del sentido del lenguaje, adornándolo con añadidos o podándolo y empobreciéndolo con recortes semióticos según los intereses de cada momento plutocrático (del poder del dinero) y manipulador esclavista de la historia humana. Aunque no lo parezca, uno de los prejuicios que más nos ha perjudicado y retrasado la evolución ha sido la fijación del término "individualismo" y su adjetivo adjunto "individualista" utilizados peyorativamente, cuando en realidad, lo que quieren decir con ellos es "personalismo" y "personalista". Egocentrismo y desigualdad, hipocresía y fingimiento de personajes ensimismados en sus neuras, miedos, complejos, intereses y fijaciones, como sistema social. Ojalá fuese individualidad, pero no individualismo -todo "ismo" no deja de ser un tópico clasificador del microcosmos del ego y sus rigideces, que no sabe fluir- , que nos permitiría descubrir en la conciencia indivisa y entera de cada una y uno a las demás como iguales y no una parodia de humanidad devastadora, superficial, ridícula, ñoña, camuflada de "cultura", "arte", "religión", "buenos modales", "ciencia" y "filosofía", "estilo" y "elegancia"...pamplinas selectas y tonticéntricas.
Atrapados en ese batiburrillo conceptual no se ha podido distinguir el trigo de la paja y se ha echado todo a la hoguera del rastrojo. Por eso ideas geniales y super-evolucionadas como lo es el socialismo, o sociopraxia, en origen se han talado, desechado y contrahecho, porque alguien pensó que evolución y conciencia, eran conceptos "burgueses" y demasiado lentos que se contradecían con las prisas de la "revolución" a tresbolillo. El tiempo ha demostrado con creces que toda revolución es un fracaso si sus componentes y promotores no han evolucionado como individuos para poder ser un yosotros, una inteligencia colectiva con un proyecto ético consensuado y orientado al bien común, mucho más que a la "ilusión" de ideólogos y de unas cuantas personalidades oportunistas encalabrinadas con un sistema de poder al portador, en el que además de intención política arrastran sus propias frustraciones, odios, miedos, rencores, venganzas, rivalidades y miserias, residuos tóxicos que el desarrollo de la individualidad nunca habría ido sembrando por el mundo porque ella, la individualidad es energía sostenible y limpia que se depura a sí misma mediante le percepción consciente de su realidad y la de su entorno, a las que llega a experimentar como la misma fuerza unificadora y reparadora de desgastes. A ese descubrimiento se refería Rosa Luxemburg cuando describía en una carta desde la prisión, su inexplicable bienestar interior en una cárcel oscura, helada y perdida. Ella había descubierto lo que es vivir ya lejos del personaje y sus máscaras e inmersa en la individualidad, donde el bienestar personal ya no depende de lo que te sucede sino de cómo y desde dónde vives lo que te sucede, porque antes de estar, ya sabes experiencialmente que, sobre todo, eres porque así lo has elegido. Ese gozo no se puede explicar, desborda lo conocido, y tiene la misma sustancia que el amor. Nada que ver con el deseo ni las obsesiones ni las ideologías, sino con la madurez con que espíritu, alma y conciencia iluminan y trabajan la materia y la energía. Da igual que se sea ateos, irreligiosos o indiferentes a todo dogma y creencia; sin hacer ruido ni dar sermones lavacerebros y sin esos lastres del "procotolo" aprendido de memoria y por mímesis,para cada situación, es más fácil aún que nos inunde, sin siquiera buscarlo, ese estado liberador del ser. La verdadera resurrección, la budidad, el nirvana, la ahimsa, la iluminación, la implicación absoluta y despierta en todo sin estar aferrados a nada. Ni siquiera a la felicidad que no se tiene porque no hace falta poseer lo que se es desde siempre, cuando se descubre. Fluir con la esencia en todo.
¿Cómo estaría ahora el mundo si en la URRSS y en China hubiese existido durante siete décadas una educación socialista basada simultáneamente en la individualidad y en el despertar de la conciencia colectiva, en vez de hacerlo sobre las personalidades e imágenes arrasadoras y sobrevaloradas, de los líderes y sus dogmas a la medida de sus miopías y astigmatismos, por el hecho irrevocable de que en el país de los ciegos el tuerto o el bizco más glamuroso y resultón, que mejor lleva la máscara del personaje, con mucho fenómeno personalista y nulo noúmeno individuo, siempre es el rey?
Pues que esa barbaridad mutiladora de lo mejor que tenemos, no se repita nunca más, al menos en el lado izquierdo de la inteligencia planetaria. Ojalá!
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