domingo, 9 de octubre de 2016

La política no sólo la hacen los políticos



Publicada 09/10/2016(Infolibre)

Esta semana he participado en un homenaje a Blas de Otero que organizó la Cátedra Emilio Alarcos de la Universidad de Oviedo. En el 2016 se cumplen 100 años del nacimiento de un poeta clave en la historia española contemporánea. Bajo la atmósfera religiosa de la victoria franquista, quiso preguntarle a Dios. La muerte, la violencia, la guerra, la injusticia, la falta de piedad y los destinos desamparados son preguntas inevitables para una conciencia religiosa. Blas de Otero no sentía el catolicismo bajo palio de la oficialidad clerical. Su interrogatorio a Dios tenía mucho más que ver con el amor y el dolor. Por eso se hizo un ángel fieramente humano y por eso tiró la vida convencional como un anillo al agua, vio el rostro puro y terrible de su patria y se quedó con la palabra.

Blas de Otero participó el 5 de junio de 1976 en un homenaje a Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, el pueblo del poeta granadino. Fue uno de los primeros grandes mítines en favor de la libertad. Se le escapó de las manos a la dictadura. La calle dejaba de ser de Fraga Iribarne y Blas de Otero era un referente imprescindible en la lucha por la paz y la palabra. Sus libros y sus poemas cantados por Paco Ibáñez formaban parte de la educación sentimental de varias generaciones.

La política no mancha nada por ser política. Se mancha a sí misma y a todo lo que toca cuando se convierte en mezquindad. Un buen poeta puede hacer buena poesía de asunto político, religioso, amoroso o familiar. Si es mal poeta, escriba de lo que escriba, empobrece el mundo, como gusta decir Joan Margarit. La poesía de Blas de Otero ha sido un verdadero problema para los que se empeñaban en afirmar que la política degrada la poesía. Incluso han intentado afirmar que en realidad no hacía una poesía política, aunque hablase de la dictadura, el capitalismo, las banderas rojas y la lucha obrera. En fin…

Unos días antes de participar en el acto de Fuente Vaqueros escribió un poema de homenaje a García Lorca: “Recuerdo que en Bilbao…”. El sentido de la admiración era una de las pocas cosas que salvaban a Blas de Otero de sus depresiones. La admiración llenó sus poemas de eso que los críticos literarios llamamos intertextualidad: palabras de unos escritores se funden en la obra de otros. Blas de Otero buscaba a Cervantes, Quevedo, Rubén Darío, César Vallejo o Federico García Lorca. En su poema lorquiano la intertextualidad se hizo biografía porque recordó una tarde de enero de 1936 en la que el maestro de Granada visitó Bilbao para asistir a una representación teatral y participar en un acto con la actriz Margarita Xirgu. Él estaba allí: “Recuerdo y no recuerdo / que en el teatro Arriaga ondeaban banderas republicanas / alrededor de tus Bodas de sangre”. Poco después García Lorca leyó el manifiesto de los intelectuales españoles que apoyaban al Frente Popular en las elecciones de 1936. Y poco después fue ejecutado.

Cuando en 1976 Blas de Otero recitó en la plaza grande de Fuente Vaqueros, yo era un muchacho que empezaba a escribir poesía y a ondear banderas rojas. La admiración que Blas de Otero sentía por García Lorca era la misma que yo sentía por él, y por José Agustín Goytisolo, y por Lorca, los tres poetas que me habían llevado a gritar aquel día que el pueblo unido jamás será vencido y a exigir amnistía y libertad. Cuando me acerqué a pedirle que me firmara un libro, me atreví a comentar que por gente como él estaba yo allí. Blas de Otero me respondió con una ironía paternal: “¿Por gente como yo? Espero que algún día puedas perdonarme…”.

Aunque sabía bien lo que me estaba diciendo, sobra decir que don Blas de Otero no sólo está perdonado, sino que, además, la admiración que siento por él es una ayuda imprescindible para reafirmarme en el compromiso con cualquier idea que se atreva a llamarse porvenir. Una amiga de izquierda socialista me comentó que ella pensaba con tristeza en su abuelo mientras los gerifaltes del PSOE se devoraban a picotazos en la sede de Ferraz. Yo no tengo un abuelo de izquierdas, pero pienso en Rafael Alberti, Blas de Otero, Ángel González, Albert Camus, John Berger o Caballero Bonald cuando las nubes negras dominan el cielo.

Y es que la política no sólo la hacen los políticos. Que cada cual, en su vida y en su oficio, saque las conclusiones que pueda. 

