George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
viernes, 28 de octubre de 2016
Otras razones socialistas
Miquel Iceta promueve una solución satisfactoria para una mayoría de catalanes y otra mayoría de españoles
Jordi Gracia. Miquel Iceta, primer secretario del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). ALBERT GARCIA Algunos creen de buena fe que al PSC le ha dado por armar un
motín a bordo de su partido hermano y hasta algún mal pensado podría
creer que actúa desde el congénito egoísmo catalán, ya infectado del
virus independentista. Pero eso es un delirio. Mi punto de vista es el
contrario. Si sus siete diputados mantienen la coherencia política e
ideológica con el no a Rajoy, se debe presumiblemente tanto a su papel en Cataluña como en España.
El
estrangulamiento político del PSC no empeoró cuando Miquel Iceta asumió
la secretaría general, y hasta mejoró su respaldo electoral. Hoy Iceta
es otro, y el PSC también. Frenó la caída a la vez que perfilaba un
lugar político, fuera del mainstream catalán, a mi modo de ver
de forma inteligente y práctica, sin renunciar a la socialdemocracia:
reactivó la apuesta leal y real en favor del federalismo como opción
resolutiva del conflicto territorial (que ni se ha volatilizado ni se ha
extinguido: al día siguiente de la soñada investidura de Rajoy, la
pesadilla seguirá ahí).Su apuesta no es ni ambigua ni antigua. Promueve una
solución satisfactoria para una mayoría de catalanes y otra mayoría de
españoles, sin causar a su vez nuevos destrozos ni para unos ni para
otros. No es eso hoy exactamente el top ten de popularidad en
Cataluña ni en España, pero tampoco es una majadería ni una forma de
escurrir el bulto. Al revés: opone una alternativa lúcida y
desdramatizadora al independentismo (real y no mediático, ni sólo
propagandístico) y a la vez elude una colisión directa con las
formaciones a su izquierda. En Cataluña están representadas por una
amalgama de partidos y grupos que lidera en el Congreso Xavier Doménech,
y presumiblemente cuajará con Ada Colau a la cabeza dentro de unos
meses.
Ahí, en ese conglomerado, se integran federalistas e
independendistas, y las obvias sintonías ideológicas y éticas facilitan
un terreno básico para negociar alianzas o acuerdos, como ha sucedido
con la incorporación al gobierno municipal de Barcelona del PSC, con Ada
Colau en la alcaldía. El PSC funciona en Cataluña como socialdemocracia
clásica pero no fóbica ni alérgica a las nuevas izquierdas, a pesar de
los recelos, las biografías, los gestos y las redes.
Al PSC no le queda otro remedio que la
desobediencia si no quiere ser en Cataluña el último furgón del
unionismo rancio de naftalina.
Desobedecer las instrucciones imperativas de la gestora que
preside Javier Fernández no equivale a entregar a España al hacha de
guerra independentista ni equivale tampoco a una alianza de leche con
Podemos (tampoco imagino yo en ese papel a Pedro Sánchez, a Patxi López
ni a Odón Elorza). El PSC revalida su autonomía de funcionamiento pero
sobre todo subraya una modesta vanguardia en el interior de los
socialistas al rechazar las operaciones de acoso y derribo que la
ejecutiva de Pedro Sánchez vivió en las últimas semanas. Ese sabotaje ha
asfixiado a una de las almas que subsisten, todavía, en el PSOE, que
tiene como mínimo dos: unos sienten que aquella ejecutiva era demasiado
permeable a acuerdos con la izquierda nueva, y también potencial
interlocutor de las reivindicaciones federalistas. Otro PSOE cree de
buena fe que hablar con Podemos es perder autoridad y señorío o que
negociar cosas con Puigdemont o ERC propicia el quejío del alma de una
España partida.
Pero podría ser al revés, aunque a los socialistas les
obligase a un trabajo pedagógico y desdramatizador. O incluso podría
obligarlos a algo mejor: emplazar al PSOE en el centro del mapa
biológico, profesional y geográfico en el que se mueve la sociedad en
marcha que engendró el 15-M y la instaló en el Parlamento con cinco
millones de votos (algo menos que los socialistas). Renunciar a esa
pelea negociada por el poder y resignarse a ser muleta auxiliar del PP
suena desde Cataluña, desde Euskadi y desde algunos sitios más, como
anclaje defensivo y conservador frente a una realidad civil y social que
cambia invenciblemente y, además, con buenas razones para hacerlo.
Al PSC no le queda otro remedio que la desobediencia si no
quiere ser en Cataluña el último furgón del unionismo rancio de
naftalina y si aspira a seguir actuando al menos como laboratorio de
ideas para cerrar el contencioso territorial por las buenas, y no por
las malas. Las primeras, las buenas, pasan en buena medida por sus
manos; las segundas están en manos del independentismo y su sensible
detector de agravios, activado las 24 horas y a toda marcha cuando
gobierna el PP, o este PP.
Jordi Gracia es profesor y ensayista. Su último libro ha sido Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía (Taurus).
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