Los imposibles Derechos Humanos
“Es imprescindible una enmienda a
la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el sentido de
subordinar el derecho de propiedad a los derechos fundamentales para la
vida humana”, sostiene el autor.
27 octubre 2016
Estos días se ha hablado mucho del problema de los CIE,
y se ha insistido en la grave vulneración de los Derechos Humanos que
se produce en estos centros. Estoy totalmente de acuerdo con que ahí no
se respetan derechos humanos fundamentales de las personas y que es
necesario luchar para evitar esa situación. Pero
al mismo tiempo, tengo que decir que esa vulneración de derechos, que
desde luego es totalmente rechazable, desgraciadamente me parece una
bagatela comparada con las brutales condiciones en que tienen que pasar
toda su vida millones y millones de personas.
Los miles de niños que mueren de hambre
cada día, los millones de personas que no tienen agua limpia para
calmar la sed, los que mueren destrozados por las bombas que hacen ricos
a los fabricantes de armas, los atrapados en guerras provocadas por
inconfesables intereses económicos. Y esto ocurre 68 años después de la solemne proclamación por la Asamblea de las Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Cuando los gobernantes de muchos países, sobre todo los que alardean de
democráticos, no se cansan de justificar sus acciones apelando a la
defensa de los Derechos Humanos. Y lo peor es que en las poblaciones de
estos países se da una general pasividad ante estas situaciones
inhumanas.
Podemos dedicarnos a lamentarlo, pero me
parece más útil buscar las razones de ese incumplimiento que supone
graves sufrimientos para gran parte de la humanidad. ¿Es que somos todos
una panda de hipócritas? Un
buen capitalista dirá que los seres humanos lo que somos es radicalmente
egoístas, y que este sistema que tenemos es lo mejor que se puede
conseguir. Sin embargo, somos muchos los que pensamos que en el ser humano hay egoísmo, es verdad, pero también hay sentimientos y motivaciones mucho más elevadas, y creemos que en el fondo de la mayoría existe un deseo de justicia y un sentimiento de solidaridad con los demás. Si creemos esto, tendríamos
que plantearnos los motivos por los que la Declaración de los Derechos
Humanos sigue siendo papel mojado para la mayoría de la humanidad casi setenta años después de su solemne proclamación.
Para mí, el motivo fundamental de este incumplimiento es que en esa Declaración de Derechos Humanos, existe una contradicción insalvable.
La Declaración consta de treinta artículos que en principio parecen muy
razonables y justos. Pero hay uno que lleva escondida una bomba de
relojería, una bomba de una potencia destructiva formidable. Me refiero
al artículo 17, que en el párrafo 1 dice textualmente:
Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.
No se añade ninguna limitación, ningún control, ninguna regulación, nada que pueda suponer una cortapisa al uso abusivo de este derecho. Y lo que afirma el punto 2 del artículo:
Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad
En la práctica viene a reforzar el punto 1, pues para la ideología capitalista todo intento de regulación es arbitrario.
Eso ha permitido que la propiedad privada
se desarrolle de una manera tan arrolladora e incontenible que arrasa
con todos los demás derechos humanos, pues es evidente que en un planeta
de recursos limitados, si unos grupos sociales pueden, sin ningún
control ni limitación, acumular una parte cada vez mayor de esos
recursos, un gran sector de la humanidad se verá sometido a una miseria
cada vez mayor, a pesar de todos los derechos que teóricamente se le
reconozcan.
Un niño puede estar muriéndose de hambre a la puerta de un almacén repleto
de alimentos. Ningún policía vendrá a abrir esa puerta y permitir que
el niño coma. Si nadie que disponga del dinero necesario viene a darle
de comer, el niño morirá. Y de hecho en el mundo miles de niños mueren
al día por desnutrición. Pero, ¡ah, se ha salvado el derecho de
propiedad! algo que la declaración de los Derechos humanos reconoce como un
derecho inviolable. Un derecho que el sistema capitalista ha
sacralizado, aunque se trate de una propiedad tan brutal e inhumana como
la que lleva a la muerte a millones de personas cada año.
