sábado, 8 de octubre de 2016

G&G


Era muy joven en el aquel tiempo y sufría acoso en la escuela secundaria. Gabriel  era gente de paz y no le atraían lo más mínimo las peleas ni la agresividad. Ante los ataques en vez de responder en el mismo tono lo hacía con argumentos y al no obtener más respuesta que insultos y desafíos, se iba y dejaba a los agresores con el insulto en la boca y los golpes en la intención. 


Los matones llevan tan mal las limitaciones propias como las cualidades ajenas; suelen ser personajes acomplejados y llenos de rencor contra la vida por motivos bastante aleatorios, como la poca inteligencia o belleza, mal carácter o poca estatura o poca esbeltez o carencia de atractivo, que les ha correspondido en el reparto. Podemos comprobar que jamás hay dictadores y tiranos guapos, geniales ni atractivos, creativos ni equilibrados. Solo hay que repasar en la memoria el aspecto de Hitler, Franco, Mussolini, Pinochet, Napoleón, Jomeini, Videla, Papá Doc, Somoza, Stalin o Idi Amín. Horribles. La antítesis de la atracción y del encanto. Excepto Amín que era obeso y voluminoso, los demás eran tirando a poca altura; generalmente parece que los pocos centímetros de estatura, en estos especímenes patógenos, fuese el indicador de su insignificancia moral e intelectual.
Con esto no hay que entender ni mucho menos que semejante circunstancia signifique un concepto peyorativo y genérico acerca de todas las personas de poca altura física. Afortunadamente el ser humano es libre de elegir cómo desea comportarse, pensar, decidir y actuar y no hay ningún obstáculo físico  ni estético que pueda tarar a nadie que no quiera tararse. No podemos elegir nuestros genes y sus condicionantes, pero sí cómo llevarnos con ellos y como emplearlos a favor o en contra de nuestra evolución y del prójimo que se respeta, se admira o se  envidia y se desprecia. 

Gabriel tampoco era alto ni demasiado guapo, pero era encantador. Inteligente. Ingenioso. Simpático. Con muy buen carácter y animoso. No podía evitar sacar las mejores notas sin demasiado esfuerzo, pero no se jactaba de sus éxitos, al contrario, siempre andaba dispuesto a echar una mano, sin darse la menor importancia, en los trabajos de clase, a los compañeros y compañeras que  lo necesitaban, sin pedirles nada a cambio. En el Instituto había gente que cobraba en dinero o en especie esas ayudas. Gabriel jamás lo hacía. Para los matones de clase aquel tipo de conducta era una especie  insulto a su concepto del liderazgo; no quería ser el jefe de ninguna pandilla, cuando con su valía se hubiera hecho el amo con chasquear los dedos. Y no se lo perdonaban. Ellos hubieran hecho cualquier cosa por haber nacido con ese aura especial que estaba a años luz de sus entendederas, caretos y modales. Y que encima atraía a las chicas como un imán, condición que el muy idiota no aprovechaba para ponerse las botas de ligue en ligue. Seguro que era un mariquita.No era normal una cosa así entre hombres.

A veces daba un rodeo para llegar a casa, con tal de evitar el corrillo de acosadores que solían esperarle en la esquina de la Calle de las Cruces con la de El Muelle, cerca del puerto. No era miedoso, pero sí le molestaba tener que soportar una situación tan absurda como irracional: sentirse perseguido solo por ser distinto a un grupo de personajes impresentables, pero que habían puesto en juego lo peor de cada uno para acumular poder  y avasallar a los compañeros que no les hacían el caso suficiente. Ni parecían considerarles nada especial, salvo intratables y desequilibrados. Algo inevitable dado el comportamiento.

Aquel día habían cambiado de repertorio agresivo y de emplazamiento; robaron del laboratorio de ciencias naturales unos productos químicos con los que habían combinado en una fórmula 'mágica' de la antigua Mesopotamia, según decía la web, copiada de internet para experimentarla sobre el cuerpo de Gabriel. Le esperaron en otra esquina, la de la Calle Lepanto con la Avenida del Progreso. Pero, en sus afanes de aprendices de brujo, no habían contado con la intervención cuántica del Universo, capaz de dar en un momento la vuelta al peor de los pronósticos.