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Me ha emocionado profundamente este artículo del amigo Luis.He sentido a través de sus palabras la misma conmoción que sentía  en la adolescencia, cuando tuve la fortuna de convivir en el Instituto de Puertollano, donde hice el Bachiller, con los poetas Vicente Gaos, profesor de inglés,  José Hierro y Eladio Cabañero, que vinieron invitados en diversas ocasiones, en plena dictadura, a leernos sus poemas y a convocarnos a dialogar sobre ellos. Como se me grabaron en el alma los conciertos de Nicanor Zabaleta al arpa y el de Rosa Sabater al piano en aquel modesto salón de actos, de un centro educativo como nuestro instituto mixto que se inauguró el año en que yo hacía segundo de Bachiller elemental. 
Mirando hacia atrás compruebo que la labor de la educación y la cultura fue durante aquellos años de tristeza en blanco y negro, la casa de socorro de una España suprimida de todos los mapas de la lucidez y de la evolución. Recuerdo sus rostros, las gafas con montura de pasta del Profesor Gaos, que entonces se llamaban "de concha". Nos quedamos de piedra cuando descubrimos que él 'también' era poeta, justo, como el grupo de cuatro amigos,  tres chicos y yo, que nos juntábamos para leernos los poemas, exponer nuestros dibujos en el pasillo de casa de uno de ellos, que tenía una madre que era una santa, -se llamaba Gracia, para confirmarlo- además de culta e inteligente, y hasta para escribir juntos una réplica a La Venganza de Don Mendo, que 'estrenamos' en el Parque de Las Pocitas del Prior, como teatro leído por nuestros/as compañeras de clase. A los 16 años...

Aquella creatividad era fruto del estímulo. Teníamos unos profesores de Literatura, de Historia, de Filosofía, de Latín y de Griego, que quitaban el hipo. Y que nos hicieron el franquismo mucho menos importante y decisivo para nuestras conciencias, de lo que era para aquel presente asfixiante, bloqueado y durísimo. Ellos y ellas eran capaces, como decían en los pueblos, de sacar leche de una alcuza. De hacer el milagro de un renacimiento cotidiano entre el secarral del país y el del Estado, sobre todo, de aquel estado omnipresente y turbio que parecía ser la misma sopa incomestible en todos los platos. 
Con nosotros, los chiquillos poetas, nunca pudo aquella mugre. Pero no hubiera sido así si no hubiésemos tenido tan cerca aquel alimento reconstituyente de la poesía y de sus maestros, los poetas. 
Nuestra conciencia política se rimaba en verso y en prosa poética. Blas de Otero fue, con Lorca, Alberti, Antonio Machado y Miguel Hernández, Unamuno también, Bécquer y Rosalía, el Neruda de las Odas Elementales, el Paul Valery de Le cimitière marin, Aleixandre, Juan Ramón, Jorge Guillén, Gabriel Celaya...el humus existencial que nos hizo crecer por dentro mientras nuestros cuerpos estiraban por fuera abonados por esas 'geografías  de interior', que con el tiempo, los trabajos y los días, se convirtió en el título de uno de mis libros de poemas inéditos. 
En las aulas de aquel remoto instituto de provincias, a pesar de las clases obligatorias de religión patriótica y de formación política del espíritu nacional, se derrotaba al franquismo clase a clase, comentario a comentario, libro a libro, que tantas veces los profesores nos enseñaban a leer entre líneas  remitiéndonos a los clásicos para poder superar y desactivar desde el paralelismo histórico de la conciencia poética, aquellos insuficientes y manipulados textos contemporáneos, que solo podían desactivarse con un pensamiento crítico y una visión ética de la vida. Una verdadera Odisea después de padecer una Ilíada nefasta, donde el caballo de Troya que causó el desastre, se convirtió además, década a década, en el caballo de Atila. 

Creo que por aquella larga y riquísima experiencia de seis años, en una edad crucial, no pierdo nunca la esperanza. Si pudimos crecer y disentir y hacernos libres por dentro en medio de aquel gulag también conseguiremos ahora, en este tiempo de trampas facilonas y perversas, de  oratoria y demagogia sin contenido real, recuperando La Palabra que ilumina, salir de este tedio corrupto y podrido. Siempre que la educación alimente y cuide los brotes nuevos, no apague la luz y no se rinda al poder y al degradar de la obscena despolítica que padecemos.
Más que nunca, hay que resistir creando y compartiendo lo que el poder nunca nos dará: el alma y la conciencia de un pueblo liberado de patrones, de dogmas, de manías totalitarias hasta en la izquierda, que ya es,de fronteras y de amos, para que se alce en pie la ciudadanía y su inteligencia colectiva organizada. 

 Y muchas gracias, amigo poeta por estos regalos que dejas por ahí. Por la prensa libre. Como deben ser todos los versos y las vidas. Libres, con rima o sin ella.

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