Es verdad que la alternativa radical, la
negación del derecho de propiedad privada, ha fracasado siempre que se
ha tratado de llevar a la práctica. La propiedad es algo totalmente
natural en el ser humano. Demetrio Velasco, catedrático de Pensamiento
Político escribe:
La connatural indigencia del ser humano para poder subsistir por sí mismo se refleja en la necesidad de apropiarse de las cosas que lo rodean. Todas las disciplinas del saber humano han resaltado esta dimensión antropológica básica, que bien podemos calificar como un existencial humano, no es algo esencial, como el comer o respirar, pero es difícil concebir la existencia humana sin alguna propiedad.
Pero el mismo autor advierte:
Y, como ocurre con otros existenciales humanos (el poder o la sexualidad), también la propiedad ha mostrado ser un arma de doble filo. A la vez que se manifiesta como una forma ineludible de realización humana, puede convertirse, y se convierte, en una amenaza tanto para uno mismo como para los demás y para la misma naturaleza que lo acoge como huésped.
Hoy, cuando vemos como se está materializando esta amenaza, me viene a la memoria una película que muchos habréis visto: El Señor de los Anillos. La leyenda comienza con el reparto de los anillos:
Tres para los reyes elfos,siete para los señores enanos,nueve para los hombres.Uno para el Señor Obscuro, sobre el trono obscuro, en la tierra de Mordor, donde se extienden las sombras.Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos.Un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la tierra de Mordor, donde se extienden las sombras.
A mí ese derecho de propiedad, absolutizado de una manera total, me trae a la imaginación el anillo con el que el Señor obscuro gobierna a todos y los ata en las tinieblas, en la tierra de Wall Street, donde se extienden las sombras. El anillo, el poder económico que está por encima de gobiernos y democracias.
Bueno, y el Señor obscuro, ¿quién sería el Señor obscuro? Pues yo creo que este Señor obscuro es ese ídolo de la riqueza al que Jesús de Nazaret presenta en el Evangelio como el enemigo directo de Dios: “No podéis servir a Dios y a la riqueza”.
El Dios de Jesús y la riqueza son
incompatibles. Lo que ocurre es que esto, durante muchos siglos, ha
estado muy olvidado por la jerarquía eclesiástica. De tal manera que
parecía que el ídolo había ganado la batalla. Pero últimamente ha
entrado en liza una figura sorprendente, el papa Francisco. Su esfuerzo para volver a posturas evangélicas es una gran esperanza para la humanidad.
Al dios dinero hay gente que lo llega a calificar de El Todopoderoso Dinero. Hace ya mucho que Quevedo escribió lo de “Poderoso caballero es Don Dinero”. Pero
aquí Quevedo se equivocó radicalmente. Don dinero ni es caballero ni es
poderoso. Es un ídolo mentiroso y cruel, y es un grave error
considerarlo poderoso, y menos todopoderoso. Es un ídolo impotente. ¿Y
la fuerza que muestra? La fuerza que muestra no es suya. Esa fuerza se
la dan los que le dan culto, los que lo adoran y por él luchan.
Son sus fieles los que lo hacen fuerte. Y
sus fieles no son solamente esos multimillonarios de película, con sus
grandes yates y sus aviones privados, ni esa gente que se ha enriquecido
con la crisis mientras los demás sufríamos sus consecuencias. Darle
culto y darle fuerza al dios dinero muchas veces lo hacemos nosotros
mismos y muchísimos millones de personas que están oprimidas por este
reino del dinero y que, sin embargo, pretenden gracias al dinero
conseguir su liberación.
La liberación sólo podrá llegar si
dejamos de dar culto al dinero, si dejamos de tomarlo como el gran
objetivo de nuestra vida, si el dinero vuelve a ser simplemente una
herramienta que facilita nuestros intercambios, algo que ayuda a la
cooperación entre los seres humanos, si la propiedad vuelve a ser ese
existencial humano que nos permite no vivir como animales, sino que nos
proporciona una vida digna y satisfactoria, y si no consentimos que la
propiedad privada se desarrolle como esa célula cancerosa que crece
alocadamente y destruye todo el organismo.
Es imprescindible una enmienda a la
Declaración Universal de los Derechos Humanos en el sentido de
subordinar el derecho de propiedad a los derechos fundamentales para la
vida humana. Entonces sí, cuando consigamos eso, podremos celebrar la
proclamación de los Derechos Humanos como un imponente avance en la
historia de la humanidad.
Y entonces, sólo entonces, podremos
construir ese mundo justo, libre y en paz al que en el fondo todos
aspiramos. En nuestras manos está.
Antonio Zugasti es socio cooperativista de La Marea.
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