Aquella tarde caminando por la Plaza de los Abedules en dirección a la calle Lepanto, donde le esperaba la cuadrilla maltratadora, Gabriel encontró a un  venerable anciano buscando algo por el suelo y con su buen talante de siempre se le acercó. "Hola, señor, ¿se le ha perdido algo?, ¿puedo ayudarle?". "Hola, chaval, muchas gracias por el detalle;llegas que ni pintado para echarme una mano. Mi vista no está para muchos trotes y he perdido mis gafas de cerca". "Pues, manos a la obra, voy a buscarlas". No había dado ni un par de pasos cuando las vio allí mismo, bajo el velador donde al parecer el anciano estaba tomando un café con leche y una ensaimada. "Esto merece una merienda para recompensar tu amabilidad, jovencito" Tras un que no lo merece, que sí, que hay que premiar lo bueno para que se reproduzca, como se riegan las plantas, que bueno, que vale, que acepto, ambos se sentaron bajo los soportales de la Plaza, en el mismo velador. Se presentaron. "Soy Gabriel" "y yo soy Gandalf". "Qué curioso nuestros nombres empiezan por la misma letra, qué casualidad"."Hum...¿Casualidad?. No hay casualidades. Verás, todo obedece al principio de causa-efecto" "Disculpe, ¿qué causa y qué efecto? Yo pasaba por aquí, usted había perdido sus gafas y yo las he encontrado. Nada más" "No te quedes en la apariencia, Gabriel. Yo nunca salgo a esta hora ni me siento jamás en los bares; me agobio, ¿sabes? y me repatea fomentar la servidumbre haciendo que otro sea mi camarero o mi criada a cambio de dinero, porque la dignidad humana no tiene precio y yo si quiero un refresco o un café puedo conseguirlos sin pagar a un ser humano  igual que yo, para que me sirva; tengo manos, brazos y pies para conseguir lo que deseo sin tener que mandar a nadie que me contemple como superior al él, que me llame "señor" siendo mi hermano solo porque le pago, si yo estoy en condiciones para valerme por mí mismo. La vida es un don para compartir y celebrar, no una transacción comercial". Gabriel se quedó alucinado. Nunca había conocido a nadie igual. "¿Vive usted en este barrio?, porque nunca le había visto" "Digamos que vivo donde haga falta que esté. Y hoy he sentido que debía estar aquí. Y aquí estoy. A ver, si estoy aquí hablando contigo, si me has ayudado y encontrado mis gafas, eso no es algo casual. Ya te he dicho que nada lo es. A mí no me pasa nada especial, salvo los años y eso no tiene arreglo, luego, si no hay casualidades y yo no vengo nunca por aquí y pierdo las gafas que siempre tengo bajo control y eres la única persona que se ha dado cuenta y se ha ofrecido para buscar mis lentes...tienes que ser tú el objetivo de este encuentro tan poco, digamos que...casual. A ti te pasa algo que no sabes como solucionar, ¿verdad? y venías pensando en ello. Tu pensamiento ha hecho eco de afinidad en la energía que seguramente compartimos y me has "llamado". Como verás el Universo domina las comunicaciones mucho mejor que las telefonías y sin interferencias ni wikicotilleos parásitos. ¿Me lo vas a contar o te lo cuento yo?, bah, te lo cuento: estás pasando un tiempo muy duro; te han salido al paso personajes muy desagradables que sin motivo alguno te acosan y tratan de que dejes la vía que has elegido en esta existencia. Intuyes que ellos solo son drones de algo más remoto y manipulador...que no te conocen ni tienen motivos para odiarte ni para quererte, que algo o alguien te los envía. Debes saber que solo la envidia teledirigida, que ni siquiera es propia, les mueve contra ti. Son como espejos sin vida, solo reproducen lo que proyectan sobre ellos, como, por ejemplo, los jóvenes suicidas del ISIS; están vacíos y abandonados por la inteligencia, entonces es cuando el Señor de los Anillos actúa y se apodera de sus voluntades y de sus pensamientos. Mordor solo es poderoso sobre los deseos desaforados y el vacío de conciencia. Vampiriza sus almas a base de  emociones que les provoca, como el miedo, la ira, la soberbia, el odio, la sensualidad morbosa y el sexo enfermizo que crea adicción, la vanidad, los excesos y las drogas, la euforia, la violencia o la tristeza. Si observas a tus acosadores verás que solo les mueven las emociones más básicas, nunca las ideas de alta vibración. Pasan de la euforia a la melancolía y de las risas destempladas a la depresión, del apego ansioso al odio más feroz sin motivo, por eso necesitan culpar a otros de sus estados negativos. No pueden verse si no salen de esa espiral y así es muy difícil que puedan ver su estado. Van al médico, pero ninguna medicina tiene el poder de sanar lo que ellos consideran su estado natural. No tienen conciencia porque han vendido el alma a los malos estados y en ellos se sumergen hasta que se consumen y se agotan. Entonces desaparecen sin dejar rastro ni recuerdos. Mordor usa su chatarra energética para dar forma a efectos y fantasmas. Que tampoco son nada, pero distraen y hacen perder el tiempo que es el combustible de las vidas humanas. Como los hombres de gris en la fábula de Momo, se fuman el tiempo con las distracciones y convierten en humo la vida de los seres humanos, de ese modo corta el Señor de los Anillos la posibilidad evolutiva de nuestra especie para alcanzar el estado siguiente, que es el élfico." "Buffff, señor Gandalf, me ha dejado usted sin palabras. O sea, que lo de su nombre no era una broma ni un juego de letras...¿Que es de verdad ese mago?" "Bueno, mago no soy. En este nivel tan primario a cualquier rasgo del espíritu le llaman magia. Y ahora centrémonos en tu caso. Vas bien hasta ahora, sigue en esa onda de comprender y evitar el odio, el conflicto provocado aposta, que es una trampa,  y la violencia. Comprobarás que nada puede hacerte daño si energéticamente no te pones al nivel mental ni emocional de los que viven y se alimentan de hacer daño o de molestar. Son robots manipulados a distancia para interferir en todo lo que pueden. Esas fuerzas sin cabeza visible manipulan todo desde los medios de comunicación al servicio del consumismo y  de la especulación comercial y el lucro, y desde las artes de ínfima sustancia envueltas en   una estética sensiblera, fasa o agresiva, disonante y negativa, tenebrosa; artes que jamás se dan gratis, sino a cambio de dinero y que se enquistan en los fondos más bajos del intelecto creando paradigmas y dejando huellas muy difíciles de borrar; son sus principales  portadores. Y la ignorancia junto con la curiosidad mal enfocada de los seres humanos son la llave para entrar en ellos y saquearlos por completo a nada que se descuiden." 

Mientras Gandalf hablaba, Gabriel miraba al suelo concentrado en su voz y en el mensaje que estaba recibiendo. Tras un largo silencio levantó la cabeza. El anciano ya no estaba. Miró en todas direcciones, pero no volvió a verlo.  El café y la ensaimada de Gandalf estaban sin pagar y él no llevaba ni un céntimo encima. Entre unas cosas y otras, la merienda prometida no era material, sino mucho más alimenticia, pensó Gabriel. Entró en el bar, iba a explicar el problema, a decirles que si confiaban en él iría a su casa y traería el importe de la cuenta del despistado anciano, pero el camarero le sonrió antes de que abriese la boca y le dijo que no se preocupase porque esta vez, invitaba la casa. 

A partir de entonces los matones de la clase cambiaron de inclinación, ni se fijaban en Gabriel. Estaban como en otro mundo. Pasaban por su lado y ni siquiera le veían. Gabriel simplemente los miraba de lejos con mucha compasión y comprendiendo su estado los llenaba de buenos pensamientos. De todas las explicaciones de Gandalf solo recordaba instintivamente, con detalle y muchas veces al día, una sola frase: "hay que regar las cosas buenas, como se hace con las plantas, para que crezcan".

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